viernes, 30 de enero de 2015

Cuarto domingo del tiempo ordinario

Dt 18,15-20: Suscitaré un profeta y pondré mis palabras en su boca.
1 Cor 7,32-35: El célibe se preocupa de los asuntos del Señor.
Mc 1,21-28: Este enseñar con autoridad es nuevo.

En todos los tiempos y épocas los pueblos han tenido necesidad de profetas, pastores que los han guiado hacia horizontes nuevos cargados de esperanzas. Esta necesidad es una de las líneas claves para entender la historia del pueblo de Israel, en cuanto pueblo escogido por Dios, porque los profetas tenían la importantísima misión de velar por que la Alianza realizada entre Dios y el pueblo no se desnaturalizara. En otras palabras, tenían la misión de animar y alentar al pueblo en épocas de cansancio y rutina; de criticar abiertamente los abusos y desviaciones que contradecían gravemente su identidad de ser <<propiedad>> del Señor; de anunciar la verdad frente a la mentira de las injusticias, que minaba y arruinaba el sentido de comunidad y de fraternidad, definidor del alma misma del pueblo elegido.

Por eso, cuando los profetas escaseaban o, sencillamente, eran perseguidos, torturados o asesinados, el pueblo andaba sin rumbo, <<como ovejas sin pastor>>, por citar la sentencia de Jesús. El <<pueblo de Dios>> s convertía en el <<pueblo sin Dios>>, sometido a la tiranía de otros <<ídolos>> como el hedonismo, la injusticia, la opresión y explotación de unos sobre otros. Es decir, el pueblo de Israel cumplía la máxima que el escritor ruso Dostoievski popularizó muy posteriormente en su novela Los hermanos Karamazov: <<Si Dios existe, todo nos está permitido>>.

En las sociedades de la posmodernidad, si hay algo que las defina es la escasez de profetas auténticos y la proliferación de <<iluminados>>, demagogos, falsos redentores que, como los malos pastores, sólo buscan su propio bien. No están para servir, sino que se sirven del pueblo; lo utilizan en su propio beneficio. Lo grave de esta situación es que estos <<lobos rapaces con piel de oveja>> abundan, porque en las mencionadas sociedades se ha perdido la esperanza, la ilusión, el sentido de la vida, la felicidad.

Ya no se cree en nada ni se espera en anda. No hay razones últimas en las que creer y por las que luchar. Todo se pone en duda. Se coloca en tela de juicio la palabra de los hombres, la credibilidad de la doctrina, las intenciones de las personas, la vigencia de las normas, la autenticidad de los comportamientos, la existencia de Dios. El hombre, en el decir de Gabriel Marcel, se ha vuelto un <<hombre problemático>>, porque lleva a cuestas unas alforjas <<llenas de nada>>. Y cuando ya no queda otra cosa que la nada, entonces en el horizonte de la existencia aparecen los <<vendedores>> de la felicidad, los falsos profetas, expertos manipuladores de las conciencias ajenas que, como en el pueblo de Israel, viven de la mentira, el soborno, la adulación o el engaño.

Nuestra sociedad está necesitada de auténticos profetas que, al estilo de Jesucristo, anuncien y testimonien la verdad del Evangelio, en cuanto verdad de la vida, fuente última de felicidad. Profetas de la vida que denuncien con entereza nuestra <<cultura de la muerte>>, radicalmente egoísta, y cuyas señas de identidad no son otras que el poder, el dinero, el placer, el consumo, la vanidad, el prestigio. Es la cultura que defiende y justifica la pena de muerte, el aborto, la eutanasia, las guerras.
Los auténticos profetas son los que, como Jesús, hablan con <<autoridad>>, es decir, hablan la verdad, porque su denuncia está precedida por el ejemplo de su vida. Son los que <<ponen toda la carne en el asador>> por defender el ser frente al tener, la justicia frente a la injusticia, la verdad frente a la mentira. Ejemplos de estos profetas los encontramos fuera y dentro de nuestras fronteras, en todos aquellos que andan comprometidos con la verdad del hombre iluminada desde la verdad de Dios. Son hombres y mujeres sencillos que, desde el silencio del anonimato, dan diariamente su vida por los demás.
Mis queridos hermanos y amigos, la Iglesia necesita hombres nuevos, con decidida voluntad evangelizadora. Ante nuevos desafíos de increencia, de secularismo, de injusticia; nuevo compromiso de fidelidad, de diálogo con el mundo, de encuentro y encarnación con las justas causas de los hombres, nuestros hermanos. Ante nuevas amenazas de materialismo, de vida sin Dios; nueva y renovada fe, fortalecida por la verdad de Jesucristo, la única que nos hace libres.

El profeta del mandamiento nuevo es el verdadero servidos de todo el pueblo, que huye del elitismo; es el que está abierto a todo y a todos escucha, y por todos se preocupa, porque todos son dignos del amor de Dios. Nuevo es el profeta convertido cada día a una mayor fidelidad al Señor, y en ella a los hombres, a quienes sirve. Nueva es la tarea a la que, como profetas por vocación divina, se nos invita, pues la evangelización es siempre novedad y buena noticia que llega rejuvenecida con la fuerza del Espíritu, máxime en nuestra sociedad, espiritualmente envejecida.

Igual que Cristo, también nosotros estamos urgidos a ser nuevos profetas para la nueva evangelización proclamada por Juan Pablo II. Como Jesucristo, hemos de tomar el Evangelio en las manos y decir: <<El Espíritu del Señor está sobre mí>> (Lc 4,18). 

miércoles, 21 de enero de 2015

Mujer: una puerta abierta a la esperanza

La Fundación Miguel Castillejo ha recibido la Memoria 2014 del Centro de Promoción de la Mujer Inmigrante "María Rivier". De ella hacemos un extracto para que podáis conocer cómo se han desarrollado los cursos este año pasado.

El centro funciona desde febrero de 2003, gracias a la colaboración de don Miguel Castillejo, entonces presidente de Cajasur y en la actualidad presidente de la Fundación que lleva su nombre.

La fundación Miguel Castillejo financia no sólo el alquiler del local, a partir del 2009 hasta la actualidad, del Centro de Promoción, Formación e Integración de la Mujer Inmigrante María Rivier, sino también el mantenimiento del mismo y los gastos imprescindibles de los Cursos y Talleres que se realizan a lo largo del año.

El centro cuenta con una excelente ubicación, en Ciudad Jardín, zona donde viven gran parte de los inmigrantes de la ciudad. Y por la proximidad a la ONG Córdoba Acoge.

El proyecto de Promoción, Formación e Integración de la Mujer Inmigrante Maria Rivier es realizado por las hermanas de La Presentación de María a lo largo del año a través de informaciones, talleres, cursos, clases, conferencias, encuentros, reuniones, etc cumpliendo con su primer objetivo de Fomento del Empleo y la Formación, Orientación e Igualdad en el trabajo de la Mujer Inmigrante. Estando abiertas también a ayudar tanto al hombre inmigrante como a los españoles que lo necesiten.
El curso de Auxiliar de Educación Infantil dio comienzo el día 9 de marzo, siendo su duración de 30 horas teóricas y 75 prácticas realizadas en centros de Educación Infantil como los de Tutúa, El trenecito, Mi granja, Girasoles, Happy Children, El jardincito…

También en marzo concluyó el curso de Auxiliar de Geriatría, con una duración de 60 horas en las que se desarrollaron 20 temas sobre las necesidades básicas, continuándose después con las prácticas en Residencias de Mayores. 

En abril se entregaron los diplomas y los certificados que acreditan las 200 horas de duración del Curso de Auxiliar de Geriatría. El mismo día se hizo entrega además de los diplomas del Taller de Cocina.

Como novedad, este año se ha ofrecido la posibilidad de lograr el certificado de manipulador de alimentos a través de formación online.

Entre los meses de mayo y junio se ha impartido en el centro un curso de Monitor de Comedor que también ha tenido mucho éxito entre nuestros alumnos.

Tras las vacaciones, se inició el primer taller de cocina en los meses de octubre y noviembre. A lo largo del mismo se han preparado recetas de cocina mediterránea dirigidas por nuestras voluntarias y con la participación activa de los asistentes al Taller, tanto mujeres como hombres.

También en octubre tuvo comienzo el curso de Auxiliar de Geriatría, cuyo fin ha tenido lugar el día 21 de diciembre pasado. Además de alcanzar dicha formación, las alumnas actualmente están completando también el curso de Ayuda a domicilio, de manera semipresencial gracias, nuevamente, a la plataforma de Comunix.

martes, 20 de enero de 2015

Tercer domingo del tiempo ordinario

Domingo, 25 de enero de 2015


Jon 3,1-5.10: Los ninivitas se convirtieron de su mala vida.
1 Cor 7,29-31: Las apariencias de este mundo se termina.
Mc 1,14-20: Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.


La Iglesia nos presenta en primer plano la lectura de Jonás para llevarnos a una reflexión que gira en torno a la necesidad que tenemos en la vida cristiana de la conversión.
Nínive, ubicada junto al río Tigris –actualmente llamada Mosul, al norte de Irak-, era una ciudad capital del reino de Asiria. En el libro de Jonás se describe como una ciudad inmensa, una verdadera megalópolis que necesitaba de tres días para ser transitada. Jonás, el profeta, es enviado por Dios a esta ciudad enemiga por antonomasia del pueblo judío, por eso rehúye esta encomienda divina. No obstante, pese a su resistencia, Dios le gana la partida. Jonás predica en Nínive y los ninivitas se convierten. El pueblo se reviste de sayal y se recubre de ceniza, ejemplarizando así su <<cambio>> de vida que pone rumbo hacia el corazón mismo de Dios.
Entonces como ahora, el lujo excesivo de unos frente a la solemne pobreza de otros materializan una de las más flagrantes injusticias que asolan nuestro planeta. La Nínive de entonces, enfrascada en el más craso materialismo, llevaba una vida disipada de placeres, de despilfarros, de lucro. Su único Dios era el dinero, horizonte de su esperanza, razón última de su existencia. Entonces como ahora, también existía la paradoja: frente a la desmedida opulencia de Nínive, otros pueblos vivían sumergidos en la más absoluta de las miserias.
También hoy, a propósito de la situación geográfica de la antigua Nínive, hiere nuestra sensibilidad y nos asombra la riqueza de Kuwait, país que supera en veinte veces la renta per capita de los países limítrofes, como por ejemplo Jordania. Esta tremenda injusticia social es la que nos recuerda que el cristianismo no es una religión de <<sacristía>>, sino que está seriamente comprometido con las <<cuestiones sociales>>, producto de las mismas exigencias sociales que tiene el Reino de Dios.
En su primera Carta a los Corintios, el apóstol San Pablo nos apremia a tener en la vida una actitud de desprendimiento de los bienes de la tierra, de ruptura con el lucro y el afán desmedido de posesión.
En efecto, sólo cuando consideramos que <<no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios>> (Mt 4,4), sólo entonces podremos ir avanzando en la inquietud social evangélica que tiene como fin la justicia que brota de la fe y de la esperanza. Aunque el contexto de la Carta paulina es netamente escatológico, -<<la venida del Señores ya inminente>>-, sin embargo es un modo de decirnos que la única verdad es Dios, y en Dios todas las personas humanas, iguales en derechos y en dignidad, porque todos somos hijos de Dios, creados a su <<imagen y semejanza>>.
El Evangelio, la Buena Noticia de Dios a los hombres, es un Evangelio de salvación, en la que no caben ni nuestras absurdas discriminaciones sociales, ni nuestros egoísmos interesados. La salvación de Dios es incompatible con las injusticias de todo tipo. Bien decía E. Fromm que <<es una falsa ilusión la idea de que mientras se comenta la paz, e alienten al mismo tiempo los esfuerzos por el poder y el lucro>>. Sólo en la medida en que Jesucristo sea nuestro lucro, sólo en esa medida estaremos colaborando por la causa de la justicia social, primera exigencia de la paz. Por eso, Pablo VI dijo con acierto que <<la paz es el nuevo nombre del progreso>>.
Ahora bien, esta sensibilidad y compromiso del cristiano por la implantación de la justicia en el mundo sólo es posible desde una profunda conversión personal, la otra reflexión a que nos invitan las lecturas de hoy. Mientras Jesucristo no sea el centro de nuestro corazón, nuestra vida la ocuparán otros <<dioses>> como el dinero, la comodidad, el lujo, los placeres. O Jesucristo lo es todo para nosotros en grado absoluto, o tendremos eternamente un corazón esquizofrénico, dividido entre Dios y el dinero, intentando conjugar inútilmente el amor a Dios y a las riquezas (cf. Mt 6,24); las exigencias de la fe con las más flagrantes injusticias; el Evangelio con los afanes estrictamente humanos. Es lo que en el dicho popular se enciende encender una vela a Dios y otra al diablo. A este propósito Ronsel decía con acierto que <<cuando se mira a Dios desde fuera, como un objeto de conocimiento, sin juventud de corazón, ni inquietud de amor, no se tiene entre las manos otra cosa que un fantasma o un ídolo>>.
Jesús quiere que nuestro corazón sea siempre joven, siendo Él el centro en el cual converge todo nuestro ser, porque en Dios vivimos, nos movemos y existimos, como denota certeramente el apóstol San Pablo. Hay que luchar para buscar y encontrar a Jesucristo. Ésta ha sido la experiencia de los grandes santos de todos los tiempos, que se toman en serio la santidad como proyecto de vida.
Es necesario que este mundo nuestro, tan ahíto de injusticias sociales y de males sin cuento, sea transformado, en primer lugar, desde una fe honda en la justicia y en la paz sociales que brotan del amor entre los hombres y, en segundo término, desde una conversión personal radical de nuestro interior, de nuestra propia conducta, de nuestros comportamientos.
A modo de conclusión, sería bueno tener presente en este tercer domingo del tiempo ordinario las recientes palabras de nuestros obispos cuando nos exhortan a que los católicos no podemos vivir de espaldas a los demás, sino que, frente a nuestro mundo insolidario, injusto, plagado de incoherencias, tenemos que apostar diariamente por la caridad, la justicia, la equidad y la fraternidad. Los demás deben importarnos porque son hijos de Dios, hermanos nuestros. En esto consiste el amor a Dios: en amar de corazón a los hombres. Esto sólo se consigue cuando personalmente vamos purificando y saneando a fondo, por la conversión, nuestra persona.

viernes, 9 de enero de 2015

Fiesta del Bautismo del Señor

Is 42, 1-4.6-7: Te he llamado para que abras los ojos de los ciegos.
Hch 10,34-38: Dios ungió a Jesús con la fuerza del Espíritu Santo.
Mt 3,13-17: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.

La historia de los hombres es una historia esencialmente de pecado amasada con injusticias y violencias sin cuento. Es una historia que, por lo mismo, ha generado múltiples sistemas <<redentores>> y <<salvadores>>, que, o bien se han hundido en sus sueños prometeicos inalcanzables, o bien han esclavizado aún más al mismo hombre. La historia humana se convierte así en un gigantesco fracaso, porque el hombre no puede redimirse a sí mismo, no puede liberarse del pecado con el pecado mismo que lo atenaza y casi define. El hombre y la historia humana es radical y ontológicamente incapaz de generar su propia salvación. ¿Cómo alcanzar el cielo con la sola ayuda de las fuerzas humanas? ¿Cómo romper y liberarse del mal estructural y estructurado que atenaza la convivencia y relaciones humanas? No existen milagros humanos. Los únicos milagros son de origen divino. Sólo Dios es capaz de salvar y de liberar, de romper con las redes del pecado, de dotar de la luz y de la trascendencia a la oscura inmanencia, de sembrar en el hombre el germen y la semilla de la vida eterna.

La fiesta del Bautismo de Jesús es el símbolo de la historia de Dios presente en la historia de los hombres; tan presente que el mismo Hijo de Dios se hace hombre como nosotros menos en el pecado, porque si el mismo Dios se hace pecado ¿Quién podría, entonces, liberarnos de él? Jesús, con la fuerza del Espíritu liberará a los oprimidos y pasará haciendo el bien para vencer así al mal. Su bautismo en el Jordán no significa, en consecuencia, que tenga que ser salvado de pecado alguno sino, más bien, que Dios lo inviste con autoridad y poder, con la <<fuerza del Espíritu Santo>>, poder de Dios, para que pueda realizar la misión de redimir, salvar, curar, sanar, todo lo que está podrido.

De este modo, hay una radical diferencia entre el bautismo de Juan y el de Jesús. El de éste era un bautismo de conversión, de preparación para recibir una salvación que nos llega de parte de Dios mismo; el de aquél es un bautismo de salvación, porque es Dios mismo quien, con la fuerza de su Espíritu, nos salva.

Así, la fiesta del Bautismo del Señor es una confesión de fe en la divinidad de Jesucristo y una declaración profunda de su humanidad. Sólo Dios nos salva, porque el hombre es ontológicamente incapaz de ello. Pero al mismo tiempo, Dios nos salva <<desde dentro>>, desde el hombre mismo, <<poniéndose a la cola>>. Ahora bien, este <<desde el hombre mismo>> no significa, ni mucho menos, <<al modo del hombre>>. Jesús promoverá el bien y la justicia sin voces ni espectacularidades, sin privilegios ni excepciones, desde su condición del <<siervo de Yahvé>>.
El siervo del Señor es un elegido para una misión: anunciar en todas las naciones el derecho y la justicia, para socorrer, auxiliar, consolar, restañar y curar. El siervo no emplea la coacción, ni la violencia, ni la lucha propias de los <<modos>> de los hombres, sino la paz, la mansedumbre, la humildad, la sencillez. La liberación no es un programa político más, como son casi todas las propuestas humanas, sino que es el único programa de Dios. Por eso, San Juan Bautista advierte su pequeñez y la grandeza de Dios: <<Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?>>.
En esta solemne fiesta, Dios Padre nos invita a escuchar a Jesús. Y a Jesús se le escucha cumpliendo la voluntad de dios: <<No todo el que me diga: ¡Señor, Señor!, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre que está en el cielo>> (Mt 7,21). Ser cristiano es llevar a efecto el mensaje de las bienaventuranzas: la confianza absoluta en Dios, puesto que sólo Él y nada más que Él salva; la misericordia y la compasión con los hermanos afligidos; la construcción de la paz y de las relaciones armónicas en las situaciones azotadas por las guerras y las discordias; la búsqueda y creación positiva de actos y actitudes de justicia, al mismo tiempo que la denuncia de todas las estructuras generadoras de las más sórdidas injusticias, mal endémico de nuestro mundo. Vivir todo esto es vivir nuestro bautismo por el que fuimos incorporados a Cristo.

Dios Padre nos invita a escuchar a su Hijo, a adentrarnos en los planes de Dios. Ésta será la única garantía de operar la salvación que Dios quiere. Quien escucha a Cristo es investido por Dios con la fuerza del Espíritu para que pueda realizar la obra de Dios mismo; quien no lo escucha realizará su obra humana, no la de Dios. Quien escucha a Cristo creará salvación en su entorno, quien se escucha a sí mismo, producirá muerte y destrucción.

Hoy es un buen día para reflexionar sobre el nivel termométrico del compromiso de nuestra vida cristiana y pedirle a Dios el don de la receptividad para acoger y vivir su Palabra en el corazón en la vida.

viernes, 2 de enero de 2015

Segundo domingo después de Navidad

Eclo 24,1-4.12-16: La sabiduría habita en medio del pueblo elegido.
Ef 1,3-6.15-18: El Padre nos predestinó a ser hijos adoptivos suyos por Jesucristo.
Jn 1,1-8: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.

Uno de los fenómenos más populares de estas fiestas de Navidad, que ya van tocando a su fin, es el de los villancicos, en los que se canta y se ensalza el misterio de Belén, que, por otro lado, va sustituyendo paulatinamente a los tradicionales nacimientos en los hogares cristianos. Cada vez es más frecuente escuchar: <<Yo en mi casa pongo el Misterio>>, es decir, a la Virgen María con San José y el Niño Dios, acompañados de la mula y el buey.

De tantas felicitaciones como he recibido en estas fiestas, me ha llamado poderosamente la atención una en particular. En ella está impreso un pensamiento teológico escueto y profundo: <<Nada de la encarnación del Verbo se ha hecho sin tener un sentido profundo. Jesucristo no ha venido a redimir a los ángeles sino a los hombres>>. Es el mensaje central de prólogo del Evangelio de San Juan que hemos proclamado en este domingo: <<El Verbo de Dios se hizo carne y acampó entre nosotros>>.

Observad, mis queridos hermanos, cómo la Iglesia durante estas fiestas vuelve reiteradamente al mensaje de la Encarnación redentora- Esta metodología está muy en línea con la que los grandes santos han usado para transmitir el mensaje espiritual del cristianismo. Entre ellos, pongo por ejemplo a San Ignacio de Loyola, quien en su libro de los Ejercicios espirituales habla de repeticiones, porque él entiende que a fuerza de repetir y repetir llega el ejercitante no sólo a saber las cosas, sino a paladearlas interiormente. Y lo que nuestra Madre la Iglesia quiere es que, en medio del bullicio de las fiestas, no perdamos de vista el misterio de Belén, cantado y glosado por San Agustín en los siguientes términos: <<¡Oh admirable trueque, que para que Dios se haga hombre, los hombres hemos sido hecho dioses!>>. Efectivamente, lo que significa el misterio de Belén no es otra cosa que la encarnación de la divina sabiduría, que existió antes de Jesucristo, el pueblo judío la personalizó, como aparece en el libro del Eclesiástico.

En el mundo clásico griego, en donde cinco siglos antes de Cristo irrumpe con fuerza la filosofía, a esta sabiduría, que ha llenado la tierra y que lo ha hecho todo, la llaman <<Logos>>, <<Palabra>>, <<Verbo>>, <<Razón universal>>. Xavier Zubiri, filósofo profundamente cristiano, nos dice que <<el cristianismo en sus comienzos encuentra la realidad de la verdad, es decir, lo que es el Todo, en la realidad divina del Logos, Palabra encarnada. Así, Dios, y en Dios Jesucristo, es la razón suprema y última de todo el universo>>.

Dios se hace hombre para que el hombre se haga semejante a Dios. Todos los hombres estamos llamados, convocados a la divinización, en virtud de nuestro ser, hijos de Dios por la Redención de Jesucristo. Esta filiación divina es la que nos capacita y autoriza a llamar a Dios Padre nuestro. Éste es el centro de todo el mensaje de la Navidad.

Por tanto, en Dios todos hemos sido constituidos hermanos, y, en consecuencia, desde la perspectiva de Dios, somos vocación de entrega, de apertura, de donación generosa a los demás. Hemos sido creados para hacer el bien a todos los hombres, hermanos nuestros.

Pero el mensaje de la Encarnación redentora de Cristo es también un mensaje muy singularizado para quienes nos decimos y somos cristianos, porque muchas veces creemos con los labios lo que no creemos en nuestro corazón, alejándonos así de lo que es vivir la verdad y las exigencias de la fe cristiana. Si profundizamos en nuestra conciencia descubriremos cómo en muchos de nosotros se ha instalado el divorcio permanente entre el decir y el hacer; entre la fe confesada y la fe testimoniada. Por eso, quien desde <<fuera>> analice nuestra vida, ¿acaso no nos verá como ateos de facto?

A Dios, como nos manifiesta San Pablo, hay que sentirlo, gustarlo, paladearlo interiormente, <<a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama>>. Dios ha pensado en cada uno de nosotros antes de la creación del mundo y nos ha elegido para ser santos e irreprochables, sobre todo irreprochables en nuestras buenas obras hechas por amor a Cristo.

En este segundo domingo después de Navidad, pensemos serenamente en el misterio de Belén. Pensemos en Dios, que ha realizado un admirable intercambio haciéndose él mismo hombre para que toda la humanidad se divinice, y nosotros mismos por su gracia vivamos un cristianismo irreprochable.