miércoles, 22 de enero de 2014

Tercer domingo del tiempo ordinario

Is 9,1-4: El pueblo que  caminaba en tinieblas vio una luz grande.
1 Cor 1,10-13.17: ¿acaso está dividido Cristo?
Mt 4,12-23: Vino a Cafarnaún para que se cumpliese lo que había dicho el profeta Isaías.

Voy a contar una anécdota de la que quizá muchos fuimos testigos. Vallejo Nájera, ya en los últimos días de su vida, tuvo una comparecencia pública en televisión. A lo largo de una entrevista que le hicieron contó cómo fue el inicio de su fe, forjadora de su honda visión cristiana de la vida. Todo empezó a raíz de su amistad con dos padres misioneros en Filipinas. En cierta ocasión, éstos le contaron que llevaban ya treinta y dos años allí y que aún no habían conseguido ninguna conversión al cristianismo. Entonces les preguntó nuestro insigne psiquiatra: <<¿Y no os habéis desanimado estando sólo los dos y sin alcanzar nunca el objetivo?>>. Entonces, uno de los padres misioneros le contestó: <<Pero es que no somos dos, sino tres. Con nosotros está Jesucristo>>.

El Evangelio de San Mateo, que vamos a leer durante todo el tiempo ordinario de este ciclo litúrgico, se centra hoy en el inicio de la vida pública de Jesús. El mensaje que nos relata el Evangelio va en línea con la labor de estos dos misioneros que trabajaban con Jesucristo. El cardenal Martini, arzobispo de Milán, lo comenta en el sentido que os voy a indicar. Jesucristo, llegado ya el momento de su vida pública, deja Nazaret y se va a Cafarnaún, cerca del lago de Genesaret. Cafarnaún era una ciudad de cruces de civilizaciones, cosmopolita, dotada de los mayores adelantos que entonces existían con respecto a las posibilidades del Imperio Romano. Allí comienza Jesús el itinerario de vida misionera y apostólica, enseñándoos, así, la universalidad de la misión.

Los cristianos somos muy conservadores y muy dados a encerrarnos en nuestro <<Nazaret>>; en nuestro pequeño mundo, en nuestro entorno social y cultural, en nuestras costumbres, allí donde lo pasamos muy bien, donde nadie nos complica la vida. Frente a ello, el Evangelio nos presenta a Jesús rompiendo las barreras de las estrechas miras humanas, porque el Evangelio de Dios, la Buena Nueva, es buena Noticia para todos los hombres, sin distinción de razas, pueblos o naciones. Dios no es ni blanco, ni negro, ni chino, ni europeo. Dios es todo en todos.

La universalidad también está en la llamada de Jesús a sus discípulos. Les invita a seguirle, esto es, a trascender las fronteras de sus situaciones para instalarse en el  corazón de todos los hombres sin distinción. Jesucristo nos invita, por tanto, a que le sigamos, a que también nosotros vayamos a nuestro Cafarnaún, a ese Cafarnaún complicado del mundo de los incrédulos, de los agnósticos, de tantos y tantos que hoy no aceptan el cristianismo, del mundo que nos resulta esforzado y heroico vivir; a ese Cafarnaún, en suma, encrucijada permanente de los caminos de nuestra vida. Jesús nos llama y nos convoca para vivir en el encuentro y en la comunión permanente con nuestros hermanos, sin otras armas que  la Palabra de Dios, como bien lo expresó en una canción religiosa Cesáreo Gabarain: <<Señor, me has mirado a los ojos, en la arena he dejado mi barca, junto a ti buscaré otro mar>>. En el seguimiento de Cristo no se trata, por tanto, de <<traer>>, sino de <<abandonar>>. No se trata de mirar al pasado, sino de construir con esperanza el futuro.

En una sociedad como la nuestra en la que se van perdiendo los principios morales y religiosos, es necesario que todos y cada uno de los cristianos seamos misioneros y prediquemos a Cristo aunque nos parezca que conseguimos poco, aunque nos suceda lo mismo que a los dos misioneros de Filipinas. Escribía Yves Congar: <<Cada día Cristo me llama, cada día impide detenerme; su palabra y su ejemplo me arrancan de la tendencia instintiva que me retendría pegado a mó mismo, a mis costumbres, a mi egoísmo. Yo le pido que tenga conmigo la misericordia de no dejarme en mí mismo, sentado en mi tranquilidad>>. Lo importante es seguir haciendo el bien, como lo hizo Jesús; que se note que somos cristianos comprometidos, cristianos que no permanecen indiferentes ante el dolor, el llanto y el sufrimiento de los hombres, sus hermanos. Lo importante es también que nos entusiasmemos con Jesucristo, que nos enamoremos de Jesucristo, que nos identifiquemos con Él. Un autor árabe comentaba que <<el que tiene el mal de Jesús nunca se cura de él>>. ¡Ojalá todos estuviésemos enfermos de ese mal!, el mal de habernos enamorado de Jesucristo, de habernos entregado a Él, de saber que sólo Él es la salvación; el mal de seguir sus mismos pasos, dejando nuestras orillas, nuestras aldeas, las parcelas de nuestros descansos.

Pidámosle hoy al Señor que nos conceda el don de saber renunciar a nuestros inmovilismos como paso necesario para seguirle en su camino, lanzándonos a lo novedoso, asumiendo el riesgo que exige entrega, imaginación y creatividad por la causa de Cristo, de modo que el Reino de Dios sea una realidad palmaria, y no sólo un proyecto lejano en el horizonte. Hagamos nuestra esta súplica: ¡Señor Jesús! que todos nos sintamos alegres de estar enfermos de ti, de sentirnos heridos por ti y por tu amor, y que te sigamos donde quiera que tú estés

No hay comentarios:

Publicar un comentario