viernes, 18 de septiembre de 2015

Vigésimo quinto domingo de tiempo ordinario (Cuarta semana del salterio)

Texto evangélico:
Sab 2,12.17-20: Acechemos al justo. Lo condenaremos a muerte ignominiosa
Sal 53: El Señor sostiene mi vida
Sant 3,16-4,3: Los que procuran la paz están sembrando la paz, y su fruto es la justicia
Mc 9,30-37: Quien quiera ser el primero, que sea el último y servidor de todos

En este domingo nuestras reflexiones espirituales y cristianas resultan ciertamente complicadas, porque complicado es el mensaje central que hoy nos propone la Sagrada Escritura. El mensaje que Jesucristo nos propone en el Evangelio de hoy resulta desconcertante y paradójico para la sociedad de la competitividad, del ansia de poder y de tener, en la que vivimos. ¿Cómo entender hoy que <<el que quiera ser el primero, que se haga el último y servidor de todos>>? ¿Cómo comprender el hecho de que Jesucristo, el Hijo de Dios, no haya venido <<a ser servido, sino a servir y a dar su vida por todos>>?
Nuestras sociedades occidentales se rigen por el sistema político de la democracia, uno de los sistemas de gobiernos que, aún siendo imperfecto, es el menos imperfecto que existe, en el decir de Winston Churchill. El sistema democrático intenta combinar dos ejes que parecen antitéticos: la libertad y la igualdad. La idea es buena en sí: un sistema en que se respetan las libertades de todos, pero al mismo tiempo, limando las profundas desigualdades. Sin embargo, la realidad cambia. En nuestras sociedades democráticas la competencia es cada vez más feroz; si se quiere subsistir, se busca ser el primero en todo. Lo importante es triunfar, ganar, presumir, lucir, tener poder. Valores como el servicio, la generosidad, la entrega a los demás, están en franca decadencia.
Por eso las palabras de Jesús hacen que chirríen nuestros oídos. Es un lenguaje que no se entiende. Bien lo saben los padres y las madres que tienen que luchar <<a brazo partido>> para que vuestros hijos reciban, no una buena preparación, sino la mejor preparación: estudios, a ser posible universitarios, masters, idiomas. Porque para triunfar, ya no se trata de buscar un puesto en la vida, sino de encontrar el primer puesto. Ésta es la razón por la que muchos de nuestros políticos, que se presentan como servidores del pueblo, no van o están en la política para servir, según dicen, sino para servirse del poder en beneficio propio.
La actitud de Jesucristo es radicalmente opuesta a esta filosofía de vida que tiene embotada la mente y el corazón de este hombre que ya tiene puesto un pie en el tercer milenio. Él, que pudo tener todo el poder y todas las riquezas que hubiera querido, optó por el camino del amor y del servicio como único camino de felicidad y de realización humana. El gesto del lavatorio de los pies nos manifiesta que Jesucristo es el servidor de los servidores. Un gesto que, en formas distintas y circunstancias diversas, pero con contenido idéntico, imitan los santos. Así, por ejemplo, San Martín de Tours rompe y divide su capa para repartirla con un pobre. Así, también San Maximiliano Colbe, que libremente da su vida en lugar de la vida de pobre padre de familia.
Es verdad que ha habido santos que, aplicando este mensaje de Jesús a las cosas temporales, lo han entendido con ciertos aires de negatividad. Fue el caso de San Ignacio de Loyola. Después de la batalla de Pamplona, lo que más desea es la santificación. Para ello se retira a la Cueva de Manresa, donde la Virgen Santísima parece que le inspira sus famosos Ejercicios espirituales (también conocidos como Ejercicios ignacianos). Allí vive muy abandonado, no sólo del mundo, sino incluso de sí mismo. Poco después, se dio cuenta de la importancia y la fuerza de la cultura y de sus medios para evangelizar. Por eso funda la Compañía de Jesús, no para enriquecerse, sino para santificar el mundo e implantar en él el Evangelio.
Jesucristo quiere que todos nosotros seamos los últimos, pero, al mismo tiempo, también quiere que luchemos, bien como padres de familias, con una fuerte responsabilidad familiar, bien como empresarios de los que dependen un buen número de trabajadores, bien de la forma que fuere; lo cierto es que, como acertadamente manifiesta el refrán hay que estar <<a Dios rogando y con el mazo dando>>. Hay que ser el último, no hay que tener ambiciones desmedidas, no hay que entrar en lizas descarnadas con los otros, es verdad; pero también hay que aspirar a lo que Dios nos ha dado y de lo que somos responsables, de modo que tengamos los medios necesarios de vida, y desde aquí santifiquemos el mundo y nos santifiquemos a nosotros mismos.
Pero hay más; si las palabras de Jesucristo las llevamos hasta sus últimas consecuencias, entonces la santificación que Dios nos pide pasa por amar y entregarnos a los últimos de nuestra sociedad: los pobres de solemnidad, los marginados sociales, los mendigos sin casa, sin comida, sin familia, los ancianos abandonados de todos, los enfermos crónicos o terminales.
La madre Teresa de Calcuta encarnó hasta sus últimas consecuencias eso de que quien quiera ser el primero de todos, hágase el servidor de todos. Su vida, su vocación y misión, no fueron otra cosa que servir a los pobres de entre los más pobres, a los desheredados de la tierra, como son los pobres de Calcuta y de toda la India, una nación superpoblada donde la miseria más mísera se ha estructurado como mal endémico. A este propósito, recuerdo un discurso de Laín Entralgo con motivo de la entrega de unos premios universitarios. Entre otras cosas decía: <<Hay sólo tres cosas de las que el ser humano puede decir que son suyas, todo lo demás es prestado y anecdótico. Estas tres cosas son el sacrificio, la entereza y la capacidad de lucha>>. Y a continuación, en un tono jocoso, no exento del proverbial gracejo que lo caracteriza, matizaba y pedía: <<Permítasele a un español como yo, paisano de Don Quijote, que cuantas hazañas hizo Don Quijote, productos de su esfuerzo, sacrificio y entereza, y que acabaron en burlas y en naderías, también las haga yo. Permítasele la pobreza de hacer esfuerzos, sacrificios y renuncias que, en muchas ocasiones, resultan baldías a los ojos del mundo>>. Y terminaba añadiendo una novena bienaventuranza: <<Bienaventurados los que se esfuerzan y con entereza se sacrifican por los demás, aunque no consigan sus objetivos>>.
Mis queridos hermanos y amigos, siguiendo la máxima de Jesucristo en el Evangelio de hoy, no sólo tengamos a menos ser los últimos o de los últimos y luchar por estar complacidos en estas priebas que nos manda el Señor, sino incluso vivir entregados, abnegados, sacrificados, para promover la causa de los últimos, para que vayan también ascendiendo en el escalón social del bienestar de la vida.

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