domingo, 30 de noviembre de 2014

Conferencias de Otoño de Asociación Presencia Cristiana


Los próximos días 2 y 4 de diciembre (martes y jueves) tendrán lugar en el salón de actos de la Fundación Miguel Castillejo las Conferencias de Otoño organizadas por la Asociación Presencia Cristiana. 

Entrada libre.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Presentación de la bambalina frontal del nuevo paso de palio de María Santísima de la Trinidad

Lunes, 1 de diciembre
Salón de actos | 20,30 horas


El próximo lunes día 1 de diciembre tendrá lugar en el salón de actos de la Fundación Miguel Castillejo la presentación de la bambalina frontal del nuevo paso de palio de María Santísima de la Trinidad de la hermandad cordobesa La Santa Faz.
El acto será presentado por Enrique Saint-Gerons Herrera, Hermano de la Cofradía y colaborador del programa "Paso a paso" de Canal Sur Radio. Además, intervendrán D. Rafael de Rueda Burrezo, diseñador del nuevo paso de palio y D. Jesús Rosado Borja, del taller de bordado. 

jueves, 27 de noviembre de 2014

Primer domingo de Adviento

Is 63,16-17; 64,1.3-8: Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero.
1 Cor 1,3-9: Aguardamos la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.
Mc 13,33-37: Velad, pues no sabéis cuando vendrá el dueño de la casa.

Comenzamos el tiempo litúrgico del Adviento, tiempo que nos invita al gozo y a la esperanza, a la confianza en las promesas de Dios, siempre fiel y misericordioso con nosotros, los hombres.
En la primera lectura, el profeta Isaías pone de manifiesto una suprema verdad antropológica: las injusticias sociales son fruto de los pecados de los hombres. El hombre de todos los tiempos se engolfa inútilmente una y otra vez en su sueño de ser Prometeo, es decir, de querer ser Dios. Como resulta que el hombre no es Dios, una y otra vez es víctima de su propia soberbia, desde la que gobierna y mal dirige su vida <<hacia dentro>> y <<hacia fuera>>. Por eso, no puede extrañarnos el cúmulo de desatinos que jalonan la historia de las relaciones humanas: guerras, esclavitudes, opresiones, crímenes, etc.

El pueblo de Israel, después de la amarga experiencia del destierro, sabe que su único Señor es Dios, y nada más que Dios. Sin embargo, las ilusiones renacidas de una nueva vida se estrellaron a los pocos años con la realidad. El pueblo, como antes de su paso por el destierro, vuelve a las andadas: se olvida de Dios. Así, el antaño <<corazón de carne>> de este pueblo se convierte de nuevo en <<corazón de piedra>>, dando lugar a todo tipo de desajustes y pecados personales sociales. De ellos da buena cuenta la crítica profética.

Isaías nos descubre igualmente la suprema verdad teológica: sólo Dios salva. Sólo Dios mantiene su promesa de amor y de misericordia con los hombres. Sólo Dios es creador de vida, de ilusiones y esperanzas. Sólo la esperanza que proviene del corazón de Dios es capaz de <<hacer nuevas todas las cosas>>, de cambiar y transformar el corazón abatido del hombre. Por esta razón, el hombre, cuando con transparencia se mira en su interior, descubre que no hay más verdad que Dios, que sólo Dios es <<nuestro Padre>>, que <<somos todos obras de sus manos>>.

A este descubrimiento se llega desde la verdad del propio corazón que vive con los principios de la justicia que brota del amor. Con acierto, Isaías comenta que Dios <<sale al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de sus caminos>>.

El Evangelio de San Marcos es escueto, pero suficientemente denso y explícito. Con dos imperativos -<<mirad>> y <<vigilad>>-, Jesús nos pone en guardia. A Dios hay que buscarlo todos los días. La justicia, como el amor, no se tienen de una vez para siempre. Necesitan ser renovados como la fe en Dios, que si no se hace operativa en las obras concretas, acaba por disiparse.
El cristiano de esta hora ha de estar atento a los signos de los tiempos que le ha tocado vivir. No puede dormirse en los laureles. Nos guste o no, nuestra sociedad está atravesada de cabo a rabo por la increencia. El secularismo más recalcitrante es su tarjeta de visita y seña de identidad. Por eso, hemos de <<mirar>> y <<vigilar>> para que nuestra identidad cristiana no se vicie en su raíz con las propuestas seculares, porque <<si la sal se vuelve sosa, ¿con qué se le puede devolver el sabor?>> (Mt 5,13).
El cristiano tiene que ser realista, vivir en su mundo, en su sociedad. Pero este realismo no significa ser ingenuos. No todas las propuestas que nos llegan desde la sociedad son propuestas que estén de acuerdo con los principios cristianos. Así, el aborto, la eutanasia, el silencio de Dios, el hedonismo, la filosofía del <<todo vale>>, entre otras cosas, violan flagrantemente la fe, la esperanza y el amor cristianos. El realismo es optimismo, esperanza, alegría, confianza en el poder salvador de Dios que actúa por y en nuestras obras de justicia. Ser realista es, en definitiva, operar en el mundo los principios cristianos para que el reino de los hombres llegue a ser Reino de Dios, y no amoldarse acríticamente y dar por bueno todo l que nos llega de fuera.

De ahí, una vez más, la necesidad de mirar no sólo hacia fuera sino también hacia dentro, al propio corazón, centro de nuestro creer, querer y actuar. En él residen los grandes principios morales que dirigen nuestros pasos. Pero, y aquí es donde tiene cabida la llamada de Jesús, no podemos confiarnos, porque el corazón es ambivalente. Lo mismo que es la casa de nuestros grandes principios, es también el hogar de nuestros grandes pecados: <<De dentro, del corazón del hombre, salen las malas ideas: inmoralidades, robos, homicidios, adulterios, codicias, perversidades…>>> (Mc 7,21-23).

Hemos de vigilar nuestra vida como don y proyecto de Dios. Hemos de vigilar nuestro ser <<imagen de Dios>>, si es que queremos ser <<luz del mundo>> (Mt 5,14). ¿Cómo podemos iluminar al mudo con los rayos de la fe, si Dios no resplandece en nuestra vida? ¿ Cómo podemos inundar de gozo y esperanza a nuestra sociedad, si la desesperanza y el sinsentido son nuestros huéspedes permanentes? ¿Cómo podemos enseñar a los hombres la justicia, la misericordia y el amor de Dios, si nuestro corazón se ha olvidado de Dios? <<La vida –en bella expresión de R. Tagore- nos ha sido dada y sólo se merece dándola>>.

Mis queridos hermanos y amigos, vivamos plenamente este tiempo de esperanza y de plenitud de sentido. Busquemos a Dios con ahínco y firmeza. Operemos la conversión del corazón. Sintamos la necesidad de Dios, el único que en verdad nos salva. Vivamos el Adviento con su grito esperanzado y consolador: ¡Ven, Señor! Ven, Señor, a poner orden en mi corazón; ven, Señor, a poner confianza en mis desesperanzas; ven, Señor, y llena de ilusión y gozo mi vida, para que así yo pueda alegrar e ilusionar a otros.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Presentación del nº3 de la revista Troquel

Viernes, 28 de noviembre de 2014
20,30 horas

El próximo viernes 28 de noviembre tendrá lugar en el salón de actos de la Fundación Miguel Castillejo la presentación del número tres de la revista de letras Troquel, a cargo de las poetas Carmen de Silva (directora) y Beatriz Villacañas (consejo de redacción). Contaremos además con la intervención del escritor cordobés Pablo García Baena.
El acto finalizará con un recital del grupo musical "Serenata".



viernes, 21 de noviembre de 2014

Último domingo del tiempo ordinario: Jesucristo, Rey del Universo

Ez 34, 11-12.15-17: Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear.
1 Cor 15,20-26.28: Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies.
Mt 25,31-46: Se sentará en el trono de su gloria y separará a unos de otros.

En este último domingo del año litúrgico celebramos la festividad de Jesucristo Rey del universo. Una fiesta que fue instituida litúrgicamente por Pío XI en el año 1925, aunque en la historia de la Iglesia esta celebración es muy antigua. Así, por ejemplo, en la iglesia de San Martín de Rávena, una de las iglesias bizantinas más bellas que existen, en el centro del techo del ábside está expuesto Jesucristo, sentado en su trono como rey. Debajo de su mano izquierda tiene un libro, el libro de los siete sellos, el libro de la vida, y su mano derecha la tiene en actitud de bendecir. En las iglesias románicas posteriores, esta misma figura del Pantocrátor -Todopoderoso- está expuesta en sus fachadas principales. Por tanto, casi desde los primeros comienzos del cristianismo, Jesucristo fue ensalzado y celebrado como Rey del universo.

Sin embargo, en el Evangelio, la imagen que da el mismo Jesús es un tanto huidiza y alejada de todo título. Jesús es enemigo de que se le considere rey. Sólo en dos ocasiones Jesucristo manifiesta ser rey. Una, cuando Pilato pregunta a Jesucristo si es el rey de los judíos, a lo que Jesucristo contesta afirmativamente en cuanto a la literalidad, no en cuanto a la intención de la pregunta misma, porque las concepciones de Pilato y de Jesucristo sobre el reinado eran diametralmente opuestas. Pilato hablaba en términos humano-políticos; Jesucristo, en términos divino-espirituales: “¿Tú eres el rey de los judíos? (…) Tú lo dices”. (cf. Mt 27,11). “La realeza mía no pertenece a este mundo” (Jn 18,36).
Jesucristo es un rey del dolor y del sufrimiento. No es un rey al modo de los hombres. Por eso, no pierde ocasión para hacer una crítica dura a todo poder y reinado temporal: “¿Sabéis que los que figuran como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen?” (Mc 10,42). De ahí que su “ser” rey esté definido por el amor, la entrega y la servicialidad: “El que quiera subir, que sea servidor vuestro, y el que quiera ser el primero, sea esclavo de todos, porque tampoco el Hijo del Hombre ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” (Mc 10,43-45).

La segunda ocasión en la que Jesucristo se llama Rey es en el Evangelio que hoy hemos proclamado, en el que solemnemente se nos describe el juicio final. Al final de los tiempos, Jesucristo vendrá sentado en su trono, como rey que va a juzgar a los pueblos y a todas las naciones. A unos los va a situar a su derecha; a otros, a su izquierda. El juicio es severo e inapelable. Es un juicio basado en el amor y en las obras del amor, que son las “obras de misericordia”: “tuve hambre y me disteis de comer, sed y me disteis de beber…”; así como en sus contrarias, las “obras de la inmisericordia”: “tuve hambre y no me disteis de comer, sed y no me disteis de beber”.

Mis queridos amigos y hermanos, Jesucristo no es un rey que aquí en la tierra tiene implantado su reino, sino que nosotros tenemos que estar implantándolo para que se realice su Reino en plenitud y lo disfrutemos y seamos salvos con Él estando a su derecha por toda la eternidad.

En el siglo XIX, cuando tanto se perseguía a la Iglesia desde las filas del liberalismo, León XIII definió a la Iglesia como una especie de sociedad perfecta que está en medio del mundo, sin olvidar su origen y patria celestial. El cristiano, que es miembro de la Iglesia, es, por lo mismo, ciudadano de la tierra y del cielo. El orden temporal y el orden espiritual están convocados a entenderse y complementarse desde el diálogo mutuo, nunca desde la autonomía que el orden temporal pretende sino desde la soberanía superior de la Iglesia, puesto que lo espiritual está por encima de lo temporal.
El Concilio Vaticano II dio un giro copernicano a esta forma de entender la Iglesia como “sociedad perfecta”. No es una sociedad que está “por encima de”, sino “al nivel de”. El Concilio nos ha pedido a todos los creyentes que hagamos presente, acrecentemos e implantemos en la tierra el Reino de Dios, desde el testimonio de la fe, el compromiso de la acción y la entrega sin límites. Por eso, no se trata de transformar el poder temporal desde el poderío de una “sociedad perfecta”, sino desde la humildad de unos cristianos que se sienten y son creyentes y están llamados a la santidad, dando ejemplo, haciendo un mundo más humano y más justo, más cristiano, en una palabra.

Desde esta perspectiva conciliar, tenemos que preguntarnos si Jesucristo reina en nuestras vidas, en la vida de nuestras familias, de nuestro trabajo, de nuestra empresa, etc. También hemos de interrogarnos si trabajamos lo suficiente por que Jesucristo reine. Es decir, si practicamos las obras de la fe, que no son otras que las mismas obras de Dios: si damos de comer al hambriento, de beber al sediento, si vestimos al desnudo, etc.

Nuestra fe es la que nos hace afirmar que Jesucristo es primicia de los muertos, es inicio de la resurrección; que caminamos hacia un final de los tiempos, en que la muerte, el último enemigo, será aniquilada, y, entonces, el Hijo se someterá a Dios. Esto es lo que significa afirmar que Jesucristo es Rey: que desde la fe, Cristo es el centro y el final de la historia humana.


Mis queridos amigos y hermanos, hoy, día de Cristo Rey del universo, le pedimos que su Reino, que es un Reino de gracia, de amor y de paz, se implante sobre la tierra, para que las guerras, el odio y tantos males sin cuento que deshumanizan y degradan al ser humano, cesen definitivamente. Y que Jesucristo Rey del universo reine en los corazones de todos los hombres.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Trigésimo tercer domingo del tiempo ordinario

Prov 31,10-,13.19-20: una mujer hacendosa, ¿quién la hallará?
1 Tes 5,1-6: El día del Señor llegará como un ladrón en la noche.
Mt 25,14-30: Como has sido infiel en lo poco, pasa al banquete de tu Señor.

Celebramos el día de la Iglesia diocesana. Es un evento suficientemente importante como para que le dediquemos nuestra reflexión homilética. La Iglesia es el mismo Cristo viviente en el mundo, como el mismo Cristo resucitado le dijo a Pablo de Tarso cuando se le apareció en el camino de Damasco: <<Pablo, yo soy Jesús al que tú persigues>>. La Iglesia es Cristo y Cristo es la Iglesia. No se puede decir sí a Cristo y no a la Iglesia, como algunos quieren poner de moda. El sí a Cristo es un sí a la Iglesia.

El Concilio Vaticano II en su Constitución dogmática sobre la Iglesia, la Lumen gentium, nos presenta un esquema clarísimo de la parte que a cada uno nos corresponde dentro de la Iglesia: el Papa es el fundamento de la Iglesia -<<Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia>> (Mt 16,17-19)-, incluso dentro de la unión colegiada del mismo Papa con los obispos, que de un modo novedoso resalta el Concilio. Los obispos colegiados con el Papa han de estar en comunión con él y debajo de él –cum Petro et sub Petro-, sometidos a él, porque él es el vicario de Cristo, investido con todo el poder que Cristo ha dado a su Iglesia para que él la represente. Por eso, en el mismo libro de los Hechos de los Apóstoles, el mismo día de Pentecostés, que es cuando se constituye la Iglesia, están los once apóstoles y Pedro en el centro, presidiéndolos en la caridad y en el amor.

En la Iglesia local, en nuestra Iglesia de Córdoba, el obispo es la representación y la continuación apostólica viva que nos garantiza la comunión con el Papa y con la Iglesia universal. El obispo, por tanto, no puede vivir de espaldas a su Iglesia. No puede vivir ignorando la problemática y la vida real de su iglesia. De igual modo, el Pueblo de Dios no puede realizarse como tal pueblo evangélico si no es en la unidad, en el amor y en la comunión jerárquica con su propio pastor.

Los sacerdotes forman con el obispo el colegio presbiteral, que es el colegio que gobierna a la Iglesia local. Los sacerdotes son cooperadores del obispo, forman también una unidad con todo el Pueblo de Dios, con vosotros, mis queridos hermanos y amigos, quienes por el bautismo formáis un pueblo sacerdotal, una nación consagrada.

La Iglesia de la diócesis de Córdoba produce frutos de santidad, a pesar de sus pecados, porque también en ella se aplica el principio de San Agustín: Ecclesia sancta et meretrix. Todos somos pecadores, pero somos el Pueblo de Dios, contrastando en medio de nuestra miseria el triunfo de la gracia y el poder de Jesucristo.

La Iglesia de córdoba tiene unas raíces gloriosas: en el siglo III, concretamente en el año 288, aparece el nombre de Osio, nuestro obispo, firmando las actas del Concilio de Elvira en Granada. Es reestructurada después de la Reconquista por el rey Fernando III el Santo, bajo cuy o reinado el obispo Fitero, mediante la consagración, transforma la mezquita árabe en catedral cristiana. Desde entonces, la sucesión apostólica, encarnada en la figura del obispo que preside el amor, la fe y la esperanza de todos nosotros, se ha dado ininterrumpidamente. Muchos conocemos a obispos insignes y sabemos de sus grandes virtudes. También sabemos que Córdoba es tierra de mártires y santos, sellada con el martirio de san Acisclo y Santa Victoria, San Fausto, Januario y Marcial, durante la persecución romana, y la de otros tantos durante la persecución arábiga de la mitad del siglo XI.

La Iglesia de Cristo, nuestra Iglesia de córdoba, es la Iglesia peregrina hacia la patria celestial, pero sin olvidar sus obligaciones temporales. Tiene unas estructuras espirituales, que somos cada uno de nosotros pero también tiene unas estructuras materiales a las que hacer frente. Tiene un seminario, tiene unas parroquias, tiene unos conventos de clausura, tiene un clero que mantener y que formar permanentemente, tiene múltiples necesidades sociales que atender. Toda esta estructura de necesidades no se podría atender con la sola ayuda del Estado. La Iglesia de Córdoba necesita, además, de la ayuda de cada uno de sus fieles cristianos. La ayuda de cada uno de vosotros.

Mis queridos hermanos y amigos, en el día de la Iglesia diocesana, en el día de cada uno de nosotros, porque todos somos Iglesia, intercedamos antes Dios por ella, para que la fortalezca, la vigorice y la renueve siempre con el don de su gracia. Cooperemos todos al sostenimiento económico de sus múltiples necesidades.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Concierto Sacro Extraordinario en honor de Santa Cecilia

Iglesia Conventual de San Agustín (PP Dominicos) 
16 de noviembre a las 11,45 horas.


El próximo domingo 16 de noviembre tendrá lugar en la Iglesia Conventual de San Agustín (PP Dominicos) el Concierto Sacro Extraordinario en honor a Santa Cecilia (patrona de la música) a cargo de la Coral Universitaria Miguel Castillejo (director Ángel Jiménez) y de la Orquesta del Conservatorio P.M. "Músico Ziryab" (director Manuel Pérez). 

viernes, 7 de noviembre de 2014

Trigésimo segundo domingo del tiempo ordinario

Sab 6,13-17: Encuentran la sabiduría los que la buscan.
1 Tes 4,12-17: A los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con Él.
Mt 25,1-13: Velad, porque no sabéis el día ni la hora.

Hoy, nuestra reflexión espiritual se centra en la parábola de las diez vírgenes, de las cuales cinco eran prudentes y otras cinco eran necias.

Las vírgenes prudentes son alabadas por Jesucristo por lo bien pertrechadas que están de aceite, es decir, por su previsión y preparación para recibir al esposo a cualquier hora. Sin embargo, nos puede dejar desconcertados su negativa a compartir su aceite con las vírgenes necias. En principio parece una actitud poco evangélica, pues si algo se destaca en el Evangelio es la comunión y el amor, que invitan a compartir con los que no tienen, o tienen menos. Con todo, no podemos olvidar que estamos ante una parábola, donde lo que importa es sobre todo la moraleja o enseñanza final, y no tanto la explicación literal. Y la lección que nos propone la parábola de este domingo es clara: <<Estad en vela, porque no sabéis ni el día ni la hora>>.

Muchos pensadores cristianos han relacionado esta parábola con el tema de la muerte. La muerte puede sorprendernos como ladrón en la noche. Por eso tenemos que estar preparados, como las vírgenes prudentes, no sea que cuando menos lo esperemos Dios nos llame a su presencia y estemos totalmente vacíos, sin aceite en nuestras lámparas. Sin embargo, con el avance de las ciencias y de la investigación bíblicas, las parábolas hay que entenderlas en el marco de una mayor comprensión del Reino. La parábola, en el decir del exegeta A. Pronzato, es una explicación práctica y plástica, amena y sencilla, que tiene Jesús de acercarnos el Reino de dios.

No obstante, en esta parábola hay un matiz que no aparece en ninguna otra. En todas las parábolas se utiliza la expresión: <<El Reino de los cielos se parece… [o es semejante]>>. Es el presente el que manda, porque el Reino de dios ya está en medio de nosotros. Sin embargo, en la parábola de las diez vírgenes el presente es sustituido por el futuro: <<El Reino de los cielos se parecerá…>>. Aunque el Reino de los cielos ya esté aquí, aún no ha llegado a su plenitud total. Es el <<ya, pero todavía no>>, de que gustan hablar los teólogos. Habrá una etapa del reinado definitivo de Dios que no ha llegado aún, y que vendrá. Es la etapa de la plena constitución del Reino.

Esta tensión dinámica y fuerte hace que el ideal de la vida cristiana no sea un cómodo sueño sino una constante lucha, una conquista diaria de la perfección a la que los cristianos, por vocación, estamos llamados. Son muchas las catástrofes que asolan nuestro actual mundo: guerras, destrucción del medio ambiente, hambre, marginación o subdesarrollo. Por ello, es fundamental mantener la virtud de la esperanza por encima de todas las contrariedades y avatares de la existencia. Una esperanza uqe, a pesar de las sinrazones humanas, imprime un dinamismo de sentido y arroja un rayo de luz salvador a nuestra vida, acosada por males sin cuento.

Lo condenable en las vírgenes necias es su pasividad, su despreocupación, su pensar que <<otros solucionarán los problemas por mí>>. Es la actitud de quienes están muy seguros de que la salvación es sólo obra de Dios, sin ninguna colaboración por parte del hombre. Ni Dios, ni los demás pueden salvarme, si yo no hago por salvarme. Por eso es inútil <<pedir aceite>>. No podemos descargar en los otros todas nuestras responsabilidades. En la vida de fe es esencial la opción personal, insustituible e intransferible, hasta el punto que Dios mismo no la violenta, sino que la respeta.

Las vírgenes prudentes, sin embargo, nos dan la lección de vivir la vida desde la entrega, la confianza y la alegría, sin desfallecer nunca. En un mundo con tantas dificultades, tan secularizado en muchos aspectos, tan hostil al pensamiento cristiano; en un mundo que tiene la capacidad de autodestruirse a sí mismo, tenemos que vivir con el aceite de la esperanza, que es la que nos permite soportar todos los envites y reveses de la presente hora.

No son egoístas ni invitan al egoísmo las vírgenes prudentes del Evangelio cuando, a la súplica de las olvidadizas, responden negativamente. No hacen otra cosa que recordarles su responsabilidad personal e, implícitamente, el valor trascendente de las propias acciones y omisiones. Las doncellas prudentes les niegan a sus compañeras el aceite, pero no la luz de sus lámparas. La luz está mantenida y alentada por algo –la fe vigilante- que es intransferible, como lo es la vida personal.

Cada cual tiene su interioridad de la que saca la luz de su fe. Tiene –o no tiene- su aceite: amor a Dios y al prójimo, generosidad, trabajo, sinceridad, firmeza de propósitos, ideales nobles, capacidad de lucha consigo mismo, orden, pureza de vida, valores todos ellos que dan luz y que indican el calibre de nuestra fe.

Hemos de vivir, no de espaldas al mundo, sino inmersos en él, llenos de nuestra espiritualidad cristiana, para desde ella, imprimir al mundo una nueva visión de las personas y de las cosas. No sabemos ni el día ni la hora, pero tenemos una misión que cumplir en un mundo difícil del que el cristiano –ciudadano al mismo tiempo del cielo y de la tierra- debe sentirse responsable. El cristiano está llamado a ser sal y luz (cf. Mt 5,13-16).

domingo, 2 de noviembre de 2014

Trigésimo primer domingo del tiempo ordinario

Mal 1,14-2,2.8-10: Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley.
1 Tes 2,7-9.13: Recordad nuestros esfuerzos y fatigas, proclamando el Evangelio de Dios.
Mt. 23,1-12: Haced y cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen.

Nuestra reflexión cristiana de hoy se centra en una idea-eje que recorre todas las lecturas de esta domingo: el buen uso y el abuso de la autoridad, sea civil o religiosa.

Jesucristo no se anda con contemplaciones a la hora de condenar el abuso de poder de las autoridades religiosas de su tiempo, porque no lo utilizaban para servir, sino para aplastar y agobiar al pueblo mediante una red intrincada de mecanismos, tales como los mandatos, normas, prescripciones o interpretaciones de la ley.

Jesús condena en términos enérgicos todas las actitudes hipócritas, típicamente farisaicas: ensancharse las filacterias del manto para aparentar ser los mejores cumplidores de la ley, imponer cargas pesadas sobre personas que dependían de ellos porque ellos estaban constituidos en autoridad, la vanidad de ocupar los primeros puestos en las sinagogas o en los banquetes. Condena que, por otra parte, no podemos reducir sólo a los fariseos. En las primitivas comunidades cristianas también se aplicaba esta exhortación, a veces, a la autoridad eclesiástica, no para recriminarla, sino para recordarle que la autoridad se ha de ejercer con vocación de servicio, sin poner en los hombros de los demás cargas que ella no estaba dispuesta a llevar.

Todos cuantos pertenecemos y tenemos alguna forma de autoridad ministerial tendríamos que reflexionar de vez en cuando en las actitudes farisaicas, para no caer en la tentación de predicar sólo para los demás y no para nosotros; para evitar el decir y no hacer; para vivir aquello que predicamos y predicar lo que vivimos. En este sentido, recuerdo el lema de San Agustín que un compañero mío escogió para su ordenación sacerdotal: <<Para vosotros soy sacerdote, con vosotros soy cristiano, por vosotros me consagro hoy>>.

No podemos olvidar que nuestro sacerdocio es representación y participación del único sacerdocio de Cristo y, en consecuencia, Él es la última autoridad, <<que no ha venido a que le sirvan, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos>> (Mt 20,28). La cruz es nuestro trono y nuestro altar: <<El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga>> (Mt 16,24). Los sacerdotes tenemos que buscar los caminos del amor, del servicio, de la humildad, de la sencillez.

Pero el sacerdocio que Jesucristo, Sumo Sacerdote de la Nueva y Eterna Alianza, ha instituido también es participado por vosotros, los seglares. Como se nos dice en la sagrada liturgia, con palabras tomadas del Concilio Vaticano II, <<vosotros [por el bautismo] sois un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo de su propiedad>>. Es el sacerdocio común, que os capacita para hacer de vuestra vida un altar y un holocausto, como expresó con elegancia y hondura espiritual San Juan Crisóstomo: <<¿Tú ves un altar de piedra y lo veneras. Cuando veas a un hermano pobre, necesitado o creyente, ve también en él ese mismo altar. Es un altar de Dios, de Jesucristo, donde tú con tu caridad, con tu misericordia, con tu consejo, con tu colaboración, con tu orientación, puedes orar>>.

El sacerdocio no es una gracia que se da para que el propio sacerdote se regodee, se goce y se aquiete en ella, como si fuera en su propio beneficio. Por el contrario, es una gracia que se da para hacer el bien a los demás, para ser <<puente entre Dios y los hombres>>. Y el sacerdote hace el bien a los demás, para ser <<puente entre Dios y los hombres>>. Y el sacerdote hace el bien a los demás trabajando con ellos codo con codo, preocupándose tanto de su vida espiritual como material. Guardando el equilibrio entre la acción y la contemplación, o si se quiere, llevando a efecto el lema de la Regla de San Benito: ora et labora.

Mis queridos hermanos y amigos, ¡qué hermosas reflexiones! todos empezando por mí, tenemos que aplicárnoslas. En el ejercicio de nuestras funciones, bien en el seno de nuestra familia, en el ámbito de nuestra profesión o de nuestras relaciones humanas, tenemos que construir la vida sobre la base del servicio y de la entrega, expresión del amor.

La crítica que Jesús hace de las actitudes farisaicas tienen que estar como trasfondo en nuestro horizonte vital, porque ellas nos recuerdan el peligro que tenemos de creernos mejores que nadie, y desde esa atalaya convertir la autoridad en excusa para ser servido, desvirtuando así la vocación cristiana y sacerdotal que Dios ha depositado en cada uno de nosotros.