jueves, 19 de febrero de 2015

Primer domingo de Cuaresma

Gén 9,8-15: Hago un pacto con vosotros: el diluvio no volverá a destruir la vida.
1 Pe 3,18-22: Cristo murió por los pecados una vez para siempre.
Mc 1,12-15: Se ha cumplido el plazo. Convertíos y creed la Buena Noticia.

Comenzamos el tiempo litúrgico de la Cuaresma, tiempo sagrado por excelencia que nos prepara para la conmemoración de los misterios más grandes de nuestra fe: la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.

La Cuaresma, que se inició el miércoles de ceniza, es un tiempo fuerte para la vivencia de la vida cristiana. Es un tiempo de una profunda e intensa vida sacramental, como la que experimentaron los cristianos de la Iglesia primitiva, quienes se preparaban esencialmente para la recepción de dos sacramentos: el bautismo de los catecúmenos y la penitencia pública. Así, daban testimonio público de su fe y de su conversión a Dios y a la Iglesia, presete en la comunidad de hermanos.

Cristo nos ha dicho hoy: <<Convertíos y creed la Buena Noticia>>. La conversión es, pues, el tema que centra toda la Cuaresma. Conversión del corazón, núcleo y centro de la persona, que pasa por un cambio de mentalidad y de actitud; por un posicionarnos ante la vida desde los valores y las exigencias del Evangelio. Es <<volver la mirada a Dios>> y <<abrirse>> al don de su gracia y de su misericordia. Conversión que sólo es posible realizar con las armas que nos propone la Iglesia: la oración, el ayuno, la generosidad y la entrega.

Nadie está a salvo de las tentaciones de la vida, de ahí la necesidad de una constante y renovadora conversión; de un <<volver sobre sí mismo>>; de un <<estar atentos>> y <<vigilantes>>. Jesús, probado en todo, acusó el envite lacerante de las tentaciones, pero las venció con rotundidad y sin titubeos. El teólogo Paul Tillich llega a decir que si la divinidad y la humanidad de Jesucristo están tan unidas, en parte lo están porque la humanidad de Cristo fue atribulada por las tentaciones.

Las tentaciones de la vida, no explícitas en el Evangelio de San Marcos que hemos proclamado, se resumen en tres. La primera consiste en creer que en las cosas, y no en Dios, está el sentido último de la vida. Venciéndola, Jesucristo nos descubre que las cosas reifican y que sólo Dios vivifica. La segunda consiste en querer confundir la fe con las ciencias positivas y de resultados <<contantes y sonantes>>. Pedimos a Dios signos deslumbrantes. Pretendemos creer porque vemos, no porque nos fiamos de Dios mismo. Venciéndola, Jesús nos enseña que la fe está por encima de nuestros cálculos materiales, porque la fe es confianza, entrega, fidelidad a Dios. La tercera evidencia es la tentación del poder y del dominio. Nos vendemos al diablo, lo adoramos, con tal de triunfar, Venciéndola, Jesús nos descubre que la vida se encuentra en el servicio a Dios y al hombre.

En los Ejercicios espirituales que nos propone San Ignacio de Loyola, deberíamos tener presente la <<meditación de las dos banderas>>. Delante de cada uno de nosotros, nos comenta San Ignacio, aparecen dos banderas: la bandera del bien, de la virtud y de la gracia y la bandera del bien, de la virtud y de la gracia y la bandera de Satán, del pecado y de los vicios. Como Jesucristo, cada ejercitante tiene que posicionarse a favor de una y en contra de la otra. Y como Jesucristo, a cada ejercitante se le invita y sugiere a optar por la bandera de Dios, que es la bandera del bien, de la luz, de la santificación.

Mis queridos hermanos y amigos, es hora de que nos preguntemos qué sentido tiene la Cuaresma para cada uno de nosotros. Sabemos que es un proceso de vida de penitencia costoso e intenso, pero es el único camino que en verdad nos reconcilia con Dios. Aunque nos confesemos cristianos, tenemos necesidad de convertirnos. En nuestra propia existencia hay zonas de sombra y de penumbra, de paganismo. Zonas en las que no hemos operado aún la conversión, porque siguen sometidas a los caprichos de nuestros egoísmos, soberbias, lujurias, mal carácter, indiferencia religiosa. Son zonas que tenemos que convertir al Señor y que han de ser iluminadas por la luz del Evangelio.

En nuestra sociedad, medularmente materialista, los cristianos tenemos que dar ejemplo personal y comunitario de auténtica conversión, como camino que renueva y fortalece a la Iglesia y al bien común de la sociedad.

Comenzamos la Cuaresma, tiempo santo, tiempo de conversión, tiempo de vida interior. Cuaresma: intensidad de la oración, la limosna, el ayuno y la penitencia. Cristo llama de nuevo a la puerta de nuestro corazón. Hay que responder y decidirse. 

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