viernes, 7 de noviembre de 2014

Trigésimo segundo domingo del tiempo ordinario

Sab 6,13-17: Encuentran la sabiduría los que la buscan.
1 Tes 4,12-17: A los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con Él.
Mt 25,1-13: Velad, porque no sabéis el día ni la hora.

Hoy, nuestra reflexión espiritual se centra en la parábola de las diez vírgenes, de las cuales cinco eran prudentes y otras cinco eran necias.

Las vírgenes prudentes son alabadas por Jesucristo por lo bien pertrechadas que están de aceite, es decir, por su previsión y preparación para recibir al esposo a cualquier hora. Sin embargo, nos puede dejar desconcertados su negativa a compartir su aceite con las vírgenes necias. En principio parece una actitud poco evangélica, pues si algo se destaca en el Evangelio es la comunión y el amor, que invitan a compartir con los que no tienen, o tienen menos. Con todo, no podemos olvidar que estamos ante una parábola, donde lo que importa es sobre todo la moraleja o enseñanza final, y no tanto la explicación literal. Y la lección que nos propone la parábola de este domingo es clara: <<Estad en vela, porque no sabéis ni el día ni la hora>>.

Muchos pensadores cristianos han relacionado esta parábola con el tema de la muerte. La muerte puede sorprendernos como ladrón en la noche. Por eso tenemos que estar preparados, como las vírgenes prudentes, no sea que cuando menos lo esperemos Dios nos llame a su presencia y estemos totalmente vacíos, sin aceite en nuestras lámparas. Sin embargo, con el avance de las ciencias y de la investigación bíblicas, las parábolas hay que entenderlas en el marco de una mayor comprensión del Reino. La parábola, en el decir del exegeta A. Pronzato, es una explicación práctica y plástica, amena y sencilla, que tiene Jesús de acercarnos el Reino de dios.

No obstante, en esta parábola hay un matiz que no aparece en ninguna otra. En todas las parábolas se utiliza la expresión: <<El Reino de los cielos se parece… [o es semejante]>>. Es el presente el que manda, porque el Reino de dios ya está en medio de nosotros. Sin embargo, en la parábola de las diez vírgenes el presente es sustituido por el futuro: <<El Reino de los cielos se parecerá…>>. Aunque el Reino de los cielos ya esté aquí, aún no ha llegado a su plenitud total. Es el <<ya, pero todavía no>>, de que gustan hablar los teólogos. Habrá una etapa del reinado definitivo de Dios que no ha llegado aún, y que vendrá. Es la etapa de la plena constitución del Reino.

Esta tensión dinámica y fuerte hace que el ideal de la vida cristiana no sea un cómodo sueño sino una constante lucha, una conquista diaria de la perfección a la que los cristianos, por vocación, estamos llamados. Son muchas las catástrofes que asolan nuestro actual mundo: guerras, destrucción del medio ambiente, hambre, marginación o subdesarrollo. Por ello, es fundamental mantener la virtud de la esperanza por encima de todas las contrariedades y avatares de la existencia. Una esperanza uqe, a pesar de las sinrazones humanas, imprime un dinamismo de sentido y arroja un rayo de luz salvador a nuestra vida, acosada por males sin cuento.

Lo condenable en las vírgenes necias es su pasividad, su despreocupación, su pensar que <<otros solucionarán los problemas por mí>>. Es la actitud de quienes están muy seguros de que la salvación es sólo obra de Dios, sin ninguna colaboración por parte del hombre. Ni Dios, ni los demás pueden salvarme, si yo no hago por salvarme. Por eso es inútil <<pedir aceite>>. No podemos descargar en los otros todas nuestras responsabilidades. En la vida de fe es esencial la opción personal, insustituible e intransferible, hasta el punto que Dios mismo no la violenta, sino que la respeta.

Las vírgenes prudentes, sin embargo, nos dan la lección de vivir la vida desde la entrega, la confianza y la alegría, sin desfallecer nunca. En un mundo con tantas dificultades, tan secularizado en muchos aspectos, tan hostil al pensamiento cristiano; en un mundo que tiene la capacidad de autodestruirse a sí mismo, tenemos que vivir con el aceite de la esperanza, que es la que nos permite soportar todos los envites y reveses de la presente hora.

No son egoístas ni invitan al egoísmo las vírgenes prudentes del Evangelio cuando, a la súplica de las olvidadizas, responden negativamente. No hacen otra cosa que recordarles su responsabilidad personal e, implícitamente, el valor trascendente de las propias acciones y omisiones. Las doncellas prudentes les niegan a sus compañeras el aceite, pero no la luz de sus lámparas. La luz está mantenida y alentada por algo –la fe vigilante- que es intransferible, como lo es la vida personal.

Cada cual tiene su interioridad de la que saca la luz de su fe. Tiene –o no tiene- su aceite: amor a Dios y al prójimo, generosidad, trabajo, sinceridad, firmeza de propósitos, ideales nobles, capacidad de lucha consigo mismo, orden, pureza de vida, valores todos ellos que dan luz y que indican el calibre de nuestra fe.

Hemos de vivir, no de espaldas al mundo, sino inmersos en él, llenos de nuestra espiritualidad cristiana, para desde ella, imprimir al mundo una nueva visión de las personas y de las cosas. No sabemos ni el día ni la hora, pero tenemos una misión que cumplir en un mundo difícil del que el cristiano –ciudadano al mismo tiempo del cielo y de la tierra- debe sentirse responsable. El cristiano está llamado a ser sal y luz (cf. Mt 5,13-16).

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