viernes, 31 de enero de 2014

Cuarto domingo del tiempo ordinario

Sof 2,3; 3,12-13: Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde.
1 Cor 1,26-31: Dios ha escogido lo débil del mundo.
Mt 5,1-12: Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino Dios.

El Evangelio que la Iglesia nos muestra en este cuarto domingo del tiempo ordinario nos expone, sin componendas de ningún tipo, cuáles son las reglas del juego de un buen cristiano, es decir, en qué consiste el programa de nuestra santificación. Estamos hablando, naturalmente, de las bienaventuranzas, carta programática del Reino de Dios. Sería interminable hacer una exégesis completa de cada una de las ocho bienaventuranzas, por ello me voy a fijar en dos, sumamente aleccionadoras para todos nosotros. Quisiera aclarar, no obstante, que el camino de las bienaventuranzas que Jesús abre para nosotros, tiene una cierta analogía y semejanza con los Mandamientos de Dios, por cuanto éstos son las reglas fundamentales que vertebran nuestra relación con Dios y con los hombres; las mismas que determinan el contenido de las bienaventuradas.

En las bienaventuranzas, Jesús no da órdenes, como es el caso de los Mandamientos, sino que marca caminos, indica actitudes de vida, precisas y necesarias para alcanzar la felicidad, la santidad o la sabiduría. Las bienaventuranzas son las grandes utopías de la vida cristiana, que, como ideal, dinamizan los cimientos mismos que sostienen nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor. En realidad, Jesús nos está trazando las coordenadas de un corazón feliz, es decir, de un corazón sensible, porque no es ajeno a la realidad que le circunda, sino que la siente y se compromete  con ella para redimirla; de un corazón limpio, porque es noble y transparente; de un corazón libre, porque sólo Dios es su Señor; de un corazón no violento, porque el amor no incluye la violencia; de un corazón acogedor, abierto al diálogo, misericordioso, paciente, porque entiende que el secreto de la felicidad no está en tener, sino en ser.

La primera bienaventuranza es, exegéticamente hablando, muy discutida. San Mateo nos habla de <<los pobres de espíritu>>, mientras que San Lucas sólo se refiere a <<los pobres>>, sin el matiz <<de espíritu>>. Para San Mateo, los pobres son los anawin, o <<pobres de Dios>>, como bien lo expresa el profeta Sofonías en la primera lectura de la liturgia de este domingo. En este sentido, <<pobre>> no se circunscribe sólo a la dimensión material, sino que abarca otros horizontes de comprensión.

No son pocos los que, haciendo una interpretación puramente materialista de esta bienaventuranza, postulan una exégesis que no supera la dimensión economicista: bienaventurados los que no tienen absolutamente nada, los que no tienen ni un duro, sin advertir que hay pobres materiales de solemnidad dominados por la ambición desmedida del dinero y por la envidia y el odio hacia quienes tienen más que ellos. Otros, como muchos creyentes ricos o adinerados, optan por una interpretación excesivamente laxa, estableciendo una clara diferencia, casi esquizofrénica, entre las <<cosas>> del espíritu y las <<cosas>> materiales. Por eso, esta interpretación hace compatible el amor a Dios con el amor a las riquezas, planteamiento condenado de facto por Jesús (cf. Mt 6,24). Son los que piensan que su espíritu está despegado de las riquezas, pero no su corazón, viviendo únicamente para ganar, atesorar y acumular. Aunque digan: <<Señor, yo creo en ti, tú eres mi Dios>>, en el fondo viven como si Dios no existiera.

Por tanto, <<pobre>> no es sólo el que no tiene dinero, sino también –y sobre todo- el que se sabe en las manos de Dios, porque el hombre nada es ante la grandeza divina. Es saber que <<con Dios lo puedo todo>>, y sin Él, nada. Pobre es el que tiene claro que <<no se puede servir al mismo tiempo a dos señores: a Dios y al dinero>>, porque el amor a Dios tiene que llenar toda su vida.

Las bienaventuranzas que nos hacen felices son las que nos invitan a compartir, a comunicar nuestras riquezas, sean o no materiales. Son las que nos enseñan que la sabiduría de la vida no consiste tanto en recibir, como en dar; tanto en acumular, como en compartir con alegría y generosidad.

<<Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia>> es la segunda bienaventuranza que quería comentar. <<Misericordia>>, según las Etimologías de San Isidoro, viene del latín miseris cor dare, <<dar el corazón a los más humildes>>, a quienes padecen la flagelación del sufrimiento, del dolor, de la soledad. Es hacer nuestro el sufrimiento de Cristo, presente en todos los hermanos postrados por enfermedades o abandonados por todos. Es concretar con <<pelos y señales>> el mandamiento del amor: el amor a Dios y el amor al prójimo; éste, inseparable de aquél.

Mis queridos hermanos, seamos misericordiosos, juzguemos con comprensión y con amor las faltas de los demás, y las nuestras propias con dureza. Enmendemos nuestra propia conducta. Analicemos con profundidad nuestra conciencia, pero seamos comprensivos, indulgentes y misericordiosos con el prójimo, nuestro hermano.

miércoles, 29 de enero de 2014

Mientras soñaba...(al oeste del Sáhara)

Viernes, 07 de febrero | 20,00 horas 
Salón de actos | Fundación Miguel Castillejo


El próximo viernes 7 de febrero tendrá lugar en el salón de actos de la Fundación Miguel Castillejo la presentación del libro "Mientras soñaba...(al oeste del Sáhara)" de Agripín Montilla Mesa, acto organizado conjuntamente por esta Fundación, la Asociación Cordobesa de Amistad con los Niños Saharauis (ACANSA) y la editora Ediciones Litopress.

Dicho acto contará con las intervenciones del autor, de los representantes de las entidades organizadoras y del delegado saharaui en Cádiz Ma-el-Aiuin-Embarek

Puedes comprar la novela y conocer un poco más su historia aquí.

miércoles, 22 de enero de 2014

Tercer domingo del tiempo ordinario

Is 9,1-4: El pueblo que  caminaba en tinieblas vio una luz grande.
1 Cor 1,10-13.17: ¿acaso está dividido Cristo?
Mt 4,12-23: Vino a Cafarnaún para que se cumpliese lo que había dicho el profeta Isaías.

Voy a contar una anécdota de la que quizá muchos fuimos testigos. Vallejo Nájera, ya en los últimos días de su vida, tuvo una comparecencia pública en televisión. A lo largo de una entrevista que le hicieron contó cómo fue el inicio de su fe, forjadora de su honda visión cristiana de la vida. Todo empezó a raíz de su amistad con dos padres misioneros en Filipinas. En cierta ocasión, éstos le contaron que llevaban ya treinta y dos años allí y que aún no habían conseguido ninguna conversión al cristianismo. Entonces les preguntó nuestro insigne psiquiatra: <<¿Y no os habéis desanimado estando sólo los dos y sin alcanzar nunca el objetivo?>>. Entonces, uno de los padres misioneros le contestó: <<Pero es que no somos dos, sino tres. Con nosotros está Jesucristo>>.

El Evangelio de San Mateo, que vamos a leer durante todo el tiempo ordinario de este ciclo litúrgico, se centra hoy en el inicio de la vida pública de Jesús. El mensaje que nos relata el Evangelio va en línea con la labor de estos dos misioneros que trabajaban con Jesucristo. El cardenal Martini, arzobispo de Milán, lo comenta en el sentido que os voy a indicar. Jesucristo, llegado ya el momento de su vida pública, deja Nazaret y se va a Cafarnaún, cerca del lago de Genesaret. Cafarnaún era una ciudad de cruces de civilizaciones, cosmopolita, dotada de los mayores adelantos que entonces existían con respecto a las posibilidades del Imperio Romano. Allí comienza Jesús el itinerario de vida misionera y apostólica, enseñándoos, así, la universalidad de la misión.

Los cristianos somos muy conservadores y muy dados a encerrarnos en nuestro <<Nazaret>>; en nuestro pequeño mundo, en nuestro entorno social y cultural, en nuestras costumbres, allí donde lo pasamos muy bien, donde nadie nos complica la vida. Frente a ello, el Evangelio nos presenta a Jesús rompiendo las barreras de las estrechas miras humanas, porque el Evangelio de Dios, la Buena Nueva, es buena Noticia para todos los hombres, sin distinción de razas, pueblos o naciones. Dios no es ni blanco, ni negro, ni chino, ni europeo. Dios es todo en todos.

La universalidad también está en la llamada de Jesús a sus discípulos. Les invita a seguirle, esto es, a trascender las fronteras de sus situaciones para instalarse en el  corazón de todos los hombres sin distinción. Jesucristo nos invita, por tanto, a que le sigamos, a que también nosotros vayamos a nuestro Cafarnaún, a ese Cafarnaún complicado del mundo de los incrédulos, de los agnósticos, de tantos y tantos que hoy no aceptan el cristianismo, del mundo que nos resulta esforzado y heroico vivir; a ese Cafarnaún, en suma, encrucijada permanente de los caminos de nuestra vida. Jesús nos llama y nos convoca para vivir en el encuentro y en la comunión permanente con nuestros hermanos, sin otras armas que  la Palabra de Dios, como bien lo expresó en una canción religiosa Cesáreo Gabarain: <<Señor, me has mirado a los ojos, en la arena he dejado mi barca, junto a ti buscaré otro mar>>. En el seguimiento de Cristo no se trata, por tanto, de <<traer>>, sino de <<abandonar>>. No se trata de mirar al pasado, sino de construir con esperanza el futuro.

En una sociedad como la nuestra en la que se van perdiendo los principios morales y religiosos, es necesario que todos y cada uno de los cristianos seamos misioneros y prediquemos a Cristo aunque nos parezca que conseguimos poco, aunque nos suceda lo mismo que a los dos misioneros de Filipinas. Escribía Yves Congar: <<Cada día Cristo me llama, cada día impide detenerme; su palabra y su ejemplo me arrancan de la tendencia instintiva que me retendría pegado a mó mismo, a mis costumbres, a mi egoísmo. Yo le pido que tenga conmigo la misericordia de no dejarme en mí mismo, sentado en mi tranquilidad>>. Lo importante es seguir haciendo el bien, como lo hizo Jesús; que se note que somos cristianos comprometidos, cristianos que no permanecen indiferentes ante el dolor, el llanto y el sufrimiento de los hombres, sus hermanos. Lo importante es también que nos entusiasmemos con Jesucristo, que nos enamoremos de Jesucristo, que nos identifiquemos con Él. Un autor árabe comentaba que <<el que tiene el mal de Jesús nunca se cura de él>>. ¡Ojalá todos estuviésemos enfermos de ese mal!, el mal de habernos enamorado de Jesucristo, de habernos entregado a Él, de saber que sólo Él es la salvación; el mal de seguir sus mismos pasos, dejando nuestras orillas, nuestras aldeas, las parcelas de nuestros descansos.

Pidámosle hoy al Señor que nos conceda el don de saber renunciar a nuestros inmovilismos como paso necesario para seguirle en su camino, lanzándonos a lo novedoso, asumiendo el riesgo que exige entrega, imaginación y creatividad por la causa de Cristo, de modo que el Reino de Dios sea una realidad palmaria, y no sólo un proyecto lejano en el horizonte. Hagamos nuestra esta súplica: ¡Señor Jesús! que todos nos sintamos alegres de estar enfermos de ti, de sentirnos heridos por ti y por tu amor, y que te sigamos donde quiera que tú estés

jueves, 16 de enero de 2014

Segundo domingo del tiempo ordinario

Is 49,3.5-6: Te hago luz de las naciones.
1 Cor 1,1-3: Gracia y paz os dé dios, nuestro Padre, y Jesucristo, nuestro Señor.
Jn1,29-34: Éste es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Una de las preguntas que con más fidelidad pueden medir la autenticidad de nuestra fe y de nuestro compromiso cristiano es la que apunta directamente a la identidad de Jesucristo: ¿Conocemos a Jesús? ¿Sabemos quién es realmente Jesucristo? Porque aquí de lo que se trata no es sólo de un conocimiento de la razón; aquí también hay que hablar de un conocimiento del corazón, como elegantemente apuntó Pascal. Conocer a Jesucristo implica identificarse con Él y con su obra de salvación, vivir con las claves y pautas de vida del Evangelio que él proclamó.

Dios pasa una y otra vez por nuestra vida. Su mirada se cruza con la nuestra y, sin embargo, no acabamos de detectarlo porque Dios sigue siendo una de nuestras grandes asignaturas pendientes. Sentimos deseos y nostalgia de Dios pero no sabemos de qué Dios se trata. Cuando hablamos de dios, no es de Dios de quien hablamos, sino de las teorías intelectuales sobre Dios porque no conocemos ni experimentamos la vida de Dios. Ésta fue la íntima intuición de San Agustín cuando afirmaba: <<Temo a Dios que pasa>>. Es decir, temo que en ese <<cruzar de Dios>> por mi vida, me pase totalmente desapercibido.

Nosotros, tú, yo, el de más allá, ¿conocemos a Jesús? ¿Le hemos encontrado? ¿Le hemos reconocido? ¿Le hemos hablado? Es decir, ¿la fe ha estremecido las estructuras existenciales de nuestro ser? Porque una cosa está clara: mientas nuestra fe no nos interrogue, no nos inquiera, no nos exija o no nos lance al compromiso, nosotros no conocemos a Jesucristo. Porque la fe no es un creer sin más a un montón de dogmas, de artículos del catecismo; la fe es descubrir a Dios en el corazón y en la vida y enamorarse de Él. La fe es identificarse en  cuerpo y alma con el Jesús de los Evangelios, es amar a Jesús y su causa, como proyecto de vida. Aquí radica la distinción entre los que son cristianos sólo de nombre, y los que lo son <<en espíritu y verdad>>. De nada sirve, creer mucho y no vivir nada, como bien argumenta el apóstol Santiago (cf. 2,14-26).

Vivimos en un mundo y en una sociedad en la que, como en su día comentó el filósofo alemán Inmanuel Kant, el hombre ha alcanzado <<la mayoría de edad antropológica>>, ha llegado al cenit de la autonomía personal de sus decisiones sobre sí mismo y sobre sus asuntos vitales, y Dios ha quedado relegado a un segundo o un tercer plano. Es una situación de una clara prepotencia de lo humano y de una pérdida progresiva del sentido de lo divino. En una situación así, ¿cómo encontrar y descubrir a Dios? ¿Cómo sabemos que quien pasa ante nosotros es Dios? ¿No será, acaso, uno de los muchos ídolos que los hombres nos hemos fabricado? Dios, ¿es Dios, o es un sucedáneo de Dios? He aquí un buen racimo de preguntas que nos toca contestar a cada uno en particular, si es que de verdad nos interesa y preocupa Dios.

Una cosa está clara, sólo dios salva; sólo Jesucristo es el auténtico <<cordero de Dios que quita el pecado del mundo>>. Los hombres no salvamos; los ídolos que nos fabricamos, tampoco. Posiblemente seamos <<mayores de edad>> en temas como las libertades, el progreso de la razón o la conquista de los derechos humanos, pero aún somos <<menores>> en el tema de la fe. Hemos crecido en <<estatura humana>> delante de los hombres, pero no hemos crecido en <<sabiduría>> delante de Dios. Lo que más necesitamos los cristianos en estos tiempos de increencias es renovar una y otra vez nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor. Estamos necesitados de una conversión profunda y sincera, que tambalee todos los rincones de nuestra vida aburrida, cansada, monótona, vacía. Necesitamos recuperar el sabor de la sal y el brillo de la luz para contagiar a los demás la alegría del encuentro con Jesucristo y con su salvación.

Ser cristiano es vivir, no vegetar. Es encontrarse con Jesucristo, reconocerlo como Dios y amarlo. En esto consiste la fe. Vittorio Messori, convertido al cristianismo, afirma que la clave de que el cristianismo se extendiera en tiempos de los apóstoles estuvo en el entusiasmo y en la coherencia de vida de los mismos cristianos, enamorados de Cristo, identificados con su causa, hasta el punto de afrontar incomodidades, persecuciones e incluso el martirio. Y es que sólo la fe que está avalada por la misma vida es fe misionera y apostólica, capaz de mover montañas.

Mis queridos amigos y hermanos: busquemos a Dios; encontrémoslo; descubramos a Jesucristo como el único <<cordero de Dios que quita el pecado del mundo>>. nos hace falta hoy esa experiencia viva, individual o comunitaria de que no sólo en Jesús podemos encontrar el perdón de nuestro pecado, sino también la fuerza y la gracia que nos lleve a decir como el Bautista: <<Yo lo he visto>>. Y  de esta vivencia de fe es de donde surge el testimonio.

miércoles, 15 de enero de 2014

Cartel de la Semana Santa de Córdoba 2014


En un acto celebrado ayer en el salón de actos de la Fundación Miguel Castillejo se ha dado a conocer el cartel anunciador de la Semana Santa de Córdoba 2014.

La fotocomposición ha sido realizada por el vocal artístico de la Agrupación de Hermandades y Cofradías, José Ignacio Aguilera Castelló. En ella aparece Nuestro Padre Jesús del Calvario, obra del trinitario descalzo Fray Juan de la Concepción, fechada en 1723 y titular de la Cofradía establecida en la parroquia de San Lorenzo.

En ella el autor ha querido hacer referencia a las palabras de Jesús "El que quiera seguirme que cargue con su Cruz y me siga". Con la penitencia hallamos la Misericordia y el Perdón de Dios y se nos abre la puerta del Reino de los Cielos, el acceso a la Jerusalén celeste descrita en el libro del Apocalipsis; la ciudad amurallada con las doce puertas, una de las cuales viene representada por la Puerta del Perdón de la Santa Iglesia Catedral la cual, figuradamente, se encuentra custodiada por San Rafael. Si observamos a través de la puerta, entre nubes, se ve la muralla de la ciudad que viene representada por la fachada oeste de la Santa Iglesia Catedral.

miércoles, 8 de enero de 2014

Fiesta del Bautismo del Señor

Is 42, 1-4.6-7: Te he llamado para que abras los ojos de los ciegos.
Hch 10, 34-38: Dios ungió a Jesús con la fuerza del Espíritu Santo.
Mt 3, 13-17: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.

La historia de los hombres es una historia esencialmente de pecado amasada con injusticias y violencias sin cuento. Es una historia que, por lo mismo, ha generado múltiples sistemas <<redentores>> y <<salvadores>>, que, o bien se han hundido en sus sueños prometeicos inalcanzables, o bien han esclavizado aun más al mismo hombre. La historia humana se convierte así en un gigantesco fracaso, porque el hombre no puede redimirse a sí mismo, no puede liberarse del pecado con el pecado mismo que lo atenaza y casi define. El hombre y la historia humana es radical y ontológicamente incapaz de generar su propia salvación. ¿Cómo alcanzar el cielo con la sola ayuda de las fuerzas humanas? ¿Cómo romper y liberarse del mal estructural y estructurado que atenaza la convivencia y relaciones humanas? No existen milagros humanos. Los únicos milagros son de origen divino. Sólo Dios es capaz de salvar y de liberar, de romper con las redes del pecado, de dotar de la luz de la trascendencia a la oscura inmanencia, de sembrar en el hombre el germen y la semilla de la vida eterna.

La fiesta del Bautismo de Jesús es el símbolo de la historia de Dios presente en la historia de los hombres; tan presente que el mismo hijo de Dios se hace hombre como nosotros menos en el pecado, porque si el mismo Dios se hace pecado ¿quién podría, entonces, liberarnos de él? Jesús, con la fuerza del Espíritu liberará a los oprimidos y pasará haciendo el bien para vencer así al mal. Su bautismo en el Jordán no significa, en consecuencia, que tenga que ser salvado de pecado alguno sino, más bien, que Dios lo inviste con autoridad y poder, con la <<fuerza del Espíritu Santo>>, poder de Dios, para que pueda realizar la misión de redimir, salvar, curar, sanar, todo lo que está podrido.

De este modo, hay una radical diferencia entre el bautismo de Juan y el de Jesús. El de éste era un bautismo de conversión, de preparación para recibir la salvación que nos llega de parte de Dios mismo; el de aquél es un bautismo de salvación, porque es Dios mismo quien, con la fuerza de su Espíritu, nos salva.
Así, la fiesta del Bautismo del Señor es una confesión de fe en la divinidad de Jesucristo y una declaración profunda de su humanidad. Sólo Dios nos salva, porque el hombre es ontológicamente incapaz de ello. Pero al mismo tiempo, Dios nos salva <<desde dentro>>, desde el hombre mismo, <<poniéndose a la cola>>. Ahora bien, este <<desde el hombre mismo>> no significa, ni mucho menos, <<al modo del hombre>>. Jesús promoverá el bien y la justicia sin voces ni espectacularidades, sin privilegios ni excepciones, desde su condición del <<siervo de Yahvé>>.

El siervo del Señor es un elegido para una misión: anunciar en todas las naciones el derecho y la justicia, para socorrer, auxiliar, consolar, restañar y curar. El siervo no emplea la coacción, ni la violencia, ni la lucha propias de los <<modos>> de los hombres, sino la paz, la mansedumbre, la humildad, la sencillez. La liberación no es un programa político más, como son casi todas las propuestas humanas, sino que es el único programa de Dios. Por eso, San Juan Bautista advierte su pequeñez y la grandeza de Dios: <<Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?>>.

En esta solemne fiesta, Dios Padre nos invita a escuchar a Jesús. Y a Jesús se le escucha cumpliendo la voluntad de Dios: <<No todo el que me diga: ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre que está en el cielo>> (Mt 7,21). Ser cristiano implica vivir como tal, no sólo aparentarlo. Ser cristiano es llevar a efecto el mensaje de las bienaventuranzas: la confianza absoluta en Dios, puesto que sólo Él y nada más que Él salva; la misericordia y la compasión con los hermanos afligidos; la construcción de la paz y de las relaciones armónicas en las situaciones azotadas por las guerras y las discordias; la búsqueda y creación positiva de actos y actitudes de justicia, al mismo tiempo que la denuncia de todas las estructuras generadoras de las más sórdidas injusticias, mal endémico de nuestro mundo. Vivir todo esto es vivir nuestro bautismo por el que fuimos incorporados a Cristo.

Dios Padre nos invita a escuchar a su Hijo, a adentrarnos en los planes de Dios. Ésta será la única garantía de operar la salvación que Dios quiere. Quien escucha a Cristo es investido por Dios con la fuerza del Espíritu para que pueda realizar la obra de Dios mismo; quien no lo escucha realizará su obra humana, no la de Dios. Quien escucha a Cristo creará salvación en su entorno; quien se escucha a sí mismo, producirá muerte y destrucción.

Mis queridos hermanos y amigos, hoy es un buen día para reflexionar sobre el nivel termométrico del compromiso de nuestra vida cristiana y pedirle a Dios el don de la receptividad para acoger y vivir su Palabra en el corazón y en la vida.

viernes, 3 de enero de 2014

Segundo domingo después de Navidad

Eclo 24,1-4.12-16: La sabiduría habita en medio del pueblo elegido.
Ef 1,3-6.15-18: El Padre nos predestinó a ser hijos adoptivos suyos por Jesucristo.
Jn 1,1-8: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.

Uno de los fenómenos más populares de estas fiestas de Navidad, que ya van tocando a su fin, es el de los villancicos, en los que se canta y se ensalza el misterio de Belén, que, por otro lado, va sustituyendo paulatinamente a los tradicionales nacimientos en los hogares cristianos. Cada vez es más frecuente escuchar: <<Yo en mi casa pongo el Misterio>>, es decir, a la Virgen María con San José y el Niño Dios, acompañados de la mula y el buey.

De tantas felicitaciones como he recibido en estas fiestas, me ha llamado poderosamente la atención una en particular. En ella está impreso un pensamiento teológico escueto y profundo: <<Nada de la encarnación del Verbo, se ha hecho sin tener un sentido profundo. Jesucristo no ha venido a redimir a los ángeles sino a los hombres>>. Es el mensaje central de prólogo del Evangelio de San Juan que hemos proclamado en este domingo: <<El Verbo de Dios se hizo carne y acampó entre nosotros>>.

Observad, mis queridos hermanos, cómo la Iglesia durante estas fiestas vuelve reiteradamente al mensaje de la Encarnación redentora. Esta metodología está muy en línea con la que los grandes santos han usado para transmitir el mensaje espiritual del cristianismo. Entre ellos, pongo por ejemplo a San Ignacio de Loyola, quien en su libro de los Ejercicios espirituales habla de repeticiones, porque él entiende que a fuerza de repetir y repetir llega el ejercitante no sólo a saber las cosas, sino a paladearlas interiormente. Y lo que nuestra Madre de la Iglesia quiere es que, en medio del bullicio de las fiestas, no perdamos de vista el misterio de Belén, cantado y glosado por San Agustín en los siguientes términos: <<¡Oh admirable trueque, que para que Dios se haga hombre, los hombres hemos sido hechos dioses!>>. Efectivamente, lo que significa el misterio de Belén no es otra cosa que la encarnación de la divina sabiduría, que existió antes de los tiempos, que es eterna y que, en los tiempos inmediatamente antes de Jesucristo, el pueblo judío la personalizó, como aparece en el libro del Eclesiástico.

En el mundo clásico griego, en donde cinco siglos antes de Cristo irrumpe con fuerza la filosofía, a esta sabiduría, que ha llenado la tierra y que lo ha hecho todo, la llaman <<Logos>>, <<Palabra>>, <<Verbo>>, <<Razón universal>>. Xavier Zubiri, filósofo profundamente cristiano, nos dice que <<el cristianismo en sus comienzos encuentra la realidad de la verdad, es decir, lo que es el Todo, en la realidad divina del Logos, Palabra encarnada. Así, Dios, y en Dios Jesucristo, es la razón suprema y última de todo el universo>>.

Dios se hace hombre para que el hombre se haga semejante a Dios. Todos los hombres estamos llamados, convocados a la divinización, en virtud de nuestro ser, hijos de dios por la Redención de Jesucristo. Esta filiación divina es la que nos capacita y autoriza a llamar a Dios Padre nuestro. Éste es el centro de todo el mensaje de la Navidad.

Por tanto, en Dios todos hemos sido constituidos hermanos, y, en consecuencia, desde la perspectiva de Dios, somos vocación de entrega, de apertura, de donación generosa a los demás. Hemos sido creados para hacer el bien a todos los hombres, hermanos nuestros.

Pero el mensaje de la Encarnación redentora de Cristo es también un mensaje muy singularizado par a quienes nos decimos y somos cristianos, porque muchas veces creemos con los labios lo que no creemos en nuestro corazón, alejándonos así de lo que es vivir la verdad y las exigencias de la fe cristiana. si profundizamos en nuestra conciencia, mis queridos amigos, descubriremos cómo en muchos de nosotros se ha instalado el divorcio permanente entre el decir y el hacer; entre la fe confesada y la fe testimoniada. Por eso, quien desde <<fuera>> analice nuestra vida, ¿Acaso no nos verá como ateos de facto?

A Dios, como nos manifiesta San Pablo, hay que sentirlo, gustarlo, paladearlo interiormente, <<a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama>>. Dios ha pensado en cada uno de nosotros antes de la creación del mundo y nos ha elegido para ser santos e irreprochables, sobre todo irreprochables en nuestras buenas obras hechas por amor a Cristo.

Mis queridos hermanos, en este segundo domingo después de Navidad, pensemos serenamente en el misterio de Belén. Pensemos en Dios, que ha realizado un admirable intercambio haciéndose él mismo hombre para que toda la humanidad se divinice, y nosotros mismos por su gracia vivamos un cristianismo irreprochable.