miércoles, 25 de junio de 2014

Homenaje a D. Miguel Castillejo Gorraiz en la Real Academia de Córdoba

Salón de Columnas | Edificio "Pedro López de Alba" de la Universidad de Córdoba
26 de junio | 20,00 horas



El próximo jueves 26 de junio la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba celebrará sesión extraordinaria y pública en homenaje a D. Miguel Castillejo Gorraiz, con el siguiente programa:
1.- Palabras de recepción y bienvenida, por el Excmo. Sr. Dr. D. Joaquín Criado Costa, director de la corporación.
2.- Apertura de la sesión, dedicada a la antigüedad académica del Ilmo. Sr. Dr. D. Miguel Castillejo Gorraiz, Académico Numerario.
3.- "Laudatio" del homenajeado por el Ilmo. Sr. Dr. D. Manuel Gahete Jurado, Académico Numerario.
4.- Concierto de piano y violín, a cargo de D. José García Moreno, Académico Correspondiente y profesor de piano del Conservatorio de Música de Lucena, y Dª Lourdes Hierro Laguna, profesora del mismo centro: "Sonatas para violín y piano Nº1 y Nº 8" de Beethoven.
5.- Palabras del homenajeado.
6.- Clausura de la sesión, por el Excmo. Sr. Dr. D. Joaquín Criado Costa. 

Jueves 26 de junio
Salón de Columnas del Edificio "Pedro López de Alba" de la Universidad de Córdoba
c/ Alfonso XIII, 13.
20,00 horas

martes, 17 de junio de 2014

Velada poético-musical

Martes, 24 de junio | 20,30 horas 
Salón de actos | Fundación Miguel Castillejo

El próximo martes día 24 de junio tendrá lugar en el patio de la Fundación la Velada poético-musical del amor humano y sus ámbitos. En la que se llevará a cabo una lectura de la obra de Encarna y Antonio León Villaverde.

La actividad, que será presentada por Manuel Gahete Jurado, ha sido organizada por la Asociación Colegial de Escritores de España, sección Andalucía.

Contaremos, además, con la actuación del Grupo Serenata.

Concierto de Fin de Curso por la Coral Miguel Castillejo

Sábado, 21 de junio | 21,00 horas 
Salón de actos | Fundación Miguel Castillejo

El próximo sábado 21 de junio, a las 21,00 horas, tendrá lugar en la sede de la Fundación Miguel Castillejo el Concierto de Fin de Curso a cargo de la Coral Universitaria Miguel Castillejo y con el siguiente programa:

Programa: 

- El barberillo de lavapiés (Coro de entrada). F. A. Barbieri.
- La canción del olvido (Canción de Leonello). J. Serrano.
- La Chulapona (Chotis). F. Moreno Torroba.
- Los claveles (Que te importa que no venga). J. Serrano.
- Luisa Fernanda: Luché la fe por el triunfo, Mazurca de las sombrillas, Coro de vareadores. F. Moreno Torroba.
- La Revoltosa (Dúo de Felipe y Maripepa). R. Chapí.
- Doña Francisquita (Coro de románticos). A. Vives.
- Don Gil de Alcalá (Habanera). M. Penella.

Solistas:

- Conchi Martos (Soprano).
- Silvia Naranjo (Soprano).
- José Miguel Torres (Barítono).
- Ángel Jiménez (Barítono).
- Domingo Ramos (Barítono).

Piano: Silvia Mkrtchian.

Director: Ángel Jiménez.


* Entrada libre hasta completar aforo.

jueves, 12 de junio de 2014

Presentación del libro "La mañana del horror y otros relatos" de Manuel Villegas Ruiz

Lunes 16 de junio
Salón de actos de la Fundación



El próximo lunes 16 de junio tendrá lugar en el salón de actos de la Fundación Miguel Castillejo la presentación del libro "La mañana del horror y otros relatos", de Manuel Villegas Ruiz. Presenta al autor Rafael Martínez Segura.



Lunes 16 de junio
20, 00 horas
Entrada libre

Fiesta de la Trinidad



Éx 34,4-6.8-9: Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso.
2 Cor 13,11-13: El Dios del amor y de la paz estará con vosotros.
Jn 3,16-18: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único.


En esta fiesta de la Santísima Trinidad nuestra reflexión ha de girar lógicamente en torno al tema de Dios, vértice y eje de todo el pensamiento teológico, filosófico y antropológico. Un tema que ha ocupado y preocupado al hombre de siempre, porque Dios es el epicentro y el punto de referencia de todo lo que nos configura como personas.
Dice u nviejo adagio, y dice bien, que <<del enemigo el consejo>>. Voltaire, enemigo declarado de la religión y de la Iglesia, expresaba lo siguiente a propósito de Dios: <<Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y el hombre se ha vengado pagándole con la misma moneda, es decir, haciéndose también el hombre un dios a su imagen y semejanza>>. En la misma línea se manifiesta nuestro literato Ramón María del Valle Inclán, para quien <<este miserable pueblo nuestro transforma todos los grandes conceptos en cuentos de beatas costureras. Nuestra religión es una chochez de viejas beatas>>. Posiblemente lo que quieren decir uno y otro es que el misterio de Dios, misterio de la Trinidad, no es una cuestión baladí de la que se pueda hablar alegremente. El dogma trinitario es insondable. Es mucho más lo que no sabemos de Dios que lo que sabemos, comenda con agudeza intelectual Santo Tomás de Aquino.
En los primeros siglos de su andadura por la historia, la Iglesia tuvo que ir ajustando y definiendo sus dogmas. Para ello, tuvo que echar mano de los conceptos filosóficos de la cultura griega, pasándolos, lógicamente, por el tamiz de la fe. Conceptos como naturaleza, persona o sustancia, configuraron el dogma trinitario como herramientas de trabajo para explicar lo inexplicable, y como términos clarificadores y dadores de sentido frente al universo herético en ciernes. Todavía recordamos cuando nos hacían aprender de memoria aquello de que en Dios hay tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y un solo Dios verdadero.
En un segundo momento de la evolución del pensamiento cristiano, Santo Tomás de Aquino, gran comentador de Aristóteles, nos presenta a Dios como el primer motor, la causa primera que crea y mueve todo cuando existe en el mundo. Por eso, el mismo Santo Tomás comentaba con acierto que nada de cuanto hay de negativo en la existencia humana se le puede achacar a Dios; sin embargo, todo cuanto hay de positivo es digno de Dios. Con todo, la creación es sólo y nada más que un pálido reflejo del Creador. Dios la supera en grado sumo e infinito. Por eso, Dios es esa gran incógnita, esa otra orilla hacia la que vamos.
En una tercera etapa, la perspectiva filosófica de Dios ha dado paso a la perspectiva existencial y de sentido de la vida. Dios no es un concepto frío, tratable y manipulable. Dios es ante todo Padre, amor, misericordia. La Trinidad es, análogamente hablando, el hogar del infinito amor de Dios. En ese amor y en las relaciones de amor de las divinas personas se fundamenta el dogma trinitario. En la Biblia entera  vemos claramente cómo Dios es amor. En la primera lectura hemos leído: <<Dios es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en perdón>>; por eso, no nos extraña que nos diga San Pablo que Dios es nuestro Padre y nosotros sus hijos.
En la fiesta de la Santísima Trinidad nuestra reflexión central tiene que ser ésta: Dios me ama; Dios es mi amigo. Dios no es, en consecuencia, el Dios del palo, el Dios justiciero, el Dios del miedo que en otros tiempos quisieron dibujarnos. Dios es amor y por amor nos ha enviado a su Hijo para salvarnos y para encontrar en Él el camino de vuelta al Padre: <<Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí>> (Jn 14,6). Esto es posible porque cuando Cristo resucitó fue sentado a la derecha del Padre, no nos dejó huérfanos sino que nos envió al Paráclito, espíritu consolador, espíritu que nos fortalece, que nos anima e impulsa a vivir con hondura, con entrega y con generosidad nuestra vida de fe, de esperanza y de amor, ejes axiológicos de nuestro ser y quehacer cristianos.
Igualmente, la fiesta de la santísima Trinidad es también una invitación seria a la comunión de todo el Pueblo de Dios, de toda la Iglesia. La más sublime comunión es la de la Santísima Trinidad, porque es la unidad absoluta (un solo Dios) en la pluralidad (tres personas); o a la inversa: la pluralidad en la unidad. Esta comunión es a la que está llamada también la Iglesia, comunidad de amor, de fe, de esperanza, que crea el Espíritu, estrechándola con la paz. Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una es también la esperanza que os abrió su llamamiento; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos>> (Ef 4,3-5). Por eso, la Iglesia, que se define como <<comunidad de creyentes>>, cuando no vive la dimensión de la comunión divina, no es misionera de Dios ni de la salvación de Dios. La comunidad no es una yuxtaposición de personas, sino una unidad de corazón: <<En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo>> (Hch 4,32). El fin de la comunidad no es el orden, sino la comunión de las personas en el amor. La comunidad, pues, ha de reflejar el amor trinitario: el amor del Padre revelado por el Hijo e infuso en nosotros por el Espíritu Santo.
Mis queridos hermanos y amigos, el misterio de la Santísima Trinidad es para toda la Iglesia y para nosotros, cristianos de a pie, un gran reto: ser modelos del amor trinitario, fundamento de la unidad. Sólo así podemos ser mensajeros del Dios vivo: <<Que sean todos uno, como tú Padre estás conmigo y yo contigo; que también ellos estén con nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste>> (Jn 17,21).

viernes, 6 de junio de 2014

Domingo de Pentecostés



Hch 2,1-11: Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar.
1 Cor 12,3-7.13-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.
Jn 20,19-23: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.


La fiesta de Pentecostés que hoy celebramos, era una fiesta de origen hebreo que se celebraba siete semanas después del corte de las primeras espigas, en la que se ofrecían dos panes de harina nueva, cocida con levadura, en señal de renovación. Pentecostés se une así a la historia de la salvación del pueblo de Israel y a las prerrogativas de la Alianza.
La fiesta cristiana de Pentecostés tuvo desde el principio un significado distinto. Era la efusión del Espíritu y la vocación de la Iglesia al universalismo. Pentecostés es la fiesta del Espíritu, es decir, el don de Dios a la Iglesia. El Espíritu otorga dones a todos los creyentes, carismas que los cristianos ponen al servicio de toda la comunidad. Pentecostés es la luz luminosa del Espíritu que nos explica todas aquellas realidades que nos dejó el Resucitado. El espíritu consolador que el Señor nos envía llena nuestros vacíos, conforma nuestras mentes, sacia nuestra hambre y nuestra sed, nos alimenta con su impronta de paz y de consuelo, nos anima con la bondad, nos fortalece con su fuerza y nos prepara para recorrer los caminos de la Iglesia. Los cristianos celebramos el espíritu que nos confirma y nos enseña con claridad las enseñanzas de Cristo, su camino de liberación, la realidad proclamada de su reinado y la andadura gloriosa de la Pascua eterna. El cristiano es, pues, la acción santificadora del Espíritu. La salvación de Cristo ha sido posible gracias a la acción santificadora del Espíritu Consolador.
La fiesta de Pentecostés es así un reto en la vida eclesial. Del mismo modo que el Espíritu divino invadió a los jueces, posó su aliento sobre los reyes, insufló la Palabra divina a los profetas, animó a todos a recrear un mundo nuevo, a restañar viejas heridas, a volver del desierto a la tierra prometida, a ser viento, luz, brisa y fuego, así también invade y penetra en el corazón de la Iglesia, santificándola, renovándola, enviándola a predicar el Reino de dios a todo el mundo.
Pentecostés es por excelencia una fiesta misionera. La recepción del Espíritu por los apóstoles tiene como objetivo principal realizar la misión que Jesús les encargó: <<Id y haced discípulos de todos los pueblos>> (Mt 28, 19), según vimos en la fiesta de la Ascensión del Señor. El Paráclito es el gran propulsor de la obra evangelizadora de la Iglesia naciente, es la fuerza vigorosa que mantiene a la Iglesia incólume frente a los avatares del mundo.
Los discípulos de Cristo son santificados en la verdad y son guardados en el nombre del Padre (cf. Jn 17,11). Ahora el Espíritu es el principio de la vida nueva y de la santificación. Ésta es la condición eficaz para los discípulos en orden a la misión. La fe pascual no consiste en identificar a la fuerza el testimonio pentecostal que los discípulos habrán de ejercitar su misión, sino creer en Cristo para poder ser sus testigos. El Espíritu es el que los santifica en la verdad para poder llevar su mensaje al mundo (cf. Jn 17,17-19).
La recepción del Espíritu Santo implica vivir instalados en la paz, en la armonía, en la serenidad interior, que no es otra cosa que vivir desde la dimensión del perdón de Dios, sin el que nada le es posible al hombre. Por eso, muy sabiamente se canta en la secuencia al Espíritu Santo: <<Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento>>. El Espíritu Santo es quien nos ayuda y custodia en el difícil y largo camino de la santidad. Es verdad que siempre hemos de aplicar el adagio:<<A Dios rogando y con el mazo dando>>; es verdad que no podemos eludir nuestra responsabilidad y esfuerzo personal a la hora de forjar nuestra santidad personal; sin embargo, no es menos verdad que todo nuestro esfuerzo humano no es capaz de hacernos avanzar ni un milímetro sin la gracia de Dios. La santidad no es cuestión de empeño personal únicamente; es ante todo cuestión de gracia y don del Espíritu santificador. Sin el Espíritu vivificador no somos más que unos tristes <<cadáveres espirituales>>, en expresión del sacerdote y periodista J.L. Martín Descalzo.
Mis queridos hermanos y amigos, abramos el corazón de par en par a la gracia de Dios. Dejémonos querer por el amor de Dios; dejemos que la fuerza de su Espíritu fortalezca nuestras debilidades, aumente nuestras ilusiones, llene de sentido nuestros vacíos interiores. Invoquemos y pidamos al Espíritu que derrame en nosotros sus dones, para que vivamos desde la dimensión de la ciudad, para amar intensamente; del gozo, para alegrarnos con los demás ; de la paz, para crear estructuras de diálogo y entendimiento entre todos los hombres; de la paciencia, para aceptarme a mí mismo como soy y aceptar a los demás como son; de la bondad, para hacer visible al mundo la misericordia de Dios; de la generosidad, para comprender todas las situaciones humanas.