viernes, 27 de diciembre de 2013

Quinto domingo de Adviento

Eclo 3,3-7.14-17: El que teme al Señor, honra a sus padres.
Col 3,12-21: Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón.
Mt 2,13-15.19-23: José coge al niño y a su madre y huye a Egipto.

En este domingo que media entre Navidad y el día de la circuncisión del Señor, celebra la Iglesia la fiesta de la Sagrada Familia como incitación a vivir constantemente la unidad, la comprensión y el amor en el seno de todos los hogares y de todas las familias del mundo. Muchos son los aspectos y dimensiones de la familia que invitan a una permanente reflexión y a un profundo diálogo. Ello nos llevaría un tiempo del que no disponemos. Por eso, voy a centrarme en sólo un punto.

Este verano me llamó sobremanera la atención un chiste de Mingote que produce una sonrisa triste. En un banco de un jardín cualquiera estaba sentado un anciano y a su lado se encontraba un perro. El anciano le comentaba al perro: <<¡Qué lástima! Ni tú ni yo sabemos dónde se han ido a veranear nuestras respectivas familias. De todos modos, les podíamos escribir una carta diciéndoles que no se preocupen por nosotros, porque tú y yo nos hemos hecho íntimos amigos y nos damos grata compañía>>. Con el gracejo y la ironía que le caracterizan, Antonio Mingote ha dado en la diana de uno de los mayores problemas que existen en las familias actuales: la progresiva desintegración del núcleo familiar, adobada con una buena dosis de desinterés y falta de cariño entre sus miembros. La familia de este fin de siglo y de milenio camina en dirección opuesta a las recomendaciones del libro del Eclesiástico: <<El que respeta a su madre acumula tesoros […]; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos […] Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras viva>> (Eclo 3,3.5.12). ¿Qué está pasando en la sociedad actual, mis queridos amigos?

Es verdad que la sociedad actual en poco se parece a la de antaño. Los hijos de ahora no cuidan a sus padres con la misma intensidad que lo hacían los hijos de entonces. Por una parte, el ritmo de vida acelerado que a todos nos imponen las sociedades postmodernas nos conduce irremediablemente a priorizar las obligaciones laborales antes que las familiares. Por otra, en las sociedades desarrolladas el número de jubilados es cada vez mayor al aumentar espectacularmente la edad media de vida y al descender alarmantemente el número de nacimientos. Esto provoca que los jóvenes, que son los menos, queden desbordados por el número de ancianos que tienen que atender, que son los más. A eso hay que sumarle otros dos hechos: la incorporación de la mujer al mundo laboral, que incide directamente en una falta de atención más pormenorizada a los padres de lo que en otros tiempos era usual, y la falta de espacio en las viviendas para acoger a los propios padres en ellas.

Aunque todo lo anterior es atenuante de la falta de atención a los padres, con todo, el problema de fondo es la transmutación de los valores. El amor, el cariño, la generosidad o el cuidado de nuestros padres han perdido toda su fuerza y significado. Sencillamente no interesan. Hoy priman la eficacia, la producción masiva, la utilidad, el consumo, el confort, la comodidad. El tener se ha impuesto al ser. Vivimos en las postrimerías de la muerte del hombre, expresión feliz del francés Michel Foucault, que conlleva la desintegración de todas las dimensiones de la vida humana, incluida la familia.

Los cristianos tenemos que replantearnos muy seriamente cuáles son los parámetros de referencia en nuestra vida. Es una gran contradicción ontológica ser cristianos y vivir como paganos. Los valores de los cristianos ni deben ni pueden amoldarse a los supuestos valores del mundo. El mensaje de las bienaventuranzas (cf. Mt 5,1-2) es claro al respecto: vivir y encarnar la paz, el amor, la alegría, la misericordia, la generosidad sin límites; valores que hemos de encarnar en el cuidado, atención y cariño a nuestros padres mayores, porque así respetamos y amamos a Dios; si no los honramos a ellos también nos deshonramos a nosotros mismos. Así es como creamos la familia y crecemos en familia –Iglesia doméstica, como la calificó el Vaticano II-, en cuyo seno nacen, crecen y se desarrollan los grandes valores de la humanidad: el valor del amor, el valor de la vida, el valor de los hijos, el valor de la educación, el valor de la convivencia.

Como cristianos tenemos que aprender a descubrir el secreto de la generosidad, centro en el que se asienta la familia. La generosidad fecundiza, renueva, hace crecer, anima; el egoísmo reseca, desune, mata. <<Lo que no das, lo pierdes>> eran las palabras finales de la película La ciudad de la alegría. Por ello, <<sólo poseemos de verdad aquello que regalamos a los demás>>.

Quisiera concluir esta reflexión con una oración del anciano que ya manifesté en otra ocasión. Es la siguiente:

<<Felices los que son comprensivos con mis piernas vacilantes y mis manos torpes.
Felices los que comprenden que mis oídos tienen que esforzarse por entender todo lo que se me dice. 
Felices los que se dan cuenta de que mis ojos son miopes y mis pensamientos, lentos. 
Felices los que me miran con una sonrisa amiga y charlan un poquito conmigo. 
Felices los que nunca dicen: “esta historia ya las has contado hoy dos veces”. 
Felices los que me hacen experimentar que se me ama, que se me respeta y que no se me deja solo. 
Felices aquellos que con bondad me alivian los días que aún me quedan en mi camino hacia el hogar eterno>>.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Clausura del curso de cocina en el Centro María Rivier

Ya ha tenido lugar la clausura del curso de cocina organizado en el Centro María Rivier, cuya actividad patrocina la Fundación Miguel Castillejo.

Aquí os dejamos algunas de las fotos que ilustran la entrega de diplomas.


jueves, 19 de diciembre de 2013

Cuarto domingo de Adviento

Is 7,10-14: La Virgen está encinta y da a luz un hijo y le pone por nombre Emmanuel.
Rom 1,1-7: Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre.
Mt 1,18-24: Jesús nacerá de María, desposada con José, hijo de Daniel.

El Evangelio de este cuarto domingo de Adviento tiene como personaje central al glorioso San José, padre legal de nuestro Señor Jesucristo. En dicho Evangelio se nos describen las dudas de San José. Las dudas las podemos entender en un doble sentido: bien como dudas objetivas, bien como dudas subjetivas. Las primeras, las objetivas, harían referencia a las dudas que San José tenía sobre la honestidad de María; las segundas, a las dudas que tenía San José sobre su propia dignidad: se pregunta si puede estar tan cerca del misterio de Dios que se ha introducido en su vida. Así, se cruzan y se encuentran las dimensiones moral y teológica, los planteamientos humanos con los divinos, el pudor, la dignidad y la fidelidad de San José con la voluntad de Dios.

Comentaba Eugenio D’Ors que las <<dudas>> de San José son tremendamente aleccionadoras para nosotros, al mismo tiempo que tienen mucho mérito, porque simbolizan al hombre que cree en las cosas a pesar de los temores y de las adversidades. Es el hombre de la fe en Dios y en su palabra, y, en cuanto tal, se fía plenamente de las <<decisiones>> divinas. Es el hombre que se sabe anclado en Dios, y esta certeza moral y existencial le da las fuerzas necesarias para afrontar con entereza los envites de la vida, sabiendo que está cumpliendo en todo momento la voluntad de Dios.

Todos los hombres somos vocación de Dios, encuentro con Dios, y, por tanto, todos somos  <<proyectos de Dios>>. Nosotros, como José, entramos de lleno en los planes de Dios. Desde que nos creó, Dios cuenta con nosotros. Por eso, es necesario que nos preguntemos: ¿contamos nosotros con Dios? ¿somos fieles intérpretes y servidores de su voluntad? Para responder a estos cortos pero profundos interrogantes no hay más luz que el claroscuro de la fe.

Dios nos manifiesta diariamente sus planes sobre cada uno de nosotros, pero hay que descubrirlos. La revelación <<en sueños>> que tiene José no significa ni mucho menos que José tiene <<allanado>> el camino de la fe, porque la fe es existencial, sometida a los vaivenes del tiempo y de la historia. Lo único que José descubre en sus <<sueños>> es la voluntad de Dios pero no el Misterio mismo de Dios, ni el por qué de la actuación de Dios, aparentemente, en contra de toda lógica humana. Al hombre sólo le cabe obedecer, no inquirir a Dios.

Cuando San José va notando progresivamente los signos de la maternidad de la Virgen María, recuerda las palabras de ángel: <<no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo>. De este modo, San José sobrepone las condiciones de Dios a los principios de la cultura, la dignidad de Dios a la dignidad humana. Poco a poco va sintiendo cómo el horizonte de Dios llena su vida, a la vez que experimenta el vértigo de lo divino; por ello tuvo la misma sensación de indignidad que traspasó el alma de Moisés en la zarza ardiendo ante el Misterio de Dios.

Pero en José la fe va estrechamente unida a la justicia. El Evangelio nos dice lacónicamente que <<José era un hombre justo>>. ¿De qué justicia se trata? Evidentemente, mis queridos amigos, no se nos habla solamente de la justicia como bondad, equiparando así <<ser justo>> con <<ser bueno>>. Aunque este sentido está presente en el Evangelio y por ello José <<no quiso denunciar a María>> y <<decidió repudiarla en secreto>>, sin embargo, existe una comprensión más profunda del término. La justicia de José hace referencia a que era un hombre cumplidor de la ley, profundamente religioso, fuel y honesto. <<Justo>> es, en suma, el que adopta en cada situación la actitud adecuada, el que sabe ser y estar. Por ello fue justo José, tanto al preguntarse sobre su dignidad ante la cercanía del misterio de Dios en su vida como cuando se llevó a María a su casa.
Mis queridos amigos, la tremenda lección que San José nos da en este último domingo de Adviento es que tanto en lo próspero como en lo adverso, en las circunstancias fáciles y en las difíciles, en las situaciones de oscuridad de la fe así como en las de claridad, siempre sigamos los designios del Señor.
Que por encima de nuestro honor, nuestro orgullo y nuestra propia vanidad, pongamos la gracia de Dios y la voluntad de Dios, que sabe lo que mejor nos conviene. Dejemos entrar en nuestro corazón la luz de la fe que ilumina lo más recóndito, lo más íntimo, lo más interior del hombre: su divinización.

Por eso San Agustín, a propósito de la capacidad que el hombre tiene de ser hijo de Dios, comentaba que verdaderamente lo somos, puesto que Dios es más interior a nosotros que nosotros mismos. Dios es más interior a mí que la intimidad que yo lleve en el hondón de mi alma y de mi corazón.

La figura de San José es hoy nuestro modelo. Si de verdad somos justos, buenos y comprometidos cristianos, sentiremos, como José, el peso de nuestras debilidades y miserias humanas frente a la grandeza de Dios. Y sin embargo, nada debemos temer. Dios se ha hecho Emmanuel: se acerca a nosotros, se hace uno de nosotros, comparte nuestra vida, para así, elevar lo humano a lo divino.

martes, 17 de diciembre de 2013

Concierto de Navidad

Domingo, 22 de diciembre | 12,30 horas 
Salón de actos | Fundación Miguel Castillejo

El próximo domingo 22 de diciembre, a las 12,30 horas, tendrá lugar en nuestra sede el tradicional Concierto de Navidad ofrecido por nuestra coral titular Coral Miguel Castillejo, con el siguiente programa:

- Ave María (coro). F. Biebl.
- Abendlied (coro). J. Rheinberger.
- Tollite Hostias (coro). C. Saint-Säens.
- Misa Pastorella (soprano, tenor y coro). I. B. Sagastizábal.
- Gloria (coro). Popular francés.
- Adeste fideles (coro). J. Reading.
- La nana y el niño (solistas y coro). J. Villafuerte.
- El noi de la mare (coro). E. Cervera.
- Noche de Paz (coro). F. Gruber.
- Campanas de la Catedral (coro). R. Medina.
- El Ruiseñor (soprano, barítono y coro). F. Gruber.


Sopranos: Conchi Martos, Silvia Naranjo, Verónica Rivera.
Tenor: Leocadio Moya.
Barítonos: Ángel Jiménez, Domingo Ramos.
Piano: Silvia Mkrtchyan. 
Director: Ángel Jiménez. 
 
¡Feliz Navidad a todos! Os esperamos.

Entrada libre hasta completar aforo.


El vino llora a Fernando


La edición online del Diario Córdoba de hoy se hace eco del acto en memoria de Fernando Pérez Camacho que tuvo lugar ayer tarde en nuestra sede. Si quieres leer la noticia completa en el periódico, sólo tienes que hacer clic aquí

jueves, 12 de diciembre de 2013

"In memoriam" de Fernando Pérez Camacho

Lunes, 16 de diciembre | 20,00 horas 
Salón de actos | Fundación Miguel Castillejo

El próximo día 16 tendrá lugar el homenaje "In memoriam" de Fernando Pérez Camacho organizado por el Aula del Vino y que contará con las siguientes intervenciones:

Manuel Mª. López Alejandre, presidente del Aula del Vino y presentador-moderador de este encuentro.
Marisol Salcedo Morilla, secretaria del Aula del Vino.
Jaime Loring Miró.
Felipe Toledo Ortiz.
Luis Rallo Romero.

Entrada libre hasta completar aforo.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Tercer Domingo de Adviento

Is 35,1-6.10: Dios vendrá y nos salvará.
Sant 5,7-10: Manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca.
Mt 11,2-11: Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti.

Este tercer domingo de Adviento nos habla de una esperanza cierta, dichosa, dadora de sentido porque el Señor está muy cerca. Su presencia ilumina, sana, alegra el corazón del hombre, triste, a veces, de tanta nostalgia del cielo.

La obra de Samuel Beckett, Esperando a Godot, en muchas ocasiones suele tomar como argumento ejemplificador durante el tiempo de Adviento. El núcleo de la obra es el siguiente: dos mendigos dialogan entre sí sobre sus miserias personales. Concluyen que sus males no tienen remedio. Por eso están esperando a Godot, un salvador mesiánico que no sólo les va a librar de sus miserias personales, sino que también les va a proporcionar un mayor estado de bienestar. Y llega Godot. Y Godot es un señor mudo con el que ni siquiera pueden hablar, y, menos aún, hallar en él salvación alguna. Así, en Godot, el autor está explicitando a Dios, y en los mendigos, a los hombres, que esperamos de Dios la salvación y el remedio para nuestros males. Pero Dios, como Godot, es un Dios mudo, que no salva y, por tanto, no puede dar esperanzas. De ahí la conclusión final de Beckett: En esta vida, todos caminamos a tientas; nos movemos por el puro azar. No tenemos misión que cumplir. La misión es un absurdo. No somos enviados a nada.

Sin embargo, desde el Evangelio y las lecturas de hoy, la Iglesia postula la esperanza y la confianza cierta en la salvación que nos viene de parte de Dios. La primera lectura del profeta Isaías incide en la salvación de Dios como buena y alegre noticia para todos los hombres, cautivos de sus miserias: <<me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados>>. Por eso, el apóstol San Pablo no invita reiteradamente al gozo de la salvación: <<Estad siempre alegres>>. Y Juan Bautista a la conversión: <<Preparad el camino del Señor>>.

Mis queridos hermanos y amigos, los fariseos y saduceos le preguntaron a Juan Bautista quién era y qué decía de sí mismo. Como verdaderos creyentes, tenemos que trasladar a nuestra vida esas mismas preguntas. Y la respuesta ha de incidir en tres notas-ejes que definen nuestra identidad.

Primera, nosotros somos personas que luchamos y trabajamos por el mundo, siendo totalmente indubitable de que en medio de nosotros está Dios; de que Dios no es solamente el totalmente otro, sino que, sin dejar de ser trascendente, es inmanente. Dios está en el mundo y da sentido a nuestra existencia. Así, los cristianos sí sabemos –a diferencia de los mendigos de Godot- el para qué de nuestra misión. Sabemos que en cualquier esquina, en cualquier acontecimiento, en cualquier asunto, en cualquier amistad, en cualquier obra de misericordia, en cualquier buena acción o en las pruebas, Dios está, me topo de bruces con Él.

Segunda, si Dios está con nosotros, entonces el cristiano es un hombre que vive de la esperanza y para la esperanza, y que tiene que dar cumplida fe y cumplida cuenta de su esperanza en el entorno en que vive. K. Rahner, uno de los más eximios teólogos del siglo XX, ha afirmado que nuestra espiritualidad occidental es pobre. Es decir, hemos estereotipado la imagen del creyente, y por eso decimos que un buen católico es el que cumple un cierto programa; el que acepta como totalmetne ciertos todos y cada uno de los dogmas de creencias; el que practica objetivamente lo que manda la Iglesia. Y, sin embargo, no nos planteamos –comenta Rahner- la necesidad de profundizar en las verdaderas y auténticas raíces de nuestra vida interior; de ahondar en el sentido de la oración y perseverar en ella; de estar atentos a nuestra unión con Dios y en ella descubrir el sentido genuino de nuestra existencia; de ser testimonio de vida para los demás.

Dice un pensador indio que la <<tragedia de nosotros, los cristianos, es que hemos identificado a Dios con Cristo, pero no hemos identificado al hombre con Cristo>>. Es decir, sabemos que el hombre está en Cristo, pero nos olvidamos de ese saber. Sabemos que el hombre es miembro del Cuerpo Místico de Cristo, y, en consecuencia, el hombre más misérrimo es la viva imagen de Jesucristo, pero esta verdad nos resbala. Así nuestro cristianismo deja mucho que desear; no pasa de ser un cristianismo ramplón. De ahí el apremio a vivir con ilusión y gozo. Hemos de ser personas abiertas a la esperanza; personas que aman sin esperar a ser correspondidas.

Tercera, los cristianos tenemos que seguir preparando el camino al Señor con nuestros dichos y con nuestros hechos. ES decir, anunciando la Buena Noticia a los que sufren, vendando los corazones desgarrados, dando de comer a los hambrientos, atendiendo a los cautivos, practicando las obras de misericordia. Así, con este modo de entrega total a los demás, es como podemos decir también con Isaías que desbordamos de gozo y nos alegramos en el Señor, porque en la vida hemos encontrado una razón para vivir y por la que luchar.

Mis queridos amigos, tengamos presente las tres notas que definen nuestra identidad y misión: 1) ir por la vida sabedores de que ya estamos en Dios, 2) ir por la vida como hombres que tienen que dar razón de su esperanza y que viven con una misión que los llena de gozo y felicidad, 3) ir por la vida haciendo el bien; encontrando a Cristo en todos los hombres para ayudarlos, redimirlos, liberarlos de sus sufrimientos.

Como bien sentencia K. Rahner, al que ya he hecho alusión, sólo el hombre que tiene una motivación y una razón para la esperanza es capaz de dar una explicación total y exhaustiva del sentido del mundo y del sentido de la existencia humana.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Concierto de villancicos populares

Domingo, 15 de diciembre | 12,30 horas 
Salón de actos | Fundación Miguel Castillejo

El próximo domingo 15 de diciembre a las 12,30 horas tendrá lugar en la sede de la Fundación Miguel Castillejo el concierto navideño, en el que podrán escucharse villancicos populares interpretados por el Coro y Rondalla Azahara de Córdoba. El programa, detallado a continuación, incluye prácticamente la totalidad de los villancicos de Ramón Medina, así como otros del repertorio popular.

Programa:

- La perla mejor. Ramón Medina.
- Nació en nuestra ciudad. Pepe Castilla.
- La cuesta del reventón. Ramón Medina.
- Ni ventana ni balcón. Ramón Medina.
- Alacena de las monjas. Carlos Cano. Solista: Manuel Álvarez.
- Echa vino manijero. Ramón Medina.
- Campanas de la Mezquita. Ramón Medina.
- El pequeño tamborilero. Popular.
- Lunita clara de los plateros. Ramón Medina. Solista: Luisa Sánchez.
- Nochebuena cordobesa. Ramón Medina.
- Abre ventero la puerta. Ramón Medina.
- Noche de paz. Mohr / Gruber. 

Adaptación y arreglos: Pedro Peralbo
Bandurria concertino: Rafael Bello
Director: Pedro Peralbo.

Entrada libre hasta completar aforo.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Segundo Domingo de Adviento

Is 11,1-10: Brotará un renuevo del tronco de Jesé. Sobre él se posará el espíritu del Señor.
Rom 15,4-9: Cristo os escogió para gloria de Dios.
Mt 3,1-12: El que viene detrás de mí os bautizará con Espíritu Santo y fuego.

Celebramos hoy la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, dogma de fe que reconoce que la Virgen, desde ese primer instante de su concepción, fue adornada con la plenitud de la gracia divina, y, en consecuencia, estuvo libre de todo pecado.

la doctrina de la Inmaculada Concepción fue formulada en pleno siglo IX por Pascasio Radberto, monje de la abadía de Corbie. Adoptada en 1140 por los canónigos de Lyon, luego por Duns Escoto y por los franciscanos; proclamada explícitamente por el Concilio de Basilea (1430-1443), se difundió por todas partes. En 1708 Clemente XI extendió a toda la Iglesia la fiesta de la Inmaculada. El 2 de febrero de 1849, en la fiesta mariana de la Purificación, Pío IX dirigió a todos los obispos del mundo la encíclica Ubi primun, en la que les pedía que diesen su parecer y reuniesen las tradiciones y los votos concernientes a la creencia en la Inmaculada Concepción de María. Habiendo recibido casi todas las respuestas afirmativas, el Santo Padre resolvió no diferir por más tiempo la definición. El 8 de diciembre de 1854 Pío IX, mediante la bula Ineffabilis, pronunció, <<para honra de la Santísima Trinidad, ornato y gloria de la Santísima Virgen, Madre de Dios, exaltación de la fe católica y dilatación de la fe cristiana>>, la definición solemne de la Inmaculada Concepción: <<La bienaventurada Virgen María fue preservada de toda mancha de pecado original desde el primer instante de su concepción>>.

La historia de los hombres, nuestra historia, está trenzada por las desilusiones y los fracasos, junto con las esperanzas que brotan de la confianza en la fidelidad de Dios a su promesa de salvación. La salvación de Dios, y no el pecado, está en la raíz misma de nuestra existencia. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Éste es el mensaje del relato del Génesis que acabamos de proclamar. Y en este plan de salvación, la Virgen María tiene un papel fundamental: ser la Madre del Redentor y Salvador, Jesucristo, nuestro Señor.

Será el linaje de la mujer, es decir, el Hijo de María, quien aplaste la cabeza de la serpiente, venciendo así definitivamente tanto al pecado como a la muerte. De este modo, por obra y gracia de Dios, María es corredentora, cooperadora de la salvación que realiza el Hijo.

Esta síntesis que hemos esbozado no puede llevarnos a la conclusión de que a María todo le vino dado. Es verdad que la gracia es un don gratuito que Dios nos concede, pero no es menos verdad que esta oferta divina requiere una pronta respuesta humana. Es lo que nos describe maravillosamente el pasaje de la anunciación que contiene en una apretada sinopsis el núcleo central de la historia de la salvación: la Encarnación redentora y la invitación por parte de Dios a María y a cooperar en esa obra.

Las primeras palabras que Dios dirige a María son una invitación al gozo y a la alegría, porque Dios va a actuar definitivamente a favor de su pueblo: <<Alégrate, llena de gracia>>. Un gozo y una alegría que tienen en Dios su principio y su fin. De este modo se confirma que toda vocación es una llamada a la alegría del Reino.

Lo que cuenta en el relato de la Anunciación es ante todo la acción real de Dios que se dirige a la libertad de la persona invitándola a servir a la Redención. Lo que Dios pide a María es un paso a lo impenetrable, al misterio mismo de Dios; de ahí que la invitación de Dios suponga para la Virgen un paso de pura fe, traducida en un convencimiento personal-existencial de que Dios actúa aquí y ahora, a la vez que en una total disponibilidad para colaborar en el plan de la salvación que desde siempre Dios proyecta en la historia. La Virgen María pronuncia su Fiat, desde la dimensión de la fe asumida y vivida con libertad. Es, en consecuencia, una respuesta madura que nace de una fe madura.

El encuentro entre Dios y el hombre presuponen tanto la libertad divina como la humana. Es un encuentro donde la gracia no anula la libertad de la persona, porque en tal caso estaría anulando la capacidad de la respuesta. La gracia divina invita, susurra, sugiere, penetra en el corazón del hombre, pero respetando totalmente su libertad. Por ello, la respuesta a esa invitación sólo puede ser un acto de entera libertad que brota de un acto de pura fe, hecha sentido y vocación de vida. La vocación exige un compromiso y una actuación inmediata. La llamada de Dios es incondicional e irrevocable. Nada ni nadie debe interponerse entre Dios y el llamado. María demuestra la inmediatez y la presteza de su respuesta. No busca seguridades humanas, porque se fía enteramente de Dios, cuya fidelidad dura por siempre.

La Virgen María con su aceptación y respuesta, su ser amada y su obediencia trasparente, se convierte en Madre de Dios entre los hombres. Ella es el lugar de la plenitud del Espíritu Santo. Dios hace germinar la vida en ella. Por eso con el nacimiento del <<Santo>> se ilumina todo el relato del anuncio a María. La santidad se establece en Dios, y la filiación divina de Jesús es en todo y por todo obra de Dios. El que va a nacer será totalmente santo.

Mis queridos hermanos y amigos, la fiesta de la Inmaculada nos sitúa a todos los creyentes en la estética de Dios. María ocupa un lugar central en la historia de la salvación. Es la mujer del Espíritu, la llena de gracia, regazo de amor que Dios se prepara para engendrar, alumbrar e irradiar su amor a todos los hombres.

En consecuencia, más que desde la óptica del pecado –concebida sin mancha-, que es siempre una visión negativa, el dogma de la Inmaculada hay que enfocarlo desde la perspectiva de la gracia, de la misericordia y del amor de Dios. Allí donde todo lo llena, lo penetra y o invade la gracia divina no hay lugar para el pecado.

Mis queridos amigos, a ejemplo de vuestra Madre, vivamos con plenitud y entrega nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor. Que sepamos ser receptivos a la gracia y al poder de Dios para luchar y así contra el mal que atenaza y ahoga nuestro corazón. Pongamos nuestras vidas en el corazón de nuestra Madre, para que ella, maestra de la entrega y del seguimiento de Cristo, nos enseñe a decir <<sí>> a Dios, y <<sí>> a los hombres, nuestros hermanos.

sábado, 30 de noviembre de 2013

VI Vigilia Cultural de la Inmaculada Concepción

Martes, 3 de diciembre | 20,30 horas 
Salón de actos | Fundación Miguel Castillejo

El próximo día 3 de diciembre tendrá lugar en el salón de actos de la Fundación Miguel Castillejo la VI Vigilia Cultural de la Inmaculada Concepción, organizada por la Asociación Cultural Cruz del Rastro y consistente en la presentación de la conferencia "Pintores de la Inmaculada en la Córdoba Barroca"

Estará a cargo de Doña Fuensanta García de la Torre, historiadora de arte y conservadora de museos, y estará presentada por Doña María José Muñoz López, directora del Museo Provincial de Bellas Artes de Córdoba y de la Biblioteca Diocesana.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Primer domingo de Adviento

Is 2,1-5: El Señor reúne a todos los pueblos en la paz eterna del Reino de Dios.
Rom 13,11-14: Nuestra salvación está cerca.
Mt 24,37-44: Estad preparados para la venida del Señor.

Comenzamos hoy el sagrado tiempo de Adviento, pórtico de entrada del año litúrgico y, al a vez, preparación para el nacimiento de nuestro divino redentor. Estos dos motivos nos dan las coordenadas que definen a las claras este tiempo de gracia y de misericordia: la esperanza, la oración y la penitencia; tres coordenadas que ponen de manifiesto la profunda inquietud que en forma de pregunta nos hacemos todos los seres humanos, creyentes o no: ¿cuál será nuestro futuro y destino último?

La respuesta a esta pregunta está en Cristo. Él es la clave del sentido de la vida. No podemos dejar escapar la oportunidad de recibirlo en nuestro corazón, es decir, de comprometernos con Él y con su causa. De ahí la necesidad de estar siempre preparados para acoger la salvación que Dios generosamente nos ofrece. Es el lema de las lecturas de este primer domingo de Adviento. Por ello, con la sabiduría que brota de la fe, el apóstol San Pablo insiste una y otra vez: <<Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de espabilarse, porque ahora nuestra salvación está más cerca>>. El propio Evangelio también nos señala esa actitud de espera con la que hemos de vivir la vida, apostando fuertemente por la coherencia y transparencia en nuestro ser y en nuestro quehacer.

Uno de los grandes pensadores de este siglo que ha tenido la Iglesia, el padre jesuita Teilhard de Chardin, se preguntaba y comentaba acerca del sentido de la espera y de la esperanza en la vida del cristiano: ¿Cómo esperamos al Señor los cristianos? ¿Cómo esperamos la venida de Dios? La respuesta a estas preguntas aglutina tres tipos de creyentes distintos: el de aquellos que esperan pacientemente, pero sólo pacientemente, que Cristo vuelva y venga. Son los cristianos pietistas, solipsistas e individualistas que se aíslan en el contexto social interior, creyendo ingenuamente que el reino de los cielos se gana con la sola relación personal con el Señor, sin tener en cuenta la relación con los hombres, sus hermanos. Miran tanto al cielo esperando que venga el Señor, que se olvidan de la tierra, donde Dios ya se ha encarnado y vive en el corazón de todos y cada uno de los hombres. Es, en suma, la tentación del angelismo.

Otra segunda tipología –nos comenta Teilhard- es la de aquellos cristianos que lo único que pretenden es <<construir esta tierra>>. Ciertamente, es éste un programa maravilloso, porque en la tierra tenemos que operar y hacer crecer el Reino de dios, pero desde la dimensión de la fe, es un insuficiente a todas luces porque no supera la inmanencia. Son los cristianos instalados en la paradoja de creer en Dios sin Dios. Miran tanto a la tierra que han perdido de vista la perspectiva del cielo. Por ello, sus programas de justicia social y de acciones directas a favor de los más necesitados como expresión del Evangelio, no llenan en su plenitud la espera y la esperanza que un cristiano ha de tener porque le falta el elemento trascendente de la vida de fe. Estos cristianos –nos dice el padre Teilhard- son, en el fondo, contestatarios de la Palabra de Dios, sobre todo cuando ésta se revela a través del magisterio del Papa o de los obispos.

La tercera y última tipología la componen todos aquellos cristianos que quieren apresurar la venida de Cristo realizando el bien aquí en la tierra. Esta postura es una síntesis bien armonizada de las dos anteriores, deja a un lado los excesos asumiendo lo positivo. Hay que esperar al Señor pero no pasivamente, no con inercia, no con los brazos cruzados, no sólo rezando o sólo de rodillas, sino también, y a la vez, proclamando el Evangelio con la palabra y con los hechos, de modo que seamos como la levadura, que, lenta pero eficazmente, hace crecer la masa, que es el mundo. Es la tarea de la evangelización, a la que por vocación estamos convocados en el nombre del Señor. Sólo así, y nada más que así, encontramos y alcanzamos el único camino de salvar al mundo, transformándolo –como bien decía Pío XII- de salvaje en humano, y de humano en divino; un camino que requiere de la constancia de cada día y en el que no caben hiatos y rupturas en nuestra vida espiritual, porque de lo contrario tendemos a los extremos: o el angelismo, o el materialismo.

Mis queridos amigos: os invito a que todo este tiempo de Adviento sea un aldabonazo en nuestra vida cristiana, en nuestra vida personal de relación con Dios y con el mundo, para que convirtamos la espera en esperanza gozosa y alegre, porque la salvación de Dios no defrauda, sino que llena de plenitud y de sentido la vida toda. Abramos las puertas de par en par a Cristo que viene y llama diariamente a nuestro corazón, como bien dijo el Papa Juan Pablo II: abrámosle la puerta y dejemos que su claridad inunde de su paz toda nuestra vida.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Último domingo de tiempo ordinario

Domingo, 24 de noviembre

2 Sam 5,1-3: Tú serás el pastor de mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel.
Col 1,12-20: Dios Padre nos ha trasladado al reino de su Hijo querido.
Lc 23,35-43: Éste es el rey de los judíos.

Hemos llegado al último domingo del año litúrgico de la Iglesia que siempre se adelanta unas semanas al final del año civil. Y lo hacemos celebrando la festividad de Jesucristo, Rey del universo. Conviene que precisemos y aclaremos bien el sentido de esta fiesta, comenzando por lo más evidente y superficial para adentrarnos en lo más sustancioso.

El Reino de Jesucristo no se refiere, evidentemente, a ningún tipo de reinado material, intramundano e intrahistórico. Por eso, cuando Pilato le pregunta a Jesús en términos políticos si es el rey de los judíos, la respuesta es clara: <<Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia personal habría luchado para impedir que me entregaran en manos de las autoridades judías>> (Jn 18,36). Esto no está significando que Jesucristo se desentienda de las realidades humanas. Todo lo contrario. Jesús permanece entre nosotros, en el corazón del mundo y de la historia, porque <<Él es el modelo y fin del universo>>, principio y fin, alfa y omega (cf. Col 1,13-20).

Pero tampoco está significando que el Reino de Jesucristo sea lisa y llanamente una oferta más de salvación política al estilo de las humanas. Ésta ha sido una de las grandes y graves equivocaciones de las teologías excesivamente encarnacionistas, tan atentas a los asuntos de la tierra que se olvidaron de los asuntos del cuelo, sin advertir que sólo Dios y nada más que Dios salva y que, en consecuencia, Dios no es equiparable al hombre, ni los asuntos de Dios son idénticos a los asuntos del hombre.

Estas teologías, imbuidas más de las ideologías y de los credos políticos de distintos signos que de la fe en Dios, convirtieron, tal vez sin advertirlo, la misma fe en Dios en una mera y escueta fe en el esfuerzo humano y, en consecuencia, la salvación de Dios en la salvación del hombre por el hombre. Al final el Reino de Dios, que es el de Jesucristo, queda reducido a mero reino del hombre. Por eso, estas teologías justifican el recurso de las armas como medio para implantar la justicia, aplicando así el principio maquiavélico de que <<el fin justifica los medios>>. Una opción diametralmente opuesta al modo de actuar de Jesús, quien desaprueba todo tipo de violencia, de extorsión, de opresión propias de las ambiciones políticas de este mundo, pero no de Dios (cf. Mc 10,42-45; Lc 9,511-56).

El Reino de Jesucristo es un Reino que, sin desentenderse de las realidades humanas, las trasciende y sobrepasa. Es la confirmación de a absoluta primacía de la verdad de Dios. Después de tantos miles de años de historia, los hombres aún seguimos anclados en la violencia como medio para resolver nuestros problemas. No hemos avanzado nada o casi nada. La propuesta del Reino de Dios es bien distinta: los caminos de la paz, la misericordia, la reconciliación, el perdón, el amor, como únicos caminos de salvación. Cristo nos invita a formar parte de su Reino de amor trabajando incansablemente, día a día, por implantar en el corazón del mundo el Reino de Dios y su justicia. El único medio para conseguirlo es vivir a fondo el espíritu de las bienaventuranzas, carta magna del Reino de Dios.

Las bienaventuranzas nos enseñan que el Reino de Dios es de los pobres, es decir, de los que ponen su corazón en Dios, el único absoluto, y no en las realidades humanas, todas ellas relativas. El pobre evangélico intenta transformar sus circunstancias <<desde dentro>>, pero con la luz que viene <<desde fuera>>. Es decir, con los medios humanos que tiene a su alcance, pero todo ello iluminado desde la perspectiva de la fe en Jesucristo, plenitud y sentido de todo cuanto existe. Las bienaventuranzas nos enseñan que el Reino de Dios es de los que optan por la mansedumbre y por la paz frente a los que se decantan por la tentación de la violencia como camino para solucionar los problemas. Posiblemente esta propuesta provoque cierta hilaridad en quienes piensan que esto no es más que una bella y hermosa utopía porque la realidad es bien distinta y distante: <<si quieres la paz, prepara la guerra>>. Pero los cristianos tenemos que ser fermento de un mundo nuevo y de una tierra nueva, y la única levadura que hace crecer la masa no es otra que la levadura de la paz y del amor.

La violencia engendra más violencia, más muerte, mayor destrucción. La violencia no construye, destruye. Sólo el amor es redentor y constructor. Más pudo Gandhi con su filosofía de la <<no-violencia>> que los ingleses con sus armas, Más pudo Jesús con su muerte en la cruz que los romanos con las <<cruces de la muerte>>. Más puede Dios con su sabiduría que el hombre con su fuerza.

Las bienaventuranzas nos enseñan, en fin, que el Reino de Dios es de quienes se mantienen fieles a dios y no sucumben a la fácil tentación de convertir lo divino en lo terreno, el Evangelio en un programa más de actuación política, el Reino de Dios en el reino del hombre. La fidelidad a Dios supone ser fieles a la verdad de Dios y no a la verdad del hombre y, por tanto, no venderse a nadie ni por un <<plato de lentejas>>, luchando siempre por la justicia y por la verdad.

La fiesta de Jesucristo Rey del universo es una celebración que se inscribe sólo en el ámbito de la fe y nada más que en él. Es nuestra fe la que nos lleva a afirmar que Cristo es Rey, es decir, que es el principio, el centro y el final de la historia humana, el alfa y la omega, la suprema revelación de Dios hacia el que caminan la historia de los hombres y el universo creado. Cristo, en cuanto Dios, recapitula toda la historia y el devenir del hombre y nos hace personas nuevas.

Mis queridos hermanos y amigos, ante nosotros se abre un camino de esplendor, el camino de la vida, de una existencia en la misericordia, de una realidad en la fraternidad, de una vivencia en la alegría. Éste es el camino capaz de engendrar esperanzas y de hacer posible que todas las cosas sean nuevas, hasta que todos cantemos: <<Grandes y admirables son tus obras, Señor Dios, soberano de todo; justo y verdadero tu proceder, rey de las naciones>> (Ap 15,3).

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Concierto en Honor de Santa Cecilia

Viernes, 22 de noviembre | 20,30 horas 
Salón de actos | Fundación Miguel Castillejo

El próximo viernes 22 de noviembre tendrá lugar en la sede de la Fundación Miguel Castillejo un concierto en honor de Santa Cecilia, patrona de la música, a cargo del dúo lírico Viva Voce, que realizará su presentación oficial con el acompañamiento musical de:

Francisco Herrera, piano.
Eles Bellido, violín.
Lucía Tavira, soprano.

El programa incluirá obras clásicas de Schubert, Händel , Mozart o C. Franck, así como otras del género “Classical Crossover” que integran el repertorio internacional (canciones napolitanas, obras de óperas, famosos dúos…).

Entrada libre hasta completar aforo.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Trigésimo tercer domingo del tiempo ordinario

Mal 4,1-2: Os iluminará un sol de justicia.
2 Tes 3,7-12: El que no trabaja, que no coma.
Lc 21,5-19: Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. 

No es un secreto confesar que todos sentimos cierto respeto y temor ante el futuro y que por ello vivimos obsesionados por la seguridad del mañana. Gestionamos ahora todo tipo de seguridades –sobre todo la seguridad de la propia vida-, para tener cubiertas las espaldas ante cualquier evento. Con todo, el futuro nos asusta porque nadie es dueño ni de la historia, ni de los acontecimientos que la gestan y escriben. Este miedo al futuro puede llevarnos a vivir en una permanente desazón, a la desesperanza, a no esperar nada ni a creer en nadie. Es un miedo peligroso para la vida de la fe porque puede conducirnos a la desconfianza en la salvación de Dios.

 El Evangelio que hoy hemos proclamado es de una variada y profunda riqueza, que nos da, como se suele decir, <<una de cal y otra de arena>>: Jesús nos tranquiliza frente a los agoreros de siempre que anuncian cataclismos y desastres futuros porque Dios sabe bien lo que se hace; pero al mismo tiempo hemos de estar siempre preparados para sufrir todo tipo de persecuciones por defender la causa del Reino de Dios.
En los tiempos últimos que nos ha tocado en suerte vivir resurgen del nuevo los movimientos milenaristas de todo tipo, los aguafiestas que auguran un futuro negro, los impostores de la vida que siempre han visto en blanco y negro, nunca en color. Son mercachifles de baratijas que trafican con las dudas y los temores de las conciencias débiles. Unos anuncian el final del mundo, otras catástrofes y males sin cuento, otros nos ofrecen la salvación adecuada, especie de remedio milagroso para tales males. Las ofertas son en ocasiones sugestivas y sugerentes, sobre todo cuando juegan con psicologías débiles e inseguras. Los cristianos no estamos a salvo de tales envites. Por ello, Jesús, que conocía al milímetro el corazón y la mente humana, nos advierte de los falsos profetas de todos los tiempos: <<Cuidado con que nadie os engañe; no vayáis tras ellos>>. Hemos de tener los ojos bien abiertos para saber distinguir, juzgar y discriminar lo falso de lo auténtico, cosa nada fácil.

Uno de los profetismos más fascinantes –y al mismo tiempo más falaz- es el profetismo de la técnica, sobre todo porque ofrece al hombre de hoy la seguridad del mañana. Nuestra dependencia y confianza sin límites en la técnica es  ciega pensando que no hay nada que no pueda solucionarnos. Pero claro está, la técnica no es dadora de sentido; la técnica, con mucho, nos salva materialmente pero no ontológica ni espiritualmente. Y si el hombre vive al margen de la dimensión del espíritu, ¿en qué se ha convertido? Esto es lo que hemos de tener claro para no dejarnos deslumbrar por los éxitos aparentes y ficticios que nos proporciona la tecnología más sofisticada. Bien lo expresó el Concilio Vaticano II: <<El progreso humano, que es un gran bien del hombre, lleva consigo una grave tentación, pues, una vez turbada la jerarquía de valores y mezclado el bien con el mal, los individuos y las colectividades consideran sólo sus propios intereses y no los ajenos. Con esto, el mundo deja de ser el espacio de una auténtica fraternidad, mientras el creciente poder del hombre amenaza, por otro lado, con destruir al mismo género humano. Toda la actividad del hombre, que por la soberbia y el desordenado amor propio se ve cada día en peligro, debe purificarse y encaminarse a la perfección por la cruz y la resurrección de Cristo>> (Gaudium et spes, 37).

En medio de tantas ofertas humanas los cristianos tenemos que distinguir siempre cuál es la oferta de Dios, que en realidad es la única que nos salva. Pero implica una total confianza en su voluntad, en sus designios. Con Dios no tenemos la seguridad humana que pueda dar la técnica, pero sí tenemos la seguridad de la fe, que llena de sentido toda nuestra existencia, que nos lanza a vivir en el riesgo y en las incertidumbres humanas, pero en la confianza y en la certeza de Dios: <<Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá>>. Por esta razón, el cristiano que <<vive de la fe>> (cf. Rom 3,21-30) vive y enfoca los acontecimientos de la vida con paz y serenidad de espíritu, seguro de Dios, y evita el <<pánico>> y el nerviosismo producto de las dudas, fracasos y desesperanzas humanas.

No sabemos ni el día ni la hora. No sabemos cómo se nos manifestará el Resucitado. No sabemos cómo llegaremos al Reino de Dios. No sabemos ni el cómo ni el cuándo de la horade Dios, pero sí sabemos que el futuro de Dios, que es el de todos los que creen y se fían de Él, es la salvación plena y total. Ante tal evento los cristianos tenemos una tera que cumplir, una misión que realizar en u mundo lleno de dificultades y habitado por <<mesías redentores>> por todo tipo: ser sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-149.
Es decir, nuestra misión como cristianos es llenar el mundo de Dios, contagiar a los hombres de nuestro tiempo con el sentido de la esperanza, de la serenidad y de la confianza en la salvación de Dios. Pero eso sí, en medio de persecuciones, asumiendo la cruz de cada día, carta de autenticidad de nuestro vivir y de nuestro obrar cristianos.

Jesús viene a los hombres y nos anuncia que el fin debe ser construido aquí y ahora, no de manera improvisada, porque el Reino de Dios comienza en el presente y está dentro de nosotros. <<Ya>> se ha producido la salvación de dios a los hombres y al mundo, pero <<aún no>> ha llegado a su plenitud. Nos compete como cristianos dinamizar el proceso de salvación y su liberación (cf. Tom 8,22-24). Lo que no podemos hacer es cruzarnos de brazos, fomentar la falsa actitud del pasivismo pensando que Dios nos resolverá todos los problemas. Ésta fue una de las tentaciones de las primeras comunidades cristianas. Por eso, como hoy hemos leído, San Pablo nos advierte: <<el que no trabaja, que no coma>>, porque muchos cristianos de su época se echaron en brazos de una total inactividad pensando que el <<día del Señor>> era inminente y, en consecuencia, ya no merecía la pena esforzarse por nada. Es la falsa seguridad de <<dejar todo en manos de Dios>>, tan corriente antes como ahora. Es la expresión más patente de un cristianismo desencarnado que mira tanto al cielo que se olvida de la tierra. El cristiano no puede renunciar a su condición humana is realmente quiere colaborar con Dios en la redención del mundo. Dicho en un refrán muy de nuestra cultura: el cristiano ha de estar <<a Dios rogando y con el mazo dando>>, ha de tener en una mano en Evangelio y en la otra el periódico, iluminar y colaborar en la salvación de los acontecimientos de cada día desde el amor, la fe y la esperanza en el Todopoderoso. <<Los cristianos, lejos de pensar que las conquistas logradas por el hombre se oponen al poder de Dios […] Están por el contrario, persuadidos de que las victorias del hombre son signos de la grandeza de Dios […].. El mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo ni los lleva a despreocuparse del bien ajeno, sino que, al contrario, les impone como deber el hacerlo>> (Gaudium et spes, 349).

Fotos de la tertulia cofrade “Juan de Mesa”


Por cortesía de Benito Córdoba podemos mostraros imágenes de las intervenciones que tuvieron lugar el pasado jueves en nuestro salón de actos, con motivo de la mesa redonda “In memoriam” dedicada a Rafael Muñoz Serrano.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Trigésimo segundo domingo del tiempo ordinario

2 Mac 7,1-2.9-14: El rey del universo nos resucitará para una vida eterna.
2 Tes 2,15-3, 5: Que el Señor dirija vuestro corazón para que améis a Dios.
Lc 20,27-38: Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos.

Hacia el siglo V a.C., se escribió el Libro de Job, quien no fue tanto un personaje histórico cuanto una tipificación e idealización de la problemática que surge entre la fe y la razón cuando se quiere vivir la vida con coherencia de sentido.

El caso de Job es de todos bien conocido: un hombre muy rico que todo lo pierde en un abrir y cerrar de ojos. Pero como las calamidades nunca vienen solas, a la pérdida de los bienes materiales hay que añadirle el dolor y el daño físico y moral. Esta situación de oprobio y de <<problema total>> hace posible que se plantee y le plantee a Dios el sentido de la vida y de la muerte, hasta el punto de <<exigirle>> a Dios razones que expliquen el porqué y el para qué de la vida misma y de la muerte misma, es decir, razones que expliquen el sentido de todo. Así, Job es el símbolo de esa lucha interior que el hombre de todos los tiempos mantiene con Dios y consigo mismo. Sin embargo, a la envergadura del planteamiento, Job unía la solidez de su confianza en Dios, en quien siempre creyó y esperó.

Job no se conforma con el planteamiento tradicional de su época: que Dios premia a los buenos en esta vida y también castiga a los malos en esta vida. Esa ley no se ha cumplido en él, sino todo lo contrario. ¿Cómo explicar lo inexplicable? ¿Cómo puede ser que Dios castigue, aparentemente, a los buenos y premie, también aparentemente, a los malos? con Job, el hombre inicia la andadura del problema de la trascendencia que alcanza su explicitación en el libro de la Sabiduría y en el libro de los Macabeos. Precisamente, en éste último se nos narra hoy la escena de los siete hermanos Macabeos que mueren por defender su fe a manos del rey Antíoco IV Epifanes. El planteamiento de los siete hermanos es unánime: mueren a esta vida pero resucitan a la vida eterna. Saben que recibieron la vida de Dios y a Él se la van a entregar en la esperanza de la resurrección.

La tónica no es ya el dicho conformista de Job, <<El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor>> (1,21), sino el aserto gozoso: <<De Dios las recibí [las manos] y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios>>. Así, se consolida poco a poco la creencia que dos siglos antes de Jesucristo ya estaba extendida en el pueblo judío: que los muertos resucitan.

Éste es el telón de fondo que sirve de contexto a la escena del Evangelio de hoy. No obstante, no todos los judíos creían en la resurrección de los muertos. Entre ellos se encontraba el grupo de los saduceos, gente muy rica, muy selecta y muy adicta a la ocupación romana. Con ellos mantiene Jesús una fuerte diatriba. Los saduceos, desde su incredulidad en la resurrección de los muertos, intentan <<cazar>> a Jesús mediante una estratagema. En efecto, en le ljudaísmo existía la llamada ley del levirato, según la cual si un hombre se casaba con una mujer y el hombre moría sin dejar descendencia, el hermano siguiente mayor de edad y soltero tenía que casarse con la viuda para procurar tener descendencia con ella y así perpetuar la memoria de su hermano fallecido. Acogiéndose a esta ley, los saduceos le plantean a Jesús una situación pintoresca: una mujer que se casa siete veces, porque otras tantas han ido muriendo los respectivos maridos y hermanos sin dejarle descendencia. Y aquí viene la pregunta capciosa de los saduceos a Jesús, si es que realmente existe la resurrección de los muertos como el mismo Jesús afirma: <<Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella>>. Jesús, con gran aplomo y personalidad y con una sabiduría infinitamente superior a la de sus enemigos dialécticos, les responde con contundencia que en el cielo nadie se casará. Todos los que hayan sido juzgados <<dignos de la vida futura>> serán como ángeles. Es decir, es una torpeza trasladar a la otra vida los esquemas mentales y las realidades terrenas. San Pablo es muy explícito al respecto: <<Se siembra lo corruptible, resucita lo incorruptible; se siembra lo miserable, resucita lo glorioso; se siembra lo débil, resucita lo fuerte; se siembra un cuerpo animal, resucita el cuerpo espiritual […] Esta carne y esta sangre no pueden heredar el Reino de dios, ni lo ya corrompido heredar la incorrupción>> (1 Cor 15,42-44.50). Pero la revelación principal que Jesucristo les hace a los saduceos es la de evidenciarles que Dios es un Dios de vivos y no de muertos pues de lo contrario Moisés, cuando el episodio de la zarza ardiendo, no habría llamado al Señor: <<Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob>>. Para Dios, dichos personajes están vivos y reinan con Él para siempre. Así, los deja en ridículo.

Mis queridos hermanos y amigos, la conclusión que se saca del Evangelio de hoy es que, después de la muerte, todos nosotros resucitaremos. Nuestro destino será el de Cristo, que murió y resucitó por nosotros, porque, como veíamos el domingo pasado, el Señor es <<amigo de la vida>> (cf. Sab 11,26). Si con Él morimos, viviremos con Él; si con Él sufrimos, reinaremos con Él.

En este mes de noviembre, mes de ánimas, conviene que reflexionemos más seriamente de lo que lo hacemos en el sentido de nuestra vida, porque en ella encontraremos también el sentido de nuestra muerte. Hemos de vivir con gozo y alegría, con entusiasmo y entrega, con plenitud de sentido, sabiendo por la fe que no todo acaba en la muerte, sino que la muerte es conditio sine qua non para que <<lo corruptible se revista de incorruptibilidad>> y <<lo moral se vista de inmortalidad>>.

Pidamos también por todos nuestros hermanos difuntos que se pasaron de esta vida a la casa del Padre para que, en Dios, hayan encontrado el consuelo definitivo, la dicha de la suprema y total felicidad.

jueves, 31 de octubre de 2013

"In memoriam" de Rafael Muñoz Sánchez

Jueves, 7 de noviembre | 20,30 horas 
Salón de actos | Fundación Miguel Castillejo

La tertulia cofrade “Juan de Mesa”, en colaboración con esta Fundación, presentará el próximo día 7 de noviembre la mesa redonda “In memoriam” de Rafael Muñoz Serrano, que fue decano de los capataces de Córdoba y cofundador de la mencionada tertulia.

En ella intervendrán:

Javier Romero Castaño, contertulio y capataz de cofradías.
Lorenzo Juan Luque, contertulio y capataz de cofradías.
Manuel Pedraza Peña, contraguía y cofrade de La Paz.
Antonio Morales Vega, costalero de la Virgen de La Paz.
Fernando Navarro Bravo, antiguo costalero del Resucitado.
Rafael Muñoz Cruz, capataz de cofradías e hijo del homenajeado.

Presentará el acto Francisco José Mellado Lucena, contertulio.
Será moderado por Antonio Benítez Jiménez, contertulio.


Entrada libre hasta completar aforo.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Trigésimo primer domingo del tiempo ordinario

Sab 11,23-12,2: Señor, a los que pecan les recuerdas su pecado, par que se conviertan.
2 Tes 1, 11-2,2: Rezamos por vosotros para que Dios os considere dignos de vuestra vocación.
Lc 19,1-10: El hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.

Hace ya bastantes años, cuando el ateísmo estaba en todo su apogeo, le preguntaron al cardenal J. Daniélou su opinión sobre esta filosofía de vida, señal de distinción de quienes se decían y declaraban progresistas. Con una respuesta clara y certera, manifestó que el ateísmo era tan viejo como la humanidad, porque en el fondo no es otra cosa que <<la lucha permanente del hombre por encontrar y encontrarse con Dios; de lo contrario –arguyó sagazmente-, ¿qué necesidad tendría alguien de negar a Dios si Dios no le importara realmente? El problema de Dios ha sido y es el gran problema del hombre, bien sea para afirmarlo, bien para negarlo>>.

La historia de Zaqueo es nuestra propia historia, la de cada hombre en particular y la de todos los hombres en general. Es la historia de un encuentro, de una convergencia y de una necesidad. El hombre es búsqueda, necesidad, encuentro y convergencia con dios, pero Dios también sale permanentemente al encuentro del hombre porque quiere su conversión y salvación. El misterio de la encarnación de Jesucristo es la expresión más genuina de este encuentro. Jesucristo es la síntesis perfecta, el perfecto diálogo entre lo humano y lo divino. Dios se hace hombre para que el hombre llegue a Dios.

La salvación de Zaqueo por Jesús comienza con la necesidad de aquél, casi infantil, de subirse a un árbol para ver al Salvador. Esta necesidad no es otra cosa que un hondo deseo, la vocación irresistible del hombre de <<ver>> a Dios, de encontrarse con Él, siendo así fiel a lo que define y estructura: que es imagen de Dios (cf. Gén 1,27). El hombre sólo se realiza en Dios; por eso cuando, como Zaqueo, pierde conciencia de esta realidad, vaga errante por los caminos de la insatisfacción personal que le aproximan a la infelicidad. Y por ello mismo, también como Zaqueo, cuando descubre que anda por caminos equivocados, da media vuelta y retoma el sendero de la salvación.

Pero Dios también tiene, digámoslo así, <<necesidad del hombre>> en el sentido de que se preocupa por el hombre y por todo lo que le acontece porque quiere su salvación, que viva. Esto es lo que se nos ha proclamado en la lectura del libro de la Sabiduría: <<Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida>>. Esta <<necesidad divina>> es la que manifiesta claramente Jesús en el Evangelio de hoy. Zaqueo se sube a un árbol para ver a Jesús y ahora resulta que es Jesús quien levanta los ojos para ver a Zaqueo. Éste tomó la iniciativa del camino de vuelta a Dios pero Dios ya lo estaba esperando con los brazos abiertos, deseando que tal conversión se hiciera realidad para ofrecerle de inmediato su amor, su misericordia y su perdón, en simetría perfecta con la actitud del padre de la parábola del hijo pródigo (cf. Lc 15,11-32).

Ya se ha producido el encuentro, producto de una necesidad y de un deseo. Ahora, el encuentro provocará la convergencia, la compenetración total entre la salvación que ofrece Dios y la buena disposición del hombre para recibirla. Dios se hospeda en el corazón del hombre; éste se convierte y desde este preciso momento se opera la salvación.

Una cosa está clara, la salvación que Dios ofrece al hombre no es una cuestión nada más y sólo de Dios. Dios inició el primer movimiento en el momento mismo en que nos creó, un movimiento que sigue eternamente presente porque Dios camina a nuestro lado durante todo el arco de nuestra vida. Pero Dios camina junto a cada uno de nosotros sin obligarnos a nada. Por ello, la salvación es también una <<cuestión>> humana, en el sentido de que hemos de tener un corazón bien dispuesto para recibirla de las manos de Dios. Es el movimiento del hombre hacia el centro de su vocación: Dios.

Como siempre, no podían faltar los <<parados>> de todos los tiempos, aquellos que han convertido su vocación en su situación; es decir, se encuentran tan bien en sus propias estructuras personales que nunca han hecho el más mínimo ademán de iniciar cualquier movimiento. Son los <<buenos>> de siempre, los que no necesitan de Dios porque se bastan a sí mismos. Son los que piensan que la realización humana, la felicidad y la salvación de Dios se deben al esfuerzo y coraje humanos. En realidad son personas <<paralizadas>>, anquilosadas y víctimas de su propia autosuficiencia. Nunca se han encontrado con Dios porque nunca se han encontrado con ellos mismos en el fondo de su alma. Por eso son tan vacíos como superficiales y lo malo es que quieren que los demás sean como ellos y por eso critican cualquier gesto de aproximación a la verdad de la vida, que es también la verdad de Dios.

Nunca han comprendido ni pueden comprender el amor de Dios porque nunca se han dejado amar por Dios. Esto es lo terrible: vivir en el infierno de sí mismos, es decir, en la absoluta ausencia del amor, de Dios.
Mis queridos amigos, no por el hecho de ser cristianos lo tenemos ya todo conseguido. En realidad ser cristiano es estar en continuo movimiento, siempre en camino hacia Dios. El camino requiere de la dinámica de la conversión diaria que nace del deseo de <<ver>> a Dios y de encontrarse con Dios. Ser cristiano es necesitar cada día de Dios y saber que sólo Dios y nada más que Dios salva. Ser cristiano significa también alegrarse por la conversión de los demás, por las cosas buenas que le suceden a los demás y no dejarse llevar por las etiquetas y prejuicios, porque las apariencias engañan. Ser cristiano es, en fin, dejarse amar profundamente por Dios, como Zaqueo, para con ese amor amar intensamente a los demás. Como dice Romano Guardini: <<Es hermoso sentirse unido con Dios en la solicitud de la persona amada y pensar que ésta queda envuelta y protegida en esta unidad>>.

Homilía para esta festividad de Mons. Miguel Castillejo, recogida en el libro Palabra de Dios para nuestro tiempo. Homilías desde la COPE. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 2004. 

viernes, 25 de octubre de 2013

Trigésimo domingo del tiempo ordinario

Eclo 35,15-17.20.22: Dios no desoye los gritos de los pobres.
2 Tim 4,6-8.16-18: El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar el Evangelio.
Lc 18,9-14: El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

Jesús de Montreal es una película canadiense sobre la vida del Señor. Lo peculiar de ella es que los grupos que la contemplan están asesorados por un equipo técnico que le indican qué escenas de la vida de Cristo son las más relevantes y, en consecuencia, merecen ser vistas con mayor atención y concentración. Es como si con esta técnica quisiera indicarse que la vida de Jesucristo está orientada para cada uno de nosotros en todos sus episodios en general y en  cada uno en particular.

Hoy San Lucas –evangelista que nos va guiando en todo este ciclo litúrgico- detiene su mirada en la oración de dos personajes de la época: el fariseo y el publicano. Son dos personajes opuestos en los tres grandes ámbitos de la vida judía del tiempo de Jesús: el ámbito social, el económico y el religioso; dos personajes protagonistas de una sencilla e instructiva parábola que encarnan dos modelos de oración y dos actitudes de vida ante la oración. Por ello la parábola tiene por finalidad enseñarnos cuál ha de ser nuestra pose interna antes Dios, es decir, cómo debemos orar.

En bastantes ocasiones cuando analizamos la postura del fariseo lo condenamos sin más. Y es necesario advertir que el fariseo ni será mala persona como se piensa. No llevaba mala vida, cumplía los preceptos y mandatos de Moisés, en la sociedad era considerado como buena persona. Entonces, ¿qué es lo que Jesús condena del fariseo? Lo que el fariseo pensaba en su interior: él, a diferencia de los demás, no era un pecador. Es decir, Jesús condena el sentimiento de superioridad del fariseo, su <<saberse>> justo y bueno frente a los pecadores, su <<sentirse>> excesivamente seguro de sí mismo. En el fondo lo que se está ventilando es una religiosidad que no trasciende los límites del hombre, una religiosidad al margen de Dios. El fariseo se sentía tan seguro de sí mismo que no necesitaba a Dios para nada y, en consecuencia, la salvación era la recompensa al sólo y único esfuerzo humano. Por tanto, el don y la virtud de la humildad no tienen cabida en posturas como la descrita porque una de las principales premisas de esta virtud es reconocer las buenas obras que dios opera en todos los hombres. Quien no ve esto –decía Santa Teresa de Ávila- no está preparado para el amor.

La autosuficiencia del fariseo esconde un serio defecto muy presente, en ocasiones, en nosotros los cristianos. Este defecto no es otro que el narcisismo, es decir, considerar la vida religiosa en general y la vida de oración en particular, como una especie de escaparate en el que yo, valiéndome de Dios ante los demás, todavía me doy a valer más de lo que soy. Es como un ateísmo disimulado: yo creo en Dios pero interesadamente, porque lo instrumentaliza para aparentar ser lo que no soy: bueno en lugar de pecador. Es el pecado de orgullo y soberbia de siempre. Por ello, viene muy a colación la segunda lectura del apóstol San Pablo que hemos proclamado. En principio San Pablo parece un poco fariseo porque, a ejemplo de la parábola, confiesa todas las grandes cosas que ha hecho por la causa de Jesús y del Evangelio: <<He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor me premiará>>. Sin embargo, apostilla: <<Pero el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje>>. Es decir, San Pablo nos remite a la gracia y al poder de dios, fundamento y sostén de nuestro ser y de nuestra misión.

Por otra parte, la parábola no es una invitación unilateral a reconocer sólo la dimensión de pecado y a olvidar la dimensión de bien que hay en cada uno de nosotros. Sería el extremo opuesto del optimismo absoluto del fariseo. Tenemos que aprender a valorar y a querer cuanto de bueno hay en nuestro corazón, porque todo ello es don y es gracia de Dios. De igual modo tenemos que aprender a ver el pecado, que también habita en nuestro corazón, producto de nuestras debilidades y miserias humanas.

Mis queridos hermanos, la vida del cristiano, la nuestra propia, está llena de contrastes. Unas veces, como el publicano, acudimos a Dios desde nuestra realidad de pecadores y le suplicamos su gracia y su perdón, sin los cuales no podríamos avanzar en el largo, duro y difícil camino existencial de la fe; otras, por el contrario, a imagen y semejanza del fariseo, nos sentimos orgullosos de ser como somos: perfectos, simplemente. Entonces llega la falsa seguridad religiosa y el afán de protagonismo, apareciendo la egolatría: yo soy dios para mí mismo, dejando al margen de nuestra vida al verdadero y único Dios.

La vida cristiana no consiste en una presunción desesperada, anteponiendo nuestros intereses a los de Dios, ni tampoco en compararnos con los demás para ser los hombres fieles ante el mundo y los pecadores ante Dios. Nuestra vida ha de poseer la transparencia de la verdad y de la libertad, para llamar e invocar a Dios en lo profundo de nuestro corazón. A los cristianos de este tiempo nos hace falta la búsqueda constante de nuestra verdadera identidad. La vida auténtica conduce a Dios y no trata de buscar justificaciones a las propias situaciones sino de penetrar en el talante del Evangelio y en sus exigencias, siendo coherentes y sinceros con nosotros mismos, de modo que nuestras buenas obras las vea nuestro Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,16).

La autosuficiencia es una falsa interpretación del camino salvador. El cristiano se fundamenta en Cristo, siervo del amor, camino que conduce a Dios, quien siendo rico se hizo pobre, siendo Dios se hizo hombre y se humilló, <<obedeciendo hasta la muerte y muerte en cruz.  Por eso Dios lo exaltó>> (Flp 2,8-9).
Mis queridos hermanos, como el publicano, entonemos a Dios nuestra petición de perdón, implorando su misericordia: <<Señor, ten compasión de mí que soy un pobre pecador>>. Éste es el único camino que lleva a Dios, porque es el único en el que nos sentimos necesitados de Él, reconociendo que nosotros no podemos nada por nosotros mismos y todo lo podemos con Dios, <<en quien vivimos, nos movemos y existimos>>.

lunes, 21 de octubre de 2013

Apertura de curso 2013-2014 en el Centro María Rivier

Centro María Rivier | Promoción, Formación e Integración de la mujer inmigrante
Músico Ziryab, nº 4 | Córdoba


Ya ha tenido lugar la apertura de curso en el Centro de Promoción, Formación e Integración de la mujer inmigrante - María Rivier, cuya actividad patrocina la Fundación Miguel Castillejo.
Durante el pasado curso, en dicho centro, se impartieron clases a más de 380 alumnos de diferentes nacionalidades, estimando que su actividad formativa y de apoyo humano tuvo incidencia actual sobre más de 1.000 personas, tanto de forma directa como indirecta. 


El Centro, con la ayuda de nuestra Fundación trabaja para el fomento de la formación, el empleo y la orientación y la igualdad en el trabajo de la mujer inmigrante en nuestra sociedad. Para ello dispone de un profesorado en torno a los 40 docentes entre los que se cuentan doctores en medicina, personal de asistencia técnica sanitaria, profesorado de escuelas infantiles y universitario, psicólogos, terapeutas ocupacionales y otros voluntarios de Córdoba capital y de Peñarroya-Pueblonuevo.


A lo largo del próximo curso 2013-2014 se impartirán las siguientes especialidades: Auxiliar de Geriatría, Auxiliar de Educación Infantil; curso de Cocina Mediterránea, de Cultura General, de Español y de Francés; de los cuales ya han dado comienzo las clases de Auxiliar de Geriatría.

jueves, 17 de octubre de 2013

Vigésimo noveno domingo del tiempo ordinario

Éx 17,8-13: El auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra.
2 Tim 3, 14-4,2: Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo.
Lc 18, 1-8: Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará la fe en la tierra?

En este vigésimo noveno domingo del tiempo ordinario celebra la Iglesia en Domund, es decir, el domingo mundial de las misiones de la Iglesia católica.

El mismo Sánchez Dragó afirma: <<Quiero romper una lanza a favor de las misiones y disipar calumnias en lo tocante a estas instituciones, en las que los misioneros se limitan a ayudar al prójimo, en zonas de dolor, de miseria, de enfermedades, de analfabetismo, de tiranía y de hambre. Los misioneros no venden, ofrecen; no predican, explican; no juegan, se la juegan; no explotan, siembran; no cobran, pagan; no asustan, consuelan>>. Es una hermosa reflexión que sintetiza la esencia y el alma de las misiones, a la vez que debería mover los corazones de todos los hombres, creyentes o no, para que incrementen su ayuda a estas instituciones.

En la segunda lectura que hemos proclamado San Pablo le recomienda a Timoteo, obispo que él había consagrado, que proclame la Palabra, que insista <<oportuna e inoportunamente>>, que reprenda, reproche y exhorte con toda comprensión y pedagogía. Para San Pablo, la misión de la evangelización es la única misión del cristiano, según el mandato de Jesucristo: <<Id y haced discípulos de todas las naciones […] y enseñadles a guardar todo lo que os he mandado>> (Mt 28, 19-20). Todos, por tanto, tenemos que ser misioneros, cada cual en su puesto y desde su puesto. Éste es el profundo mensaje del Domund y no aquella aldea infantil que tanto se cultivó en nuestra niñez que se ceñía a echar unas cuantas monedas en unas huchas con cabezas de negritos o de indios o chinos. Es decir, la idea sobre las misiones que subyacía antes del concilio Vaticano II era inexacta: los países a evangelizar eran únicamente los no católicos, los católicos se suponían ya maduros y cualificados en el compromiso cristiano. Tremendo error éste.

todos los países, sean o no católicos, están necesitados de una profunda y serie evangelización: los no católicos porque aún no conocen la verdad de Jesucristo; los católicos porque han viciado el Evangelio en muchos planteamientos y compromisos de vida, sintiéndose cómodos en la falta de creencia. Por ello, el papa Juan Pablo II, en sus múltiples discursos y en todos sus viajes a los países considerados <<católicos>>, habló una y otra vez de <<recristianizar>> y <<reevangelizar>> Europa que, a su vez, es <<evangelizada>> por los países que antes eran evangelizados por ella con la presencia de los misioneros y misioneras que desde esos países vienen a trabajar en Europa para hacer más auténtica la fe de todos nosotros.

¿Cuál es el sentido profundo de la misión? Pablo VI, en la encíclica Populorum progressio, lo definió claramento: <<Fiel a las enseñanzas y al ejemplo de su divino Fundador, que dio como señal de su misión el anuncio de la Buena Nueva a los pobres, la Iglesia nunca ha dejado de promover la elevación humana de los pueblos, a los cuales lleva la fe en Jesucristo>> (n.12). Es decir, el sentido de la misión no es otro que la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos. Ésta es la principal tarea de los misioneros y misioneras en los llamados <<países del tercer mundo>>, en donde no sólo explican la fe sino que la viven y dan testimonio de ella haciendo visible y palpable el amor de Dios a los hombres mediante la construcción de hospitales, guarderías, escuelas, proyectos de agricultura, etc.

Tengo un íntimo amigo, misionero espiritano, quien, junto con otros dos misioneros, desarrolla su labor en Tanzania, en una zona paupérrima, con un perímetro de unos tres mil kilómetros cuadrados. Sus padres están en Córdoba y siempre que viene a visitarlos procura verme para cambiar impresiones sobre el desarrollo de la misión. En una de sus últimas visitas me comentaba que la misión y sus necesidades eran muy grandes y pocos los misioneros, como recordando aquella sentencia del Evangelio: <<La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies, que envíe obreros a su mies>>. (Lc 10,2-3). Yo no lo podía dar misioneros pero sí una buena ayuda económica para paliar en lo posible las dificultades materiales, de modo que la evangelización fuese más efectiva. Esta ayuda se tradujo en la compra de un todo-terreno para cubrir las enormes distancias, en la construcción de una pequeña casa-vivienda de los misioneros y en avituallamientos sanitario.

Hoy, día de las misiones, se nos pide muy poca cosa: una ayuda material y otra espiritual. La ayuda material es un pequeño donativo cuya suma solemos gastar a menudo en cuestiones baladíes, para remediar en lo posible tantas y tantas carencias básicas y elementales, propias de los países pobres en donde nuestros misioneros y misioneras entregan a diario su vida. La ayuda espiritual es tan importante o más que la material. Es la oración por las misiones, por los misioneros y misioneras, para que el Señor les aumente cada día la fe, la esperanza y el amor. ¿Cómo, pues, podrían soportar las duras condiciones económicas, sociales, políticas, si no fuera por su fe en Dios, que los mantiene y los sostiene? ¿Cómo entender la entrega a los demás, incluso hasta dar la vida, sin el amor de Dios? De ningún modo se entendería ni sería posible sin una motivación sobrenatural: su fe, su esperanza y su amor a Dios, traducidos en la entrega y en la generosidad sin límites a favor de los desheredados y marginados de la tierra.

Mis queridos amigos, qué grande es la Iglesia; qué grandes sus misiones; qué grandes sus misioneros y misioneras. Divulguemos la fe en nuestros ambientes, en los que muchos se apartan de ella por cualquier reflexión ligera, fácil de resolver cuando se acude ante el sagrario y en franco diálogo con el Señor se analizan los motivos de las divergencias surgidas. Pidamos al Señor por las misiones. Ayudemos a los misioneros y, aunque sea por un día, seamos todos misioneros.

martes, 15 de octubre de 2013

Semana Cultural San Rafael

Con motivo de la celebración del día de San Rafael, la Fundación Miguel Castillejo, en colaboración con la Ilustre Hermandad de San Rafael Custodio de Córdoba, ofrecerá una serie de eventos para solemnizar esta festividad en la Semana Cultural San Rafael 2103. Dichos actos culturales se desarrollarán durante la semana del 21 al 25 de octubre, y se regirán por el siguiente programa:

Lunes 21 de octubre
- Presentación del sello filatélico San Rafael.
- Presentación DVD. Procesión custodio 2102.
- Conferencia: San Rafael y la Orden Mercedaria. A cargo de D. Francisco Mellado Calderón (Doctor en Historia y Periodista) Presenta D. José Luis Romero González (Cronista de la Hermandad)
En la sede de la Fundación
A las 20,30 horas.

Martes 22 de octubre
- Conferencia: El libro de Tobías y el arte. A cargo de D. Diego Álvarez Aguilar (Archivero de la Hermandad). Presenta D. Julián Hurtado de Molina (Hermano Mayor de la Hermandad). 
En la sede de la Fundación
A las 20,30 horas

Miércoles 23 de octubre
- Eucaristía ofrecida por la Federación de Peñas Cordobesas a Su Santo Patrón, oficiada por Mons. Miguel Castillejo Gorraiz, Presidente de Honor Perpetuo.
- Concierto Sacro: 'Coral del Real Círculo de la Amistad' Director Luis Bedmar
- Pregón a San Rafael, a cargo de la Iltma. Sra. Dña. Amelia Caracuel, presentada por el Excmo. Sr. D. José Antonio Nieto
En la Basílica del Juramento.
A las 20,30 horas.

Viernes 25 de octubre
- Concierto Extraordinario Clausura de la Semana Cultural San Rafael. Real Centro Filarmónico de Córdoba Eduardo Lucena. Director: Carlos Hacar.
En la sede de la Fundación
A las 20,30 horas

Entrada libre a todos los actos.

domingo, 13 de octubre de 2013

Rafael Cerrato

Miércoles, 16 de octubre | 20,30 horas 
Salón de actos | Fundación Miguel Castillejo

Hoy tendrá lugar la presentación de la obra del autor cordobés Rafael Cerrato, quien realiza su actividad creativa entre su residencia habitual en una vieja masía del siglo XVII cercana a Montserrat y numerosos países de todo el mundo (él mismo se define ya como un apasionado por el estudio de otras culturas), especialmente en Miami, ciudad a la que se encuentra igualmentevinculado y donde ha presentado varias de sus obras.

Dicha presentación correrá a cargo del académico D. Alfonso Gómez López y, en en el curso del acto, se hará entrega al autor del Premio Cordobeses por el mundo 2013, que le ha sido otorgado este año por esta
asociación, con el que se distingue cada año a un cordobés ilustre que traspasa nuestras fronteras.

jueves, 10 de octubre de 2013

Vigésimo octavo domingo del tiempo ordinario

Texto evangélico
2 Re 5,14-17: No hay Dios en toda la tierra más que el de Israel.
2 Tim 2,8-13: Si perseveramos, reinaremos con Cristo.
Lc 17,11-19: Levántate, vete; tu fe te ha salvado.

El Evangelio que en este domingo proclama la Iglesia tiene una cierta conexión con la fiesta de la Virgen del Pilar –también llamada la fiesta de la Hispanidad-, que acabamos de celebrar también esta semana.

Muchas cosas se están diciendo sobre el descubrimiento de América, sobre todo por algunos pseudointelectuales españoles. Unos lo califican de gesta, otros de cruzada, otros de genocidio de unos pueblos y sus respectivas culturas. El gran historiador Sánchez Albornoz hizo un diagnóstico certero sobre la esencia del pueblo español: <<Nos cuesta mucho digerir nuestra propia historia; es nuestro pecado nacional>>. Una actitud que difiere y dista mucho de la del pueblo alemán. Su canciller Helmut Kohl ha hecho el siguiente comentario, a propósito de la reciente y rtiste historia de la Alemaniza nazi: <<Alemania asume su historia tal y como es, con sus páginas brillantes y con sus páginas negras>>.

En el Evangelio que hoy trae la Iglesia a colación sobre la curación de los diez leprosos nos encontramos con algo parecido a lo que acabamos de comentar. El Evangelio nos presenta un grupo de leprosos, diez para ser exactos, de los cuales nueve eran judíos y uno samaritano. Los judíos eran los buenos o, al menos, los que se creían buenos, porque cumplían la ley <<a rajatabla>>; el samaritano era en teoría malo, un heterodoxo del cumplimiento de la ley. Todos le piden al Señor que los cure. Jesucristo accede a tu petición. De ellos sólo el samaritano, el considerado del grupo de los pecadores y de los malos, se vuelve para darle las gracias porque reconoce que todo es don de Dios y, en consecuencia, sabe que la salvación de Dios no se puede comprar, en contra del criterio de quienes se creían buenos. Es una escena que tiene una gran similitud con la parábola del fariseo y el publicano (cf. Lc 18,9-14): aquél, lleno de soberbia y orgullo se cree justo; éste, en cambio, desde el desamparo y la pobreza de su vida, se reconoce pecador y suplica el perdón de dios. También se asemeja a la escena de la mujer pecadora que limpia los pies a Jesús (cf. Lc 7,36-40), en la que Jesús da una gran lencción al fariseo sobre la misericordia de Dios, o a la parábola del buen samaritano (cf. Lc 10,25-37).

El mensaje no es otro que éste: en muchas ocasiones los alejados de la Iglesia, los ateos, los no creyentes, los que en el fondo se encuentran distanciados y retirados de Dios, cuando se encuentran lisa y llanamente con Dios, bien sea por medio de una experiencia inesperada y sorprendente, bien sea por el testimonio coherente de ortos creyentes, vibran con Él y lo sienten. A partir de ese momento, se convierten y constatan que todo lo que les ha sucedido ha sido un regalo, un don y una gracia de Dios. Por ello, les faltan palabras para alabar a Dios, postura diametralmente opuesta a la de quienes estamos siempre en los aledaños del Señor. Aquellos que por nuestra infancia, por nuestra educación, por nuestra cultura, nos encontramos muy poseídos de una fe que es también un regalo y un don de Dios, sin embargo nos falta el talante agradecido, el talante par saber ponernos, como el leproso samaritano, a los pies de Jesucristo, dándole las gracias porque nos ha curado. En una frase con mucha enjundia y filosofía, manifestaba Chesterton lo siguiente: <<El día seis de enero les damos las gracias a los Reyes Magos porque nos han llenado los zapatos de regalos, pero ningún día nos acordamos de darle las gracias a Dios por los dos pies que nos ha dado para poder llenar los zapatos>>.

Todos los días tenemos un cúmulo de cosas por las que dar las gracias a Dios y por tanto, hemos de asumir lo bueno y lo malo de nuestra historia personal y social. Dios nos trata y nos mima con la mano derecha, pero a veces también lo hace con la izquierda. ¿Cómo podríamos criticar indiscriminadamente toda la gran gesta de España en América, si allí se sembró también la fe que hoy es testimoniada por millones y millones de personas? En nuestra pequeña y particular historia, la de cada uno, tenemos que mirar todo el bien que nos hace Dios, con las cosas que nos agradan y con las que nos desagradan, y no quedarnos dándole vuelta a lo malo que somos. Por eso, alguien comentó con sorna que a muchos cristianos se nos podía representar perfectamente como a El caballero de la mano en el pecho de El Greco, siempre entristecidos y viendo en nuestro interior solamente la dimensión de sombra, lo negativo.

La llamada del Evangelio de hoy es una llamada a la luz, a ver lo positivo que hay en cada uno de nosotros como regalo de Dios. Nada de lo que tenemos es nuestro. Todo se lo debemos a Dios, principalmente el don de la vida. Nada nos pertenece porque todo le pertenece. Él nos da la gracia y la libertad para que nosotros le podamos corresponder agradecidos, como el leproso samaritano o, por el contrario, no queramos saber nada de Él, como fue el caso de los nueve judíos ortodoxos. A pesar de todo, Dios sigue amándonos y derramando su gracia sobre cada uno de nosotros.