viernes, 27 de febrero de 2015

Sexta jornada del ciclo Ópera Abierta: La forza del destino

Lunes, 2 de marzo 
20,30 horas



El próximo lunes día 2 de marzo tendrá lugar en la Fundación Miguel Castillejo la Sexta Jornada del Ciclo Ópera Abierta, con la audición comentada de La Forza del Destino, ópera en cuatro actos de Giuseppe Verdi, y basada en la obra “Don Álvaro o la fuerza del sino” del inmortal cordobés D. Ángel de Saavedra, Duque de Rivas, que este año conmemora en el 150 aniversario de su muerte. Los comentarios correrán a cargo de D. Rafael López.

Segundo domingo de Cuaresma

Gén 22,1-2.9.15-18: Te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo.
Rom 8,31-34: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?
Mc 9,1-9: Éste es mi Hijo amado: Escuchadle.

En las lecturas bíblicas de este segundo domingo de cuaresma hay dos hechos centrales que llaman nuestra atención: la fe de Abrahán y la transfiguración de Jesús. La fe de Abrahán se centra hoy en dos hechos claves: el sacrificio de Isaac que Dios le pide a Abrahán y la promesa divina de hacerle padre de un pueblo numerosísimo. Por un lado, desde la perspectiva de los ojos humanos, no podemos entender cómo Dios, siendo todo misericordia y amor, puede ordenar el sacrificio de un ser humano. Sin embargo, no es ése el fondo del relato. Para interpretarlo correctamente tenemos que leerlo con los ojos del corazón. Por otro, la promesa que Dios hace a Abrahán de hacerle padre de un pueblo numerosísimo <<como las estrellas del cielo>>, cuando a la sazón Abrahán no tenía hijos y, además, su esposa era ya octogenaria, parece una promesa utópica. Y sin embargo, Abrahán creyó firmemente en la promesa que Dios le hizo.

En uno y otro hecho, Abrahán es el hombre de la fe viva, fiel, constante, a prueba de todo, el creyente que cree y espera contra toda esperanza. Es el hombre totalmente abierto y receptivo a la voluntad de Dios. Por eso, cuando Dios le manda salir de su tierra para ir a la tierra que el mismo Dios le iba a señalar, la respuesta de Abrahán no se hizo esperar: <Aquí estoy>>. Así, Abrahán convierte la fe en obediencia, y la obediencia en abandono en las manos de Dios, itinerario de la fe del creyente. La lección de Abrahán es clara: la fe es dinámica. Es búsqueda y encuentro, salida de sí, desinstalación, camino. Es constancia y firmeza, porque sabemos bien de quién nos hemos fiado.

San Pablo, en su Carta a los Romanos, haciendo como una especie de conexión entre la fe de Abrahán y el milagro de la transfiguración que se relata en el Evangelio, señala que el motor de nuestra fe sólo es el amor de Cristo, del que nadie, ni siquiera la muerte, podrá separarnos.

En la escena de la transfiguración, Jesucristo aparece conversando con Elías y con Moisés, los personajes más representativos del Antiguo Testamento. Sus rostros aparecen nimbados de luz y de color, expresión de la sublime belleza. Tanta claridad ciega a Pedro, seducido inmediatamente por la tentación. Por eso, sin pensarlo exclama: <<¡Qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas>>. Es la tentación que tiende a idealizar la vida de fe y, por tanto, a sustraerla de sus compromisos existenciales. La respuesta de Dios no se hace esperar: <<Éste es mi Hijo amado, el predilecto. Escuchadlo>>. La fe verdadera no se queda sólo en <<contemplar>>, sino que es también <<escuchar>>. La fe profunda se forja a la escucha sincera y abierta de la Palabra de Dos, que nos lanza al mundo para dar testimonio de la verdad. Así, la fe es el itinerario que va de la contemplación a la acción y de la acción a la contemplación. Es la síntesis perfecta entre el ora et labora benedictino.
La fe es hoy un tema de moda. En sentido negativo se habla mucho de ella, porque vivimos en la llamada <<cultura de la increencia>>. Por doquier escuchamos decir a muchas personas: <<He perdido la fe>>, <<está en crisis mi vida de fe>>, o bien, <<tengo serias dudas sobre la fe>>. Y sin embargo, muchos de los que tales cosas dicen no tienen claro qué es eso de la fe. Normalmente, cuando se habla de creer, viene a la mente una lista de verdades, de dogmas a que adherirse. Pero el creyente cree ante todo en un hecho: el amor de Dios manifestado en el don del Hijo: <<Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único>>, nos comenta San Juan. Uno tiene la fe si cree principalmente en el amor. Si cree que Dios ama al mundo, ama a todos los hombres, ama a cada uno de nosotros. Porque la fe más que una cuestión de aceptar las verdades reveladas, los dogmas y la doctrina de la Iglesia, que también, es ante todo una actitud interior del alma. Es confesar con San Pablo: <<Sé bien de quien me he fiado>>; o con Abrahán responder a Dios: <<Aquí estoy Señor>>.

Mis queridos amigos, hay actualmente muchas personas que lo que de verdad les falta es el motor interior que les impulse a someter su razón, sus principios y sus argumentos a la voz de Dios. Son personas que se conforman con una fe <<sociológica>> y externa, porque no han descubierto la verdadera urdimbre de la vida de la fe: la opción personal e incondicional por Jesucristo y por su mensaje de salvación.

Tener fe en Jesucristo quiere decir intentar vivir como vivió Él, plenamente comprometidos con los grandes valores del reino de Dios, que son la justicia, la verdad y la fraternidad. El hombre de fe es, por tanto, un apóstol, es decir, un enviado al mundo para descubrir a los hombres el valor humanizador y salvador del Evangelio de Jesús.

jueves, 26 de febrero de 2015

Ciclo de Conferencias: La Sábana Santa, ciencia e iconografía al encuentro de la Pasión

Durante el próximo mes de marzo la Fundación ofrecerá un ciclo de conferencias titulado "La Sábana Santa, ciencia e iconografía al encuentro de la Pasión", organizado dentro de los actos de Cuaresma en colaboración con la Hermandad Universitaria, que celebra el XXV aniversario de su Fundación. Las conferencias, programadas para los tres primeros miércoles del mes, se organizarán según el siguiente esquema:


Miércoles 4 de marzo:
La Sábana Santa, reflejo de la Pasión y Muerte de Cristo. Por Miguel Ángel Caracuel Ruiz, médico reumatólogo.

Miércoles 11 de marzo: 
Repercusión de la imagen sindónica en la iconografía de Cristo. Por Alberto Villar Movellán, catedrático de Historia del Arte.

Miércoles 18 de marzo:
Estado actual de la investigación científica en Sindonología. Por Alfonso Sánchez Hermosilla, médico forense IML.

lunes, 23 de febrero de 2015

Concierto Día de Andalucía 2015

Miércoles 25 de febrero 
20,30 horas

El próximo miércoles 25 de febrero tendrá lugar en la Fundación Miguel Castillejo el Concierto del Día de Andalucía (promoción de jóvenes valores) a cargo de Ensemble Alberti.

jueves, 19 de febrero de 2015

Primer domingo de Cuaresma

Gén 9,8-15: Hago un pacto con vosotros: el diluvio no volverá a destruir la vida.
1 Pe 3,18-22: Cristo murió por los pecados una vez para siempre.
Mc 1,12-15: Se ha cumplido el plazo. Convertíos y creed la Buena Noticia.

Comenzamos el tiempo litúrgico de la Cuaresma, tiempo sagrado por excelencia que nos prepara para la conmemoración de los misterios más grandes de nuestra fe: la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.

La Cuaresma, que se inició el miércoles de ceniza, es un tiempo fuerte para la vivencia de la vida cristiana. Es un tiempo de una profunda e intensa vida sacramental, como la que experimentaron los cristianos de la Iglesia primitiva, quienes se preparaban esencialmente para la recepción de dos sacramentos: el bautismo de los catecúmenos y la penitencia pública. Así, daban testimonio público de su fe y de su conversión a Dios y a la Iglesia, presete en la comunidad de hermanos.

Cristo nos ha dicho hoy: <<Convertíos y creed la Buena Noticia>>. La conversión es, pues, el tema que centra toda la Cuaresma. Conversión del corazón, núcleo y centro de la persona, que pasa por un cambio de mentalidad y de actitud; por un posicionarnos ante la vida desde los valores y las exigencias del Evangelio. Es <<volver la mirada a Dios>> y <<abrirse>> al don de su gracia y de su misericordia. Conversión que sólo es posible realizar con las armas que nos propone la Iglesia: la oración, el ayuno, la generosidad y la entrega.

Nadie está a salvo de las tentaciones de la vida, de ahí la necesidad de una constante y renovadora conversión; de un <<volver sobre sí mismo>>; de un <<estar atentos>> y <<vigilantes>>. Jesús, probado en todo, acusó el envite lacerante de las tentaciones, pero las venció con rotundidad y sin titubeos. El teólogo Paul Tillich llega a decir que si la divinidad y la humanidad de Jesucristo están tan unidas, en parte lo están porque la humanidad de Cristo fue atribulada por las tentaciones.

Las tentaciones de la vida, no explícitas en el Evangelio de San Marcos que hemos proclamado, se resumen en tres. La primera consiste en creer que en las cosas, y no en Dios, está el sentido último de la vida. Venciéndola, Jesucristo nos descubre que las cosas reifican y que sólo Dios vivifica. La segunda consiste en querer confundir la fe con las ciencias positivas y de resultados <<contantes y sonantes>>. Pedimos a Dios signos deslumbrantes. Pretendemos creer porque vemos, no porque nos fiamos de Dios mismo. Venciéndola, Jesús nos enseña que la fe está por encima de nuestros cálculos materiales, porque la fe es confianza, entrega, fidelidad a Dios. La tercera evidencia es la tentación del poder y del dominio. Nos vendemos al diablo, lo adoramos, con tal de triunfar, Venciéndola, Jesús nos descubre que la vida se encuentra en el servicio a Dios y al hombre.

En los Ejercicios espirituales que nos propone San Ignacio de Loyola, deberíamos tener presente la <<meditación de las dos banderas>>. Delante de cada uno de nosotros, nos comenta San Ignacio, aparecen dos banderas: la bandera del bien, de la virtud y de la gracia y la bandera del bien, de la virtud y de la gracia y la bandera de Satán, del pecado y de los vicios. Como Jesucristo, cada ejercitante tiene que posicionarse a favor de una y en contra de la otra. Y como Jesucristo, a cada ejercitante se le invita y sugiere a optar por la bandera de Dios, que es la bandera del bien, de la luz, de la santificación.

Mis queridos hermanos y amigos, es hora de que nos preguntemos qué sentido tiene la Cuaresma para cada uno de nosotros. Sabemos que es un proceso de vida de penitencia costoso e intenso, pero es el único camino que en verdad nos reconcilia con Dios. Aunque nos confesemos cristianos, tenemos necesidad de convertirnos. En nuestra propia existencia hay zonas de sombra y de penumbra, de paganismo. Zonas en las que no hemos operado aún la conversión, porque siguen sometidas a los caprichos de nuestros egoísmos, soberbias, lujurias, mal carácter, indiferencia religiosa. Son zonas que tenemos que convertir al Señor y que han de ser iluminadas por la luz del Evangelio.

En nuestra sociedad, medularmente materialista, los cristianos tenemos que dar ejemplo personal y comunitario de auténtica conversión, como camino que renueva y fortalece a la Iglesia y al bien común de la sociedad.

Comenzamos la Cuaresma, tiempo santo, tiempo de conversión, tiempo de vida interior. Cuaresma: intensidad de la oración, la limosna, el ayuno y la penitencia. Cristo llama de nuevo a la puerta de nuestro corazón. Hay que responder y decidirse. 

martes, 17 de febrero de 2015

Conferencia "La Advocación de la Esperanza" del padre Juan Dobado Fernández

Sábado 21 de febrero 
20 horas


El próximo día 21 de febrero tendrá lugar en la sede de la Fundación Miguel Castillejo la conferencia "La Advocación de la Esperanza", del padre Juan Dobado Fernández, con motivo de los actos organizados por la celebración del 75 aniversario de la fundación de la Ilustre y Venerable Hermandad y COfradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de las Penas y María Santísima de la Esperanza. El acto estará presentado por Manuel Guzmán Roldán, Hermano Mayor de la Hermandad del Carmen de San Cayetano (Córdoba).

lunes, 16 de febrero de 2015

Conferencia "La Advocación de la Esperanza" del padre Juan Dobado Fernández


El próximo día 21 de febrero tendrá lugar en la sede de la Fundación Miguel Castillejo la conferencia "La Advocación de la Esperanza", del padre Juan Dobado Fernández, con motivo de los actos organizados por la celebración del 75 aniversario de la fundación de la Ilustre y Venerable Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de las Penas y María Santísima de la Esperanza. El acto estará presentado por Manuel Guzmán Roldán, Hermano Mayor de la Hermandad del Carmen de San Cayetano (Córdoba).

jueves, 12 de febrero de 2015

Sexto domingo del tiempo ordinario

Lev 13,1-2.44-46: El leproso vivirá sólo y tendrá su morada fuera del campamento.
1 Cor 10,31-11,1: Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.
Mc 1,40-45: Jesús cura a un leproso.

Creo que todos conocéis o habéis oído hablar de la vida del padre Damián, el <<Apóstol de los leprosos>>. Fue un religioso misionero que dedicó por entero su vida al cuidado del os leprosos en la isla de Molokai, un gueto para quienes padecían la llamada <<enfermedad maldita>>; un lugar infecto del que nadie podía salir. El miedo al contagio de la lepra era tal que se creaban estos reductos de <<muertos vivientes>>. De esta suerte, los leprosos eran unos <<apestados>>, abandonados de todos y por todos. Una soledad que abarcaba no sólo el aislamiento físico, sino también la ausencia lacerante de la más elemental prueba de cariño y de amor.

En este infierno humano de soledades y abandonos, Damián, un hombre de Dios, realiza el proyecto de su vida: amar a los demás como Dios nos ha amado. Los leprosos de Molokai fueron la mies que el Señor le encomendó y que él atendió con tanto esmero.

Damián fue misionero del cuerpo y también del espíritu. Cuidó de la lepra física de aquellos infelices y también la lepra de sus angustias, de sus miedos, de su falta de amor. Al final, también él murió víctima de dar la vida por los demás, o como nos comenta San Pablo en la segunda lectura que hoy hemos proclamado: <<Yo procuro contentar a todos, no buscando mi propio bien, sino el de ellos, para que todos se salven>>.

Esta historia que nos es tan cercana en el tiempo es la misma historia que el evangelista San Marcos nos presenta hoy. En tiempos de Jesús, los leprosos tenían que vivir fuera de las ciudades, aislados, por imposición legal. Cuando caminaban de un sitio para otro, si se acercaba alguien tenían que gritar: <<Impuro, impuro>>.

En una sociedad tan sacralizada y ritualista como la judía, la enfermedad física era consecuencia de un mal moral. El leproso, en este caso, lo era porque había cometido algún horrendo pecado y, por tanto, había ofendido a Dios. Y, aunque los judíos aplicaban esta idea del mal físico como castigo del pecado a todas las enfermedades, la lepra se había convertido en el chivo expiatorio de todas las demás. Era la enfermedad por excelencia, la que manchaba cuerpo y alma más que ninguna. Todo estaba, por ello, minuciosamente reglamentado en el libro del Levítico (cf. 13,45-59).

Quienes padecían la lepra vivían, así, doblemente castigados por la enfermedad y por la sociedad. Este contexto de dramatismo personal es el que envuelve la escena del Evangelio de hoy, en el que Jesús, una vez más, ciñe y subordina el cumplimiento de la ley al bien de la persona. Ante el pecado, para Jesús no hay más postura que tomarlo sobre sus espaldas, hacerlo suyo. Es lo que simboliza el gesto de Jesús de tocar al leproso. No es sólo que la compasión le llevó a tocar a quien nadie tocaba. Es que, en aquel contacto de carnes, hubo un cruce de destinos: Jesús tomaba sobre sí la enfermedad y el pecado; el leproso recibía a cambio, la salud y la gracia. Así, todo lo que el pecador no podía ofrecer a Dios por sus propios méritos, puede presentarlo ahora por medio de Jesús. <<Toda la doctrina paulina de la justificación por la fe –señala Richardson- queda aclarada en esta breve perícopa, que nos lleva al verdadero corazón del mensaje evangélico del perdón>>.

En nuestros días también hay muchos leprosos a nuestro alrededor que demandan nuestra presencia y nuestra ayuda. Me refiero a los leprosos que deambulan por el infierno de las drogas, por los caminos de las enfermedades incurables, por las soledades del mal de la vejez, por las desesperanzas de la pobreza, la marginación o el paro. Son los leprosos de hoy que gritan a nuestra conciencia: <<Sed solidarios con nosotros. Ayudadnos>>.

Ante esta petición desgarradora sólo caben dos opciones: o desentendernos fríamente, al estilo de los judíos legalistas, o hacer causa nuestra la causa de los más desamparados, a ejemplo de Jesús, el padre Damián y tantos otros cristianos y misioneros. O vivimos falsamente nuestra fe, desentendida de todos los problemas humanos, de modo que <<no se contamine>> con ellos, o la encarnamos y articulamos en el día a día de las situaciones y problemas que la vida nos va presentando.

Una cosa es cierta, el cristiano no está para contemplar la realidad, sino para cambiarla. De nada sirve denunciar tantos problemas e injusticias sociales como azotan hoy a nuestro mundo, si no aportamos nuestro granito de arena y vamos dando soluciones a los casos concretos que se nos van presentando. Soluciones materiales, unas veces, y morales y espirituales, otras.

Es posible que la mayoría de vosotros no pueda construir una residencia para ancianos, pero sí ayudar económicamente a construirla. Es indudable que no está en nuestra mano curar las enfermedades incurables del cuerpo, pero sí podemos contribuir a curar las enfermedades del alma: la desesperanza, la soledad, las penas del corazón. Sólo basta con acompañar, dialogar, amar, a los marginados del alma.

Para ello es necesario cultivar en nuestro interior una única actitud de vida: la generosidad sin límites. Las personas y sus circunstancias, como decía el gran filósofo Ortega y Gasset, no son unas <<cosas>> más que relegamos a un segundo lugar. Tienen que ocupar el primer puesto en el elenco de nuestras prioridades. Como cristianos tenemos que sentirnos urgidos e impelidos a dar razón de nuestra fe.

Cristo no nos pide imposibles, pero sí realidades; no nos exige un heroísmo uniforme, pero sí un heroísmo a la medida de nuestras capacidades. Conforme nos vamos dando, descubrimos la riqueza de la dinámica del amor frente a la miseria del egoísmo. No es más quien más se desentiende de los demás –como parece ser el slogan de nuestras sociedades modernas-, sino quien más se encuentra con ellos. El cristianismo es una religión de comunión y encuentro, nunca de aislamiento e individualismo. No se trata de amarse uno a sí mismo, sino de amar a Dios en los hermanos. Aquí sucede lo que tantas veces nos ha comentado Jesús en el Evangelio, que el cristiano que quiera salvar su vida al margen de los demás y sus problemas, la perderá; en cambio, el que la pierda entregándola generosamente por los otros, ése la gana (cf. Lc 9, 24-25).

jueves, 5 de febrero de 2015

Quinto domingo del tiempo ordinario

Job 7,1-4.6-7: El hombre está en la tierra cumpliendo su servicio.
1 Cor 9,16-19.22-23: ¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!
Mc 1,29-39: Curó a muchos enfermos de diversos males.

Con la elegancia del lenguaje y la naturalidad de los hechos, el evangelista San Marcos nos describe sucintamente el comienzo de la misión de Jesús en Galilea. Una misión con dos coordenadas bien precisas: la predicación y la realización de milagros. Jesús anuncia el Reino de Dios mediante los dichos y los hechos. Jesucristo cura, libera, salva. De este modo, pone de manifiesto que el Reino de Dios no es una bella utopía irrealizable propia de <<iluminados>>, sino una realidad palmaria. La salvación de Dios es efectiva: transforma y sana de raíz al hombre, que por sí solo es incapaz de salvación.

Pero el texto evangélico tiene otras connotaciones colaterales de suma importancia. La misión de predicar y anunciar el Reino no está limitada por tiempo. Desde el alba hasta el ocaso, Jesús está comprometido con su tarea evangelizadora, realizando la misión que el Padre le había encomendado. Diríamos en nuestro lenguaje que <<Dios no descansa>>, porque la salvación no admite demoras.
A primera vista, esto puede parecernos un activismo desenfrenado como el que llevan hoy la mayor parte de los altos ejecutivos de las grandes empresas, que no tienen <<tiempo>> ni para comer. Sin embargo, no es así en el caso de Jesús. Como bien nos dice San Marcos, Jesús <<se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar>>. No hay otra: Jesús opera la salvación de Dios desde la fuerza y el poder que le confiere la oración. Sin la oración, nos dicen todos los grandes místicos, no hay evangelización auténtica, sino activismo vacío que acaba por ahogar a la persona que en él se engolfa. ¿Cómo se puede hablar de Dios a las gentes si no se habla con Dios en la oración? <<De donde no hay, no se puede sacar>>, dice un viejo adagio. La misión es auténtica y produce los frutos deseados cuando hunde sus raíces últimas en el humus de una vida espiritual madurada y experimentada en el crisol de la oración.

La vida cristiana es en esencia vocación. El cristiano es llamado por Dios para realizar la obra de Dios. Ser cristiano es ser discípulo de Jesús, es decir, seguirle y continuar con la misión que él inició. Éste es el sentido real y medular del bautismo. Por ello, el apóstol San Pablo nos conmina a evangelizar, a anunciar el Reino de Dios: <<¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!>>

En nuestra sociedad de <<profesionales>> y <<especialistas>> es muy frecuente escuchar de los labios de los propios cristianos aquello de que <<para predicar ya están los curas, los misioneros, los obispos o el Papa>>, auténticos maestros que saben de lo suyo. De este modo, intentan <<descargar>> sobre espaldas ajenas una responsabilidad que es de todos. Todos los cristianos formamos parte del Pueblo de Dios, cada cual con una tarea bien concreta. La de los ministros ordenados es la de ser auténticos pastores, guías espirituales del Pueblo; la de los laicos se cetra más en las cosas temporales. Pero ambas tareas se engloban dentro de la única misión de anunciar y extender el Reino. El laico tiene que predicar el Reino luchando por transformar las estructuras temporales de injustas en justas, cristianizando e impregnando del sentido de Dios el orden de este mundo. ésta es su forma concreta de evangelizar y de <<predicar>>.

La llamada de San Pablo a la necesidad de evangelizar es un aldabonazo contra la concepción del cristianismo fácil, exento de responsabilidades, tan de moda en nuestros días. Es un cristianismo no comprometido, que no reconoce como suyas las exigencias del seguimiento de Jesús. Por eso, no nos podemos quejar si cada día es mayor la secularización social, porque si el cristiano, que por vocación está llamado para testimoniar a Dios, no lo da a conocer desde la convicción firme de su propia vida, ¿quién lo hará por él?

Los sacerdotes tampoco estamos a salvo de esta mentalidad. El sacerdote Segundo Galilea ha escrito un libro titulado: <<Tentación y discernimiento>>, en el que de un modo claro, conciso y preciso, habla de las tentaciones de los ministros de Dios. Entre ellas están las que conciernen a la misión de anunciar y predicar el Evangelio. De éstas, quizás la más sobresaliente, por su incidencia en la vida espiritual y por sus repercusiones apostólicas, sea la tentación del activismo.

El misionero activista es aquel que cree que con sus hechos va a <<arreglar>> todos los problemas del mundo. <<Hay tanto que hacer…>>, se dice a sí mismo. Ésta es la excusa para no <<perder el tiempo>> en rezos y oraciones. De este modo, poco a poco va abandonando la vida espiritual hasta que Dios desaparece del horizonte de su vida.

Entonces la evangelización pierde toda su fuerza, todo su sabor, porque <<la sal se ha convertido en sosa>> y, lógicamente, <<ya no puede salar>> (cf. Mt 5,13). La evangelización ya no es la obra de Dios, sino la obra del hombre. El misionero, sin ser consciente de ello, ha ido sustituyendo poco a poco a Dios. Pero como sólo y nada más que Dios puede salvar, resulta que la obra humana cosecha el más estrepitoso de los fracasos. El final del activismo es el absurdo y la vaciedad del sentido de la vida. El ministro de Dios acaba por no encontrarle sentido a lo que hace y abandona, víctima de sí mismo.

Una lección de vida que tampoco pueden olvidar los seglares, aunque su tentación, como ya dijimos, sea la opuesta al activismo, es decir, la pasividad y permisividad, motivada por la falta de identidad con la causa de Jesucristo.

Mis queridos hermanos y amigos, Dios nos llama a vivir con autenticidad los compromisos de nuestra vocación cristiana. Dios nos llama al diálogo y encuentro con Él, a la oración. Dios nos llama a la misión de predicar y extender su Reino. Pidámosle la fuerza necesaria para desempeñarla con tesón, con esperanza y con ilusión, sabiendo que Dios no defrauda.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Quinta jornada de ópera abierta: Tosca

Viernes, 6 de febrero
20,30 horas | Salón de Actos

El próximo viernes 6 de febrero tendrá lugar en el salón de actos de la Fundación Miguel Castillejo la quinta jornada de ópera abierta con la audición comentada de Tosca, ópera en tres actos de Giacomo Puccini. La sesión, organizada por la Asociación Amigos de la Ópera de Córdoba, contará con comentarios a cargo de Dña. Carmen Rodríguez.