miércoles, 6 de mayo de 2015

Sexto domingo de Pascua

Hch 10,25-26: El don del Espíritu Santo se derramará también sobre los gentiles.
1 Jn 4,7-10: Amémonos unos a otros, porque Dios es amor.
Jn 15,9-17: Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.

Todos los hombres hemos salido de las manos del Creador, quien por amor nos ha hecho a su <<imagen y semejanza>>. Si, como hoy nos dice San Juan, <<Dios es amor>>, queda claro que nuestro origen y nuestra meta son el amor, Dios. Hemos sido creados para amar, porque sólo el amor nos identifica y nos realiza como hijos de Dios. Ahora podemos entender por qué el primer y único mandamiento que Jesús dio a sus discípulos no fue otro que el del amor.

Sin embargo, amar no es una empresa fácil. Por eso, el santo obispo de Hipona, San Agustín, dijo con gran hondura aquello de <<ama y haz lo que quieras>>. Es decir, el que de verdad ama, ama siempre, haga lo que haga. Por eso, sus obras sólo pueden ser frutos del amor. El amo necesita de un prolongado y permanente entrenamiento que dura toda la vida, porque nunca hemos amado lo suficiente como para amar del todo. Y en este entrenamiento, el prólogo del amor es la lucha encarnizada y la destrucción del egoísmo que nos atenaza. Amor y egoísmo son dos términos antitéticos. El amor significa expansión, apertura, salir de sí para entrar en el otro y vivir para él; por el contrario, el egoísmo conlleva ambición y apropiación de los demás. Así como el amor vive en los demás, el egoísmo pretende que los demás vivan en él, es tiránico. El amor da vida; el egoísmo cosifica y mata.

Mis queridos hermanos, ¡qué difícil es cumplir hoy con el único mandamiento del amor! ¿Por qué? Nos preguntamos. Sencillamente, porque vivimos y cabalgamos cada día más por la cresta del materialismo. Hoy la filosofía de vida que impera es la de <<vive para ti, los demás no son tu problema>>. Desgraciadamente, hemos progresado y madurado en la técnica que nos facilita las comodidades del cuerpo, pero en lo que se refiere a los valores del espíritu, aún seguimos en la época de las cavernas. Hemos crecido en estatura delante de los hombres, pero no en sabiduría delante de Dios.
Por eso, hay muchos que han convertido la <<muerte del amor>> en el lema de sus vidas. Imbuidos hasta los tuétanos de un pragmatismo atroz, sólo piensan en sí mismos. Los demás, como mucho, son objetos, cosas, que me sirven para mis fines, pero en oposición a Kant, no son fines en sí mismos. Así se está pisoteando la dignidad de la persona, imagen de Dios. No puede extrañarnos, pues, que, por lo general, todo el que niega a Dios en su vida niegue también a sus hermanos. Muy acertadamente lo expresa la primera Carta de San Juan: <<Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor>>. El amor es la razón de ser de todas las cosas.

La madre Teresa de Calcuta, <<la anciana con ojos de niña, que a sembrado el mundo de la más grande libertad: la de la misericordia y el amor>>, como la ha llamado el cardenal Ángel Suquía, amado intensamente a los más desheredados de la tierra, encarnó visiblemente el amor de Dios a los hombres y cumplió la sentencia del Evangelio de hoy: <<Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos>>. Toda su vida fue un canto al amor.

Una de sus reflexiones favoritas era: <<Para conquistar el mundo no se necesitan ni guerra ni cañones, sólo hace falta amor y compasión>>. Y, sin embargo, seguimos empeñados en construir la paz desde la guerra: <<Si quieres la paz, prepara la guerra>>, se dice. Pero la madre Teresa, discípula de Jesucristo, nos demostró que sólo la revolución del amor puede cambiar la faz de la tierra.

Muchos intérpretes sostienen que el centro de todo el Evangelio de San Juan es la respuesta magistral de Jesús a la pregunta de Nicodemo sobre cómo era posible nacer de nuevo: <<Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que tenga vida eterna>> (Jn 3,16). Quizás sea algo más que el centro del cuarto Evangelio. Es el centro, el culmen de nuestra fe. Es el centro, el culmen de nuestra fe. El creyente, más que en una lista de verdades, cree ante todo en un hecho: el amor de Dios manifestado en el don del Hijo. Uno tiene la fe si cree principalmente en el amor. Si cree que Dios ama al mundo, ama a todos los hombres, ama a cada uno de nosotros.

Mis queridos hermanos y amigos, Dios nos invita a vivir no de palabras, sino de realidades. Y no hay más realidad que la del amor, concretado en las obras de cada día, en el desempeño fiel y lleno de amor de la misión que Dios nos ha encomendado. No busquemos hechos extraordinarios. Los pobres y necesitados de amor están a nuestro lado. Para verlos, sólo nos hacen falta los ojos de la fe que operan por el amor (cf. Sant 3,14-26).

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