jueves, 28 de abril de 2016

Concierto popular de Primavera: In memoriam


El próximo viernes 29 de abril tendrá lugar en la sede de la Fundación Miguel Castillejo el Concierto Popular de Primavera, dedicado este año a la memoria de D. Miguel Castillejo Gorraiz. Colabora la Agrupación Musical Noches de mi Ribera, y el programa es el siguiente:


Viernes 29 de abril a las 20,30 horas.
Entrada libre hasta completar aforo.

martes, 26 de abril de 2016

Ciclo Ópera Abierta: L'elisir d'amore


El próximo jueves 28 de abril se reanudan las actividades culturales de la Fundación Miguel Castillejo con otra sesión del Ciclo Ópera Abierta, organizada en colaboración con la Asociación Amigos de la Ópera de Córdoba. En esta ocasión ofreceremos la visualización comentada de la ópera en dos actos L'elisir d'amore, de Gaetano Donizetti (1797-1848). La presentación y los comentarios correrán a cargo del Dr. D. Juan Francisco de Dios Vega.


Acto de entrada libre hasta completar aforo limitado.

lunes, 25 de abril de 2016

Misa funeral por el eterno descanso de D. Miguel Castillejo

La misa funeral por el eterno descanso de D. Miguel Castillejo Gorraiz, presidente de la Fundación que lleva su nombre, tendrá lugar el próximo miércoles en la Iglesia de la Merced, a las 20 horas.
Oficiará la santa misa el Cardenal D. Carlos Amigo Vallejo e intervendrán numerosas corales de la ciudad que han querido sumarse a la Eucaristía en su memoria: Coral Miguel Castillejo, Real Centro Filarmónico Eduardo Lucena, Coral de la Cátedra Ramón Medina y del Círculo, Orfeón Cajasur, Coro de Ópera Cajasur, Nova Schola Gregoriana de Córdoba y Contrapunto Ensemble. 

jueves, 21 de abril de 2016

Quinto domingo de Pascua

Hch 14,21-26: Les contaron a la comunidad lo que Dios había hecho por medio de ellos.
Ap 21,1-5: Vi un cielo nuevo y una tierra nueva.
Jn 13,31-35: Que os améis unos a otros como yo os he amado.

Ya es un tópico afirmar que nuestro mundo es un mundo dividido, donde las guerras, los odios, los enfrentamientos, las discriminaciones y las esclavitudes campean a sus anchas. Nuestro mundo, por tanto, no es «el mejor de los mundos posibles», como afirmó el filósofo alemán Leibniz. Pero tampoco es ese «malévolo infIerno» sartriano. Nuestro mundo es como es, siempre susceptible de ser mejorado y renovado desde sus cimientos mismos. De ahí que, como bien expresa la Encíclica Rerum novarum, «lo mejor que puede hacerse es ver las cosas humanas como son y buscar al mismo tiempo por otros medios [ ... ] el oportuno alivio de los males» (n.13). Por eso, no es un mundo ya creado, sino que lo estamos creando; no es un mundo ya acabado, sino en proceso constante de transformación.
Cuando Dios creó el mundo, invitó al hombre a co-crear con Él; es decir, Dios puso el mundo en las manos del hombre y le encargó que lo modelara y lo perfeccionara con su propio trabajo (cf. Gén 1,28). Este contexto de mandamiento divino nos lleva a plantearnos la siguiente pregunta, ¿cómo está cumpliendo el hombre el encargo que Dios le hizo? Es una pregunta que cada uno en particular tiene que responder porque todos somos responsables de la «marcha» del mundo, cada uno según su medida, pero responsables al fin y al cabo.
Si en estos momentos de la historia que nos ha tocado vivir percibimos un fuerte deterioro de nuestro mundo, tendremos que preguntarnos qué le pasa al hombre; qué nos pasa a cada uno de nosotros. Porque lo que está claro es que la ruptura externa que apreciamos en nuestro entorno es fiel reflejo de la ruptura interna que el hombre padece en su corazón. Las divisiones, las guerras, los odios, y tantos otros males se gestan y desarrollan en el interior del hombre, repercutiendo directamente en sus circunstancias sociales: «De dentro del corazón hombre, salen las malas ideas: inmoralidades, robos, adulterios, codicias, perversidades... » (Mc 7,22-23).
Con todo, algo bueno ha de tener el hombre cuando Dios le encarga la misión de transformar el mundo. Es más, el hombre que ha salido directamente de las manos del Creador, que lo modeló «a su imagen y semejanza» (cf. Gén 1,26-27), tiene que ser bueno por naturaleza, porque no sería compatible la bondad y perfección divina con la maldad humana. Por eso, Dios que es amor (cf. 1 Jn 4,8) nos creó y nos hizo un llamamiento para el amor, única realidad que nos madura y que nos hace crecer como personas, tanto hacia dentro como hacia fuera. El amor es el que hace que seamos imagen y semejanza de Dios; el que nos convierte en hijos de Dios.
El amor es el signo más palpable de la Pascua por la que Cristo, su Resurrección, ha renovado todas las cosas. Por eso nos propone un mandamiento nuevo, como eje central de los nuevos tiempos que Él ha inaugurado y que tienen su cuImen en la Pascua. Atrás quedó la dinámica del «círculo vicioso» de la ley del talión, que cuanto más se aplicaba, más endurecía y más enquistaba el corazón del hombre. El mandamiento nuevo que Jesús nos propone rompe con esa dinámica de pecado, para instalarnos en la dinámica de Dios; es decir, en la dinámica de la gracia, de la generosidad y de la misericordia. Este mandamiento no implica otra cosa que ser fiel a la vocación para la que Dios nos ha creado: al amor.
El amor es, en consecuencia, la herramienta de trabajo con la que tenemos que transformarnos y recrearnos personalmente, para después transformar y recrear nuestro mundo. La ley del amor es la única que es capaz de hacer realidad que nuestro mundo sea «el mejor los mundos posibles». No hay más alternativas. Porque esa fue también la única alternativa por la que Jesús se decidió en su vida, siendo fiel a ella hasta sus últimas consecuencias. Y lo suyo no fue una utopía, un sueño que pasó, como pensaron irónicamente el grupo de quienes nunca lo creyeron. Lo suyo fue tan real que todo lo que hizo, lo hizo bien; por eso, la mejor síntesis que se ha hecho de Jesús, tanto en sus dichos como en sus hechos, es la que hicieron los apóstoles cuando se lanzaron a predicar por todo el mundo el hecho gozoso de la Pascua. Para los apóstoles, Jesús fue un hombre que pasó haciendo el bien.
No hay otro amor como el de Jesús, donde los hombres encuentran su sentido de plenitud. Jesús optó por la utopía de la misericordia para al hombre a Dios y al mismo hombre; para desarrollar el sentimiento de hermandad y fraternidad entre todos los pueblos de la tierra. Por ello, no hay mejor programa para realizar el mandamiento de Jesús que las bienaventuranzas (cf. Mt 5,1-12), expresión sublime y concreta del amor.
Ante el desafío del nuevo siglo y milenio que se nos avecina, no podemos seguir siendo meros espectadores, cuando no colaboradores, de un mundo que se desangra por los cuatro costados. Como cristianos, hemos de inyectar buenas dosis de esperanza, de paz, de unión, de amor, en una palabra. Pero, para que eso sea posible, es necesario que seamos unos auténticos y fieles cristianos que vivimos «a pies juntillas» la única ley que nos hace libres, la ley del amor.
Mis queridos amigos, rompamos con los egoísmos que nos atenazan y esclavizan, impidiéndonos llevar a efecto la vocación para la que hemos sido creados, el amor. Abramos de par en par las puertas de nuestro corazón al amor que nos hace libres y que libera todo lo que toca. Sólo el amor, y nada más que el amor es capaz de truncar la espiral y el círculo vicioso de la violencia, de las divisiones, de las guerras. Cambiemos para siempre el dicho «si quieres la paz, prepara la guerra», por el dicho «si quieres la paz, ama».

viernes, 15 de abril de 2016


Quedan suspendidos los actos previstos para esta semana por motivo del fallecimiento de nuestro Presidente y Fundador, Don Miguel Castillejo Gorraiz.

Gracias.

lunes, 11 de abril de 2016

Presentación del libro "Cervantes y la Orden Trinitaria"



El próximo martes 12 de abril tendrá lugar en la Fundación Miguel Castillejo la presentación del libro "Cervantes y la Orden Trinitaria", de José Antonio Ramírez Nuño. Este evento, organizado en el cuatrocientos aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes.

A las 20,30 horas.
Entrada libre hasta completar aforo.

viernes, 8 de abril de 2016

Tercer domingo de Pascua

Hch 5,27-32.40-41: Dios resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis.
Ap 5,11-14: Digno es el Cordero degollado de recibir el poder.
Jn 21,1-19: Es el Señor.

La Pascua cristiana tiene como centro a Jesús, muerto y resucitado por nuestra salvación. Dios ha resucitado a Jesús, y en su Resurrección todos hemos resucitado. El Señor ha roto las cadenas de la muerte y vive victorioso como rey de reyes. La luz ha vencido a las tinieblas; el amor al odio; la unidad a las discordias y divisiones; la valentía al miedo. Jesús es el Señor de la vida que conduce a los hombres a la plenitud de Dios.
El relato de los Hechos de los Apóstoles, que hoy nos presenta la liturgia, acota el corazón mismo de la fe cristiana: Dios resucitó a Jesús y lo exaltó, y, en consecuencia, todos hemos sido redimidos del pecado, a la vez que somos introducidos en la dinámica liberadora de la Resurrección divina. Esta experiencia de saberse en las manos de Dios, salvador y dador de la vida, es la que lleva a los primeros discípulos a superar el miedo de los primeros momentos para, a continuación, dar testimonio público de su fe en la Resurrección del Señor.
Mis queridos amigos, el itinerario de vida de todo apóstol, de todo cristiano, pasa por tres estadios de vida que se concretan en tres situaciones.
Primera, la situación de un miedo casi insuperable, cuya raíz es la desilusión y falta de fe. Igual que los apóstoles, también nosotros, que decimos seguir al Señor, no acabamos de creer seriamente en Él y en su mensaje de salvación. En realidad, creemos más en las palabras de los hombres que en la Palabra de Dios. Por eso, surge en el fondo de nuestro corazón la duda, el miedo al descrédito, al fracaso, a hacer el ridículo delante de los hombres. Pero como las palabras de los hombres no salvan, ni dan seguridad, ni llenan de sentido la vida humana, desembocamos en una difícil encrucijada: o los hombres o Dios; o apostar por Dios, aún a sabiendas de los riesgos que entraña, o apostar por los hombres con las seguridades relativas del momento. Aquél llena de sentido toda nuestra vida, no exenta de la cruz; éstos no pueden salvarnos, aunque nos ofrezcan felicidades momentáneas y fugaces.
Jesús es muy claro a la hora de la opción por Él o al margen de Él: «Si uno se avergüenza de mí y de mis palabras, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga en su gloria» (Lc 9,26).
Segunda, la situación del testimonio público de la fe. La fuerza del Espíritu irrumpe de forma casi avasalladora en el corazón de quienes no tienen más señor que Dios. El miedo y la cobardía se convierten en parresía, es decir, en una valentía que sólo puede nacer de la verdad que nos hace libres (cf. Jn 8,32). Por eso, el miedo es relegado al pasado, y la obediencia a Dios está antes que la obediencia a los hombres. Quien vive en la verdad, vive en la libertad; y quien vive libremente vive sin temores de ningún tipo. Se sabe en Dios y con la fuerza del Espíritu divino, único garante de su vida, que le impulsa al testimonio de la fe. La vida de fe, que brota de la confianza, la fidelidad y el amor a Dios, exige, por su propio dinamismo interno, ser comunicada y manifestada. Por ello, sin testimonio no hay vida de fe.
Los modismos actuales que intentan constreñir la fe al puro ámbito de lo privado, a las «iglesias y a las sacristías», pretenden acallar la Palabra de Dios, instancia crítica en un mundo vacío, chato y mediocre. Hay que hacer frente a estos intentos de ahogar el mensaje de Dios, proclamando a los cuatro vientos que Jesucristo, muerto y resucitado es el camino, la verdad y la vida (cf. Jn 14,6); que sólo Dios, y nada más que Dios, puede devolver el rostro humano a nuestro mundo totalmente deshumanizado; en definitiva, que sólo Dios salva.
Tercera, la situación de las consecuencias del testimonio cristiano: las persecuciones. Es decir, la asunción de la cruz, distintivo del cristiano y signo de autenticidad del testimonio: «El que quiera venirse conmigo, que niegue a sí mismo, que cargue cada día con su cruz y me siga» (Lc 9.23). Las persecuciones son muy distintas y abundantes. La historia está llena de personas que dieron su vida por los demás, que sufrieron vejaciones, torturas, cárceles por defender el testimonio de su fe en Jesucristo, señor de la vida, y por encarnar en la práctica las exigencias de ese testimonio: el amor a los demás, que implica la entrega a la causa de los demás, a la defensa de los derechos humanos, a la proclamación de la justicia.
También nosotros, si queremos ser coherentes con lo que creemos y anunciamos, tenemos que asumir nuestros «calvarios» particulares, nuestras cruces de cada día. El desprecio, la crítica, la murmuración son monedas comunes que nos atenazan cuando nos tomamos en serio ser auténticos y verdaderos cristianos.
Pero son monedas que no hemos de rechazar, ni tan siquiera evitar. Todo lo contrario, ha de ser motivo de dicha, porque es signo inequívoco de que la Palabra de Dios, anunciada y testimoniada, hace mella en el corazón de quienes nos rodean: «Dichosos vosotros cuando os odien los hombres y os expulsen y os insulten y propalen mala fama de vosotros por mi causa [ ... ] ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Porque así es como los padres de éstos trataban a los falsos profetas (Lc 6,22.26).
Mis queridos amigos y hermanos, avancemos en la madurez de la fe cristiana. Vivamos con gozo la alegría de la fe, la dicha del testimonio de la fe. Pidámosle al Señor, muerto y resucitado, que nos dé la suficiente valentía interior para asumir con entereza los envites que conlleva el testimonio de la fe, que nos exige nuestra fidelidad al Señor.

lunes, 4 de abril de 2016

Concierto de Primavera Coral Pedro Lavirgen


 El próximo jueves 7 de abril tendrá lugar en la Fundación Miguel Castillejo la presentación del libro de Juan Redondo Muñoz "Cruzando ternuras". El acto contará con la intervención de Rafael Cabello Carmona (filólogo y profesor de literatura), y amenizarán la velada las hermanas Cecilia y María Jesús Ruiz Redondo con una ilustración musical de música moderna.
Jueves 7 de abril, a las 20,00 horas.
Entrada libre.

Presentación del libro "Cruzando ternuras"

Fundación Miguel Castillejo | Salón de Actos
Jueves 7 de abril | 20,00 horas



El próximo jueves 7 de abril tendrá lugar en la Fundación Miguel Castillejo la presentación del libro de Juan Redondo Muñoz "Cruzando ternuras". El acto contará con la intervención de Rafael Cabello Carmona (filólogo y profesor de literatura), y amenizarán la velada las hermanas Cecilia y María Jesús Ruiz Redondo con una ilustración musical de música moderna.
Jueves 7 de abril, a las 20,00 horas.
Entrada libre.

viernes, 1 de abril de 2016

Segundo domingo de Pascua

Hch 5,12-16: Crecía el número de los creyentes.
Ap 1,9-13.17-19: Yo soy el que vive.
Jn 20,19-31: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

En paralelismo con el título de un cuadro de Miró, Los personajes de la vida de Cristo, podemos describir otro cuadro cuyo nombre sería: <<Los personajes de la Resurrección de Jesucristo».
El domingo pasado la protagonista fue María Magdalena. Este segundo domingo de Pascua el protagonista es Santo Tomás, un apóstol del que poco sabemos porque poco es lo que nos cuentan de él los Evangelios. Los sinópticos apenas si dicen algo de él; San Juan es un poco más explícito y nos lo presenta en dos escenas; una, cuando Jesús se muestra como camino, verdad y vida (cf. 14,17); otra, la que nos presenta el Evangelio de hoy.
Santo Tomás es símbolo vivo del itinerario existencial de la fe del creyente, porque la fe es una aventura diaria. Cada día tenemos que reafirmar nuestra adhesión y fidelidad a Dios; nunca está todo hecho; nunca hemos llegado «del todo». Tres son las etapas evolutivas del desarrollo de la fe en Santo Tomás, que son también las nuestras.
Primera, es la etapa de la llamada fe racionalista y materialista; dos calificativos que entran en conflicto directo con el sustantivo. Es decir, ni la fe puede ser racionalista, ni mucho menos materialista. No obstante, ésta es la condición singular del hombre; capaz de grandes contradicciones no sólo epistemológicas, sino también ontológicas, vitales, existenciales.
Santo Tomás es el prototipo del creyente cartesiano que quiere convertir, y de hecho convierte, la fe en algo tangible, con datos «contantes y sonantes». Su actitud ante la vida de fe es la del más craso materialismo que no cree en nadie ni en nada, si antes no comprueba in situ el objeto de su fe. En otras palabras, es la actitud que quiere «tocar y ver para creer» sin advertir que Dios, objeto, término y fin de nuestra fe, no una cosa más entre las cosas, expuesta a todo tipo de manipulaciones humanas. Dios, al mismo tiempo que es inmanente a la historia, la trasciende.
Dios es el misterio inabarcable que nos embarga, rodea y supera por todas partes. De Él sólo cabe la aceptación y la acogida en fidelidad y en entrega a su voluntad, nunca la comprensión racionalista, error de los ateísmos de todos los tiempos que niegan a Dios porque el pensamiento no puede abarcarlo. Los razonamientos no nos dan la fe, aunque ayudan a creer a quien quiera creer.
En resumen, en este primer nivel, la fe no pasa de ser acomodaticia, sin riesgos. Es la llamada fe -y aquí está la gran contradicción- la «seguridad absoluta», opuesta al corazón y vida misma de la fe verdadera.
Segunda, es la etapa de la fe como búsqueda serena de Dios, que sale al encuentro del hombre. Atrás queda la imposibilidad de Prometeo. La conquista humana del mundo por medio de la razón no es extensible a Dios. Todos los intentos que han marchado en esta dirección han acabado en el más estrepitoso de los fracasos.
En el proceso de maduración de la vida de fe surge la «duda de la fe», que cuestiona la racionalización de la primera etapa para pasar a una postura de fe más íntima, más personal y más vital. Es la etapa de la fe como búsqueda incesante del Dios de la vida, dando respuestas, no ya cerebrales sino existenciales, a los «porqué» y a los «para qué» humanos. Por eso, es la fe que no pregunta ni inquiere, sino que se abandona en el Misterio, corazón y pulmón de Dios.
Lo que Tomás pretende con la búsqueda, como también lo pretendemos nosotros, es llegar a poseer una fe adulta, madura, responsable, personalizada. Una fe que no se deja llevar y arrastrar por las modas y corrientes al uso, como sucede, en ocasiones, con los pensamientos y movimientos teológicos de última hora, que pretenden ser la verdad última y definitiva. En suma, es una fe firme y segura, como la casa edificada sobre roca (cf. Mt 7,24-27).
Tercera, es la actitud de la fe como encuentro personal con Dios. Toda vez que hemos entrado en el dinamismo de la vida de fe que nos replantea la vida entera, y que nos pone de cara a nosotros mismos y de cara a los demás, el desenlace no puede ser otro que el encuentro con Dios que nos lleva a exclamar con Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» Es la fe hecha plegaria y encuentro, oración y súplica. Dios es aceptado como el único absoluto, pero, por encima de todo, Dios es amado como el único Señor de la historia y como el único Señor de nuestra singular y personal historia. A partir de ahora, Tomás, y nosotros con él, no necesitamos de otras alternativas, de otras explicaciones.
Él mismo lo ha «visto» con sus propios ojos. Es decir, él mismo ha tenido la experiencia de Dios, tan personal que es intransferible e incontable; por ello, es experiencia.
Mis queridos amigos, Cristo vive; ha resucitado. Ésta es nuestra fe; ésta es la fe de la Iglesia. La vida venció a la muerte; la luz a las tinieblas; la alegría, al llanto. Estamos celebrando y viviendo un tiempo de gracia, de gratitud, de alegría, porque el Señor, Jesús, ha vencido a la muerte y ha resucitado como primicia de nuestra propia resurrección. El misterio de nuestra fe queda fundamentado en una de las grandes verdades del cristianismo: el amor es más fuerte que la misma muerte.
Como los apóstoles, pidamos al Señor que nos aumente la fe en calidad y con profundidad, para que hagamos de nuestra vida un encuentro permanente, íntimo y personal con quien sabemos que nos ama; con Dios, principio y fin de nuestra vida.