jueves, 28 de febrero de 2013

Palabra de Dios: Tercer domingo de Cuaresma

Domingo, 3 de marzo

Texto evangélico: 


Éx 3,1-8.13-15: Yo soy el que soy. 
1 Cor 10,1-6.10-12: El que se cree seguro, ¡cuidado, no caiga! 
Le 13,1-9: Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera. 

Homilía para esta festividad por don Miguel Castillejo, recogida en el libro Palabra de Dios para nuestro tiempo. Homilías desde la COPE. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 2004.

Celebramos el tercer domingo de Cuaresma que este año coincide con a festividad de San José, proclamada por la Iglesia como día del seminario, una de las conmemoraciones que más han de tocar nuestro corazón. 

El seminario, como bien sabéis, es el corazón de la diócesis, de él dimana toda la sangre que irrigará el día de mañana la vida espiritual de la iglesia de Córdoba. Jesucristo, nuestro Señor, en la Última Cena instituye el sacramento de la Eucaristía y también el sacramento del Orden, cuando al consagrar y transformar el pan y el vino en su cuerpo y en su sangre, ordena y dice: «Haced esto en conmemoración mía». Con estas palabras, Jesucristo estaba diciendo a los doce, y también a sus sucesores, que el sacramento de la Eucaristía se celebraría a través de los siglos.

En los tiempos que nos han tocado vivir, los seglares habéis irrumpido de lleno en la Iglesia, formando un solo pueblo, el pueblo de Dios. Es esta misma Iglesia la que os llama y os necesita para el desarrollo en el mundo de la misión evangelizadora, porque por vuestro bautismo tenéis el deber de ser apóstoles, como nosotros, los sacerdotes lo tenemos por el bautismo y por el sacramento del Orden. 

Vosotros, laicos, tenéis una misión insustituible en el corazón del mundo, en la cual los sacerdotes difícilmente os podemos ayudar: la misión de consagrar todas las estructuras temporales en las que vivimos, para así hacerlas más cristianas y más humanitarias. Es más, vosotros, los seglares, podéis ser catequistas en la Iglesia, para, de este modo, explicar la Palabra de Dios. Pero hay ciertos ministerios, como son, sobre todo, la administración de ciertos sacramentos -la Eucaristía, la Confesión, la Unción, la Confirmación, el Orden-, que están reservados únicamente a los ministros sagrados. A esto se une la explicación auténtica, magisterial, de la Palabra de Dios. Por eso, la necesidad y la urgencia del seminario. En él nos jugamos a una carta el futuro de la Iglesia; porque en una diócesis donde no haya seminario, tampoco hay vocaciones y, en consecuencia, el clero desaparece, terminando dramáticamente por desaparecer la fe.

En nuestra diócesis tenemos dos seminarios. El seminario mayor, o seminario de San Pelagio, donde estudian aproximadamente unos cuarenta seminaristas, que se están preparando para la ordenación sacerdotal. Y el seminario menor, situado en la carretera de Sansueña, en el Brillante, que es el semillero del que se nutre el seminario mayor. 

Me impresionaba, y lo digo como testimonio porque quizá sea más elocuente que ningún otro discurso, un joven que estudiaba cuarto de medicina, que sintió la llamada de Dios y comenzó a dirigirse con un sacerdote. Probó el amor con una chica, pero vio que no era su vocación; entonces habló con el señor obispo, quien le aconsejó que simultaneara los estudios de medicina con los estudios de teología. Cuando terminó ambas carreras, el obispo le mandó que hiciera el doctorado en medicina. Ya hace un año que cantó misa. Ahora es profesor de teología moral, moral sexual y moral genética y bioética en San Pelagio. Ha instituido un movimiento sobre moral genética y la defensa de la vida, como el Santo Padre desde Roma lo está enseñando. Hace unos días estuvo conmigo proyectando la celebración de un congreso en Córdoba, y os puedo decir con sinceridad que cuando terminé de hablar con este joven sacerdote estaba emocionadísimo. El Espíritu existe; reaviva cada día nuestra fe en la existencia de la gracia divina; esa gracia fértil que mueve a la juventud al don de la generosidad, de la entrega a los demás sin condiciones, a pesar de las enormes dificultades y esfuerzos que actualmente tal opción entraña. 

Este joven sacerdote es hoy un pilar de la iglesia cordobesa. Así es como actúa Dios, como levadura que fermenta la masa, lenta pero eficazmente (cf. Mt 13,33). Quizá perdamos sacerdotes en cantidad numérica, pero los estamos ganando en calidad. 

Mis queridos amigos, mis queridos hermanos, el Día del seminario reta a todos los que sois padres para que eduquéis a vuestros hijos en el don de la generosidad sin límites y en la entrega a los demás. Que si Dios llama a alguno de vuestros hijos a la gracia del sacerdocio, sed generosos. Ofrecédselo a Dios, a quien nadie le gana en generosidad. También es un reto lanzado a todos los fieles cristianos, porque todos con nuestro ejemplo y testimonio de vida somos responsables de la vida de fe de los demás, especialmente de los más jóvenes. Todos tenemos que rezar por las vocaciones, las nuestras y las de toda la Iglesia. Tenemos que crear un clima propicio, un caldo de cultivo en el que surjan nuevas y renovadas vocaciones sacerdotales. Urge, igualmente, ayudar con nuestros propios medios a la gran obra del Seminario, la más divina de todas las obras divinas que tiene la diócesis de Córdoba. 

Que en este día del seminario sea notoria nuestra oración, personal y común, nuestra preocupación por el problema y nuestra generosidad sin límites. También se lo pedimos a la Virgen, nuestra Madre, quien fue la primera creyente, discípula y misionera de la Palabra Dios.

lunes, 25 de febrero de 2013

Fotos del Concierto Extraordinario Día de Andalucía


Compartimos con vosotros algunas imágenes del último concierto ofrecido en la Fundación, el pasado viernes día 22 de febrero en colaboración con la Escuela y Festival Internacional de Música Pres-Joven y que contó con la actuación de Ángeles Salas al violín y José María Pérez-Sánchez al piano.

viernes, 22 de febrero de 2013

Palabra de Dios: Segundo domingo de Cuaresma


Domingo, 24 de febrero

Texto evangélico:

Gén 15,5-12.17-18: El Señor hizo alianza con Abrahán. 
Flp 3,17-4,1: Somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador. Le 9,28-36: Éste es mi Hijo, el escogido; escuchadle. 

Homilía para esta festividad por don Miguel Castillejo, recogida en el libro Palabra de Dios para nuestro tiempo. Homilías desde la COPE. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 2004.

De los textos sagrados que hoy considera nuestra Madre la Iglesia para la sagrada liturgia de este segundo domingo de Cuaresma es excepcional por su importancia el texto evangélico que nos habla de la transfiguración del Señor. Es un texto tan rico en consideraciones que forzosamente hemos de extraer lo más interesante para nuestra vida cristiana. 

Lo primero que subrayaría es la reiteración evangélica del tema de la oración de Jesús. San Lucas, a diferencia de los otros sinópticos, lo apunta una y otra vez. Ejemplos hay en abundancia: el bautismo de Jesús (3,21-22), la elección de los doce (6,12-16), la pedagogía de la oración (11,1-4), la oración en el Monte de los Olivos (22,39-46), el mismo Evangelio de hoy sobre la transfiguración. Con ello, Lucas insiste en importancia capital que la oración tiene en la vida del cristiano. Tan así que podemos afirmar con total seguridad que sin oración no ha vida cristiana porque no hay relación con Dios. ¿Cómo, pues, vamos transmitir la vida de Dios a los demás si estamos vacíos de Dios? ¿Cómo vamos a vivir el Evangelio, Palabra de Dios, si a Dios lo tenemos arrinconado en el desván de nuestros espíritus pusilánimes? No podemos vivir el amor, ni podemos dar amor a los demás, cuando nos falta la intimidad con quien sabemos que nos ama, como muy bien decía Santa Teresa de Ávila a propósito de la oración. La oración nutre, alienta y fortalece nuestra vida de fe. Por eso, Jesús, maestro de oración, dice a sus discípulos: «Velad y orad para no caer en tentación, (Mt 26,41). 

La oración es también la que mantiene, anima y fortalece a Jesús en el desarrollo de su misión, desde su inicio hasta su ocaso. Una misión difícil, comprometida, arriesgada, que sólo es posible afrontarla desde la confianza y la fortaleza que da el saberse en las manos de Dios. 

Por ello, Jesús tuvo muy claro que la oración era medio indispensable para llevar a cabo la misión que el Padre le había encomendado. Y, aun así, no fue ajeno a las duras pruebas, temores y sinsabores de la existencia humana. Las tentaciones dan buena prueba de ello. 

Con la transfiguración, eje y nervio de la Palabra de Dios de este segundo domingo de Cuaresma, se nos quiere desvelar una de las constantes de la vida humana. No hay vida sin muerte, ni gozo sin dolor, ni gloria sin cruz. Todo ocurre a la vez. Conforme nos vamos iluminando, desaparece la tiniebla; a medida que vivimos, vamos ganando terreno a la muerte. 

Los hombres somos muy propicios a los triunfalismos, a contentarnos con la cara fácil de la vida, y a tapar y ahogar la cara amarga y difícil. Es decir, nos dejamos encandilar rápidamente por los destellos de la transfiguración, y nos olvidamos de la realidad diaria de la vida. Y es que queremos alcanzar la meta sin recorrer el camino. Jesús nos advierte de tal peligro, a la vez que nos anima a poner todas nuestras esperanzas en la Jerusalén celeste, desde la asunción gozosa de la Jerusalén terrestre, esto es, desde la cruz del seguimiento. Jerusalén es lugar de encuentro y punto de partida hacia el Padre. 

Jesús ha venido, como dice un moderno escritor, a implantar una religión que se fundamenta en el amor y en la igualdad sustancial entre todos los hombres; a implantar una religión que predica el culto del corazón: adorar a Dios en espíritu y en verdad (cf. Jn 4,23); una religión que nos hace a todos los hombres hijos de Dios (cf. Rom ,15-17). 

Jesús hizo realidad todo este proyecto en medio de una fuerte oposición y una encarnizada persecución que acabaron con su vida. Pero, mis queridos amigos, éste era el único camino posible del éxito, de la gloria. No había, ni hay otro. El camino de la cruz es el camino de la luz. Todo esto lo afrontó y realizó Jesús para gloria de Dios y para nuestra futura resurrección. Dios es luz, poder, transfiguración, salvación total y definitiva. Él nos mantiene y sostiene en nuestro peregrinar por la historia humana en camino hacia la metahistoria divina, hasta que nos encontremos cara a cara con la Luz por excelencia. 

Como resultado de estas consideraciones, podemos concluir dos consejos espirituales: primero, la Palabra de Dios nos urge y nos apremia sin dilación alguna a ser personas de oración, sin la que no es posible ni vivir cristianamente, ni desempeñar la misión de la evangelización, ni afrontar los retos, las dificultades y las cruces que cada día nos impone el seguimiento de Jesús. 

En consecuencia, es necesario que nos hagamos las siguientes preguntas: ¿Oramos? ¿Oramos todos los días? ¿Oramos todas las semanas? ¿Oramos al menos alguna vez? 

El segundo consejo espiritual es éste: abracemos la cruz en cuanto signo que nos distingue como discípulos de Jesucristo. Abracémosla y no la rehuyamos, porque la cruz es el único camino de redención y de gloria. Que cada cual abrace su cruz con empeño decidido, sin miedos, sin dudas. Cristo, vencedor de la muerte, vence con nosotros. La luz que nos revela la transfiguración se convierte en Cristo en gloria del hombre. La transfiguración es así la gloria de Dios y del hombre. 

Por tanto, que nadie tema; el Señor ha echado sobre sí toda la debilidad de nuestra singular condición. Si nos mantenemos en su amor, venceremos lo que él venció y recibiremos lo que nos prometió.


lunes, 18 de febrero de 2013

Concierto Extraordinario Día de Andalucía


Viernes, 22 de febrero | 20:30 horas
Salón de Actos | Fundación Miguel Castillejo


El Concierto Extraordinario propuesto para el Día de Andalucía en colaboración con la Escuela y Festival Internacional de Música Pres-Joven contará con la actuación de Ángeles Salas al violín y José María Pérez-Sánchez al piano. Ambos interpretarán obras de grandes maestros de los siglos XVIII, XIX y XX.


* Concierto nº 5 en La mayor KV 219 [I. Allegro aperto], de W. A. Mozart (1756-1791)

* Variaciones para una cuerda sobre el tema "Moisés" de Rossini, de N. Paganini (1782-1840)

* Preludios Op. 23 nº 1, 2, 3, 4 y 5, de S. Rachmaninov (1873-1943)

* Introducción y Rondó Capriccioso, de C. Saint-Saëns (1835-1921)

* Aires Gitanos, de P. Sarasate (1844-1908)


Puedes imprimir tu invitación aquí.
Entrada libre hasta completar aforo.

viernes, 15 de febrero de 2013

Presentación de "El Juramento" de Agripín Montilla Mesa


El pasado día 25 de enero tuvo lugar la presentación del libro de Agripín Montilla Mesa "El Juramento (al-kasam)", editado por LITOPRESS. Estas son algunas de las fotos del acto.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Palabra de Dios: Primer domingo de Cuaresma

Domingo, 17 de febrero

Texto evangélico:

Dt 26,4-10: Clamamos al Señor y escuchó nuestra voz. 
Rom 10,8-13: Si tus labios y tu corazón profesan que Jesús es el Señor, te salvarás. 
Le 4,1-12: No tentarás al Señor tu Dios. 

Homilía para esta festividad por don Miguel Castillejo, recogida en el libro Palabra de Dios para nuestro tiempo. Homilías desde la COPE. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 2004.

Uno de los llamados «tiempos fuertes» litúrgicos que celebra la Iglesia a lo largo del año es el tiempo de Cuaresma que se inauguró el pasado miércoles de ceniza. La Cuaresma, lo mismo que el Adviento o la Navidad, es un tiempo de gracia y de misericordia que Dios concede al hombre. Es un tiempo de encuentro del hombre consigo mismo, de autoconversión, como paso previo al encuentro y al diálogo intenso con Dios. Cada tiempo tiene su motivo, su lema propio, pero con un mismo eje de convergencia: la salvación de Dios al hombre, a la que éste debe responder desde la superación y el vencimiento constante de sí mismo, es decir, desde una actitud de permanente conversión al Señor. Éste es el tema que late en el fondo de las tentaciones de Jesús que sirven de pórtico de entrada al tiempo de Cuaresma.

Las tres tentaciones que nos presenta el evangelista San Lucas simbolizan todas las tentaciones que el ser humano pueda sufrir, ya que en ellas se contienen las grandes líneas que configuran la historia de los deseos, pasiones, ambiciones y miserias humanas.

La primera tentación podríamos denominarla como la seducción del tener. Es la tentación del materialismo puro y duro que está secando en su raíz más honda el corazón del hombre. En nuestras sociedades cada día importan menos el ser y los valores que lo encarnan: el amor, la paz, la justicia, la misericordia. Son cosas -se comenta vulgarmente- que ya no se estilan; es más, preocuparse de semejantes valores es «cosa de tontos». Lo exitoso y novedoso está en lucir, presumir, ser alguien «con poder e influencias», ganar mucho dinero. Así se liquidan y disuelven los valores del Reino de Dios y se aúpan los «valores» -contravalores, más bien- del reino de los hombres.

Los cristianos, hemos de estar muy atentos, <<vigilantes>>, en expresión bíblica, para no caer en la trampa de la llamada «inversión de los valores» que convierte lo malo en bueno, dando como resultado la pérdida del mal como punto de referencia, y, en consecuencia, como afirmó el papa Pío XII, la pérdida de la conciencia de pecado.

El hombre no vive de «solo pan» sino, ante todo, de la palabra que sale de la boca de Dios. En términos soteriológicos, el hombre es impotente, lo humano es incapaz de salvarse a sí mismo.

La segunda tentación es la seducción del poder y de la gloria, íntimamente ligada a la anterior. En efecto, dinero, poder y éxito constituyen la tríada divina del hombre poscristiano de las sociedades postmodernas, quien cree -con una buena dosis de ingenuidad- que ha hecho realidad el mito adámico del «... y seréis como Dios» (Gén 3,5). En su intento prometeico de querer ser Dios, el hombre lucha por derribar a Dios de su trono, para convertirse él mismo en Dios. Por ello, no tiene otra moral -si es que puede ser llamada así- que la del «todo vale», con tal de conseguir lo que se proponga, sin importarle la bondad o maldad, ni de los medios, ni de los fines; al fin y al cabo, él está situado más allá del bien y del mal, como afirmó Nietzsche. Lo único importante es «ser más que nadie», en el sentido de «estar por encima de todos», para, de este modo, dominar a los demás.

Como cristianos, tenemos que recordar, una vez más, las palabras de Jesús a sus discípulos cuando también ellos se vieron asaltados por la tentación del poder: «Sabéis que los que figuran como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen, pero no ha de ser así entre vosotros; al contrario, el que quiera ser el primero, que sea servidor vuestro» (Mc 10,42-45).

La tercera tentación es la más fina y sugestiva de todas. Consiste en tentar a Dios con la misma Palabra de Dios: «Si eres Hijo de Dios [...] porque está escrito». Es la tentación que más frecuentemente asalta a los cristianos. Casi sin darnos cuenta, dominados por la mentalidad del «tanto vales, tanto tienes», convertimos a Dios en un fetiche para que nos libre de nuestros miedos, temores y dudas. Ponemos a Dios a nuestro servicio, convirtiéndolo en un ídolo más, al que recurrimos con mentalidad mágica y le exigimos cuando lo necesitamos. Por ello, en nuestro corazón abrigamos pensamientos tales como: «Si Dios es bueno, grande y poderoso, tiene que ayudarme y concederme lo que le pido».

Una vez más, intentamos igualar la voluntad de Dios con la nuestra. Es la tentación del mal ladrón en la cruz: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti y a nosotros» (Lc 23,39). Es verdad que Dios nos concede lo que le pedimos, pero lo hace a su modo, no al nuestro; según su voluntad, no según la nuestra. Dios no se deja ni dominar ni manipular. Esto provoca en los hombres posturas encontradas como la afirmación o la negación de Dios.

Se sucumbe a la tentación cuando, al querer igualar la voluntad de Dios con la nuestra, no admitimos ni encajamos que Dios actúe de modo distinto a nuestros propósitos. De aquí al ateísmo hay un paso, porque «si Dios no me concede lo que le pido es porque realmente Dios no existe». Se supera la tentación cuando el silencio y la grandeza de Dios acaban por imponerse a nuestra pequeñez y miserias humanas, en las que reconocemos que Dios y sólo Dios es Dios, y nosotros sus criaturas, convocadas por Él a la existencia para cumplir su voluntad.

Mis queridos amigos todos, busquemos a Dios. Sintamos hambre y sed de Dios. Hagamos nuestro particular y peculiar camino de conversión a lo largo de este tiempo de Cuaresma que hemos inaugurado, para que celebremos la Pascua con entera disposición, renovados en la mente y en el espíritu.

jueves, 7 de febrero de 2013

Palabra de Dios: Quinto domingo del tiempo ordinario

Domingo, 10 de febrero

Texto evangélico:

Is 6,1-8: Aquí estoy, mándame.
1 Cor 15,1-11: Esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.
Lc 5,1-11: Dejándolo todo, le siguieron.

Homilía para esta festividad por don Miguel Castillejo, recogida en el libro Palabra de Dios para nuestro tiempo. Homilías desde la COPE. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 2004.

Si quisiéramos resumir en pocas palabras las lecturas sagradas que la Iglesia, como en un rico banquete espiritual, nos sirve en este domingo, escogeríamos la llamada vocación del apóstol Pedro: <<Jesús dijo a Simón Pedro: No temas, desde ahora serás pescador de hombres» (Lc 5,10).

El leif motiv que vertebra las tres lecturas de hoy es una idea central que recorre los Evangelios de principio a fin: el seguimiento de Jesús. Jesús no pasa por ningún sitio sin provocar la llamada al discipulado con todas sus exigencias, como veíamos el domingo pasado respecto de los profetas. Jesús no pasa de largo por nuestra vida, está en ella, nos interpela y nos convoca. Y puesto que de la vocación se trata, el Evangelio nos presenta sus elementos típicos. 

Primero, ante la llamada del Señor, se produce en el hombre una situación de asombro. Pedro y los hijos del Zebedeo pasan de una situación de frustración a otra radicalmente distinta de plenitud: de no haber obtenido ningún resultado en la pesca, a pesar del gran esfuerzo realizado, a culminar todos sus objetivos y expectativas con creces. La actuación de Dios en el acontecer humano provoca asombro y admiración, y es que Dios rompe una y otra vez todos nuestros esquemas y perspectivas. No actúa según nosotros creemos y esperamos. No actúa al modo humano sino al modo divino. 

Pero para asombrarnos hace falta tener la capacidad del asombro mismo. Y esto es lo difícil en nuestro mundo, en el que hemos perdido la sorpresa por todo. Sin esa capacidad estamos ciegos para dejarnos cautivar por Dios. Estamos de vuelta de todo, ¡hasta del mismo Dios! Hemos querido domesticar a Dios, cuando Dios es original e indomable. Con todo, Dios sigue actuando y sorprendiendo, quitando de nuestros ojos los esquemas que nos impiden ver la luz. Dios sigue llamando. 

Sin embargo, la actuación de Dios no tiene por finalidad asombrar o sorprender, sino la de provocar que el hombre tenga confianza total en Él. Es decir, que tenga fe, fundamento que nos sostiene, luz que nos muestra el camino y la puerta por la que entramos. La fe nos da la medida de la sabiduría que Dios nos ha concedido. Por ello, ante el titubeo y la inseguridad humanas, vence la seguridad de la fe en la Palabra de Dios: «Por tu palabra, echaré la red» (Lc 5,5). 

Un segundo elemento es la llamada misma de Jesucristo: «Serás pescador de hombres» (Lc 5,10). Es una llamada personal, única e intransferible: Jesús nos llama a cada uno por nuestro nombre. Pero es también una llamada universal: Jesucristo nos llama a todos los que creemos en Él y en su Palabra para que extendamos el Reino, ya presente en nosotros. Hemos sido llamados por Dios para hacer crecer su Reino sobre las bases del amor, la paz, la misericordia, la justicia. Por esta razón, Dios nos consagra; esto es, nos rehabilita con la fuerza de su Espíritu para realizar la misión de la evangelización.

Toda vocación es una llamada a la alegría del Reino, porque en solidaridad con Jesús y con María, somos escogidos para transformar el mundo viejo, y dar a todo lo existente sentido de Dios. Unos lo harán desde su consagración religiosa o sacerdotal; otros, desde su opción matrimonial. Lo importante no son los medios para realizar la misión, sino la fidelidad a ellos y la misión misma. 

El tercer elemento está en las manos del hombre. Es la respuesta del hombre ante la llamada de Dios: «Ellos, dejándolo todo, le siguieron» (Lc 5,11). La respuesta a Dios exige mucha generosidad y mucha valentía de espíritu. Seguir a Jesús significa dejarlo todo, porque sólo Dios es el único absoluto y, en consecuencia, el único en el que debemos poner nuestro corazón. Por ello, la opción por Dios es total e incondicional de modo que quien ponga la mano en el arado y vuelva la vista atrás no es apto para el Reino de los cielos, porque no se puede servir a Dios y a los propios intereses al mismo tiempo (cf. Mt 6,24). Es importante recordar aquí, como ejemplo práctico para nuestra vida cristiana, la parábola del sembrador (cf. Lc 8,5-8), para saber en qué situación nos encontramos respecto a Dios y a las exigencias que nos plantea. 

El encuentro entre Dios y el hombre presupone tanto la libertad divina como la humana. Es un encuentro en el que la gracia no anula la libertad de la persona, porque en tal caso también quedaría anulada su capacidad de respuesta. La gracia divina invita, susurra, sugiere, penetra hasta el fondo del corazón del hombre, pero sin anular jamás su libertad. Por ello, la respuesta a esa invitación sólo puede ser un acto de entera y absoluta generosidad, que da sentido a la vida toda. Cuando respondemos a Dios, la gracia misma de Dios nos consagra en orden a desempeñar la misión. Es la gracia que acrecienta la fe y la disponibilidad para que hagamos de nuestro amor a los demás la razón última de nuestro existir. 

Dios Padre, con la fuerza de su Espíritu, nos habilita y capacita para que en cada momento de nuestra existencia podamos cumplir el proyecto que nos tiene encomendado a cada uno personalmente, y a todos como Iglesia. 

Pidámosle al Señor que aumente en cada uno de nosotros la generosidad en la respuesta a su Palabra, para que seamos esa tierra buena que da el ciento por uno; que, como el siervo de la parábola de los talentos, derrochemos todo el amor de que somos capaces, sabiendo que a Dios nadie le gana en magnanimidad; que siempre tengamos el coraje de decir a Dios que sí, como la Virgen María, porque Dios no nos pide imposibles sino realidades; que en todo momento exclamemos: <<No somos más que unos pobres criados, hemos hecho lo que teníamos que hacer> (Lc 17,10).