jueves, 24 de abril de 2014

Segundo Domingo de Pascua

Hch 2,42-47: Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común.
1 Pe 1, 3-9: dios, por la resurrección de Jesucristo, nos ha hecho nacer de nuevo. 
Jn 20, 19-31: Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado.

El tema central del Evangelio de hoy es el primer encuentro del Resucitado con sus discípulos, quienes por miedo a los judíos se habían encerrado <<a cal y canto>> en una casa. El saludo de Jesús es muy sencillo, y por eso muy profundo: <<Paz a vosotros>>. Es como decir: tranquilizaos, serenaos, no os apuréis, que el temor no se adueñe de vuestro corazón. Yo estoy aquí, con vosotros. Es la paz que convierte el corazón del creyente que ha palpado y ha experimentado la Resurrección del Señor. Es una paz misionera -<<como el Padre me ha enviado, así también os envío yo>>-, porque la Resurrección invita y empuja a ser predicada a los cuatro vientos. Quien ha <<visto>> al Señor, no se lo puede quedar para él. Es tal la paz y la alegría que lo inunda, que tiene la necesidad imperiosa de proclamarlo por todo el mundo. La verdadera fe no es una fe muda, interiorista o solipsista, sino expresiva y comunitaria. Sólo se vive la fe que se comparte, se testimonia y se anuncia.

Pero la experiencia de la fe en la resurrección de Jesucristo no es fácil. Santo Tomás es un buen ejemplo. Aunque sus hermanos de fe le anuncian la buena nueva de la Resurrección, él no se lo cree. Antes tiene que <<ver>> al Resucitado con sus propios ojos y <<tocarlo>> con sus propias manos. Muchas veces se ha minusvalorado o incluso despreciado la postura del apóstol Tomás, se le ha tenido como prototipo de hombre incrédulo, modernista o incluso agnóstico, que para creer exige la pruebas de la experiencia física: ver y tocar al mismísimo Resucitado. Y es verdad, pero no es toda la verdad .La postura de Tomás apóstol es ante todo la de una búsqueda sincera de la fe. Tomás no va a Dios queriéndolo alcanzar por la sola razón sino que su <<ir a Dios>> es un <<ir>> hacia la fe, porque por encima de todo <<quiere >> creer, <<desea>> la predisposición para la fe, es decir, la apertura a Dios para que en ella se pueda producir el encuentro, experiencia de la misma fe.

Nuestros tiempos no son tiempos de contentarnos con lo mínimo, y sí de aspirar a lo máximo. Los creyentes no podemos contentarnos con la llamada <<fe del carbonero>>. Es necesario un encuentro personalizado con el Resucitado, es necesario <<sentir>> el deseo de Dios. Tomás podía haber hecho lo que muchos de sus condiscípulos: abandonarlo todo, porque, seducidos por el más puro estilo inmanentista, creyeron torpemente que todo se derrumbó con la muerte del Maestro. Y sin embargo, a pesar de sus <<dudas>> de fe, permaneció en el círculo de quienes seguían confiando en el poder de Dios. Tomás se afanaba por tener una fe firme, sólida, convencida.

Uno de los más eximios y excelsos teólogos del Concilio Vaticano II, el padre jesuita Karl Rahner, ha llegado a afirmar que <<el que no sea un místico no va a poder ser un creyente>>; es decir, el que no sienta y viva el misterio de dios recorriendo toda la estructura de su ser, el que cuando esté delante del sagrario, el sagrario no le diga nada, el que encierre su fe en los muros de su petrificado solipsismo, ése acabará por perder la poca fe que tiene. La fe hay que alimentarla, vivirla, acrecentarla, experimentarla. O la fe es búsqueda y experiencia viva de Dios, o no es nada.

La experiencia de Tomás es toda una pedagogía del camino de fe de la vida cristiana. Tres son los estadios de dicho camino. En primer lugar, la búsqueda sincera del Dios vivo y verdadero. Habrá que estar muy atentos para que nuestra búsqueda no sea ni una búsqueda interesada que quiere encontrar a Dios para servirse de Él, ni una búsqueda que tiene como término un sucedáneo de Dios –no como dios es, sino como yo quiero que sea -. En segundo lugar, el encuentro con Dios, como encuentro con la verdad de la vida, que pone al descubierto nuestras mentiras, nuestras incoherencias, nuestros egoísmos. Es el encuentro de la conversión que supone abrirse totalmente a Dios para que Él sanee nuestras intenciones más ocultas, de modo que podamos <<verlo>> y <<tocarlo>>. En tercer lugar, la aceptación de Dios como centro único y absoluto de la vida: <<¡Señor mío y Dos mío!>>. Es la madurez de la vida de fe, en la que la vida se ha vaciado totalmente en Dios.

Mis queridos hermanos y amigos, la reflexión espiritual de este segundo domingo de Pascua es meridianamente clara. Primero, ir trabajando por adquirir una fe personal y convencida basada en experiencias religiosas, místicas, de lo contrario tendremos una fe raquítica que un día u otro acabará por morir. Segundo, vivir la dimensión comunitaria de la fe, compartir la fe, comunicarla y testimoniarla, como signo inequívoco del vigor de nuestra misma fe.

Una cosa es cierta: malamente podemos ser testigos de la Resurrección de Jesucristo, si no estamos convencidos de ella. El anuncio de la fe es eficaz cuando creemos firmemente en aquello que anunciamos.

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