jueves, 18 de diciembre de 2014

Cuarto domingo de Adviento

2 Sam 7,1-5. 8-11.16: Tu reino durará por siempre en mi presencia.
Rom 16,25-27: Al que puede fortalecernos, a Dios, la gloria por los siglos de los siglos.
Lc 1,26-38: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.

La colaboración de cualquier hombre con el plan salvador de Dios pasa necesariamente por la fe. Como certeramente señala el Vaticano II, la cooperación de la Virgen en la obra de la redención se apoyó en sólidos pilares: la fe, la obediencia, la esperanza y la encendida caridad (cf. Lumen gentium, 56 y 61). El papa Juan Pablo II, recogiendo las intenciones del Concilio, lo resume todo en la fe de María, como elemento nuclear de su cooperación con Dios en la salvación de los hombres. Evidentemente, la fe de que aquí se trata no es la mera aceptación intelectual de la verdad revelada, sino de la fe que actúa por la caridad, como nos comenta San Pablo (Gál 5,6), la fe viva que engloba la esperanza y el amor. Es la <<fe de las obras>>, en el decir del apóstol Santiago (cf. 2,14-26). Es la fe por la que <<el hombre se entrega entera y libremente a Dios>> (Dei Verbum, 5).

Po eso, no deja de ser reduccionista la concepción muy extendida que veía la cooperación de María casi exclusivamente en la escena en que está al pie de la cruz. La fe no es cuestión de un momento o de una temporada. La fe implica la consagración de toda la vida a Dios. Es, en consecuencia, una fe existencial, no puntual. La cruz es la cima, la plenitud de la fe, gestada, madurada y plenificada en la historia. Por eso, María fue <<peregrina de la fe>>, porque a lo largo de su vida <<mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz>> (cf. Lumen gentium, 58).

Mis queridos hermanos, la lección es muy significativa. Como ya sabemos, nuestros tiempos son tiempos de fe débil, o si se prefiere, de fe incoherente. La marea secularizadora ha sumergido a los cristianos en una atmósfera sofocante que amenaza con la asfixia total de la fe o que, cuando menos, la empuja hacia su arrinconamiento con el reducto de la estricta privacidad.

Juan Pablo II llama una y otra vez a todos los cristianos a la <<nueva evangelización>>, cuyo proyecto no es otro que revitalizar la fe para devolverle su eficacia transformante. Para ello, el pueblo cristiano necesita modelos, personas en las que la fe se haya hecho realidad viva. María es paradigma de fe viva y operante, y por eso es nuestro modelo. Porque una fe no encarnada no pasa de ser una mera ilusión y una bella utopía. Se trata, pues, de comprender, a la luz de María, nuestro propio itinerario de fe.

El mensaje del ángel Gabriel no es la simple y fría notificación a la Virgen de su próxima maternidad; es el anuncio programático de una maternidad mesiánica. Lo que María acepta responsablemente, aquello por lo que se declara <<esclava del Señor>>, no es otra cosa que la maternidad redentora, es decir, la maternidad de un hijo cuya misión es salvar a todos los hombres. Por eso, el <<sí>> de María expresa su decisión de unir para siempre y en todo su vida a la vida –persona y misión- de su hijo.

Es una respuesta de completo abandono en las manos de Dios. Ella es su <<esclava>>, porque ya no se pertenece a sí misma. María es del Señor. De este modo, por la fe en Dios se llega a la obediencia a Dios, expresión de un acto supremo de libertad, pues no hay libertad mayor que la de quien, posponiendo intereses personales, pone en manos de Dios su destino.

Mis queridos amigos, nuestra grandeza no consiste en tener más o menos, sino en repetir en nuestra vida la vida de Cristo. En esto consiste la fe, en cumplir cada día la voluntad de Dios. El costoso y gozoso drama de la conversión es la percepción –a veces nítida y a veces oscura- de que Dios cree en nosotros y espera de nosotros algo más que una promesa de bondad.

Los cristianos, como hombres de fe, no podemos permanecer toda la vida en la antesala del cristianismo, porque hemos olvidado las ricas y múltiples exigencias de nuestro bautismo. Del mismo modo, no podemos ser cristianos híbridos, es decir, sólo de sentimientos y no de obras. El escándalo de los alejados de la Iglesia, o de quienes no llegan a entenderla, no se cifra normalmente en el atavismo de ciertas costumbres eclesiales. Lo que escandaliza a unos y provoca a otros interrogantes difícilmente solubles es que los cristianos no seamos mayoritariamente coherentes con las exigencias de nuestra fe. El problema de muchos hombres de buena voluntad es el de la ineficacia de la fe en la vida ordinaria de muchos pastores y creyentes.

Mis queridos amigos, cuánta esperanza defraudada y cuánta tristeza había en aquel indio ilustre y honrado que no acertaba a comprender por qué tantos cristianos, después de veinte siglos, eran como piedras sumergidas en las aguas caudalosas del río, siempre secas por dentro cuando el dolor o las pruebas de la vida las quiebran.

Recordemos los tres pasos de nuestra vida de fe: 1) Receptividad, que implica una actitud permanente de estar abiertos al don y a la gracia de Dios. 2) Aceptación, expresión de confianza y fidelidad a la obra de Dios en mí. 3) Operatividad, en cuanto testimonio de la vida de fe. Volvamos nuestros ojos a María, nuestra Madre, para ser como ella <<peregrinos de la fe>>.

Concierto de Navidad 2014

Sábado, 20 de diciembre
12,30 horas. Salón de actos

El próximo 20 de diciembre tendrá lugar en la Fundación Miguel Castillejo el Concierto de Navidad a cargo de la Coral Universitaria Miguel Castillejo, que actuará según el siguiente programa:
Ave María (Coro). F. Biebl.
Tollite Hostias (Coro). C. Saint-Säens.
Misa Pastorella (Soprano, tenor y coro). I. B. Sagastizábal.
Gloria (Coro). Popular francés
Adeste Fideles (Coro). J. Reading.
La nana y el niño (Solistas y coro). J. Villafuerte.
El noi de la mare (Coro). E. Cervera.
Noche de Paz (Coro). F. Gruber.
Campanas de la Catedral (Coro). R. Medina.
El Ruiseñor (Soprano, barítono y coro). Gómez Navarro.

Solistas: Conchi Martos (soprano), Domingo Ramos (barítono), Ángel Jiménez (barítono).
Piano: Silvia Mkrtchyan
Director: Ángel Jiménez.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Tercer domingo de Adviento

Is 61,1-2.10-11: El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha enviado para dar la buena noticia.
1 Tes 5,16-24: Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Tened la acción de gracias.
Jn 1,6-8.19-28: En medio de vosotros hay uno que no conocéis.

Este tercer domingo de Adviento nos habla de una esperanza cierta, dichosa, dadora de sentido porque el Señor está muy cerca. Su presencia ilumina, sana, alegra el corazón del hombre, triste, a veces, de tanta nostalgia del cielo.

La obra de Samuel Beckett, Esperado a Godot, en muchas ocasiones se suele tomar como argumento ejemplificador durante el tiempo de Adviento. El núcleo de la obra es el siguiente: dos mendigos dialogan entre sí sobre sus miserias personales. Concluyen que sus males no tienen remedio. Por eso están esperando a Godot, un salvador mesiánico que no sólo les va a librar de sus miserias personales, sino que también les va a proporcionar un mayor estado de bienestar. Y llega Godot. Y Godot es un señor mudo con el que ni siquiera pueden hablar, y menos aún, hallar en él salvación alguna. Así, en Godot, el autor está explicitando a Dios, y en los mendigos, a los hombres, que esperamos de Dios la salvación y el remedio para nuestros males. Pero Dios, como Godot, es un Dios mudo, que no salva y, por tanto, no puede dar esperanzas. De Ahí la conclusión final de Beckett: En esta vida, todos caminamos a tientas; nos movemos por el puro azar. No tenemos misión que cumplir. La misión es un absurdo. No somos enviados a nada.

Sin embargo, desde el Evangelio y las lecturas de hoy, la Iglesia postula la esperanza y la confianza cierta en la salvación que nos viene de parte de Dios. La primera lectura del profeta Isaías incide en la salvación de Dios como buena y alegre noticia para todos los hombres, cautivos de sus miserias: <>Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados>>. Por eso, el apóstol San Pablo nos invita reiteradamente al gozo de la salvación: <<Estad siempre alegres>>. Y Juan Bautista a la conversión: <<Preparad el camino del Señor>>.
Mis queridos hermanos y amigos, los fariseos y saduceos le preguntaron a Juan Bautista quién era y qué decía de sí mismo. Como verdaderos creyentes, tenemos que trasladar a nuestra vida esas mismas preguntas. Y la respuesta ha de incidir en tres notas-ejes que definen nuestra identidad.

Primera, nosotros somos personas que luchamos y trabajamos por el mundo, siendo totalmente indubitable de que en medio de nosotros está Dios; de que Dios no es solamente el totalmente otro, sino que, sin dejar de ser trascendente, es inmanente. Dios está en el mundo y da sentido a nuestra existencia. Así, los cristianos sí sabemos –a diferencia de los mendigos de Godot- el para qué de nuestra misión. Sabemos que en cualquier esquina, en cualquier acontecimiento, en cualquier asunto, en cualquier amistad, en cualquier obra de misericordia, en cualquier buena acción o en las pruebas, Dios está, me topo de bruces con Él.

Segunda, si Dios está con nosotros, entonces el cristiano es un hombre que vive de la esperanza y para la esperanza, y que tiene que dar cumplida fe y cumplida cuenta de su esperanza en el entorno en que vive. K. Rahner, uno de los más eximios teólogos del siglo XX, ha afirmado que nuestra espiritualidad occidental es pobre. Es decir, hemos estereotipado la imagen del creyente, y por eso decimos que un buen católico es el que cumple un cierto programa; el que acepta como totalmente ciertos todos y cada uno de los dogmas y de creencias; el que practica objetivamente lo que manda la Iglesia. Y, sin embargo, no nos planteamos –comenta Rahner- la necesidad de profundizar en las verdaderas y auténticas raíces de nuestra vida interior; de ahondar en el sentido de la oración y perseverar en ella; de estar atentos a nuestra unión con Dios y en ella descubrir el sentido genuino de nuestra existencia; de ser testimonio de vida para los demás.

Dice un pensador indio que <<la tragedia de nosotros, los cristianos, es que hemos identificado a Dios con Cristo, pero no hemos identificado al hombre con Cristo>>. Es decir, sabemos que el hombre está en Cristo, pero nos olvidamos de ese saber. Sabemos que el hombre es miembro del Cuerpo Místico de Cristo, y, en consecuencia, el hombre más pobre, el más misérrimo es la vida imagen de Jesucristo, pero esta verdad nos resbala. Así nuestro cristianismo deja mucho que desear; no pasa de ser un cristianismo ramplón. De ahí el apremio a vivir con ilusión y gozo. Hemos de ser personas abiertas a la esperanza; personas que aman sin esperar a ser correspondidas.

Tercera, los cristianos tenemos que seguir preparando el camino al Señor con nuestros dichos y con nuestros hechos. Es decir, anunciando la Buena Noticia a los que sufren, vendando los corazones desgarrados, dando de comer a los hambrientos, atendiendo a los cautivos, practicando las obras de misericordia. Así, con este modo de entrega total a los demás, es como podemos decir también con Isaías que desbordamos de gozo y nos alegramos en el Señor, porque en la vida hemos encontrado una razón para vivir y por la que luchar.

Mis queridos amigos, tengamos presente las tres notas que definen nuestra identidad y misión: 1) Ir por la vida sabedores de que ya estamos en Dios. 2) Ir por la vida como hombres que tienen que dar razón de su esperanza y que viven con una misión que los llena de gozo y felicidad. 3) Ir por la vida haciendo el bien; encontrando a Cristo en todos los hombres para ayudarlos, redimirlos, liberarlos de sus sufrimientos.

Como bien sentencia K. Rahner, al que ya he hecho alusión, sólo el hombre que tiene una motivación y una razón para la esperanza es capaz de dar una explicación total y exhaustiva del sentido del mundo y del sentido de la existencia humana.

viernes, 5 de diciembre de 2014

Segundo domingo de Adviento

Is 40,1-5.9-11: Se revelará la gloria del Señor.
2 Pe 3,8-14: Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva.
Mc 1,1-8: Una voz grita en el desierto: preparadle el camino al Señor.


Tema central que recorre todo el Adviento es la conversión –la metanoia-, que apunta directamente al centro de la vida, al corazón –conversio cordis-, que tanto el profeta Isaías como el evangelista San Marcos nos proponen para nuestra reflexión en este domingo.

De todos es sabido que en nuestra sociedad actual, dominada por una fuerte mentalidad secularizadora, Dios es el gran ausente, <<ha muerto>>, en el decir de Hegel y Nietzsche. Como consecuencia, si Dios <<no pinta nada>>, tampoco tiene sentido hablar de pecado, porque no existe conciencia de pecado; como no tiene sentido hablar de conversión, porque el hombre no tiene nada de qué arrepentirse. El hombre se erige en juez supremo de sus asuntos, expresión máxima del superhombre nietzscheano, más allá del bien y del mal. El resultado de esta actitud de vida arrogante es la soberbia que circunda el corazón humano, encarnada en la intransigencia como norma de conducta, la ausencia de perdón y de misericordia, el rechazo total a los valores espirituales que tejen la existencia. No podemos extrañarnos, por tanto, de la violencia galopante que recorre de norte a sur todos los rincones de nuestra sociedad, la falta de respeto de unos con otros, porque al fin y al cabo, como Dostoievski hace afirmar a uno de sus personajes literarios, <<si Dios ha muerto, todo me está permitido>>.

El primer paso para operar en nosotros la conversión es estar convencidos moral y existencialmente de la necesidad de ella. Desearemos convertirnos cuando reconozcamos que nuestra vida necesita de la conversión, esto es, darle un cambio radical. Esto exige, a su vez, tener conciencia de que naufragamos y navegamos a la deriva en el mar de nuestra vida, hundida, cada vez más, en el abismo y el sinsentido del pecado.
Este <<darse cuenta>> de la necesidad de la conversión es fundamental para sanear y transformar la propia vida de fe. Para los cristianos, llamados por Dios para anunciar y testificar el Evangelio, la conversión es tan necesaria como el aire que respiramos. Para que nuestro testimonio sea creíble, Jesucristo nos invita a ser perfectos como el Padre es perfecto (cf. Mt 5,48). Y la santidad de vida no es posible si no está en revisión constante. Este es el secreto por el que los grandes santos de todos los tiempos alcanzaron la santidad. Creer en Dios implica convertirse a él, tener el corazón dispuesto para cumplir su voluntad, dejar que Dios nos pode y limpie, operando en nosotros su obra de salvación, de modo que demos auténticos frutos de conversión (cf. Jn 15,3). Éste es el testimonio de la fe que el mundo espera de los cristianos, según la acertada y oportuna sentencia de Jesús: <<Por sus frutos los conoceréis>> (Mt 7,16.20).

¿Cuántas veces hemos apostado por la conversión sin conseguirlo? Posiblemente muchas. Esto nos lleva a la desazón y desesperanza, al pensar que la conversión es imposible. Hacemos buenos propósitos, pero enseguida sucumbimos. Nuestra condición humana nos traiciona más de lo que creemos. Ahora bien, lo importante no es caer, sino levantarse de todas las veces que sean precisas. A Dios no le importa tanto nuestros pecados cuanto nuestro arrepentimiento, porque su bondad y su misericordia son infinitas. Hay más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierte, que por noventa y nueve que no necesitan convertirse (cf. Lc 15,7).

La esperanza es el tema medular que recorre todo el tiempo de Adviento. Los cristianos somos esencialmente hombres de esperanza, traducción existencial de la fe. Creemos y esperamos en Dios, quien con la fuerza de su gracia hace nuevas todas las cosas y renueva nuestra vida, convirtiendo nuestro corazón de piedra en corazón de carne. Sólo es preciso no desfallecer, no cansarnos de esperar y de creer, seguir confiando abiertamente en Dios, apostar cada día por nuestra conversión personal y trabajar con fe y fidelidad por la transformación del mundo, creyendo en el <<cielo nuevo>> y la <<tierra nueva>>, que el Señor nos ha prometido, como nos indica la segunda Carta del apóstol San Pedro. Éste debe ser el norte, la estrella polar que guíe la existencia cristiana.

Si fallamos frecuentemente en nuestros nobles propósito de convertirnos es, posiblemente, porque no hemos orientado bien el rumbo. Si estamos satisfechos de nosotros mismos, la conversión es inútil y, en consecuencia, el anuncio de la nueva creación no despertará interés alguno en nosotros.

Hay que esperar al Señor que llega, y esperarlo con el corazón bien dispuesto. Dejémonos inundar por la presencia radiante de su luz que todo lo ilumina,  despejando nuestras dudas, miedos y temores; sembrando en nuestro mundo semillas de justicia, amor, paz, bien, solidaridad, eternidad. Un año más, no podemos dejar pasar la oportunidad de recibirlo, acogerlo y aceptarlo, asumiendo enteramente las exigencias del Evangelio que nos invita a comprometernos en cuerpo y alma con la persona y la causa de Jesucristo. Porque Cristo quiere que los demás oigan sus palabras en nuestras acciones para que <<la luz brille en medio de las tinieblas>> (cf. Jn 1,5) y llevemos el tesoro de la fe a las mismas entrañas del mundo.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Tercera Jornada del ciclo Ópera Abierta

Viernes, 5 de diciembre
20:30 h.

El próximo viernes, día 5 de diciembre tendrá lugar la 3ª Jornada de Ópera Abierta.
En colaboración  con la ASOCIACIÓN AMIGOS DE LA ÓPERA y que contará con la proyección comentada de la ópera Gianni Schicchi de Puccini.
Comentarios: Rafael López Rodríguez.

Entrada libre hasta completar aforo.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Concierto del cuarteto vocal ortodoxo "Známanie"

Miércoles 3 de diciembre
20,00 horas

El próximo miércoles 3 de diciembre tendrá lugar en el salón de actos de la Fundación Miguel Castillejo el concierto del cuarteto  vocal ortodoxo "Známanie" (La Profecía), del servicio episcopal del arzobispo Vadim - Área metropolitana de Irkutsk y Angarsk (Siberia Oriental), en un programa de cantos religiosos ortodoxos, espirituales y populares.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Conferencias de Otoño de Asociación Presencia Cristiana


Los próximos días 2 y 4 de diciembre (martes y jueves) tendrán lugar en el salón de actos de la Fundación Miguel Castillejo las Conferencias de Otoño organizadas por la Asociación Presencia Cristiana. 

Entrada libre.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Presentación de la bambalina frontal del nuevo paso de palio de María Santísima de la Trinidad

Lunes, 1 de diciembre
Salón de actos | 20,30 horas


El próximo lunes día 1 de diciembre tendrá lugar en el salón de actos de la Fundación Miguel Castillejo la presentación de la bambalina frontal del nuevo paso de palio de María Santísima de la Trinidad de la hermandad cordobesa La Santa Faz.
El acto será presentado por Enrique Saint-Gerons Herrera, Hermano de la Cofradía y colaborador del programa "Paso a paso" de Canal Sur Radio. Además, intervendrán D. Rafael de Rueda Burrezo, diseñador del nuevo paso de palio y D. Jesús Rosado Borja, del taller de bordado. 

jueves, 27 de noviembre de 2014

Primer domingo de Adviento

Is 63,16-17; 64,1.3-8: Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero.
1 Cor 1,3-9: Aguardamos la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.
Mc 13,33-37: Velad, pues no sabéis cuando vendrá el dueño de la casa.

Comenzamos el tiempo litúrgico del Adviento, tiempo que nos invita al gozo y a la esperanza, a la confianza en las promesas de Dios, siempre fiel y misericordioso con nosotros, los hombres.
En la primera lectura, el profeta Isaías pone de manifiesto una suprema verdad antropológica: las injusticias sociales son fruto de los pecados de los hombres. El hombre de todos los tiempos se engolfa inútilmente una y otra vez en su sueño de ser Prometeo, es decir, de querer ser Dios. Como resulta que el hombre no es Dios, una y otra vez es víctima de su propia soberbia, desde la que gobierna y mal dirige su vida <<hacia dentro>> y <<hacia fuera>>. Por eso, no puede extrañarnos el cúmulo de desatinos que jalonan la historia de las relaciones humanas: guerras, esclavitudes, opresiones, crímenes, etc.

El pueblo de Israel, después de la amarga experiencia del destierro, sabe que su único Señor es Dios, y nada más que Dios. Sin embargo, las ilusiones renacidas de una nueva vida se estrellaron a los pocos años con la realidad. El pueblo, como antes de su paso por el destierro, vuelve a las andadas: se olvida de Dios. Así, el antaño <<corazón de carne>> de este pueblo se convierte de nuevo en <<corazón de piedra>>, dando lugar a todo tipo de desajustes y pecados personales sociales. De ellos da buena cuenta la crítica profética.

Isaías nos descubre igualmente la suprema verdad teológica: sólo Dios salva. Sólo Dios mantiene su promesa de amor y de misericordia con los hombres. Sólo Dios es creador de vida, de ilusiones y esperanzas. Sólo la esperanza que proviene del corazón de Dios es capaz de <<hacer nuevas todas las cosas>>, de cambiar y transformar el corazón abatido del hombre. Por esta razón, el hombre, cuando con transparencia se mira en su interior, descubre que no hay más verdad que Dios, que sólo Dios es <<nuestro Padre>>, que <<somos todos obras de sus manos>>.

A este descubrimiento se llega desde la verdad del propio corazón que vive con los principios de la justicia que brota del amor. Con acierto, Isaías comenta que Dios <<sale al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de sus caminos>>.

El Evangelio de San Marcos es escueto, pero suficientemente denso y explícito. Con dos imperativos -<<mirad>> y <<vigilad>>-, Jesús nos pone en guardia. A Dios hay que buscarlo todos los días. La justicia, como el amor, no se tienen de una vez para siempre. Necesitan ser renovados como la fe en Dios, que si no se hace operativa en las obras concretas, acaba por disiparse.
El cristiano de esta hora ha de estar atento a los signos de los tiempos que le ha tocado vivir. No puede dormirse en los laureles. Nos guste o no, nuestra sociedad está atravesada de cabo a rabo por la increencia. El secularismo más recalcitrante es su tarjeta de visita y seña de identidad. Por eso, hemos de <<mirar>> y <<vigilar>> para que nuestra identidad cristiana no se vicie en su raíz con las propuestas seculares, porque <<si la sal se vuelve sosa, ¿con qué se le puede devolver el sabor?>> (Mt 5,13).
El cristiano tiene que ser realista, vivir en su mundo, en su sociedad. Pero este realismo no significa ser ingenuos. No todas las propuestas que nos llegan desde la sociedad son propuestas que estén de acuerdo con los principios cristianos. Así, el aborto, la eutanasia, el silencio de Dios, el hedonismo, la filosofía del <<todo vale>>, entre otras cosas, violan flagrantemente la fe, la esperanza y el amor cristianos. El realismo es optimismo, esperanza, alegría, confianza en el poder salvador de Dios que actúa por y en nuestras obras de justicia. Ser realista es, en definitiva, operar en el mundo los principios cristianos para que el reino de los hombres llegue a ser Reino de Dios, y no amoldarse acríticamente y dar por bueno todo l que nos llega de fuera.

De ahí, una vez más, la necesidad de mirar no sólo hacia fuera sino también hacia dentro, al propio corazón, centro de nuestro creer, querer y actuar. En él residen los grandes principios morales que dirigen nuestros pasos. Pero, y aquí es donde tiene cabida la llamada de Jesús, no podemos confiarnos, porque el corazón es ambivalente. Lo mismo que es la casa de nuestros grandes principios, es también el hogar de nuestros grandes pecados: <<De dentro, del corazón del hombre, salen las malas ideas: inmoralidades, robos, homicidios, adulterios, codicias, perversidades…>>> (Mc 7,21-23).

Hemos de vigilar nuestra vida como don y proyecto de Dios. Hemos de vigilar nuestro ser <<imagen de Dios>>, si es que queremos ser <<luz del mundo>> (Mt 5,14). ¿Cómo podemos iluminar al mudo con los rayos de la fe, si Dios no resplandece en nuestra vida? ¿ Cómo podemos inundar de gozo y esperanza a nuestra sociedad, si la desesperanza y el sinsentido son nuestros huéspedes permanentes? ¿Cómo podemos enseñar a los hombres la justicia, la misericordia y el amor de Dios, si nuestro corazón se ha olvidado de Dios? <<La vida –en bella expresión de R. Tagore- nos ha sido dada y sólo se merece dándola>>.

Mis queridos hermanos y amigos, vivamos plenamente este tiempo de esperanza y de plenitud de sentido. Busquemos a Dios con ahínco y firmeza. Operemos la conversión del corazón. Sintamos la necesidad de Dios, el único que en verdad nos salva. Vivamos el Adviento con su grito esperanzado y consolador: ¡Ven, Señor! Ven, Señor, a poner orden en mi corazón; ven, Señor, a poner confianza en mis desesperanzas; ven, Señor, y llena de ilusión y gozo mi vida, para que así yo pueda alegrar e ilusionar a otros.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Presentación del nº3 de la revista Troquel

Viernes, 28 de noviembre de 2014
20,30 horas

El próximo viernes 28 de noviembre tendrá lugar en el salón de actos de la Fundación Miguel Castillejo la presentación del número tres de la revista de letras Troquel, a cargo de las poetas Carmen de Silva (directora) y Beatriz Villacañas (consejo de redacción). Contaremos además con la intervención del escritor cordobés Pablo García Baena.
El acto finalizará con un recital del grupo musical "Serenata".



viernes, 21 de noviembre de 2014

Último domingo del tiempo ordinario: Jesucristo, Rey del Universo

Ez 34, 11-12.15-17: Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear.
1 Cor 15,20-26.28: Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies.
Mt 25,31-46: Se sentará en el trono de su gloria y separará a unos de otros.

En este último domingo del año litúrgico celebramos la festividad de Jesucristo Rey del universo. Una fiesta que fue instituida litúrgicamente por Pío XI en el año 1925, aunque en la historia de la Iglesia esta celebración es muy antigua. Así, por ejemplo, en la iglesia de San Martín de Rávena, una de las iglesias bizantinas más bellas que existen, en el centro del techo del ábside está expuesto Jesucristo, sentado en su trono como rey. Debajo de su mano izquierda tiene un libro, el libro de los siete sellos, el libro de la vida, y su mano derecha la tiene en actitud de bendecir. En las iglesias románicas posteriores, esta misma figura del Pantocrátor -Todopoderoso- está expuesta en sus fachadas principales. Por tanto, casi desde los primeros comienzos del cristianismo, Jesucristo fue ensalzado y celebrado como Rey del universo.

Sin embargo, en el Evangelio, la imagen que da el mismo Jesús es un tanto huidiza y alejada de todo título. Jesús es enemigo de que se le considere rey. Sólo en dos ocasiones Jesucristo manifiesta ser rey. Una, cuando Pilato pregunta a Jesucristo si es el rey de los judíos, a lo que Jesucristo contesta afirmativamente en cuanto a la literalidad, no en cuanto a la intención de la pregunta misma, porque las concepciones de Pilato y de Jesucristo sobre el reinado eran diametralmente opuestas. Pilato hablaba en términos humano-políticos; Jesucristo, en términos divino-espirituales: “¿Tú eres el rey de los judíos? (…) Tú lo dices”. (cf. Mt 27,11). “La realeza mía no pertenece a este mundo” (Jn 18,36).
Jesucristo es un rey del dolor y del sufrimiento. No es un rey al modo de los hombres. Por eso, no pierde ocasión para hacer una crítica dura a todo poder y reinado temporal: “¿Sabéis que los que figuran como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen?” (Mc 10,42). De ahí que su “ser” rey esté definido por el amor, la entrega y la servicialidad: “El que quiera subir, que sea servidor vuestro, y el que quiera ser el primero, sea esclavo de todos, porque tampoco el Hijo del Hombre ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” (Mc 10,43-45).

La segunda ocasión en la que Jesucristo se llama Rey es en el Evangelio que hoy hemos proclamado, en el que solemnemente se nos describe el juicio final. Al final de los tiempos, Jesucristo vendrá sentado en su trono, como rey que va a juzgar a los pueblos y a todas las naciones. A unos los va a situar a su derecha; a otros, a su izquierda. El juicio es severo e inapelable. Es un juicio basado en el amor y en las obras del amor, que son las “obras de misericordia”: “tuve hambre y me disteis de comer, sed y me disteis de beber…”; así como en sus contrarias, las “obras de la inmisericordia”: “tuve hambre y no me disteis de comer, sed y no me disteis de beber”.

Mis queridos amigos y hermanos, Jesucristo no es un rey que aquí en la tierra tiene implantado su reino, sino que nosotros tenemos que estar implantándolo para que se realice su Reino en plenitud y lo disfrutemos y seamos salvos con Él estando a su derecha por toda la eternidad.

En el siglo XIX, cuando tanto se perseguía a la Iglesia desde las filas del liberalismo, León XIII definió a la Iglesia como una especie de sociedad perfecta que está en medio del mundo, sin olvidar su origen y patria celestial. El cristiano, que es miembro de la Iglesia, es, por lo mismo, ciudadano de la tierra y del cielo. El orden temporal y el orden espiritual están convocados a entenderse y complementarse desde el diálogo mutuo, nunca desde la autonomía que el orden temporal pretende sino desde la soberanía superior de la Iglesia, puesto que lo espiritual está por encima de lo temporal.
El Concilio Vaticano II dio un giro copernicano a esta forma de entender la Iglesia como “sociedad perfecta”. No es una sociedad que está “por encima de”, sino “al nivel de”. El Concilio nos ha pedido a todos los creyentes que hagamos presente, acrecentemos e implantemos en la tierra el Reino de Dios, desde el testimonio de la fe, el compromiso de la acción y la entrega sin límites. Por eso, no se trata de transformar el poder temporal desde el poderío de una “sociedad perfecta”, sino desde la humildad de unos cristianos que se sienten y son creyentes y están llamados a la santidad, dando ejemplo, haciendo un mundo más humano y más justo, más cristiano, en una palabra.

Desde esta perspectiva conciliar, tenemos que preguntarnos si Jesucristo reina en nuestras vidas, en la vida de nuestras familias, de nuestro trabajo, de nuestra empresa, etc. También hemos de interrogarnos si trabajamos lo suficiente por que Jesucristo reine. Es decir, si practicamos las obras de la fe, que no son otras que las mismas obras de Dios: si damos de comer al hambriento, de beber al sediento, si vestimos al desnudo, etc.

Nuestra fe es la que nos hace afirmar que Jesucristo es primicia de los muertos, es inicio de la resurrección; que caminamos hacia un final de los tiempos, en que la muerte, el último enemigo, será aniquilada, y, entonces, el Hijo se someterá a Dios. Esto es lo que significa afirmar que Jesucristo es Rey: que desde la fe, Cristo es el centro y el final de la historia humana.


Mis queridos amigos y hermanos, hoy, día de Cristo Rey del universo, le pedimos que su Reino, que es un Reino de gracia, de amor y de paz, se implante sobre la tierra, para que las guerras, el odio y tantos males sin cuento que deshumanizan y degradan al ser humano, cesen definitivamente. Y que Jesucristo Rey del universo reine en los corazones de todos los hombres.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Trigésimo tercer domingo del tiempo ordinario

Prov 31,10-,13.19-20: una mujer hacendosa, ¿quién la hallará?
1 Tes 5,1-6: El día del Señor llegará como un ladrón en la noche.
Mt 25,14-30: Como has sido infiel en lo poco, pasa al banquete de tu Señor.

Celebramos el día de la Iglesia diocesana. Es un evento suficientemente importante como para que le dediquemos nuestra reflexión homilética. La Iglesia es el mismo Cristo viviente en el mundo, como el mismo Cristo resucitado le dijo a Pablo de Tarso cuando se le apareció en el camino de Damasco: <<Pablo, yo soy Jesús al que tú persigues>>. La Iglesia es Cristo y Cristo es la Iglesia. No se puede decir sí a Cristo y no a la Iglesia, como algunos quieren poner de moda. El sí a Cristo es un sí a la Iglesia.

El Concilio Vaticano II en su Constitución dogmática sobre la Iglesia, la Lumen gentium, nos presenta un esquema clarísimo de la parte que a cada uno nos corresponde dentro de la Iglesia: el Papa es el fundamento de la Iglesia -<<Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia>> (Mt 16,17-19)-, incluso dentro de la unión colegiada del mismo Papa con los obispos, que de un modo novedoso resalta el Concilio. Los obispos colegiados con el Papa han de estar en comunión con él y debajo de él –cum Petro et sub Petro-, sometidos a él, porque él es el vicario de Cristo, investido con todo el poder que Cristo ha dado a su Iglesia para que él la represente. Por eso, en el mismo libro de los Hechos de los Apóstoles, el mismo día de Pentecostés, que es cuando se constituye la Iglesia, están los once apóstoles y Pedro en el centro, presidiéndolos en la caridad y en el amor.

En la Iglesia local, en nuestra Iglesia de Córdoba, el obispo es la representación y la continuación apostólica viva que nos garantiza la comunión con el Papa y con la Iglesia universal. El obispo, por tanto, no puede vivir de espaldas a su Iglesia. No puede vivir ignorando la problemática y la vida real de su iglesia. De igual modo, el Pueblo de Dios no puede realizarse como tal pueblo evangélico si no es en la unidad, en el amor y en la comunión jerárquica con su propio pastor.

Los sacerdotes forman con el obispo el colegio presbiteral, que es el colegio que gobierna a la Iglesia local. Los sacerdotes son cooperadores del obispo, forman también una unidad con todo el Pueblo de Dios, con vosotros, mis queridos hermanos y amigos, quienes por el bautismo formáis un pueblo sacerdotal, una nación consagrada.

La Iglesia de la diócesis de Córdoba produce frutos de santidad, a pesar de sus pecados, porque también en ella se aplica el principio de San Agustín: Ecclesia sancta et meretrix. Todos somos pecadores, pero somos el Pueblo de Dios, contrastando en medio de nuestra miseria el triunfo de la gracia y el poder de Jesucristo.

La Iglesia de córdoba tiene unas raíces gloriosas: en el siglo III, concretamente en el año 288, aparece el nombre de Osio, nuestro obispo, firmando las actas del Concilio de Elvira en Granada. Es reestructurada después de la Reconquista por el rey Fernando III el Santo, bajo cuy o reinado el obispo Fitero, mediante la consagración, transforma la mezquita árabe en catedral cristiana. Desde entonces, la sucesión apostólica, encarnada en la figura del obispo que preside el amor, la fe y la esperanza de todos nosotros, se ha dado ininterrumpidamente. Muchos conocemos a obispos insignes y sabemos de sus grandes virtudes. También sabemos que Córdoba es tierra de mártires y santos, sellada con el martirio de san Acisclo y Santa Victoria, San Fausto, Januario y Marcial, durante la persecución romana, y la de otros tantos durante la persecución arábiga de la mitad del siglo XI.

La Iglesia de Cristo, nuestra Iglesia de córdoba, es la Iglesia peregrina hacia la patria celestial, pero sin olvidar sus obligaciones temporales. Tiene unas estructuras espirituales, que somos cada uno de nosotros pero también tiene unas estructuras materiales a las que hacer frente. Tiene un seminario, tiene unas parroquias, tiene unos conventos de clausura, tiene un clero que mantener y que formar permanentemente, tiene múltiples necesidades sociales que atender. Toda esta estructura de necesidades no se podría atender con la sola ayuda del Estado. La Iglesia de Córdoba necesita, además, de la ayuda de cada uno de sus fieles cristianos. La ayuda de cada uno de vosotros.

Mis queridos hermanos y amigos, en el día de la Iglesia diocesana, en el día de cada uno de nosotros, porque todos somos Iglesia, intercedamos antes Dios por ella, para que la fortalezca, la vigorice y la renueve siempre con el don de su gracia. Cooperemos todos al sostenimiento económico de sus múltiples necesidades.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Concierto Sacro Extraordinario en honor de Santa Cecilia

Iglesia Conventual de San Agustín (PP Dominicos) 
16 de noviembre a las 11,45 horas.


El próximo domingo 16 de noviembre tendrá lugar en la Iglesia Conventual de San Agustín (PP Dominicos) el Concierto Sacro Extraordinario en honor a Santa Cecilia (patrona de la música) a cargo de la Coral Universitaria Miguel Castillejo (director Ángel Jiménez) y de la Orquesta del Conservatorio P.M. "Músico Ziryab" (director Manuel Pérez). 

viernes, 7 de noviembre de 2014

Trigésimo segundo domingo del tiempo ordinario

Sab 6,13-17: Encuentran la sabiduría los que la buscan.
1 Tes 4,12-17: A los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con Él.
Mt 25,1-13: Velad, porque no sabéis el día ni la hora.

Hoy, nuestra reflexión espiritual se centra en la parábola de las diez vírgenes, de las cuales cinco eran prudentes y otras cinco eran necias.

Las vírgenes prudentes son alabadas por Jesucristo por lo bien pertrechadas que están de aceite, es decir, por su previsión y preparación para recibir al esposo a cualquier hora. Sin embargo, nos puede dejar desconcertados su negativa a compartir su aceite con las vírgenes necias. En principio parece una actitud poco evangélica, pues si algo se destaca en el Evangelio es la comunión y el amor, que invitan a compartir con los que no tienen, o tienen menos. Con todo, no podemos olvidar que estamos ante una parábola, donde lo que importa es sobre todo la moraleja o enseñanza final, y no tanto la explicación literal. Y la lección que nos propone la parábola de este domingo es clara: <<Estad en vela, porque no sabéis ni el día ni la hora>>.

Muchos pensadores cristianos han relacionado esta parábola con el tema de la muerte. La muerte puede sorprendernos como ladrón en la noche. Por eso tenemos que estar preparados, como las vírgenes prudentes, no sea que cuando menos lo esperemos Dios nos llame a su presencia y estemos totalmente vacíos, sin aceite en nuestras lámparas. Sin embargo, con el avance de las ciencias y de la investigación bíblicas, las parábolas hay que entenderlas en el marco de una mayor comprensión del Reino. La parábola, en el decir del exegeta A. Pronzato, es una explicación práctica y plástica, amena y sencilla, que tiene Jesús de acercarnos el Reino de dios.

No obstante, en esta parábola hay un matiz que no aparece en ninguna otra. En todas las parábolas se utiliza la expresión: <<El Reino de los cielos se parece… [o es semejante]>>. Es el presente el que manda, porque el Reino de dios ya está en medio de nosotros. Sin embargo, en la parábola de las diez vírgenes el presente es sustituido por el futuro: <<El Reino de los cielos se parecerá…>>. Aunque el Reino de los cielos ya esté aquí, aún no ha llegado a su plenitud total. Es el <<ya, pero todavía no>>, de que gustan hablar los teólogos. Habrá una etapa del reinado definitivo de Dios que no ha llegado aún, y que vendrá. Es la etapa de la plena constitución del Reino.

Esta tensión dinámica y fuerte hace que el ideal de la vida cristiana no sea un cómodo sueño sino una constante lucha, una conquista diaria de la perfección a la que los cristianos, por vocación, estamos llamados. Son muchas las catástrofes que asolan nuestro actual mundo: guerras, destrucción del medio ambiente, hambre, marginación o subdesarrollo. Por ello, es fundamental mantener la virtud de la esperanza por encima de todas las contrariedades y avatares de la existencia. Una esperanza uqe, a pesar de las sinrazones humanas, imprime un dinamismo de sentido y arroja un rayo de luz salvador a nuestra vida, acosada por males sin cuento.

Lo condenable en las vírgenes necias es su pasividad, su despreocupación, su pensar que <<otros solucionarán los problemas por mí>>. Es la actitud de quienes están muy seguros de que la salvación es sólo obra de Dios, sin ninguna colaboración por parte del hombre. Ni Dios, ni los demás pueden salvarme, si yo no hago por salvarme. Por eso es inútil <<pedir aceite>>. No podemos descargar en los otros todas nuestras responsabilidades. En la vida de fe es esencial la opción personal, insustituible e intransferible, hasta el punto que Dios mismo no la violenta, sino que la respeta.

Las vírgenes prudentes, sin embargo, nos dan la lección de vivir la vida desde la entrega, la confianza y la alegría, sin desfallecer nunca. En un mundo con tantas dificultades, tan secularizado en muchos aspectos, tan hostil al pensamiento cristiano; en un mundo que tiene la capacidad de autodestruirse a sí mismo, tenemos que vivir con el aceite de la esperanza, que es la que nos permite soportar todos los envites y reveses de la presente hora.

No son egoístas ni invitan al egoísmo las vírgenes prudentes del Evangelio cuando, a la súplica de las olvidadizas, responden negativamente. No hacen otra cosa que recordarles su responsabilidad personal e, implícitamente, el valor trascendente de las propias acciones y omisiones. Las doncellas prudentes les niegan a sus compañeras el aceite, pero no la luz de sus lámparas. La luz está mantenida y alentada por algo –la fe vigilante- que es intransferible, como lo es la vida personal.

Cada cual tiene su interioridad de la que saca la luz de su fe. Tiene –o no tiene- su aceite: amor a Dios y al prójimo, generosidad, trabajo, sinceridad, firmeza de propósitos, ideales nobles, capacidad de lucha consigo mismo, orden, pureza de vida, valores todos ellos que dan luz y que indican el calibre de nuestra fe.

Hemos de vivir, no de espaldas al mundo, sino inmersos en él, llenos de nuestra espiritualidad cristiana, para desde ella, imprimir al mundo una nueva visión de las personas y de las cosas. No sabemos ni el día ni la hora, pero tenemos una misión que cumplir en un mundo difícil del que el cristiano –ciudadano al mismo tiempo del cielo y de la tierra- debe sentirse responsable. El cristiano está llamado a ser sal y luz (cf. Mt 5,13-16).

domingo, 2 de noviembre de 2014

Trigésimo primer domingo del tiempo ordinario

Mal 1,14-2,2.8-10: Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley.
1 Tes 2,7-9.13: Recordad nuestros esfuerzos y fatigas, proclamando el Evangelio de Dios.
Mt. 23,1-12: Haced y cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen.

Nuestra reflexión cristiana de hoy se centra en una idea-eje que recorre todas las lecturas de esta domingo: el buen uso y el abuso de la autoridad, sea civil o religiosa.

Jesucristo no se anda con contemplaciones a la hora de condenar el abuso de poder de las autoridades religiosas de su tiempo, porque no lo utilizaban para servir, sino para aplastar y agobiar al pueblo mediante una red intrincada de mecanismos, tales como los mandatos, normas, prescripciones o interpretaciones de la ley.

Jesús condena en términos enérgicos todas las actitudes hipócritas, típicamente farisaicas: ensancharse las filacterias del manto para aparentar ser los mejores cumplidores de la ley, imponer cargas pesadas sobre personas que dependían de ellos porque ellos estaban constituidos en autoridad, la vanidad de ocupar los primeros puestos en las sinagogas o en los banquetes. Condena que, por otra parte, no podemos reducir sólo a los fariseos. En las primitivas comunidades cristianas también se aplicaba esta exhortación, a veces, a la autoridad eclesiástica, no para recriminarla, sino para recordarle que la autoridad se ha de ejercer con vocación de servicio, sin poner en los hombros de los demás cargas que ella no estaba dispuesta a llevar.

Todos cuantos pertenecemos y tenemos alguna forma de autoridad ministerial tendríamos que reflexionar de vez en cuando en las actitudes farisaicas, para no caer en la tentación de predicar sólo para los demás y no para nosotros; para evitar el decir y no hacer; para vivir aquello que predicamos y predicar lo que vivimos. En este sentido, recuerdo el lema de San Agustín que un compañero mío escogió para su ordenación sacerdotal: <<Para vosotros soy sacerdote, con vosotros soy cristiano, por vosotros me consagro hoy>>.

No podemos olvidar que nuestro sacerdocio es representación y participación del único sacerdocio de Cristo y, en consecuencia, Él es la última autoridad, <<que no ha venido a que le sirvan, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos>> (Mt 20,28). La cruz es nuestro trono y nuestro altar: <<El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga>> (Mt 16,24). Los sacerdotes tenemos que buscar los caminos del amor, del servicio, de la humildad, de la sencillez.

Pero el sacerdocio que Jesucristo, Sumo Sacerdote de la Nueva y Eterna Alianza, ha instituido también es participado por vosotros, los seglares. Como se nos dice en la sagrada liturgia, con palabras tomadas del Concilio Vaticano II, <<vosotros [por el bautismo] sois un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo de su propiedad>>. Es el sacerdocio común, que os capacita para hacer de vuestra vida un altar y un holocausto, como expresó con elegancia y hondura espiritual San Juan Crisóstomo: <<¿Tú ves un altar de piedra y lo veneras. Cuando veas a un hermano pobre, necesitado o creyente, ve también en él ese mismo altar. Es un altar de Dios, de Jesucristo, donde tú con tu caridad, con tu misericordia, con tu consejo, con tu colaboración, con tu orientación, puedes orar>>.

El sacerdocio no es una gracia que se da para que el propio sacerdote se regodee, se goce y se aquiete en ella, como si fuera en su propio beneficio. Por el contrario, es una gracia que se da para hacer el bien a los demás, para ser <<puente entre Dios y los hombres>>. Y el sacerdote hace el bien a los demás, para ser <<puente entre Dios y los hombres>>. Y el sacerdote hace el bien a los demás trabajando con ellos codo con codo, preocupándose tanto de su vida espiritual como material. Guardando el equilibrio entre la acción y la contemplación, o si se quiere, llevando a efecto el lema de la Regla de San Benito: ora et labora.

Mis queridos hermanos y amigos, ¡qué hermosas reflexiones! todos empezando por mí, tenemos que aplicárnoslas. En el ejercicio de nuestras funciones, bien en el seno de nuestra familia, en el ámbito de nuestra profesión o de nuestras relaciones humanas, tenemos que construir la vida sobre la base del servicio y de la entrega, expresión del amor.

La crítica que Jesús hace de las actitudes farisaicas tienen que estar como trasfondo en nuestro horizonte vital, porque ellas nos recuerdan el peligro que tenemos de creernos mejores que nadie, y desde esa atalaya convertir la autoridad en excusa para ser servido, desvirtuando así la vocación cristiana y sacerdotal que Dios ha depositado en cada uno de nosotros.

jueves, 23 de octubre de 2014

Trigésimo domingo del tiempo ordinario

Éx 22,21-27: No oprimirás ni vejarás al forastero. no explotarás a viudas ni a huérfanos.
1 Tes 1,5-10: Abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero.
Mt 22,34-40: Amarás al Señor tu Dios y a tu prójimo como a ti mismo

El núcleo de la vida cristiana es el amor, porque Dios es amor (cf. 1, Jn 4,8). Un amor que, en el decir del apóstol San Pablo, es <<paciente, afable, sin envidia, no se jacta ni se engríe, no es grosero ni busca lo suyo, no se exaspera ni lleva cuentas del mal, no simpatiza con la injusticia, simpatiza con la verdad. Disculpa siempre, se fíe siempre, espera siempre, aguanta siempre>>. (1 Cor 13,4-7). Por esto, el amor es la fuerza y el motor que nos realiza, porque el hombre sólo <<es>> cuando ama, esto es, cuando se entrega y se da a los demás, cuando entiende que, en el sentir de los clásicos, nada de lo humano le es ajeno.

La polémica que Jesús mantiene con los escribas y los fariseos no es solamente el intercambio de puntos de vistas distintos o de simples opiniones que difieren. Lo que se ventila en dicha pugna es mucho más profundo. Estamos hablando de un desajuste ontológico; de perspectivas existenciales no coincidentes, en las que se arriesga el sentido y la realización de la vida entera.

Los escribas, fariseos y maestros de la ley, apuestan por una visión de la vida hipertrofiada y encorsetada, sujeta a la ley, a las normas, a la autoridad. El sabor de la libertad original, que define a la vida y la construye se ha vuelto rancio, insulso. <<Y si la sal se vuelve sosa, ¿con qué se le puede devolver el sabor?>> (Mt 5,13). Piensan, erróneamente, que la ley es portadora de vida, sin advertir que esclaviza y cosifica a quienes, adorándola como a un dios, la convierten de medio en fin. De esta suerte, olvidan lo más esencial: que las normas son para servir a los hombres.

La actitud de los fariseos del tiempo de Jesús es perfectamente extrapolable a la actitud de muchos cristianos actuales que se contentan con cumplir <<a rajatabla>> las normas y preceptos de la Iglesia, como síntesis del buen cristiano.
Son los cristianos, lo mismo que los fariseos de antaño, que han anclado su vida en las solas normas, en sus rezos, en el cumplimiento estricto del precepto dominical. Esto por sí solo es insuficiente. Es más, de nada sirve si no está anclado en el amor: <<Ya puedo dar en limosnas todo lo que tengo, ya puedo dejarme quemar vivo, que si no tengo amor de nada me sirve>> (1 Cor 13,3). No salva el cumplimiento milimétrico de la norma. Sólo salva el amor, donde la norma adquiere todo su sentido, todo su valor, toda su plenitud. Jesús acepta todas las prescripciones de la ley en el mandamiento del amor (cf. Mt 5,17; 7,12).

Jesús polemiza con los peritos y <<entendidos>> de la ley y discute con ellos acerca de su legalismo, porque pretenden ahogar al hombre en un abismo de códigos, normas, leyes y olvidan lo fundamental: el amor y la justicia. El amor a Dios con toda la fuerza de la corporalidad humana no puede ser una realidad aislada del ser humano con Dios (cf. Dt 6,5), sino que debe proyectarse siempre en los hermanos (cf. Lev 19,18).

Jesús, con la sabiduría propia del Hijo de Dios, es claro y conciso: no hay más ley que el amor a Dios y el amor al prójimo: <<Estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas>>. or eso, el santo doctor y obispo de Hipona, San Agustín, acertó cuando afirmó: <<Ama y haz lo que quieras>>. Ama a Dios, con todo tu ser -<<con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente>>-; ama a tu prójimo como a ti mismo, y haz lo que quieras.
Por otra parte, la respuesta de Jesús a los escribas y fariseos encierra una gran dosis de originalidad, que estriba en un debate total sobre la dimensión existencial del amor. El amor no puede ser solamente vertical, es decir, hacia Dios, sino que además, y al mismo tiempo, ha de ser horizontal, es decir, hacia los hermanos. De ahí que no podemos amar a Dios, a quien no vemos, si no amamos a nuestros hermanos, a quienes sí vemos (cf. 1 Jn 4,20-21).
El amor a Dios pasa necesariamente por el amor al prójimo. El rostro de Dios no es otro que el rostro de cada ser humano –imagen y semejanza de Dios (cf. Gén 1,26)-, que sufre, padece, se alegra o sonríe. De nada nos sirve rezarle mucho a Dios y decirle que le queremos, si odio o paso de largo de las personas que tengo a mi lado; si los problemas y las necesidades de los hombres me dan igual. La parábola del buen samaritano (cf. Lc 10,30-37) es un ejemplo ilustrativo de lo que he afirmado.

Lo que Jesús nos propone como proyecto y objetivo es la síntesis entre la fe y la vida. Nuestra fe en Dios –y, por tanto, nuestro amor- sólo es convincente y testimoniante cuando está avalada por nuestras obras: <<Obras son amores y no buenas razones>>, que reza un viejo adagio. Una fe sin obras es una fe muerta (cf. Sant 3,17), pero unas obras sin fe están faltas de trascendencia.

En este sentido, el papa Pablo VI, conciencia crítica de la Iglesia, lanzó a toda la Iglesia, y en ella a todos los cristianos, los siguientes interrogantes, tan actuales entonces como hoy: <<Iglesia, ¿qué dices de ti misma? Pastores todos, ¿creéis lo que anunciáis? ¿Anunciáis lo que creéis?>>.

Mis queridos hermanos, también nosotros tenemos que interrogarnos por nuestra vida cristiana, por vuestras obras, por el amor que realizamos o hemos dejado de realizar. Tenemos que preguntarnos qué es lo fundamental para nosotros, si el legalismo o el amor a Dios y al prójimo. Si me importa Dios, la pregunta inmediata debe ser: ¿Me importan mis hermanos y sus problemas?

martes, 21 de octubre de 2014

Apertura de curso de cocina en el Centro María Rivier


Durante este octubre ha tenido lugar la apertura del curso de cocina en el Centro de Promoción, Formación e Integración de la mujer inmigrante - María Rivier, cuya actividad patrocina la Fundación Miguel Castillejo.


Este curso, que también tiene una modalidad online, concede asimismo el certificado de manipulador de alimentos.

viernes, 17 de octubre de 2014

Semana Cultural en honor a San Rafael 2014


Durante la semana del 20 al 24 de octubre tendrá lugar en la Fundación Miguel Castillejo una serie de eventos en honor a San Rafael. Como viene siendo tradicional, celebraremos dicha festividad ofreciendo una exposición, conferencias, un concierto y la presentación de la revista San Rafael 2014. 
Los actos tendrán lugar de lunes a jueves a las 20,30 horas en el Salón de Actos de la Fundación Miguel Castillejo. El programa, a continuación:

Lunes, 20 de octubre. 20,30 horas.
- Inauguración de la exposición "San Rafael, Acuarelas de un Arcángel", del pintor cordobés Rafael Romero del Rosal.
- Conferencia "Pedro Duque Cornejo y San Rafael". Ponente: Dr. D. Diego Álvarez Aguilar (Archivero de la Hermandad) Presenta: D. Julián Hurtado de Molina Delgado (Hermano Mayor Ilustre Hermandad de San Rafael Custodio)

Martes, 21 de octubre. 20,30 horas.
- Conferencia "Paseos por Córdoba Cofrade de la mano de nuestro Arcángel". Ponente: D. José Luis Romero González (Cronista de la Hermandad). Presenta: D. Francisco Mellado Calderón (Dr. Historia del Arte).

Miércoles, 22 de octubre. 20,30 horas.
- Tradicional Concierto Extraordinario en honor a San Rafael: Real Centro Filarmónico de Córdoba "Eduardo Lucena" (Director Carlos Hacar).

Jueves, 23 de octubre. 20,30 horas.
- Presentación de la revista San Rafael 2014.

jueves, 16 de octubre de 2014

Vigésimo noveno domingo del tiempo ordinario

Domingo, 19 de octubre de 2014

Is 45,1.4-6: Y soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay Dios.
1 Tes 1,1-5: Ante Dios, recordamos vuestra fe, vuestro amor y nuestra esperanza.
Mt 22,15-21: Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.


En este domingo celebramos el día del Domund, o domingo mundial de las misiones. Y comienzo con una cita de un autor, Fernando Sánchez Dragó. En su libro La prueba del laberinto afirma sin rodeos: <<Quiero partir una lanza por las misiones y disipar calumnias en lo tocante a instituciones cuyos adelantados se limitan a ayudar al prójimo en zonas de dolor, de miseria, de enfermedad, de analfabetismo, de tiranía y de hambre. Los misioneros no venden, ofrecen. No predican, explican. No juega, se lo juegan. No explotan, siembran. No cobran, pagan. No asustan, consuelan. No se marchan, permanecen>>. Y acaba diciendo cómo debemos canalizar nuestras ayudas para los pobres del Tercer Mundo: <<Dársela a los misioneros para que directamente las distribuyan desde abajo y entre los de abajo, con honradez y sentido común>>. Textos fuertes los de Sánchez Dragó, pero que reflejan la pura verdad.
Cuando en estos últimos años asistimos a un tímido intento de despegue e independencia económica, social y política de los pueblos de África y América Latina, son frecuentes las guerras intestinas y la lucha por el poder que genera en la población más indefensa males sin cuento. En estas situaciones, los misioneros son los que más sufren, los que se quedan consolando a los tristes, los que luchan denodadamente por la paz sobre el escenario mismo de la fuera. Los misioneros han hecho suya la llamada de Dios a la evangelización de todos los pueblos: <<Id y haced discípulos de todas las naciones>> (Mt 28,19), pero entendiendo que si bien el hombre <<no vive de sólo pan>> (cf. Mt 4,4), también lo necesita.
Si en los países del Tercer Mundo no hay una promoción humana, digna de los pueblos y de las personas, difícilmente se podrá predicar la Palabra de Dios. Toda evangelización conlleva paralelamente una labor de promoción y desarrollo humano.
Un ejemplo vivo lo tenemos en una comunidad de misioneros, amigos míos, que en Tanzania atienden a varios pueblecitos y aldeítas misérrimas. Ellos, con sus modestísimos recursos, además de atender a sus feligreses, ayudan a otras poblaciones aún más necesitadas que las suyas.
Pero la fiesta del Domund es también nuestra fiesta, la de todos los cristianos, que por el bautismo fuimos consagrados para dar testimonio de nuestra fe. Por tanto, no nos puede dejar indiferentes saber que millones de hombres viven todavía sin conocer a fondo el amor de Dios. No nos puede dejar indiferente saber que las dos terceras partes de la humanidad no conocen todavía a Cristo y, sin embargo, sienten necesidad de Él, porque sólo Cristo es fuente de agua viva (cf. Jn 4,14).
Todos los bautizados somos misioneros. Todos tenemos la obligación de evangelizar. Ningún creyente en Cristo, ni ninguna institución puede eludir el deber supremo de anunciar a Cristo a todos los hombres, como Jesús nos manda en el Evangelio: <<Id por todo el mundo y predicad la Buena Nueva>>.
No somos creyentes si no tenemos inquietud por proclamar y difundir, implantar y divulgar la Buena Nueva del Reino. La evangelización es un deber –la única misión- de toda la Iglesia y de cada uno de los hijos de la Iglesia.
Nuestra fe, como en innumerables ocasiones predicamos los sacerdotes, es apostólica, es decir, no se agota en el particularismo del propio cristiano o de la propia iglesia particular, como la nuestra de Córdoba. La dimensión apostólica reclama por su propia naturaleza la misión universal, a todo el hombre y a todos los hombres. La fe no es un privilegio personal, sino un don de Dios que hemos de compartir, porque cuanto más se comparte más se fortalece.
Comentaba Juan Pablo II que el mundo está anclado sobre estructuras de pecado. Difícilmente podrán los misioneros de vanguardia difundir al fe si, previamente, los que más tenemos no compartimos con los que menos tienen. Dios interpela a nuestras conciencias, a la de cada uno en particular, y nos pregunta qué podemos hacer para paliar tantas injusticias y desequilibrios como hay en el mundo.
Dios no nos pide imposibles. Nos pide hasta donde puede nuestra generosidad, no más. Lo importante es colaborar y ayudar a las misiones.
La fiesta del Domund es una ocasión inmejorable para preguntarnos con la mano en el corazón: ¿Soy misionero? Si la fe no llega a nosotros de un modo vitalizador, dinámico y comprometido, difícilmente llegará a los países de misión.

lunes, 6 de octubre de 2014

Vigésimo octavo domingo del tiempo ordinario

Domingo, 12 de octubre de 2104


Is 25,6-10: Aquí está nuestro Dios. Celebremos y gocemos con su salvación.
Flp 4,12-14.19-20: Todo lo puedo en aquél que me conforta.
Mt 22,1-14: Tengo preparado el banquete. Todo está a punto. Venid a la boda.


Desde la plataforma y el extenso ángulo de la fe, la historia humana no es otra cosa que la historia de un encuentro: el de Dios con el hombre, en el que Dios siempre ha tomado y sigue tomando la iniciativa. Dios nos hace sus hijos adoptivos, nos reconcilia con Él por la Muerte y Resurrección de su Hijo, nos invita a participar activamente en el banquete de su Reino, donde nuestro deseos y anhelos ancestrales alcanzan su total cumplimiento. Dios sale al encuentro.
Al hilo de esta iniciativa divina, tendríamos que preguntarnos por nuestros deseos de encontrarnos con Dios, que nos busca, nos interroga e interpela. Y aquí es donde la historia de la humanidad se bifurca y divide.
La historia de Occidente es la historia de la marcha ascensional de la razón, que progresivamente ha ido relegando y ocultando la fe. El homo religiosus y el homo misticus de otras épocas, cedieron ante el homo rationis, que con nuevos bríos se ha ido abriendo paso en el largo camino de la historia. Seducido y sugestionado por el poder de la razón, creyó, ingenuamente, que Dios era incompatible con aquélla. Hablamos del <<giro copernicano>> por el que el teocentrismo es sustituido por el antropocentrismo. Dios es despojado y <<echado fuera>> de su trono, y en su lugar se sienta el hombre. <<Dios ha muerto>>, en frase de Hegel y Nietzsche, como expresión del llamado <<silencio de Dios>>, en el que viven inmersas la mayor parte de nuestras ciudades finiseculares del bienestar y del desarrollo.
Dios sale al encuentro, pero el hombre nada quiere sabe de Dios. Dios nos ama, pero nuestro corazón sigue siendo de piedra (cf. Ez. 36,26-27). Dios nos salva, pero nosotros queremos salvarnos por nosotros mismos. Sencillamente, Dios ha dejado de interesarnos y preocuparnos. Religiosamente hablando, es la etapa del <<hombre de la indiferencia>>.
De este humus indiferentista participan hoy muchos cristianos que, ante la llamada y la invitación divina a vivir con la dignidad propia de los hijos de Dios, se excusan, porque en el fondo Dios no les importa. Puede más en ellos <<sus asuntos>> -<<sus tierras, sus negocios>>- que la vocación divina. Puede más en ellos lo material que lo espiritual, el pan que la Palabra de Dios (cf. Mt 4,4).
Pero, como muy bien nos apunta la parábola del Evangelio de hoy, <<la boda está preparada>>. Los desplantes humanos no alteran los planes de Dios, inconmensurable e infinitamente misericordioso. Dios no se cansa, es tenaz; persiste en sus caminos de salvación para el hombre: <<Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis convidadlos a la boda>>.
La salvación de Dios es universal -<<es voluntad de Dios que todos los hombres se salven>> (1 Tim 2,4)-. Alcanza a todos los hombres que convierten el encuentro con Dios en diálogo y en respuesta cristiana de vida. Por eso, no podemos contentarnos con decir que con ser cristianos nos basta. Esto es lo que pensaron los escribas y los fariseos de la parábola del Evangelio: que por el simple hecho de pertenecer al pueblo de Israel, heredero de las promesas divinas, se creyeron con derecho a participar en el banquete, esto es, en la salvación. U n advirtieron que ante Dios ningún hombre tiene derechos. La salvación, la gracia, los dones divinos son regalos de Dios. Dios nos regala la vida, pero para participar de ella es necesaria la conversión del corazón. Sólo quienes, desde un auténtico espíritu de pobreza (cf. Mt 5,3), ponen su confianza en Dios, sólo ésos son dignos de participar del banquete del Reino. Porque con Jesús se ha invertido la escala de valores: son los pobres, los marginados, los desheredados, los dignos herederos de las promesas de Dios, quienes, desengañados de las falsas promesas de los hombres, han experimentado la fidelidad eterna de Dios, rico en misericordia y amor.
La conversión al Evangelio, con el dolor que comporta y las alegrías que suscita, crea un estilo peculiar. Es el estilo del hombre o de la mujer buenos y nobles, no por carácter, sino por libre elección. Son los que han dicho libremente sí a Dios y a esa Iglesia suya, santa a pesar de sus pecados, que tiene además el poder de perdonar si nos arrepentimos de ellos y abandonamos nuestros caminos errados para entrar en los caminos trazados por Dios.
Mis queridos hermanos y amigos, abramos nuestro corazón a Dios. Aceptemos cada día la invitación de Dios en nuestra vida: a la alegría, a la entrega generosa, al sacrificio por los demás. Hagamos de nuestra vida un encuentro permanente con el único que nos salva.

martes, 30 de septiembre de 2014

Vigésimo séptimo domingo del tiempo ordinario

Is 5, 1-7: La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel.
Flp 4, 6-9: El Dios de la paz estará ahora con vosotros.
Mt 21,33-43: La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.

La parábola de la viña que nos relata el Evangelio de hoy es una síntesis perfecta de la historia de la salvación, en la que Dios derrama todo su amor y toda su misericordia sobre el género humano, a pesar de que los hombres le seguimos respondiendo con infidelidades, ingratitudes y deslealtad.
La viña de la parábola es el pueblo de Dios, al que el Señor envía sus mensajeros, los profetas, para que indiquen el camino a seguir, y al mismo tiempo recojan sus frutos. Sin embargo, los labradores, es decir, los dirigentes, los escribas y los fariseos, los persiguieron, hostigaron y mataron, culminando este odio con la muerte del propio Hijo de Dios. Aquí se escribe el verdadero destino de Israel, en cuanto destino dialéctico: opone maldad, odio y rechazo, allí donde Dios pone amor, misericordia, bondad y fidelidad.
Dios brindó reiteradamente su oferta de salvación al pueblo de Israel, acabando en el más sonoro de los fracasos; <<Se os quitará a vosotros el Reino de los cielos>>. Por eso, ahora, Dios entrega su Reino a su nuevo pueblo: la Iglesia, como bien la definió San Agustín es sancta et meretrix, santa y pecadora. Por eso, como pueblo en su conjunto, y como creyentes concretos, tenemos que seguir preguntándonos si somos unos buenos arrendatarios de la viña del Señor, que nos esforzamos en producir frutos. O, por el contrario, contagiados de la mentalidad secularizada que azota nuestro mundo finisecular, hemos arrojado a dios de nuestra vida. En este contexto es en el que quiero relataros la siguiente alegoría:
Existía una ciudad con anchas calles y amplias avenidas, en la que se vivía en armonía y en paz. Pero vino el progreso y con él las prisas, los atascos de los coches, la competencia desleal y el afán incontrolado de tener más y más. Esta ciudad creció, se hizo más próspera y alcanzó un buen nivel de confort y comodidad. Sin embargo, sus ciudadanos ¿eran más felices? Dos pensadores de nuestro tiempo nos han dicho lo siguiente: <<cuando las ciudades crecen y crecen sin sentido, producen en el hombre mayor infelicidad>>; <<nuestras ciudades han sido capaces de producir máquinas con características humanas, pero también han producido hombres que son como máquinas>>.
Los ciudadanos de la <<ciudad secular>>, por citar a Harvey Cox, creen en un bienestar y en un confort puramente material, pero ¿son por ello más felices? Los jóvenes de nuestra viña se refugian en la droga, en el alcohol, en el desenfreno de los sentidos, pero ¿acaso eso les está dando la felicidad? Lo que vemos es todo lo contrario: bolsas de jóvenes y amplios sectores de la población profundamente infelices; más infelices que nunca.
La dimensión personal hace referencia a cada uno de nosotros, porque cada uno somos viña del Señor, y sin embargo no la cultivamos como se merece. Nosotros pertenecemos a <<ese 25% de la humanidad privilegiada. Tenemos un alto índice de bienestar, unas condiciones sanitarias inmejorables, unos medios educativos excelentes, pero ¿somos más felices? Con seguridad, no. Las cosas nuca pueden llenar el corazón humano. Aquí sería bueno recordar las palabras de Jesús al joven rico: <<Vende todo lo que tienes […] que Dios será tu riqueza>> (Lc 18,22).
La felicidad no es una cuestión de tener, sino de ser. Seremos felices si producimos la conversión de las actitudes, de nuestra mentalidad materialista, y fundamos nuestra última razón de ser en Jesucristo, <<la piedra angular>>, en su Evangelio y en los caminos que Dios ha puesto en el mundo para que ese Evangelio se viva: en la fidelidad a la doctrina de la Iglesia, al Papa, a los obispos, a los sacerdotes todos. Optar por el camino de Jesucristo es optar por el sentido pleno de la vida. Es optar por ser personas humanas y no personas máquinas. Es vivir en cuanto personas llenas de sentimientos, de nobleza interior, comprometidas a fondo con la causa de Jesús y el Evangelio.
La parábola de la viña nos interpela con crudeza y con cariño. Dios nos invita a ser sus hijos, pero mostrarle también que esa <<filiación divina>> significa trabajar por la causa de Jesús y su Reino.

Mirar donde mira Gaudí

El próximo viernes 3 de octubre tendrá lugar en el salón de actos de la Fundación Miguel Castillejo la conferencia "Mirar donde mira Gaudí" a cargo de D. José Manuel Almuzara, arquitecto, presidente de la Asociación Pro Beatificación Antonio Gaudí, vicepresidente de la Asociación Amigos de Gaudí, y de Etsuro Sotoo, escultor del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia. 


Entrada libre.
Aforo limitado.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Vigésimo sexto domingo del tiempo ordinario

Ez 18,25-28: Cuando el malvado se convierta de su maldad, salvará su vida.
Flp 2,1-11: Tened entre vosotros los sentimientos de una vida en Cristo Jesús.
Mt 21,28-35: Los publicanos y las prostitutas os precederán en el Reino de los cielos.

Una de las grandes dificultades que encuentran en la vida cristiana, en particular aquellos que mayor tendencia tienen a cultivar su espíritu, es la del fariseísmo. La hipocresía es uno de los grandes peligros que acechan todo tipo de religión e incluso todo magisterio: <<Es una mala hierba que crece al paso del santo y del maestro>>, por citar a Martín Descalzo.

En las páginas del Evangelio aparece su figura con tanta insistencia que se diría que Cristo ha querido advertir que su sombra fatídica un día puede caer sobre todos. El fariseo es el revés tenebroso del cristiano. No es sólo enemigo que acecha o amigo que traiciona: es el cristiano que se engaña y se traiciona a sí mismo y, naturalmente, traiciona la fe y la esperanza que Dios ha puesto en él.

Dentro de la Iglesia se puede ser fariseo casi sin saberlo. Son todos aquellos que viven en la paradoja de pertenece a la Iglesia y al mismo tiempo vivir al margen de ella. Es el llamado cristiano bicéfalo: una cabeza piensa en Dios; la otra en la muerte de dios.

En la Iglesia hay quienes farisaicamente se limitan a apuntar sus dedos contra los enemigos de fuera, haciendo de la victoria sobre ellos una meta primordial del cristianismo. Cristianos hay también que, con igual fariseísmo, piensan que los problemas del mundo y de la Iglesia se remedian oyendo los cantos de sirena de los fariseos de fuera. Ambas versiones del fariseísmo cristiano parten de una misma raíz: una falsa visión de Dios y de la Iglesia. Ni a unos ni a otros les aguijonea la idea de la santidad personal.

En los extramuros de la Iglesia, también hay fariseos que evitan ahondar en la verdad con la excusa de que hay cristianos como ellos e incluso peores que ellos. Para no acercase a Cristo y comprometerse con Él, prefieren estigmatizar los fallos de la Iglesia pecadora, olvidándose de que también es santa.

La sencillez constituye el clima natural –y sobrenatural- de la verdad. Es ella el elemento que falta en el alma del fariseo, incapaz –por orgullo- de tender la mano, de sentirse siempre discípulo, de considerarse constantemente moldeable. En el momento en que consideramos que somos perfectos, en ese preciso momento hemos puesto un coto a la perfección misma: la hemos encerrado en la cárcel de nosotros mismos: <<No hay hombre tan vacío como el que está lleno de sí mismo>>, comentaba con ironía Évely.

Decía San Ignacio de Loyola que <<el amor se debe poner más en las obras que en las palabras>>. Un cristianismo que sólo se quede en buenos sentimientos, sin pasar a las obras, será un cristianismo inoperante, vacío de contenido, fariseo, como el segundo de los hijos del Evangelio de hoy, que dice y no hace. Y es que ser cristiano va mucho más allá de un cúmulo de verdades en las que se cree y a las que se defiende. Ser cristiano es mucho más que una especie de seguro de vida o de muerte. La fe cristiana es dinámica, comprometida, testimoniante, o no es auténtica fe (cf. Sant 2,14-26). Solamente cuando se comprende que el amor es la esencia del mensaje cristiano, se cae en la cuenta de la esterilidad de las posiciones que enaltecen el egoísmo o, simplemente ignoran la altura y la anchura que el amor cristiano puede –y debe- alcanzar.

Los publicanos y las prostitutas, a semejanza del hijo primero del Evangelio, en principio dicen <<no>>, para después, operada la conversión en sus vidas, decir <<sí>>. Lo importante para Dios no es la cantidad: los años que llevamos siendo cristianos. Lo importante para Dios es la calidad e intensidad de esos años. Si los años para lo único que nos han servido es para creernos con <<derechos>> ante Dios, al más puro estilo farisaico, entonces hemos perdido el tiempo, porque, como veíamos el domingo pasado, ante Dios no existen derechos adquiridos de ningún tipo. La gracia divina es don, regalo del cielo. Por eso, aquéllos que se convierten de corazón –los publicanos y las prostitutas- son los primeros en el Reino de los cielos, porque han entendido que lo importante es vivir desde la sinceridad y transparencia de la vida, comprometidos con Jesús y el Evangelio: <<Buscad el Reino de Dios y su justicia, lo demás se os dará por añadidura>> (Mt 6,33).

Concierto de Apertura de Curso 2014-2015

26 de septiembre | 21.00 horas 
Patio | Fundación Miguel Castillejo



El próximo viernes 26 de septiembre tendrá lugar en la sede de la Fundación Miguel Castillejo el Concierto de Apertura de Curso 2014-2015 con una selección de Zarzuelas a cargo de la Agrupación Líricos Cordobeses, patrocinada por esta fundación.

La representación, bajo la dirección del tenor cordobés Fernando Carmona, consistirá en distintos fragmentos de zarzuelas (diálogos y números musicales), y contará con las siguientes participaciones:

Sopranos: Carmen Buendía, Conchi Martos y Alicia Palacios
Tenores: Francisco Ariza, Fernando Carmona
Barítono: Domingo Ramos
Pareja cómica: Sara Luque, Teresa Martínez y Rubén Gutiérrez
Actor: Julio Sánchez

Pianista: Antonio Ángel Escalera

martes, 23 de septiembre de 2014

Eucaristía por San Miguel

El próximo lunes 29 de septiembre, festividad de San Miguel Arcángel, tendrá lugar una solemne eucaristía ofrecida por el Real Centro Filarmónico de Córdoba "Eduardo Lucena" y su presidente honorario, Miguel Castillejo Gorraiz, con ocasión de la apertura del curso 2104-2015.

El concierto se celebrará, como tradicionalmente se hace, en la Iglesia de San Pablo a las 21 horas.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Vigésimo quinto domingo del tiempo ordinario

Is 55,6-9: Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca.
Flp 1,20-24.27: Lo importante es que llevéis una vida digna del Evangelio.
Mt 20,1-16: Id también vosotros a mi viña.

La invitación de dios a trabajar por Él llega hasta cada hombre con limpieza y lozanía. Significa, en primer lugar, que todos han de dejar aquellos ocios que nacen de la indolencia y hacen estéril la vida.
En segundo lugar, la invitación evangélica significa que hay que estar disponibles ante Dios, cuya viña es la única que rinde frutos y ofrece trabajo remunerado en base a criterios de justicia y generosidad divinas.

En tercer y último lugar, significa aceptar el propio salario sin compararlo con el salario de los otros, porque la gracia de Dios no sigue los pasos de la lógica humana -<<Los caminos de Dios no son nuestros caminos>>, se nos comenta en la primera lectura-. El hombre no es nadie para imponer normas a Dios. Tampoco puede el hombre alardear de derechos adquiridos ante Dios, porque Él está por encima de nuestros conceptos y medidas. Dios es amor, y el amor no es injusto, pero rebasa la justicia.

Hechas estas consideraciones, resulta provechoso reflexionar sobre el ocio del que habla el Evangelio en esta hora de activismo que, por desgracia, es también una hora de hombres parados en muchos rincones del mundo y de nuestra ciudad. Nadie los contrata.

Los parados del Evangelio son aquéllos que entregados apasionadamente a sus asuntos, nada hacen en la viña de Dios. La tipología de éstos, incluso entre los cristianos, es muy variada.

Hay quienes saben que Dios y la Iglesia existen, pero ignoran que los están llamando continuamente, que hay una parcela de trabajo divino para ellos: <<Id también vosotros a mi viña>>. Son cristianos sólo de nombre, semillas que quedaron en el granero sin ser jamás lanzadas a los surcos para producir frutos cristianos. Son los cristianos que creen que el compromiso de la fe es para otros más preparados, más santos y más perfectos.

Hay otros cristianos ociosos, más informados en temas de Dios y de Iglesia que los anteriores, pero igualmente inactivos. Son cristianos a medias: honestos padres de familia, trabajadores honrados. Su <<trabajo para Dios>> consiste en mantener vivas algunas nobles tradiciones: bautizos, matrimonios o primeras comuniones. Es decir, se limitan a la práctica puntual y esporádica de algunos sacramentos, que les crean conciencia de buenos cristianos.

Son muchos los no contratados que se preguntan reiteradamente: <<¿Por qué Dios ha de interesarse por mí?>>. <<Trabajar por Dios es una utopía: Él no tiene necesidad ni de mí ni de nadie>>. <<Un buen mundo secularizado y alegre es lo que necesitamos>>. El muestrario de frases, que revelan serias y bien ancladas actitudes de fondo, se podría prolongar hasta el infinito.

Ningún cristiano –ni tampoco ningún hombre- puede afirmar que Dios no lo necesita o no desea su colaboración. Se puede estar ocioso espiritualmente una gran parte de la vida y, en un momento, ser llamado por Dios a dar un ejemplo de fe, de entereza, de confianza en su providencia.

Por otra parte, nadie puede pretender llamarse cristiano con mayúsculas por haber llegado el primero al apostolado o por haber tenido la fortuna de escuchar con fidelidad la Palabra de Dios y seguirla. Dios no acepta monopolios ni derechos adquiridos. Dios es amor y quiere respuestas de amor.

En nuestra Iglesia deberíamos estar atentos a los cristianos de la hora undécima. A ésos que sólo ahora comienzan a acercarse a la Iglesia, porque acaban de ser descubiertos por ella en su incansable acción misionera o porque Dios los va llamando atrayéndolos hacia nuevas formas de vida cristiana. Estos cristianos no son tan pocos como parece. Lo que acontece es que son más silenciosos, maravillados tal vez de verse iguales a los de la hora primera. Dios los llama en medio de sus quehaceres cotidianos y les pide que lo santifiquen. Como a otros inspiró que crearan monasterios, a ellos les impulsa a convertir en lugar de encuentro con Él la calle, la fábrica, el taller, los utensilios agrícolas, el quirófano o los sindicatos.

Mis queridos hermanos, en esta parábola está retratado anticipadamente el drama de aquellos que anteponen sus derechos al mejor puesto, al mejor salario eclesial, allí donde no debe haber otra cosa que amor gratuito. Dios no está más cerca de unos que de otros por el puesto que ocupan o por la hora en que fueron llamados a ser Iglesia.

Dios siempre ama el primero (cf. 1 n 4,19). La fidelidad puede ser –y de hecho lo es- un mérito, porque supone una actitud libre y positiva. Pero la gracia de ser llamado es siempre un acto libre de Dios enamorado de los hombres, que pasa y vuelve a pasar por las plazas de la vida para ofrecer a todos y cada uno un lugar en su campo y también un asiento en su mesa.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Vigésimo cuarto domingo del tiempo ordinario

Fiesta de la Exaltación de la Cruz
Eclo 27,33-28,9: Perdona la ofensa de tu prójimo, y se te perdonarán los pecados.
Rom 14,7-9: En la vida y en la muerte somos del Señor.
Mt 18,21-35: No te digo que lo perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Las lecturas de este domingo tienen como tema monográfico el perdón, porque es una de las vertientes más efectivas de vivir el amor, el mandamiento por excelencia de la vida cristiana. De tal manera que no puede existir auténtico amor sin perdón. No podemos decir que amamos a los demás si somos incapaces de perdonas sus faltas.

Como vemos en las lecturas, el perdón tiene un único origen: Dios; y un único destino: el hombre. Dios nos ama, y de ese amor emana el perdón y la misericordia. Porque Dios nos ama, nos perdona. Dios no es, en contra de lo que se ha creído, un juez justiciero, sediento de venganza. Dios no quiere la muerte del hombre, sino su vida. La justicia de Dios pasa por el amor. Pero el amor no obliga, no manda, ni impone, simplemente se da. Y se da siempre, porque su amor no tiene fin. Ahora bien, para recibir este don de Dios hay que estar en disposición de quererlo recibir. El hombre tiene que cultivar y afianzar en sí una actitud profundamente receptiva y receptora capaz de acoger la gracia de Dios y de aceptar su perdón (cf. Lc 15,11-32). Hasta aquí el proceder de Dios.

La historia de los hombres es bien distinta de la de Dios. no es una historia uniforme, sino plagada de altibajos. El hombre, esa <<alternancia de amor y de egoísmo>>, como lo calificara Miguel de Unamuno, no siempre está dispuesto al amor, y por tanto al perdón. Si la historia de la humanidad se hubiese escrito desde la perspectiva del amor y del perdón no sería la historia que hoy conocemos, en la que la muerte es la principal protagonista.

Es una historia, otras veces, en las que se ha amado y perdonado a cuentagotas, en pequeñas dosis y en cortos espacios de tiempos, como si tales valores del espíritu pudiesen ser medidos. Aquí se hace evidente la generosidad inconmensurable de Dios frente a la mezquindad del corazón humano.

Los cristianos tenemos que recordar más a menudo que el mandamiento del amor tiene dos vertientes claras, definidas y mutuamente interdependientes: el amor a Dios y el amor a los hombres. De tal modo que el amor a Dios, a quien no vemos, pasa necesariamente por el amor a los hermanos, a quienes vemos (cf. 1 Jn 4,20). Y como del amor brota el perdón, resulta que no amamos a Dios si no perdonamos de corazón a nuestros hermanos.

La parábola del Evangelio de hoy es bien expeditiva, sin lugar a interpretaciones o hermenéuticas capciosas o de doble sentido. En un primer bloque nos habla del perdón vertical, el que Dios dispensa el hombre cuando éste lo implora de corazón. Es un perdón infinito –dios perdona setenta veces siete-, misericordioso –tiene lástima de los desvaríos humanos- y generoso –condona una importante deuda-.

En un segundo momento de la parábola, aparece en escena el perdón horizontal, el del hombre con el mismo hombre. Y aunque esta <<deuda>> es menor que la <<deuda>> de dios, no obstante nos resistimos al perdón y a la misericordia para con el prójimo. Como el personaje de la parábola, nos negamos a conceder el perdón, porque no amamos nada. Frente a la bondad de Dios aparece, una vez más, la miseria humana.

En el tercer paso de la parábola, lo horizontal se hace uno con lo vertical: el perdón de Dios al hombre sólo es efectivo cuando el hombre perdona de corazón a su hermano: <<¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?>>. En otras palabras, no podemos implorar el perdón de Dios Padre si no estamos en actitud de perdonar a nuestros hermanos. Dios no nos perdona si nosotros nos somos capaces de perdonar. Así de simple y claro.
El Evangelio de hoy es una invitación y una llamada. Es una invitación y una llamada. Es una invitación de Dios al hombre para que sienta la necesidad de su amor y de su perdón. Es una llamada, también de Dios al hombre, a dar y acoger el perdón de quienes, habiéndonos ofendido, solicitan de nuevo nuestro amor.

Nos gusta que nos perdonen, pero nos resistimos a conceder el perdón. El cristiano debe ser generoso y perdonar siempre. Con esto, no hace otra cosa que imitar la infinita misericordia de Dios. Queridos hermanos y amigos: que hoy, en el momento de rezar el padrenuestro, pongamos un especial énfasis en el perdón que invocamos de Dios: <<Perdónanos nuestras ofensas>>; pero sabiendo que tal petición sólo es efectiva cuando cumplimos la segunda parte: <<como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden>>.