viernes, 18 de diciembre de 2015

Cuarto domingo de Adviento

Miq 5,2-5: De ti saldrá el jefe de Israel.
Hbr 10,5-10: Aquí estoy para hacer tu voluntad.
Lc 1,39-41: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!

En este último domingo de Adviento la Virgen María es, una vez más, la protagonista de nuestra celebración litúrgica. Dos han sido los prototipos que la Iglesia nos ha presentado en este tiempo preparatorio para la venida del Señor: Juan el Bautista y la virgen María. Aquél abriendo el Adviento, ésta cerrándolo. Juan a caballo entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, precediendo al Salvador, María, inserta vital y existencialmente en el Nuevo Testamento, plenitud de los tiempos (cf. Gál 4,4-5), dando a luz a quien es la luz, el camino, la verdad y la vida (cf. Jn 14,16).
Las lecturas de este cuarto y último domingo de Adviento se centran, como ya hemos apuntado, en la figura de la Madre del Salvador.
En efecto, la Virgen María, proféticamente bosquejada en el Antiguo Testamento, como bien nos indica el Concilio Vaticano II (cf. Lumen gentium, 54), es, en palabras del profeta Miqueas, la <<madre>> que dará a luz, la personalización de Belén de la que <<saldrá el jefe de Israel>>.
En la Carta a los Hebreos es importante conectar lo que dice de Cristo con lo que fue norma de vida para la Virgen. Cristo nos salva cumpliendo la voluntad del Padre, por ello exclama: Aquí estoy, ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad>>. Hacer –cumplir- la voluntad de Dios es también el corazón de la vida de fe de la Virgen María. Su fiat (hágase) es el principio de la fidelidad y de la entrega generosa a Dios. Es el principio y la renovación constante de su fe, motivo del Evangelio de hoy.
La visitación de María a su prima Isabel es una escena hermosa, cargada de intimidad y cariño. En ella, el evangelista San Lucas nos presenta a María como la primera creyente en Jesucristo y en su plan de salvación, a la vez que como la primera discípula y misionera de esa salvación.
Es una escena que con cierta frecuencia se lee muy de pasada, por ello las interpretaciones que se hacen son poco profundas y poco acertadas. Normalmente vemos en esta escena un puro acto de piedad que la Virgen hizo con su prima Isabel, quien siendo ya anciana, se encontraba en estado de seis meses. Esto es verdad, pero es sólo la periferia del mensaje de la Visitación. El centro no es otro que la fe de María, celebrada por su prima Isabel: <<¡Dichosa tú que me has creído!>>; y porque ha creído, se ha fiado y ha aceptado la voluntad de Dios en su vida, quien se encarnó en el seno de María. Esta excelencia hace que María sea <<bendita entre las mujeres>>, es decir, la más bendita de todas las mujeres.
Es esta fe la que convierte a la Virgen María en discípula y misionera del Evangelio. María visita a su prima con la alegría de manifestar lo que llevaba y sentía en su corazón: la grandeza, la misericordia y la salvación de Dios. Por ello, Isabel, que había convivido con lo divino en un alto grado de intimidad, abraza a María y prorrumpe en himnos de alabanzas y de júbilos: <<¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!>> Es el gozo que produce la salvación de Dios, encarnada en María y comunicada por ésta a su prima. Es el gozo que produce saber que Dios es fiel y que siempre cumple sus promesas. Es el gozo, en fin, que brota de la confianza en la Palabra del Señor, que vendría a salvar a su pueblo. María es dichosa, bendita y feliz, porque siempre se fio de la promesa que Dios hizo a su pueblo, eligiéndola a ella para ser la Madre del Redentor, cumplimiento, palabra y salvación misma de Dios.
El Concilio Vaticano II al hablar de la fe de la Virgen María tiene un párrafo maravilloso, que por sí solo constituye todo un tema de reflexión. En la constitución Lumen gentium, expresa: <<La Bienaventurada Virgen María avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz>> (58).
Dos notas esenciales se contienen en esta declaración conciliar. Por una parte, la madurez de la fe de la Virgen María, por otra, la fidelidad como respuesta a las exigencias de la fe. Ambas realidades se exigen mutuamente, porque se madura en al fe en la medida en que se es fiel a ella, en todo momento y circunstancias; y, a la inversa, la misma madurez en la fe fortalece también la fidelidad a ella.
Cuando hablamos o pensamos en la Virgen María, quizá caigamos en la fácil tentación de creer que ella, por su especial proximidad y relación con Dios, no tuvo qu pasar por los avatares que a todo ser humano nos plantea la vida de fe y su maduración. Esta forma de pensar, ingenua e idealista, vacía de sentido la realidad. Lo primero que hemos de tener claro es que María, a pesar de su cercanía y amistad singular con Dios, no dejó nunca de ser humana; tan humana como vosotros o como yo. Es la fina apreciación, una vez más del Concilio: <<Pero a la vez está unida [María], en la estirpe de Adán, con todos los hombres que necesitan de la salvación>> (Lumen gentium, 53); <<Así María, hija de Adán>> (Lumen gentium, 56). Y porque fue humana, de carne y hueso, por eso, precisamente, puede ser y es nuestro modelo. Porque un modelo lejano, inalcanzable, no nos sirve; se convierte en una bella utopía desgajada de la realidad. La fe necesita ser vivida en toda su existencialidad para ser comunicada y transmitida a los demás. La experiencia de fe de la Virgen María es el mejor modelo que tenemos los creyentes en Jesucristo como expresión de la vida de fe cristiana, porque ella –como nosotros- pasó por todas las dificultades existenciales a que está sometida toda fe auténtica que se precie de ser tal, hasta que llegue a su plena madurez en el encuentro definitivo con Dios. Quizá, la única diferencia entre la Virgen y nosotros radique en el hecho de que Ella supo mantenerse siempre firme y fiel a Dios, por la especial benevolencia de Dios hacia su Madre en orden a la misión que le encomendó.
María, como persona humana, tuvo que ir haciendo el largo camino de la fe, <<peregrina de la fe>>. Y la fe nos pone en situaciones difíciles, oscuras, humanamente incomprensibles. Ella tuvo que vivir esa misma realidad, porque sólo así la fe llega a madurar y a hacerse adulta. La cruz, como fundamento del seguimiento de Jesús no estuvo ausente de la vida de María. La declaración del Concilio, como hemos visto, es fina y acertada: <<Mantuvo fielmente la unión con su hijo hasta la cruz>>, como recordando aquella sentencia de Jesús: <<Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día, y sígame>> (Lc 9,23). María, al asumir la causa de Jesús como tarea y como misión, fue identificándose poco a poco con la cruz del seguimiento.
Mis queridos hermanos, amigos todos, finalizo estas bellas consideraciones sobre la Virgen María con unas hermosas palabras de Helder Cámara, obispo de Recife (Brasil), cuando nos hablaba del proceso de libertad, exento de odios, luchas y rivalidades, que María sintetiza en el Magnificat: <<¿Qué hay en ti? ¿Qué hay en tus palabras? ¿Qué hay en tu voz cuando anuncias la humillación de los poderosos y la elevación de los humildes, la saciedad de los que tienen hambre y el desmayo de los ricos? ¿Qué hay en ti que nadie se atreve a llamarte revolucionaria, ni a mirarte con sospecha? En ti hay amor, paz, cariño, cercanía. Préstanos tu voz y canta con nosotros y ayúdanos a que vivamos y cantemos el Magníficat>>.
No hay modo mejor de prepararnos para el nacimiento del Hijo de Dios que estar muy unidos a María, imitándola en el crecimiento de la fe y siendo constantes y fieles a Dios; amando a los pobres, haciendo obras de misericordia y alegrándonos porque, como a la Virgen María, también a nosotros dios nos está mirando y nos está inundando con la plenitud de su gracia. Esto nos permite vivir con la radicalidad, gozo y paz, la novedad de la salvación de Dios que se ha encarnado en la historia, por medio del seno de María, Madre del Redentor y Madre nuestra.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Segundo domingo de Adviento

Bar 5,1-9: Dios guiará a Israel a la luz de su gloria.
Flp 1 4-6.8-11: Manteneos limpios e irreprochables para el día de Cristo.
Lc 3,1-6: Preparad el camino del Señor.

Qué bellos y hermosos textos litúrgicos los que nuestra Madre la Iglesia ha escogido para nuestra reflexión y vida cristiana en este segundo domingo de Adviento. Tanto el profeta Baruc, como el apóstol San Pablo, como el evangelista San Lucas nos centran en el eje axial que recorre y da sentido a todo el Adviento: la salvación que Dios prometió a la humanidad se ha realizado en Jesucristo.
La lectura del profeta Baruc es rebosante, gozosa: <<revestíos con vuestras mejores galas, poneos diademas sobre las cabezas, adornaos, enjoyaos, porque vuestra salvación, vuestro prestigio y vuestra gloria ante el mundo son grandes>>. Este mensaje es claramente alusivo, proféticamente hablando, a la gran obra de la salvación operada por Dios en la historia por medio de Jesucristo.
Pero el protagonista de este segundo domingo de Adviento es San Juan Bautista, un personaje misterioso de quien Jesús dice que no hay ninguno nacido de mujer mayor que Juan.
Juan el Bautista perteneció probablemente a los esenios, una especie de orden religioso-monástica que vivía en Qumrán, a orillas del mar Muerto. Esta orden era una elite creyente en el mensaje de Dios, y tenía la intuición plena y la confianza revelada de que el Mesías estaba al llegar. Juan el Bautista, revestido de un modo ascético y austero, viviendo en medio del desierto y practicando un bautismo de conversión, hizo patente esta confianza mesiánica.
Observad que en el texto de San Lucas hay una intuición plena y la confianza revelada de que en el texto de San Lucas hay una intuición descriptivo-histórica que tiene un gran mensaje para todos nosotros. En efecto, el hecho de que San Lucas se esfuerce en decirnos quién reina en Abilene, quién en Galilea, quién en Palestina, quién en Roma, no tiene otro sentido que hacernos ver cómo el pueblo de Dios, sojuzgado y oprimido por el poder romano, va a ser liberado.
Pero no va a ser una liberación al modo humano, sino al modo de Dios; no va a ser una liberación política, sino una liberación plena, integral, de la persona toda, tanto en su dimensión física, como espiritual. Esta liberación sólo está en Cristo Jesús, y llega al hombre por el camino de la aceptación en su vida de los valores evangélicos, según vimos el domingo pasado. Una liberación que, como nos manifiesta San Lucas, ya constató el profeta Isaías: <<Y todos verán la salvación de Dios>>.
Juan el Bautista predica un bautismo de conversión, como único camino para aceptar la salvación que nos trae Jesucristo. Juan predica en un lugar del río Jordán, en la entrada por Jordania más próxima a Jericó, donde todo el valle del Jordán es verdaderamente accidentado. Este lugar le sirve de inspiración, y hace un perfecto paralelismo entre la orografía escabrosa del valle y los múltiples escollos del espíritu humano.
Del mismo modo que el camino más recto y llano supone una labor intensa de rebajos de los promontorios y de relleno de los valles, así también la vida del espíritu. Es necesario que en nuestro ser interior hagamos esta profunda reforma de valores, esta conversión al Evangelio para, así, dando unidad y coherencia a nuestro ser y quehacer, ir al encuentro del Señor.
¿Cuántas cosas hay en nosotros bien ordenadas? ¿Cuántas están desordenadas? ¿Cuántos baches interiores tenemos? ¿Cuántos altozanos elevados de soberbia, engreimiento, vanidad, egoísmo y prepotencia nos atenazan y configuran nuestra propia impronta personal? Cuando analizamos nuestra conciencia, cada cual en el hontanar de su existir, sabe que aún no está a propósito para Dios. Y es que, si nos fijamos abiertamente, en nuestra vida nos damos cuenta de cuán retorcidos y complicados somos, porque carecemos de una buena dosis de humildad y sencillez.
Aquellos que continuamente forman parte de nuestro entorno personal, familia y amigos, nos podrían acusar y decir: <<En algunas cosas no eres claro. Clarifícate>>. En otras palabras, quienes más nos quieren nos están invitando un día sí y otro también a la conversión.
En su Carta a los judíos que vivían en Filipos, ciudad romana, San Pablo les exhorta a vivir en la alegría cristiana, centrada en Cristo, y que se manifiesta en el afecto, la unión y amor de la comunidad, donde está desterrada toda rivalidad y orgullo. Pero, a la vez que les exhorta, también les felicita porque no sólo han aceptado los valores del Reino; porque no sólo son creyentes; porque no sólo se han convertido a Jesucristo, sino que, además, van de <<perfección en perfección>>, como expresión de la santidad que viven y quieren vivir.
¡Qué gran mensaje para todos nosotros! En bastantes ocasiones, satisfechos con nuestro status quo de cristianos de bien, dormitamos. Y por ello, con muchísima frecuencia decimos: <<Yo sigo a Jesucristo. Soy un cristiano de toda la vida. Tengo una conducta ordenada. Ni robo, ni mato, ni hago mal a nadie, y, en consecuencia, aquí me quedo>>.
Pero, ¿es esto lo que nos dice San Pablo? De ningún modo. La invitación del apóstol es una invitación a una superación y perfeccionamiento constantes, a un ser más, hasta que lleguemos al último día en que comparezcamos todos ante el supremo Juez con una vida irreprensible e irreprochable. Qué hermoso eslogan como conducta de vida para el Adviento. Una vida irreprensible e irreprochable hasta la venida del Señor.
Una de las tareas más apremiantes que tenemos como cristianos es armonizar –encarnar- los valores del Evangelio, en los cuales estamos y crecemos, y para los cuales vivimos, con el realismo de la vida. Y no es fácil, os lo aseguro. Dos tentaciones constantes nos asaltan: o el espiritualismo, también llamado angelismo; o el materialismo, también llamado humanismo a secas.
Hay cristianos desenraizados que luchan por los compromisos espirituales que nos propone el Evangelio sólo desde la dimensión espiritual, sin tener en cuenta a las personas concretas con los problemas concretos que la vida depara cada día. Es una postura angelical, porque miran tanto al culo que se olvidan de la tierra. Estos cristianos tan místicos, tan endiosados, tan divinizados, pensando en <<su más allá>> dejan el <<más acá>> como entretenimiento a cuatro personas superficiales que lo malogran y desordenan.
Otros toman el camino diametralmente opuesto a las anteriores consideraciones. Se afanan tanto por las cosas temporales de este siglo (cf. Gaudium et spes, 42), que se olvidan del orden trascendente y, en consecuencia, se olvidan de Dios.
La salvación integral, operada por Dios en la historia, implica la asunción de ambas perspectivas en la vida cristiana, sin fisuras ni extrapolaciones. Nuestra mente y nuestro corazón han de estar puestos en el <<más allá>>, que anhelamos por el camino de la santidad y de la perfección crecientes, y, al mismo tiempo, con el ojo izquierdo viendo de rebote cuanto acontece en este siglo, en este año, en este mundo, en este contexto de España que nos ha tocado vivir, en esta Córdoba nuestra. ¿Acaso a los cristianos y católicos cordobeses no nos falta la unión para ser la gran réplica a tantas cosas como vemos desordenadas en nuestra ciudad y dejar de ser la gran cofradía de los ausentes del mundo?
Estamos en Adviento, tiempo de asimilación de los valores evangélicos más profundos, de los compromisos personales con Cristo. Pero ¡ojo!, Cristo no tiene rostro. El rostro de Cristo es el del hermano, el de la solidaridad, el de la caridad. En suma, el rostro del amor. Quien dice que ama a Dios a quien no ve, y no ama a su hermano a quien ve, miente (cf. 1 Jn 4,20).
Que este segundo domingo de Adviento marque en nosotros la enseña que el apóstol San Pablo descubre en los creyentes de Filipos: el camino constante de la perfección cristiana. Creced y creced cada día más, y ser más perfectos en la convivencia profunda, en el enraizamiento profundo de los valores evangélicos. Creced en el corazón, residencia del espíritu, silencio de Dios.

lunes, 30 de noviembre de 2015

Ciclo Ópera Abierta: Madama Butterfly


Mañana martes 1 de diciembre tendrá lugar en el salón de actos de la Fundación Miguel Castillejo la audición comentada de Madama Butterfly, en la tercera jornada del Ciclo Ópera Abierta. La presentación y los comentarios correrán a cargo de Antonio García Uceda.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Exposición de Acuarelas de Chari Leiva


Este viernes inauguramos la exposición de acuarelas de la pintora jiennense Chari Leiva, que estará expuesta en nuestra Fundación hasta el día 21 de diciembre.

Primer domingo de Adviento

Jer 33,14-16: Suscitaré a David un vástago que hará justicia y derecho en la tierra.
1 Tes 3,12-4,2: Que el Señor os fortalezca interiormente.
Lc 21,25-28.34-36: Se acerca vuestra liberación.

Iniciamos hoy el tiempo litúrgico del Adviento; un tiempo de gracia y de esperanza, de preparación y conversión al Señor, el Salvador, que llega; que irrumpe abiertamente en nuestra historia para redimirla. Por lo tanto, es un tiempo caracterizado por la tensión del <<ya, pero todavía no>>; <<ya>> se ha realizado la salvación de Dios en la historia, mediante la Muerte y Resurrección de Jesucristo, pero <<todavía no>> ha llegado a su consumación total, cuando Dios sea <<todo en todos>>. Desde este marco, varias son las propuestas que nos demanda este tiempo litúrgico. En primer lugar, el Adviento nos invita a vivir con gozo y esperanza, con plenitud de sentido, con intensidad y vigor la vida que Dios ha puesto en nuestras manos.
Una de las mayores lacras de nuestra sociedad del éxito rápido y de la opulencia fácil es el pesimismo y la falta de confianza y de fe de los hombres en sus propios proyectos y posibilidades. Por paradójico que pueda parecer, cuanto mayor es el éxito, mayor es la vaciedad interior y la falta de sentido. La idea del progreso indefinido ha quebrado, destrozando el sueño prometeico que siempre ha acariciado el ser humano. Hoy se vive sólo y exclusivamente para el momento presente, para el instante, porque los ideales de antaño se han evaporado. Así, Sísifo se impone a Prometeo. Es el hombre de la posmodernidad.
Frente a estas realidades chatas y miopes, los creyentes hemos de vivir con esperanza como propuesta de cambio y alternativa, que permita dar al hombre de hoy una razón, un <<porqué>> presente y futuro, inmanente y trascendente. La esperanza que ofrecemos los creyentes no es otra que la que Dios nos ha dado: que en el corazón de la sociedad y en el corazón de cada ser humano, Dios se hace hombre para que el hombre se encuentre con Dios, el único capaz de otorgar sentido último y definitivo a nuestra historia humana, la de todos y la de cada uno.
Por eso, esta esperanza nos conduce al éxito; no al éxito entendido en términos humanos, sino al éxito entendido en términos divinos. Nos referimos al éxito final, al destino último de plenitud a que nos ha convocado el amor creador de Dios, Padre de todos.
Las tres lecturas de la liturgia de este primer domingo de Adviento se articulan en torno a las promesas bíblicas que orientaron durante siglos el caminar esperanzado del pueblo de Israel, y que se cumplieron total y definitivamente en Jesucristo, el Hijo de Dios.
La Resurrección de Jesús, que anuncia su venida gloriosa <<al final de los tiempos>>, sitúa a los creyentes en un horizonte escatológico de expectación. El descubrimiento de la acción de Dios en la historia provoca en la Iglesia una ansiosa espera en la consumación total. Esta última etapa que deseamos alcanzar no es obra nuestra, sino don de Dios.
Los creyentes tenemos, pues, la esperanza de que Dios que ha venido ya y que ininterrumpidamente está en medio de nosotros, vendrá definitivamente con poder y gloria, para transformar todas las cosas, llevándolas a su total plenitud.
En segundo lugar, el tiempo de Adviento nos invita a vivir atentos y vigilantes para descubrir y discernís los signos de los tiempos como manifestaciones de Dios Salvador.
San Lucas es muy expresivo cuando habla de esta preocupación y alerta personal. Expresiones como: <<tened cuidado>>, <<estad siempre despiertos>> o <<manteneos en pie ante el Hijo del hombre>>, confirman y avalan la actitud de vigilancia que hemos de tener en todo tiempo y circunstancia. El Adviento nos lo recuerda muy especialmente, a la vez que nos convoca e insta a ser centinelas y vigías, que otean el horizonte de la historia humana para descubrir en ella la huella constante de la salvación de Dios.
¿Y qué es lo que hemos de vigilar? Lo primero de todo es la vigilancia de nuestra propia vida, imagen, don y regalo de Dios.
Dios nos ha convocado a la existencia para colaborar con él en su proyecto de salvación en la historia, mediante la extensión e implantación del Reino en todos los rincones del mundo (cf. Mt 28,19). Ésta es la única vocación que nos salva y que nos realiza como personas.
El peligro que constantemente nos acecha es el intento de romper con el proyecto de dios en nosotros; es decir, vivir de espaldas a Dios, como si Dios no existiera; centrar nuestra vida sólo en el pan, olvidándonos de <<toda palabra que sale de la boca de Dios>> (cf. Mt 4,4). En suma, el peligro consiste en anteponer lisa y llanamente el tener al ser, olvidándonos que lo primer es el Reino de dios y su justicia (cf. Mt 6,33). Es urgente volver, una vez más, a uno de los leif-motiv del tiempo de Adviento: el hombre es vocación de amor y sólo el amor lo realiza.
En tercer lugar, el tiempo de Adviento nos invita a vivir con exigencia la virtud de la justicia, otro de los temas estrellas de las lecturas de este domingo.
La exigencia de la fe cristiana consiste en ir abriendo senderos y caminos para que la salvación de Dios penetre hasta la raíz última de nuestro mundo, enfermo de muchos pecados, entre ellos el pecado de injusticia. Los profetas clamaron por la justicia. Jesucristo trae consigo la justicia y la libertad con mayúsculas, porque esa justicia es justa, y esa libertad libera, manifestaciones ambas de la liberación y salvación de Dios.
Mis queridos amigos, intensifiquemos durante este tiempo las actitudes fundamentales que configuran la vida cristiana: la espera atenta, la vigilancia, la fidelidad en el trabajo, la sensibilidad suficiente para descubrir y discernir los signos de los tiempos, manifestaciones de la salvación de Dios.
Que nuestro lema en este Adviento sea vivir siempre con alegría, y así contagiarla a los demás. De este modo, podremos redimir al mundo del <<aburrimiento>> existencial en el que se halla.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Concierto Viola Solo


El próximo viernes, 27 de noviembre, tendrá lugar en la Fundación Miguel Castillejo el concierto Viola Solo, a cargo de Ángela García López, con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (DIEVCM). El programa presentará obras de Bach, Biber, Briten y Stravinsky y contará con la colaboración de Ana Luque, profesora del Conservatorio de Arte Dramático) y Chelo Ansino (joven flauta).

viernes, 23 de octubre de 2015

Trigésimo domingo del tiempo ordinario

Jer 31,7-9: El Señor ha salvado a su pueblo.
Heb 5,1-6: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Mc 10,46-52: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le dijo: Maestro, que pueda ver.

La página del Evangelio de San Marcos que acabamos de proclamar es, posiblemente, una de las más bellas de los Evangelios. En el relato de la curación del ciego Bartimeo, San Marcos nos describe los trazos esenciales que configuran la vida cristiana, con sus luces y sus sombras. Una vida que tiene como trasfondo último la fe, en cuanto opción existencial por la causa de Jesucristo.
Bartimeo es el símbolo vivo de la confianza en el poder de Dios. <<Sabe>> que sólo Dios puede sanarlo, por eso grita, suplica, pide. Este convencimiento interior de Bartimeo en el poder de la gracia de Dios es la savia de toda la vida de fe, porque ¿cómo pedirle a dios la salvación, si no se cree que Dios puede concederla? Posiblemente esta seguridad en Dios es el condimento que con mayor frecuencia falta en la salsa de nuestra vida cristiana.
El hombre de la ciencia y de la técnica, en clara actitud prometeica, cree que lo puede todo, por eso prescinde de Dios por inservible. Lo malo es que los cristianos también nos hemos plegado a estas consignas, confiando más en los adelantos tecnológicos que en la misma gracia de Dios. <<Creemos>> ciegamente en el <<poder>> casi omnímodo de la tecnología. Ya, se dice en ambientes fuertemente secularizados, ha pasado el tiempo de los milagros. No hay más milagros que los que el hombre resuelve con su ciencia. Así, Dios queda silenciado, ocultado en el rincón de los cacharros olvidados por inútiles. ¿Para qué recurrir y seguir confiando en Dios?
Esta breve reflexión refleja ni más ni menos la situación que hoy viven muchos cristianos. Lo son más de nombre que de hecho. Por ello, hay que hablar más de un cristianismo sociológico, que de un cristianismo auténtico, serio y comprometido. De nada sirve que nuestras iglesias se llenen todos los domingos, si en el fondo Dios sigue siendo el gran ausente de la vida de muchos cristianos que viven en una permanente ceguera espiritual, confiando más en el poder de los hombres que en el poder de la Dios.
Por esta razón, no es extraño encontrarnos con tantos y tantos cristianos que permanecen anclados –como le sucede al principio a Bartimeo- en la cuneta de la vida. Viven en una permanente contradicción. Dicen creer y no creen; dicen amar y sólo se buscan a sí mismos. Dios está más lejos de ellos que lo que ellos mismos piensan.
De nuevo, como hemos visto en otras ocasiones, la estructura interna de la fe tiene dos polos bien definidos. Es un diálogo de amor, y por tanto de fidelidad y confianza, entre Dios y el hombre. Si uno de los dos falta, no hay fe; hay sucedáneos de la fe. Si falta Dios, objeto troncal de la fe, entonces aparecen los ídolos de la modernidad –dinero, poder, sexo, milagros de la técnica, eficacia-, que convierten la fe cristiana en fe pagana. Si el hombre no se da cuenta de su ceguera o no quiere salir de ella, ¿cómo puede invocar a Dios en el que, en el fondo, no cree?
Buen ejemplo podemos tomar hoy de Bartimeo. Se da cuenta de que está ciego, y este <<darse cuenta>> le descubre la oscuridad, es decir, el sin sentido y el absurdo de toda vida que se plantea al margen de Dios. Bartimeo reconoce que sólo Dios es la razón última de toda existencia. Por esta razón grita, suplica el milagro: <<Hijo de David, ten compasión de mí>>. Y lo más importante es que es un grito dado a contracorriente, lo cual demuestra la hondura del convencimiento íntimo de su confianza en Dios.
Es la nota que nos falta a muchos cristianos de hoy, que nos avergonzamos de confesar nuestra fe en público por temor al ridículo, a las críticas, al <<qué dirán>>. En un mundo mecanizado y computerizado, ¿cómo expresar públicamente nuestra seguridad en la gracia de Dios? Confesémoslo: nos hace falta una buena dosis de coraje, de valentía –la parresía que estremeció de pies a cabeza a los apóstoles, por la que se lanzaron a predicar a Jesucristo muerto y resucitado-, para enfrentarnos al coro de los que –como a Bartimeo- nos mandan callar en nombre de la falsa verdad última y absoluta de la ciencia.
Cuando el hombre pide a Dios un milagro, nunca queda defraudado. Dios no se hace el sordo, como han proclamado y proclaman todos los profetas de la desesperanza. Lo que sí hay que tener claro es qué clase de milagro se le pide a Dios. En este sentido, es muy instructiva la actuación de Bartimeo. Va a lo esencial: <<Señor, que vea>>. No se entretiene en pedir, como nos sucede la mayor parte de las veces, cosas superfluas, accidentales. <<Ver>> es darnos cuenta, percibir el valor, ir a lo esencial. Como decía el Principito, <<lo más importante no se ve con los ojos del cuerpo, sino que se percibe con el corazón>>.
<<Ver>> es saber que no hay, ni puede haber nada más grande que el amor de Dios. Por eso, una vez descubierto esto, la consecuencia lógica es venderlo todo –como le hombre de la parábola del tesoro y la perla fina- y de quedarse sólo con Dios. Un aldabonazo en nuestra conciencia de creyentes, servidora de tantos ídolos y esclava de tantos amos, que nos impiden ver la luz y captar el valor insondable de lo verdaderamente importante: que <<sólo Dios basta>>, como decía Santa Teresa de Jesús.
En esta opción del hombre por Dios, Dios también apuesta por el hombre, <<cree>> en el hombre. Éste es el milagro que no vemos, pero que se realiza día a día .Por eso, mis queridos hermanos, el mejor regalo que la Iglesia puede ofrecer al hombre de hoy es el de transmitirle fielmente el <<acto de fe>> que Dios hace en él. Será como colocare en la entraña misma de su alma una fuerza que le empuje a una vida diferente y más exaltante que la que le ofrecen los conformismos de moda. Descubriendo el propio valor, el hombre descubrirá también la propia responsabilidad y la necesaria solidaridad con todos aquellos que son objeto de la misma de fe Dios que él. Será como colocarle en la entraña misma de su alma una fuerza que le empuje a una vida diferente y más exaltante que la que ofrecen los conformismos de moda. Descubriendo el propio valor, el hombre descubrirá también la propia responsabilidad y la necesaria solidaridad con todos aquellos que son objeto de la misma fe de Dios que él. La profundidad, la extensión y la anchura de cada existencia individual se revelarán juntas y la visión del mundo que resultará será más objetiva y prometedora que la propuesta por convencionalismos y usos de origen incierto y doctrinas de gentes consideradas doctas que, en el fondo, creen menos en el hombre de cuanto a veces proclaman.

Presentación del libro de Gabriel Muñoz Cascos

Fundación Miguel Castillejo | Salón de actos
Martes 27 de octubre | 20 horas


El próximo martes día 27 de octubre tendrá lugar en el salón de actos de la Fundación Miguel Castillejo la presentación del libro de Gabriel Muñoz Cascos "Palabras, frases, siglas y nombres propios con antifaz". 

Presencia Cristiana premia la labor del centro «María Rivier»


El Centro de Promoción, Formación e Integración de la mujer inmigrante «María Rivier» ha sido este año el ganador del Premio «Luz de Córdoba» que otorga la Asociación Presencia Cristiana con el que se reconoce públicamente la trayectoria de aquellas personas u organizaciones que han destacado en la sociedad, en la cultura y en la política «confesando y proclamando, de manera continuada, los ideales y valores del humanismo cristiano», tal y como recogen las bases de este galardón. 

La entrega del premio, que se concedió por unanimidad del jurado, busca «poner a la luz la labor humilde, silenciosa y continuada en el ámbito social formativo del Centro María Rivier, labor que favorece la inserción de los inmigrantes en nuestra sociedad, en un momento en que la inmigración es un fenómeno que genera una problemática urgente de abordar en Europa», según detalla Presencia Cristiana. El centro funciona desde febrero de 2003, gracias a la colaboración de la fundación Miguel Castillejo, que financia no sólo el alquiler del local, sino también el mantenimiento del mismo y los gastos imprescindibles de los Cursos y Talleres que se realizan a lo largo del año. El Centro, con la ayuda de nuestra Fundación trabaja para el fomento de la formación, el empleo y la orientación y la igualdad en el trabajo de la mujer inmigrante en nuestra sociedad. 

El galardón fue entregado a los responsables del centro en una cena homenaje realizada ayer en el Real Círculo de la Amistad.

viernes, 16 de octubre de 2015

El centro María Rivier recibe el premio Luz de Córdoba

Hoy, a las 21:30 horas, en la sala Julio Romero de Torres del Círculo de la Amistad, se hará entrega del premio "Luz de Córdoba", concedido por Presencia Cristiana, al centro María Rivier, cuya actividad es patrocinada por la Fundación Miguel Castillejo.

Con dicho reconocimiento se pone de relieve la labor humilde, silenciosa y continuada en el ámbito social formativo del Centro de Formación e Integración de la Mujer Inmigrante "María Rivier", labor que favorece la inserción de los inmigrantes en la sociedad, en un momento en que la inmigración es un fenómeno que genera una problemática urgente de abordar en Europa.

Apertura de curso 2015-2016 en el centro María Rivier


Ya ha tenido lugar la apertura de curso en el Centro de Promoción, Formación e Integración de la mujer inmigrante - María Rivier.

El centro funciona desde febrero de 2003, gracias a la colaboración de don Miguel Castillejo, entonces presidente de Cajasur y en la actualidad presidente de la Fundación que lleva su nombre.
La fundación Miguel Castillejo financia no sólo el alquiler del local, a partir del 2009 hasta la actualidad, del Centro de Promoción, Formación e Integración de la Mujer Inmigrante María Rivier, sino también el mantenimiento del mismo y los gastos imprescindibles de los Cursos y Talleres que se realizan a lo largo del año.


El centro cuenta con una excelente ubicación, en Ciudad Jardín, zona donde viven gran parte de los inmigrantes de la ciudad. Y por la proximidad a la ONG Córdoba Acoge.


El proyecto de Promoción, Formación e Integración de la Mujer Inmigrante Maria Rivier es realizado por las hermanas de La Presentación de María a lo largo del año a través de informaciones, talleres, cursos, clases, conferencias, encuentros, reuniones, etc cumpliendo con su primer objetivo de Fomento del Empleo y la Formación, Orientación e Igualdad en el trabajo de la Mujer Inmigrante. Estando abiertas también a ayudar tanto al hombre inmigrante como a los españoles que lo necesiten.
Se estima que su actividad formativa y de apoyo humano tiene incidencia actual sobre más de 1.000 personas, tanto de forma directa como indirecta.


El Centro, con la ayuda de nuestra Fundación trabaja para el fomento de la formación, el empleo y la orientación y la igualdad en el trabajo de la mujer inmigrante en nuestra sociedad. Para ello dispone de un profesorado en torno a los 40 docentes entre los que se cuentan doctores en medicina, personal de asistencia técnica sanitaria, profesorado de escuelas infantiles y universitario, psicólogos, terapeutas ocupacionales y otros voluntarios de Córdoba capital y de Peñarroya-Pueblonuevo.
A lo largo de este curso se impartirán las siguientes especialidades: Auxiliar de Geriatría, Auxiliar de Educación Infantil; curso de Cocina Mediterránea, de Cultura General, de Español y de Francés; de los cuales ya han dado comienzo las clases de Auxiliar de Geriatría.

Vigésimo noveno domingo del tiempo ordinario

Is 53,10-11: Mi siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos.
Heb 4,14-16: Acerquémonos con seguridad al trono de la gracia.
Mc 10,35-45: El Hijo del hombre ha venido para servir y dar su vida en rescate por todos.

Los tiempos que corren no son precisamente muy dados a resaltar los valores del sacrificio, de la solidaridad, de la entrega a los demás. El hombre, enclaustrado en el mundo de sí mismo, va cerrando paulatinamente las puertas de su corazón al mundo del os otros. <<Que cada cual –se dice a sí mismo- arregle sus problemas; bastante tengo yo con ir solucionando día a día mi vida>>. Este hombre ha aprendido muy bien con la filosofía hedonista que proclama que preocuparse de los demás es perder el tiempo. No sirve para nada. Como mucho, sirve para proporcionar más <<mareos de cabeza>>, más problemas añadidos. Este hombre, imbuido hasta la médula de la mentalidad práctica, individualista y egoísta de todo materialismo, ha puesto su corazón en el tesoro del tener, del poseer, que alientan directamente la comodidad, el individualismo, el egoísmo, la insolidaridad. No es extraño que haya caído en desuso el dicho: <<Haz el bien y no mires a quién>>.
Este hombre <<unidimensional>>, según el filósofo Herbert Marcuse, es el que, en cierto modo, están reclamando para sí los doce apóstoles en el Evangelio de hoy. La petición que le hacen a Jesucristo los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan, no entiende de entregas, de amor, de dar la vida por los demás. Entiende, más bien, de poder, de fama, de tener. Le piden a Jesús, nada más y nada menos que <<sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda>>. Es decir, algo así como ser los primeros ministros en el Reino de Jesús. Es un deseo que también se oculta en lo más profundo del corazón de los restantes diez apóstoles. La indignación que les provoca tal petición no obedece a una desaprobación de tan infortunada demanda, sino a la rabia que les produce que Santiago y Juan se les hayan adelantado. Es una guerra por ver quién consigue primero los –digámoslo así- <<favores>> del Señor. La respuesta de Jesucristo es tajante y clara: <<No sabéis lo que pedís; ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?>>.
En otros términos, seguir a Jesús implica, cruz, entrega, renuncia, amor hasta el límite. Mal puede uno decir que es cristiano –esto es, seguidor de Jesucristo- y pasar de largo de las situaciones injustas que nuestro mundo genera; de los problemas que lo embargan: pobreza, paro, conflictos sociales, marginación, drogas. Como cristianos hemos de tener claro que los problemas de los demás son también los nuestros. Nuestra misión no es la de ausentarnos del mundo y mirar exclusivamente por nosotros mismos, sino la de redimir al mundo.
Cuando leo este Evangelio, siempre me viene a la memoria la vida de los santos –también cada uno de nosotros estamos llamados a la santidad-, porque todo santo es un grito de Dios en las entrañas de la humanidad, una llamada de atención a nuestra conciencia cristiana dormida, relajada, acrítica, sin sal. Uno de los santos que más me ha impresionado ha sido San Maximiliano Kolbe, aquel franciscano polaco, que en el campo de exterminio de los nazis alemanes, en Auschwitz, cuando iban a ejecutar una venganza entre los prisioneros por la fuga de uno de ellos, se ofreció a morir en lugar del reo, un padre de familia, a quien le había tocado <<en suerte>> tener que morir. Kolbe inmoló su vida por la vida de otro, cumpliendo así la máxima que Jesús nos pide hoy en el Evangelio a todos los que somos sus seguidores: dar la vida por los demás. Es la grandeza y gratuidad del amor sin límites, porque el amor –como bien dijo E. Fromm- <<sólo se tiene, cuando se da>>.
Pero la vida se puede dar de muchas maneras, y no sólo físicamente. Dar la vida fue lo que hizo, por ejemplo, la madre Teresa de Calcuta, para quien no había mayores riquezas que compartir su amor con los más pobres de entre los pobres de la tierra. Ella, como tantos misioneros y misioneras, desgastó su vida, la <<quemó>> entre sus hermanos marginados e ignorados. Dar la vida es lo que hacen tantos cristianos de hoy que consideran suyos los problemas de los demás. Me refiero, entre otros, a las hermanitas de los ancianos desamparados, que con tanto cariño y entrega derraman amor en un mundo de soledades y abandonos; a quienes convierten los tonos grises y oscuros del dolor de los hospitales en ratos llenos de consuelo y esperanza; a los que trabajan en Cáritas, en organizaciones parroquiales, en programas como el proyecto Hombre para reconducir el mundo de la drogadicción, en algún tipo de voluntariado misionero y pastoral en el sector de la educación, de la enseñanza cristiana, de la medicina…
Me refiero, también a todos los que le imprimen a su trabajo de cada día el dinamismo cristiano, intentando ser fermento en medio de la masa, es decir, dando testimonio de Jesucristo, asumiendo, viviendo y actuando desde los parámetros de los criterios y valores evangélicos, nunca desde las proclamas facilonas del materialismo y hedonismo.
Una Iglesia que no se preocupa de los problemas de los hombres; que no está al lado de los débiles, sino de los poderosos; que no profetiza contra los pecados que azotan, sobre todo, a las sociedades desarrolladas –afán de lucro desmedido, corrupción, abuso de poder, explotación, aborto, eutanasia-; que no es misionera, no es evidentemente, la Iglesia de Jesucristo. Igualmente, una Iglesia de los que no se aman tampoco es la Iglesia de Jesucristo. Una Iglesia –y un cristiano- sin amor sería simplemente la gran apostasía, la gran mentira, la gran farsa.
Ser testigos en la sociedad de hoy supone desde luego nadar contra corriente; afrontar los retos de una posmodernidad que vive al día y se ha encaramado en los valores de un materialismo devorador. Hoy, como en otras épocas, se nos pide el testimonio y la entrega de nuestra vida: saber vendar las heridas y acoger y alentar a tantas gentes que han olvidado conjugar el verbo amar.

Semana Cultural en honor a San Rafael

Semana del lunes 19 al jueves 23 de octubre de 2015

Durante la próxima semana tendrán lugar en la Fundación Miguel Castillejo, como viene siendo tradición, los actos en celebración de la Semana cultural en honor a San Rafael.



El programa semanal ofrece:


jueves, 15 de octubre de 2015

Jornada Académica San Rafael y el patronazgo de Santos Mártires en Andalucía: Historia, arte y espiritualidad

Sábado 17 de octubre de 2015 
Salón de actos de la Fundación


El próximo sábado 17 de octubre tendrá lugar en el salón de actos de la Fundación Miguel Castillejo la Jornada Académica "San Rafael y el patronazgo de Santos Mártires en Andalucía: Historia, Arte y Espiritualidad". En dicho acto, organizado por la Ilustre Hermandad del Arcángel San Rafael, Custodio de Córdoba, colaboran nuestra Fundación, la Ilustre Sociedad Andaluza de Estudios Histórico-Jurídicos y la Diputación de Córdoba.
Contará con el siguiente programa:


viernes, 9 de octubre de 2015

Vigésimo octavo domingo del tiempo ordinario

Sab 7,7-11: En comparación con la sabiduría, tuve en nada las riquezas.
Heb 4,12-13: La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo.
Mc 10,17-30: Vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres y sígueme.

Siempre me ha impresionado esta página del Evangelio de San Marcos, en la que Jesucristo, una vez más, nos urge a la radicalidad en el seguimiento; es decir nos apremia a ser cristianos coherentes y, en consecuencia, a vivir con dignidad y honradez nuestra fe, testimoniándola con nuestras buenas obras. Por tanto, no es una página que hable únicamente del seguimiento de Jesús en un sentido estricto, es decir, de la vocación sacerdotal o religiosa. El seguimiento que aquí se propone es general. Afecta a todos los cristianos, porque todos estamos llamados a la santidad, cada cual desempeñando la misión y el puesto que el Señor le haya designado.
Tradicionalmente se hacía una distinción casi abismal entre clérigos y laicos. Aquéllos tenían la obligación de ser santos; éstos no. Aquéllos tenían que llevar una vida exigente y dura, en sintonía con el Evangelio; los laicos, en cambio, podían compatibilizar sus exigencias cristianas con los deberes y los placeres seculares. En el fondo, esta mentalidad encerraba un arraigado clasismo eclesial, propiciado, en buena medida, por dos factores: un acentuado clericalismo, que libraba a los laicos de las responsabilidades eclesiales, incluidas las de testimoniar la fe, y una pasividad laical que no se interesaba por definir su identidad cristiana. Por eso, era frecuente oír de labios de laicos frases como ésta: <<Padre, rece por mí y por mi familia, porque usted está más cerca de Dios que yo>>. En síntesis, había cristianos de primera, de segunda y hasta de tercera clase.
El Concilio Vaticano II dio carpetazo a esta discriminación sin fundamentos. Como bien dice en su Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, todos los bautizados formamos un solo pueblo: el Pueblo de Dios. Todos tenemos nuestras responsabilidades, nuestros deberes y derechos, cada cual los suyos, pero nadie es más que nadie, ni se le exige más que a nadie.
El sacramento del bautismo nos consagra a todos como cristianos de pleno derecho y, por tanto, todos tenemos unas exigencias y unos compromisos comunes: ser testigos fieles de la muerte y resurrección de Jesucristo. Diferente es el modo, la forma de realizar dichas exigencias. En otras palabras, sólo existe una vocación: la de ser hijos de Dios, que se plasma en las <<vocaciones de vida>> cristiana: el sacerdocio, la vida religiosa, el laicado. Ni el sacerdote, por el hecho de ser sacerdote, tiene que dar más testimonio de vida que el laico, ni éste, por el hecho de desarrollar su vida en la secularidad del mundo, está exento de ser apóstol vivo de su fe. El sacerdote como sacerdote y el laico como laico han recibido el mandato de Jesucristo de ser sus testigos.
Pero en el Evangelio que hoy hemos proclamado hay también otro mensaje, que es una extensión del anterior. Un mensaje que tiene que ver mucho con nuestra vida cristiana. El joven rico se acerca a Jesús con una intención bien clara: autojustificarse y autojustificar su vida. La pregunta que realiza al Señor: <<¿Qué haré para heredar la vida eterna?>>, no es una pregunta abierta y sincera, que busca por todos los medios encontrar la verdad. El joven rico sabía ya de antemano lo que tenía que hacer. Todo buen judío tenía presente en su corazón y en su vida la ley mosaica: <<No matarás, no cometerás adultero, no robarás, no darás falso -testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre>> (Dt 5,17-21). La pregunta es capciosa: quiere que Jesús le confirme que es bueno por cumplir a rajatabla la ley y, por tanto, que tiene derecho a la vida eterna. Por eso, cuando Jesús le recuerda la ley, el joven rico responde: <<Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño>>.
Es el eterno pecado del fariseísmo de siempre, del que no somos ajenos los cristianos. También a nosotros nos asalta la tentación de la autojustificación de la vida. Nos creemos buenos cristianos y amados de Dios porque cumplimos con todos los mandamientos de la ley de Dios y de la Iglesia. Creemos que somos verdaderos cristianos por el sólo hecho de ir a misa todos los domingos. Pensamos que tenemos ganada la vida eterna por vivir un cristianismo cargado de buenas intenciones. Pero esto, como le sucede al joven rico del Evangelio de hoy, es radicalmente insuficiente. Es sólo el primer paso. La vida cristiana es un constante ir subiendo peldaños, cada vez más exigentes, con mayor renuncia y entrega. Jesucristo mira al joven rico y le dice: <<Una cosa te falta: vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres y luego sígueme>>. En otras palabras, mientras Dios no sea el absoluto de nuestra vida, nuestro corazón tendrá un ojo puesto en Dios y otro en los afanes, riquezas y honores de la vida.
La vida cristiana, que esencialmente es comprometerse con la causa de Jesús y el Evangelio, es un camino que implica una opción seria, decidida, permanente. Es una opción en la que tenemos que decidir si amamos a Dios o al dinero; si queremos vivir como cristianos comprometidos o cristianos sin color ni sabor. O ser o tener. No caben soluciones intermedias, a las que, por otra parte, estamos muy acostumbrados los humanos. Quizás la peor de todas las posturas es no darse por enterados: vivimos tranquilos con lo que somos y hacemos, sin cuestionarnos ni dejarnos interpelar por la Palabra de Dios. Por eso, no tenemos escrúpulo alguno en casar a Dios con nuestros dioses particulares: las cosas, el dinero, los cargos, el hedonismo, la insensibilidad ante los problemas sociales y mundiales que nos acucian, una vida cómoda, anclada en el más sórdido materialismo. Cuando, como al joven rico de hoy, la Palabra de Dios nos pone contra la espada y la pared, entonces quedan al descubierto nuestras verdaderas intenciones y no tenemos más remedio que decidirnos. <<Dios –como bien decía Hans Küng- no es ese vejete bondadoso de barbas blancas, que no compromete, ni exige nada>>.
Y una última lección: las cosas no salvan. El hombre no puede salvar al hombre. Sólo Dios puede salvarnos. Las cosas no llenan ni dan el sentido del a vida; sólo Dios es sentido último y respuesta. Quien, como el joven rico, cree que su <<dinero>> puede salvarlo se equivoca; <<le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios>>. El peligro de las riquezas es que atraen en demasía y nos esclavizan férreamente, hasta el punto de dar la vida por ellas, como si de un dios se tratase. El dinero, las cosas, los bienes materiales en general, son buenos como medios, nunca como fin en sí mismo. Medios para hacer el bien, para elevar la dignidad de las personas que viven en los umbrales últimos de la pobreza, en la más solemne miseria, que pasan hambre, que son explotados y humillados. Si nuestra vida no es una vida <<para>> los demás, entonces la hemos malogrado: <<El que quiera salvar su vida, la perderá; el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la encontrará>> (Lc 9,24).
Jesucristo nos invita a que lo sigamos. Nos pide que demos y que nos demos; que seamos desprendidos y generosos; que nos entreguemos a los demás, siempre y en todo momento, porque no hay vacaciones de ser cristiano. Ésta es una llamada que todos recibimos y, por tanto, que todos debemos secundar.

martes, 6 de octubre de 2015

Concierto Día de la Hispanidad 2015: Los Medicinantes

Fundación Miguel Castillejo | Jardín de la Fundación 
Viernes 9 de octubre | 20,30 horas


El próximo viernes 9 de octubre tendrá lugar en jardín de la Fundación Miguel Castillejo nuestro tradicional Concierto del Día de la Hispanidad, en el que ofreceremos música hispanoamericana de la mano del grupo melódico cordobés Los Medicinantes, con un variado programa de escogidos temas musicales.



lunes, 28 de septiembre de 2015

Festividad de San Miguel

El próximo martes 29 de septiembre celebramos la festividad de San Miguel con una Eucaristía ofrecida por el Real Centro Filarmónico de Córdoba "Eduardo Lucena" en honor de su Presidente Honorario.
Participarán la Coral de dicha institución musical, decana de las de Córdoba, así como también de la Nova Schola Gregoriana de Córdoba.
Este año, como variación a los anteriores, tendrá lugar en la Iglesia de la Merced (Diputación), a las 20,30 horas.


jueves, 24 de septiembre de 2015

Vigésimo sexto domingo del tiempo ordinario

Texto bíblico:
Núm 11,25-29: ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu!
Sant 5,1-6: Los gritos de los segadores han llegado hasta el oído del Señor.
Mc 9,37-42.44.46-47: El que no está contra nosotros está a favor nuestro.

El Evangelio que acabamos de proclamar está lleno de mensajes para todos nosotros. Unos son perfectamente entendibles, otros necesitan de una explicación más detallada por nuestra parte.
El pórtico de entrada nos revela una verdad capital, que define en toda su extensión la radicalidad de la opción cristiana: o con Cristo, o frente a Cristo. No hay caminos intermedios, propios de la política humana, ese arte de lo imposible. O se acepta a Cristo con todas sus consecuencias, o se le rechaza. Lo demás es querer jugar a dos barajas, intentar contemporizar mis intereses con los del Evangelio.
Mis queridos hermanos, nuestra fe adolece en muchas ocasiones de este sano radicalismo. Como cristianos decimos que amamos a Jesucristo, pero nuestra vida y nuestras obras lo desmiente. Nos fabricamos un Evangelio a nuestra medida, poco exigente y demasiado complaciente con las comodidades, el hedonismo y el materialismo que nos rodea y embarga. Decimos que adoramos a dios, y es verdad, pero al mismo tiempo organizamos nuestra vida en torno a un innumerable montón de ídolos que nos esclavizan: el dinero, el poder, la competitividad, la fama, el estar por encima de los demás. Hacemos caso omiso del mandamiento del amor, porque el amor no es rentable. Y entonces surge la pregunta: ¿Para qué sirve vivir de este modo el cristianismo? Para nada. Es un cristianismo <<sin sal>>, que se ha vuelto soso e insípido, y, por tanto, no convence, no llena, no dinamiza, no compromete, no testimonia sino que escandaliza. A este propósito escribía G. Bernanos: <<Cristo nos pidió que fuésemos la sal de la tierra, no el azúcar, ni la sacarina. Y no digáis que la sal escuece. Lo sé. Lo mismo que sé que el día que no escozamos al mundo y empecemos a caerle simpáticos será porque hemos empezado a dejar de ser cristianos>>. Las expresiones radicales de Jesucristo: <<cortar la mano o el pie>>, <<sacar el ojo>>, hay que traducirlas en el sentido de que <<hay que estar dispuestos a renunciar a uno mismo para entrar en la vida del reino de Dios>>.
Cada uno tiene que pararse a reflexionar, mis queridos hermanos, si su vida cristiana lo llena, lo entusiasma, lo interpela. De lo contrario, tiene que plantearse seriamente el camino de la conversión.
Ahora bien, esta radicalidad no es monopolio exclusivo de los que nos llamamos y decimos cristianos. Durante muchos años hemos participado de la idea de que sólo y únicamente nosotros tenemos derechos a participar de la verdad de Dios, en clara oposición a todo ecumenismo. Precisamente, no es esto lo que hoy nos transmite Jesús. Todo lo contrario, reprocha a sus discípulos porque tratan de impedir a uno no perteneciente al grupo de los doce -<<no es de los nuestros>>- que haga milagros en nombre de Jesús.
La lección es clara. Nadie, absolutamente nadie, tiene el monopolio sobre Dios. Dios está por encima de nuestros deseos de propiedad, de nuestros egoísmos, de nuestro afán de tener y poseer. Dios se manifiesta en quien quiere y cuando quiere. Sólo busca un corazón preparado, generoso y dispuesto; un corazón que hace el bien y no mira a quién. La regla de oro es tajante y clara: <<El que os dé a beber un vaso de agua porque seguís al Mesías, os aseguro que no quedará sin recompensa>>.
Jesús nos llama a revisar nuestras etiquetas, nuestros prejuicios sociales y religiosos, y a mirar el corazón de las personas. No por el hecho de pertenecer a la Iglesia de Jesucristo ya somos cristianos auténticos y ejemplares. La pertenencia tiene que estar avalada por una vida llena de renuncia y de entrega. Si no es así, vinimos en la apariencia de nosotros mismos, siendo causa de escándalo y antitestimonio permanente para los demás.
Precisamente, el toque de atención que Jesucristo nos da sobre el escándalo es el tercer mensaje del Evangelio de hoy. Es la cruz de la regla de oro: <<Al que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar>>. Mayor contundencia no cabe.
Este lenguaje de Jesús puede parecernos muy duro, pero nada hay tan perverso como el escándalo, que rompe con la inocencia y empaña la verdad, desautorizando la misma verdad de Dios. Éste es el problema. Escandaliza quien antepone sus verdades al amor a Dios y al prójimo, usurpa el nombre de Dios, toma el nombre de Dios en vano e induce a los demás a seguir su mal ejemplo. Escandaliza todo aquel que con su actuación y, sobre todo, su actitud de vida obstaculiza o hace más difícil la vida digna o humana de los demás.
La democracia en la que vivimos y por la que hemos luchado tantos años nos ha abierto las puertas a la realdad de los grandes valores humanos: la libertad, el reconocimiento de los derechos y dignidad de las personas, el diálogo, la igualdad. Sin embargo, muchos son los que se sirven y utilizan estos valores en provecho propio, distorsionando su realidad. No puede sorprendernos, por tanto, los escándalos de corrupción, los abundantes casos de xenofobia, los sobornos, la amoralidad de quienes creen que todo es uno y lo mismo. Los cristianos vivimos inmersos en este ambiente. Como ciudadanos del mundo, participamos y formamos parte de esta mentalidad. Corremos, por tanto, el peligro de asimilar el Evangelio y sus exigencias a los patrones y moldes sociales. Cuando esto sucede, revestimos bajo una gruesa capa la radicalidad del Evangelio, que transformamos engañosamente en comodidad, falta de compromiso y entusiasmo, falta de amor a Dios y a los hombres.
Como cristianos tenemos que estar muy atentos a saber distinguir el trigo de la paja, la adulación de la verdad, la corrupción de la honestidad, el <<todo vale>> de los valores evangélicos, el <<no complicarse la vida>> de la sana tolerancia, el libertinaje del respeto a las personas, especialmente a los más débiles. Como bien dice Monseñor Carlos Amigo, arzobispo de Sevilla: <<El cristiano no puede moralmente inhibirse de los asuntos que conciernen al porvenir de la comunidad humana a la que pertenece. Carecen de justificaciones actitudes de indiferencia, comodidad, apasionamiento, la insolidaridad o el menosprecio de los asuntos públicos>>.
Ser cristiano implica un alto grado de responsabilidad: ser sal y luz para que el mundo crea. Por esta razón, tenemos que desechar cualquier opacidad de vida -<<cortar la mano o el pie y sacar el ojo>> que nos hacen caer-. Éste es nuestro reto y nuestra tarea, nuestra vocación y misión.

martes, 22 de septiembre de 2015

Festividad de Nuestra Señora de la Merced

El próximo jueves 24 de septiembre tendrán lugar los actos en celebración de la festividad de Nuestra Señora de la Merced, con la que nuestra Fundación viene colaborando de manera tradicional.
Los actos incluyen una Santa Misa en honor de Nuestra Señora de la Merced, presidida por Monseñor D. Miguel Castillejo Gorraiz, y que tendrá lugar a las 20 horas en la Iglesia de Ntra. Sra. de la Merced (Palacio Diputación).


Además en dicha eucaristía intervendrá el Coro Rondalla Azahara, dirigida por Pedro Peralbo, que ofrecerá una solemne misa para la ocasión. Dicha eucaristía se integra dentro de los actos que organiza la Asociación de Vecinos Torre de la Malmuerta (Campo de la Merced) y contará con el siguiente programa:



En el siguiente enlace se puede consultar el programa completo de la XXXª Fiesta de la Merced.

lunes, 21 de septiembre de 2015

Gala Lírica de Agrupación Lírica Cordobesa

Miércoles, 23 de septiembre | 20,30 horas 
Fundación Miguel Castillejo | 20,30 horas



El próximo miércoles 23 de septiembre inauguraremos el curso cultural 2015 / 2016 con una Gala Lírica, a cargo de la Agrupación Lírica Cordobesa, dirigida por Fernando Carmona. La actuación seguirá el siguiente programa:

viernes, 18 de septiembre de 2015

Vigésimo quinto domingo de tiempo ordinario (Cuarta semana del salterio)

Texto evangélico:
Sab 2,12.17-20: Acechemos al justo. Lo condenaremos a muerte ignominiosa
Sal 53: El Señor sostiene mi vida
Sant 3,16-4,3: Los que procuran la paz están sembrando la paz, y su fruto es la justicia
Mc 9,30-37: Quien quiera ser el primero, que sea el último y servidor de todos

En este domingo nuestras reflexiones espirituales y cristianas resultan ciertamente complicadas, porque complicado es el mensaje central que hoy nos propone la Sagrada Escritura. El mensaje que Jesucristo nos propone en el Evangelio de hoy resulta desconcertante y paradójico para la sociedad de la competitividad, del ansia de poder y de tener, en la que vivimos. ¿Cómo entender hoy que <<el que quiera ser el primero, que se haga el último y servidor de todos>>? ¿Cómo comprender el hecho de que Jesucristo, el Hijo de Dios, no haya venido <<a ser servido, sino a servir y a dar su vida por todos>>?
Nuestras sociedades occidentales se rigen por el sistema político de la democracia, uno de los sistemas de gobiernos que, aún siendo imperfecto, es el menos imperfecto que existe, en el decir de Winston Churchill. El sistema democrático intenta combinar dos ejes que parecen antitéticos: la libertad y la igualdad. La idea es buena en sí: un sistema en que se respetan las libertades de todos, pero al mismo tiempo, limando las profundas desigualdades. Sin embargo, la realidad cambia. En nuestras sociedades democráticas la competencia es cada vez más feroz; si se quiere subsistir, se busca ser el primero en todo. Lo importante es triunfar, ganar, presumir, lucir, tener poder. Valores como el servicio, la generosidad, la entrega a los demás, están en franca decadencia.
Por eso las palabras de Jesús hacen que chirríen nuestros oídos. Es un lenguaje que no se entiende. Bien lo saben los padres y las madres que tienen que luchar <<a brazo partido>> para que vuestros hijos reciban, no una buena preparación, sino la mejor preparación: estudios, a ser posible universitarios, masters, idiomas. Porque para triunfar, ya no se trata de buscar un puesto en la vida, sino de encontrar el primer puesto. Ésta es la razón por la que muchos de nuestros políticos, que se presentan como servidores del pueblo, no van o están en la política para servir, según dicen, sino para servirse del poder en beneficio propio.
La actitud de Jesucristo es radicalmente opuesta a esta filosofía de vida que tiene embotada la mente y el corazón de este hombre que ya tiene puesto un pie en el tercer milenio. Él, que pudo tener todo el poder y todas las riquezas que hubiera querido, optó por el camino del amor y del servicio como único camino de felicidad y de realización humana. El gesto del lavatorio de los pies nos manifiesta que Jesucristo es el servidor de los servidores. Un gesto que, en formas distintas y circunstancias diversas, pero con contenido idéntico, imitan los santos. Así, por ejemplo, San Martín de Tours rompe y divide su capa para repartirla con un pobre. Así, también San Maximiliano Colbe, que libremente da su vida en lugar de la vida de pobre padre de familia.
Es verdad que ha habido santos que, aplicando este mensaje de Jesús a las cosas temporales, lo han entendido con ciertos aires de negatividad. Fue el caso de San Ignacio de Loyola. Después de la batalla de Pamplona, lo que más desea es la santificación. Para ello se retira a la Cueva de Manresa, donde la Virgen Santísima parece que le inspira sus famosos Ejercicios espirituales (también conocidos como Ejercicios ignacianos). Allí vive muy abandonado, no sólo del mundo, sino incluso de sí mismo. Poco después, se dio cuenta de la importancia y la fuerza de la cultura y de sus medios para evangelizar. Por eso funda la Compañía de Jesús, no para enriquecerse, sino para santificar el mundo e implantar en él el Evangelio.
Jesucristo quiere que todos nosotros seamos los últimos, pero, al mismo tiempo, también quiere que luchemos, bien como padres de familias, con una fuerte responsabilidad familiar, bien como empresarios de los que dependen un buen número de trabajadores, bien de la forma que fuere; lo cierto es que, como acertadamente manifiesta el refrán hay que estar <<a Dios rogando y con el mazo dando>>. Hay que ser el último, no hay que tener ambiciones desmedidas, no hay que entrar en lizas descarnadas con los otros, es verdad; pero también hay que aspirar a lo que Dios nos ha dado y de lo que somos responsables, de modo que tengamos los medios necesarios de vida, y desde aquí santifiquemos el mundo y nos santifiquemos a nosotros mismos.
Pero hay más; si las palabras de Jesucristo las llevamos hasta sus últimas consecuencias, entonces la santificación que Dios nos pide pasa por amar y entregarnos a los últimos de nuestra sociedad: los pobres de solemnidad, los marginados sociales, los mendigos sin casa, sin comida, sin familia, los ancianos abandonados de todos, los enfermos crónicos o terminales.
La madre Teresa de Calcuta encarnó hasta sus últimas consecuencias eso de que quien quiera ser el primero de todos, hágase el servidor de todos. Su vida, su vocación y misión, no fueron otra cosa que servir a los pobres de entre los más pobres, a los desheredados de la tierra, como son los pobres de Calcuta y de toda la India, una nación superpoblada donde la miseria más mísera se ha estructurado como mal endémico. A este propósito, recuerdo un discurso de Laín Entralgo con motivo de la entrega de unos premios universitarios. Entre otras cosas decía: <<Hay sólo tres cosas de las que el ser humano puede decir que son suyas, todo lo demás es prestado y anecdótico. Estas tres cosas son el sacrificio, la entereza y la capacidad de lucha>>. Y a continuación, en un tono jocoso, no exento del proverbial gracejo que lo caracteriza, matizaba y pedía: <<Permítasele a un español como yo, paisano de Don Quijote, que cuantas hazañas hizo Don Quijote, productos de su esfuerzo, sacrificio y entereza, y que acabaron en burlas y en naderías, también las haga yo. Permítasele la pobreza de hacer esfuerzos, sacrificios y renuncias que, en muchas ocasiones, resultan baldías a los ojos del mundo>>. Y terminaba añadiendo una novena bienaventuranza: <<Bienaventurados los que se esfuerzan y con entereza se sacrifican por los demás, aunque no consigan sus objetivos>>.
Mis queridos hermanos y amigos, siguiendo la máxima de Jesucristo en el Evangelio de hoy, no sólo tengamos a menos ser los últimos o de los últimos y luchar por estar complacidos en estas priebas que nos manda el Señor, sino incluso vivir entregados, abnegados, sacrificados, para promover la causa de los últimos, para que vayan también ascendiendo en el escalón social del bienestar de la vida.

viernes, 10 de julio de 2015

Decimoquinto domingo del tiempo ordinario

Am 7,12-15: Ve y profetiza a mi pueblo de Israel.
Ef 1,3-4: Dios nos eligió en la persona de Cristo antes de crear el mundo.
Mc 6,7-13: Los envió de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos.

Es estado anímico de todos los que realizamos una reflexión espiritual, posiblemente no es el más propicio y sereno debido al inmenso dolor que se sufre por los atentados terroristas. Con todo, asistidos por el Espíritu de Dios, dejamos que su fuerza penetre en nuestro corazón y su sabiduría ilumine nuestro entendimiento para saber discernir y juzgar con tino, como los hijos de la luz.
Es providencial que aparezca como primera lectura de hoy la del profeta Amós, un hombre que vivió en el siglo VIII a.C., y que hasta que Dios lo llama para proclamar la justicia a las naciones es un perfecto desconocido, un hombre oscuro. Nacido y criado en Técoa, un pueblecito a 9 km. de Belén, creció como uno de tantos y se dedicó a lo que la mayoría de sus conciudadanos realizaban: el pastoreo y el cultivo de higos. Pero un día lo llama Dios y le ordena que sea profeta, que predique la palabra divina, el mensaje de salvación a su pueblo. En un primer momento, Amós se disculpa y le dice a Dios que él no se siente ni preparado ni con fuerzas para desempeñar semejante cometido. Peor, como siempre sucede, nada ni nadie puede resistir la fuerza de Dios que dinamiza todo el ser del hombre. Amós acepta y se convierte en uno de los profetas que con más contundencia y claridad clama por la justicia, denunciando todo tipo de injusticia social y personal.
Siguiendo este hilo conductor, el Evangelio de hoy nos muestra cómo Jesucristo llama y envía de dos en dos a los Doce para que anuncien el Evangelio, es decir, que prediquen la redención, que curen, que salven. Este mensaje también es para nosotros, para todos los que participamos en esta celebración. Como nos dice San Pablo en la Carta a los Efesios, Dios <<nos ha elegido en la persona de Cristo para que fuésemos consagrados>>, es decir, enviados a dar testimonio de Jesucristo en el mundo entero.
Dadas las circunstancias en las que hoy nos encontramos, consternados por los atentados terroristas, es evidente que uno de los puntos clave del anuncio del Evangelio es la defensa de la vida y de los derechos humanos, inseparable de la construcción de la paz que emana de la lucha por la justicia.
La persona humana es dignísima en sí misma, porque ha sido creada por Dios a su imagen y semejanza. Por consiguiente, toda persona humana refleja en sí el rostro mismo de Dios. El maestro de letras y vida, Eckart, allá por el siglo XIV, comentaba que todos llevamos dentro de nosotros una <<estrellita de divinidad>>, porque hemos sido creados por Dios, y hemos sido redimidos por la sangre de Jesucristo, quien la ha derramado para salvar y curar lo que estaba perdido. Por tanto, todos los seres humanos, desde el más ignorante hasta el más depravado, somos imagen del Creador.
En la última reedición que del Catecismo Católico hizo Juan Pablo II, se dice que el hombre no puede convertirse en juez y verdugo para otros hombres. El único señor de la vida es Dios, y nada más que Dios. Cuando se practica el aborto; cuando se condena a muerte, cuando se mata a otra persona se atenta directamente contra los principios intrínsecos del Evangelio. Dios es un Dios de vivos, no de muertos.
Como cristianos, tenemos que ser firmes defensores de la vida, a la vez que condenamos enérgicamente todo tipo de crímenes, como son, entre otros, los derivados de los atentados terroristas. Pero esta condena, que es denuncia, hemos de hacerla desde la paz interior, sin rencores, sin odios, sin deseos de venganza. Aquí no cabe el <<ojo por ojo y diente por diente>>, sino la oración, la misericordia, el perdón, la defensa de la vida. Aquí sólo cabe trabajar intensa y denodadamente por la paz, la paz del corazón, la paz social, la paz de la reconciliación con todos y entre todos.
Mis queridos hermanos, profundicemos en estas realidades, sobre todo en la que se refeire al respeto a la dignidad de la persona humana, de toda persona humana, porque ha sido creada por Dios y redimida por la sangre del sagrado Cordero, el único que quita los pecados del mundo. Proclamemos la doctrina y defensa de la vida, de toda vida. Sólo Dios nos la ha dado y, por tanto, sólo Él tiene el derecho de quitárnosla.

jueves, 2 de julio de 2015

Decimocuarto domingo del tiempo ordinario

Ez 2,2-5: Son un pueblo rebelde y sabrán que hubo un profeta en medio de ellos.
2 Cor 12,7-10: Te hasta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad.
Mc 6,1-6: No desprecian a un profeta más que en su tierra.

Nuestras sociedades están sujetas a aceleradas y profundas transformaciones generadoras de crisis de todo tipo: sociales, políticas, económicas, éticas, morales y religiosas. Son, en suma, crisis de identidad y de sentido: no sabemos bien quiénes somos, qué queremos, a dónde vamos.
Por eso, en esta monumental maraña de dudas e incertidumbres, no puede extrañarnos la ausencia de auténticos profetas, es decir, de hombres comprometidos con la verdad y al servicio de ella. Hace tiempo lo denunció en una de sus canciones el cantautor Ricardo Cantalapiedra. Con fuerza y ritmo afirmaba: <<¿En dónde están los profetas, que en otros tiempos nos dieron las esperanzas y fuerzas para andar?>>.
Un día, un discípulo le preguntó a su maestro: <<Puedes decirme por qué escasean los profetas>>. El maestro se quedó pensativo, y al cabo de un breve espacio de tiempo contestó: <<Porque el mundo tiene miedo de la verdad>>. Más no se puede decir.
Las lecturas que hoy nos presenta la liturgia de la Iglesia para nuestra reflexión inciden sobradamente en el tema del profetismo. Ezequiel, San Pablo y Jesucristo son tres profetas que tienen que proclamar la verdad en medio de unas condiciones adversas. Ezequiel tiene la difícil tarea de denunciar al pueblo de Dios que se había olvidado del pacto, de la Alianza con el Señor, hasta incluso <<rebelarse>> contra el mismo Dios. San Pablo tiene que luchar contra sí mismo, porque un profeta que no es fiel a sí y a la verdad, a la que sirve, pierde toda credibilidad en el decir y en el hacer. Jesucristo, el profeta de Dios por excelencia, se enfrenta a la incomprensión, crítica y persecución de sus propios conciudadanos.
En los tres el tema es el mismo: el anuncio de la verdad es motivo de persecución, porque la verdad molesta, descubre las mentiras sobre las que tejen su vida, por una parte, los poderosos, esos corruptores del bien que tergiversan y manipulan las conciencias ajenas; por otra, todos los que se dejan llevar por la comodidad, por no complicarse la vida o por el miedo.
Este contexto es lo suficientemente desmotivador para justificar la sequía tan grande de profetas que padecemos. En el fondo, lo que subyace en esta crisis es, como tantas veces hemos señalado, la pérdida del sentido de Dios. Si entre los creyentes escasean los profetas es porque Dios nos importa cada vez menos. En nuestra escala de valores, lo hemos relegado a un segundo plano. El hedonismo, el materialismo, los afanes de la vida, están antes que Dios. No acabamos de creernos lo que hoy nos confiesa el apóstol San Pablo: <<Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad […]. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte>>.
Con todo, el oficio de profeta es difícil, tremendamente complicado. Por ello, casi todos los profetas aceptaban a regañadientes su vocación, dando coces contra el aguijón, rebelándose contra esa fuerza interior que, como acertadamente comenta Papini, los obligaba y los esclavizaba a <<decir a su tiempo contra su tiempo lo que Dios manda decir>>.
Una de las mayores quejas que los no creyentes formulan contra la Iglesia son sus incoherencias y falta de testimonio. Y, tienen su parte de razón. Hoy nos sobran bellos y elocuentes discursos y nos faltan buenas dosis de testimonio. Los creyentes estamos sobrados de buenas intenciones y carentes de firmes acciones.
El papa Juan Pablo II viene urgiendo reiteradamente a todo el mundo cristiano a una <<nueva evangelización>> o <<recristianización>> de nuestras sociedades. Esta renovación, nos dice el Papa, comienza <<dentro>> del corazón del creyente, y se continúa fuera. Tenemos que ser santos para santificar la sociedad. Tenemos que ser profetas  que descubren la fuerza en la debilidad. Dios tiene que ser el absoluto incondicional en nuestra vida. Su gracia debe ser la fuerza que nos transforma y el motor que nos impele a cambiar la realidad.
Vivir y servir a la verdad cuesta. Exige coherencia, honestidad, transparencia de vida. No es fácil ser profeta, pero aquí radica la sal y la luz de la vida cristiana. Un cristianismo sin profetismo es un sucedáneo, una mala imitación del seguimiento de Jesucristo, sin sabor y sin color.
Mis queridos amigos, como cristianos, nuestra vocación es la de profetas. Profetas de lo cotidiano, que aceptan la cruz de cada día porque se identifican totalmetne con Jesucristo y con su causa. Profetas de las pequeñas cosas, que saben descubrir la voluntad de Dios frente a los caprichos que nos atenazan y esclavizan. Profetas de la verdad del momento, que saben poner las cosas en su sitio, sin temor al <<qué dirán>> o al <<qué pensarán>>. Sólo así cambiaremos el mundo, <<de salvaje en humano; de humano en cristiano; y de cristiano en santo>>, como felizmente manifestó Pío XII.

jueves, 25 de junio de 2015

Decimotercer domingo del tiempo ordinario

Sab 1,13-15; 2,23-25: Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción.
2 Cor 8,7-9.13-15: Jesucristo, siendo rico, por vosotros se hizo pobre.
Mc 5,21-43: Tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.

El domingo pasado centramos nuestra reflexión en cómo la vida de la fe necesita curtirse en el crisol de las dificultades, sin tener miedo a nada, ni a nadie, porque Dios está con nosotros. Dios, decíamos, no guarda silencio, como afirman quienes carecen de esperanza, sino que se compadece de las miserias humanas. Está presto a nuestras súplicas. Dios da su vida por nosotros para que nosotros la tengamos en abundancia: <<Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre, para que vosotros, con su pobreza, os hagáis ricos>>, nos comenta el apóstol San Pablo en la segunda lectura de este decimotercer domingo del tiempo ordinario.
El Evangelio de hoy nos presenta dos escenas, que bien podrían denominarse escenas de la misericordia de Dios. La primera de ellas es la resurrección de la hija de Jairo; la segunda, la curación de una mujer que padecía flujos de sangre. Dos escenas que, por otra parte, no están yuxtapuestas, una a continuación de la otra, sino interpoladas: mientras Jesús caminaba hacia la casa de Jairo, le sale al paso la hemorroisa. De este modo, el texto literario nos señala la unidad de acción de Jesús, porque la misericordia divina no conoce ni límites, ni momentos. Es una y la misma. Dios, por tanto, no actúa arbitrariamente, como creemos los hombres, sino que siempre busca nuestro bien.
Somos los hombres, y no Dios, quienes tenemos que despertar de nuestros silencios y de nuestros sueños. Es decir, tenemos que avivar nuestra fe y encender en nuestros corazones el fuego del espíritu. Una fe débil, sin no se fortalece, acaba por desaparecer y morir. La fe vigorosa es la única que nos salva.
En el caso de la curación de la mujer con flujos de sangre, San Marcos nos muestra la pedagogía del camino de la fe. La fe primigenia de la hemorroísa no pasa de ser una simple fe mágica, de prestidigitador, de curandero. Ella cree <<a pies juntillas>> que con sólo <<tocar el manto>> de Jesús se va a curar. Y así sucede. Sin embargo, esto no significa que el hombre puede controlar y administrar la gracia y el poder de Dios. Es, más bien, que el poder de Dios actúa libre y soberanamente en beneficio del hombre. En este caso, es un beneficio doble: Jesús cura la enfermedad física de la mujer, al tiempo que le enseña el camino de la vida de la fe. La hemorroísa pasa de la fe mágica a la fe adulta, responsable, personal.
Éste ha sido, y sigue siendo en muchos casos, el itinerario de nuestra vida de fe. De pequeños creemos más en un Dios <<tapagujeros>>, en el decir de Bonhoeffer, que en el Dios de la vida. de adulto, se supone una fe entregada, consciente, que asume con todas las consecuencias qué es y qué significa identificarse con Cristo, seguirlo, amarlo. Por esta razón, sería bueno que pensásemos en qué tramo del camino de la fe nos encontramos. Porque, cuanto más estamos convencidos de que ya hemos llegado a la meta, más largo es el camino que nos queda por recorrer.
La fe no es una cuestión de días o de horas; es una cuestión de toda la vida. YH cuanto más firme es nuestra fe, más tiene que aguantar los envites de las tormentas y de las tempestades, de las dudas, de los silencios de Dios; más tendrá que esforzarse por descubrir la voluntad de Dios en un mundo que ha proclamado oficialmente su muerte.
En la segunda escena, la resurrección de la hija de Jairo, San Marcos nos encara frente al absurdo humano que, en algunas ocasiones, supone creer. Un absurdo generado por nuestro exceso de <<razones>>, de lógica, de vivir la vida sólo <<de tejas para abajo><. Es el absurdo de querer convertir la fe en un cúmulo de respuestas claras y precisas, desechando todo misterio y todo abandono en las manos de Dios.
Por eso, cuando Dios nos revela su voluntad, nos sobrecoge, unas veces, y nos parece un imposible, otras. Y éste es el problema: que la voluntad de Dios no encaja con la nuestra. Por eso, las propuestas de Dios nos resultan disparatadas o fuera de tono, provocando en nosotros un cierto aire de escepticismo o, en el mejor de los casos, una fina hilaridad. En el fondo, vivimos en una paradoja: decimos que creemos, pero de facto somos incrédulos.
No nos confundamos, a Dios le pedimos ingenuamente pruebas, pero confiamos ciegamente en los postulados de la ciencia y de la técnica, a los que tenemos como <<la voz de Dios>>, según Heidegger. Razonamos la fe, al tiempo que mitificamos la razón. Por eso, la fe mágica de la hemorroísa es mucho más verdadera que esta fe <<modernista autosuficiente>>, que sólo cree en lo que es humanamente posible. Aquélla cuenta, al menos, con un minúsculo germen de lo que más tarde será una absoluta y firme fidelidad y confianza en Dios; ésta prescinde de Dios. Sólo confía en sí misma. No entiende que lo que es imposible para ella es posible para Dios.
Mis queridos hermanos y amigos, como la hemorroísa, o como Jairo, tengamos absoluta confianza en el poder de Dios, que se traduce en fiarnos enteramente de Él; en dejarlo hacer, aunque de entrada no comprendamos.
Hemos de creer que el Dios que nos ha manifestado Jesús es un Padre que cuida de nosotros, mucho más que de los pájaros del cielo o de los lirios del campo. Un Padre, al que si le pedimos pan, no nos dará una piedra. Dios siempre nos escucha y nos responde, aunque sus caminos no siempre coincidan con los nuestros. Como dice Romano Guardini: <<Es hermoso sentirse unido con Dios en la solicitud de la persona amada y pensar que ésta queda envuelta y protegida en esta unidad>>.

Concierto Fin de Curso 2015: Art Musicae


Fundación Miguel Castillejo | Salón de Actos 
Martes 30 de junio | 20,30 horas



El próximo martes 30 de junio tendrá lugar en la Fundación Miguel Castillejo el Concierto de Fin de Curso, que ese año estará a cargo de la coral Art Musicae, de la directora Concepción Martos.

Martes 30 de junio
20,30 horas
Entrada libre

domingo, 21 de junio de 2015

Duodécimo domingo del tiempo ordinario

Job 38,1.8-11: Aquí se romperá la arrogancia de tus alas.
2 Cor 5,14-17: El que vive con Cristo es una nueva criatura.
Mc 4,35-40: ¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!

La escena del Evangelio de San Marcos que hoy hemos proclamado es, desde el punto de vista realista, una de las más dramáticas de los Evangelios. El evangelista nos cuenta que era y tarde; Jesús había predicado durante todo el día y estaba cansado. Se echó a dormir en la popa de la barca. En esos momentos, reinaba la bonanza en el mar. Pero poco después, inesperadamente, estalló la tormenta. El miedo de apodera de los apóstoles. Y junto a su angustia, Jesús seguía durmiendo. Posiblemente, esto es lo que menos entendían los apóstoles. ¿Cómo podía seguir durmiendo el Maestro en medio de semejante tempestad? ¿Acaso fingía el sueño?
El miedo, por una parte, y la desazón de ver a Jesús durmiendo, por otra, les incita a despertar al Maestre: <<¿No te importa que nos hundamos?>>. No estaban rogando o pidiendo, exigían. La respuesta de Jesús no se hace esperar: calma la tempestad, al mismo tiempo que lanza una fuerte crítica a sus discípulos: <<¿Por qué sois tan cobardes? ¿Es que no tenéis fe?>>.
Si no hubiesen tenido fe, no hubiesen acudido a pedir su ayuda, pero su miedo era más grande que su fe. Habían visto actuar a Jesús curando y sanando, consolando, como Señor de la vida y de la muerte, pero ahora el peligro de su vida les había hecho olvidarse de todo. Así es el hombre.
Tremenda lección la que hoy nos da el Evangelio, que nos conduce irremisiblemente a toparnos de bruces una y otra vez con la sorpresa de Dios, misterio insondable, silencio que es decir.
Nuestra fe, y de esto sabían bien los apóstoles, es una fe existencial, sometida a los avatares de la vida, a los miedos y a las dudas. Una fe probada es una fe robusta y madura. Por eso, no tienen que sorprendernos, ni asustarnos, las tempestades. La fe tiene que ser probada en el crisol de las dificultades, en la cruz.
Pero la inseguridad también nos invade a veces en las zozobras de esta barca que es la Iglesia. Cuando vemos que hay miembros de la Iglesia que se desvían, a veces, de los caminos del Evangelio; que no anuncian ni testifican la fe con entera fidelidad; que se preocupan más por el bienestar material que por el espiritual; entonces, pensamos que Dios está durmiendo, ausente, como si no le importara nada en absoluto que se hunda la barca de Pedro. Por tanto, estar en la Iglesia no equivale a tener una inmunidad total contra la inseguridad y el riesgo en la vida de la fe. Si cabe, la aumenta.
En todo tiempo y en toda época se dan situaciones y hechos que amenazan la vida de fe. Hoy, cuando el más craso antropocentrismo ha hecho virar al hombre hacia un abierto ateísmo, en unos casos, o hacia un refinado agnosticismo, en otros, vivimos la cultura del <<silencio de Dios>>. El planteamiento es tajante: ¿Qué hace Dios ante los desastres naturales: terremotos, inundaciones, catástrofes? Nada. Dios sigue durmiendo. Es decir, Dios parece insensible al sufrimiento humano. Ésta es la respuesta, llana y directa, de los que han apostado definitivamente por la <<muerte de Dios>>, como afirmó crudamente en La peste Albert Camus: <<El hombre es un extranjero sin pasaporte en un mundo glacial>>.
Es un planteamiento que se está colando finamente, y casi sin sentirlo, por las rendijas de las almas de los creyentes. Decimos creer en Dios, sí, pero no acabamos de creérnoslo del todo. nuestra fe suele ser más de mente que de espíritu. Y todo ello porque nos hemos hecho una idea falsa de Dios. Como los apóstoles, vamos a Dios, no a pedirle y rogarle, sino a exigirle. Pero Dios está por encima de nuestros planteamientos, y esto es lo que no acabamos de aceptar. Esto es lo que nos provoca desazón, angustia, irritación, miedo. Queremos un Dios a nuestra medida, como lo quería Job, pero Dios no se deja encasillar. Nos trasciende y supera.
El silencio de Dios no es cruel, ni tampoco indiferente a nuestros problemas, como afirman todos los profetas de la desesperanza. Desde la fe, estamos seguros de que Dios nos habla siempre. Dios hace brotar nuestra ruina la salvación.
Jesucristo nos exhorta a no tener miedo: <<¿Por qué sois tan cobardes?>>. Y se supera con la adhesión fiel a la Palabra de Dios, que es una llamada a la libertad, a la fe más comprometida. Queremos despertar a Dios de su silencio, cuando en realidad, lo que hemos de hacer es despertar nuestra fe.
¡No tengáis miedo! El miedo embota la mente y los sentidos y hace de las personas un juguete en manos de los poderosos. Los hombres de fe tenemos que vencer el miedo, nunca turbarnos o acobardarnos. Jesucristo está con nosotros. Dirijamos esta sencilla plegaria a Dios, que un día compuso Efrén el sirio: <<como la pecadora a la sombra de tu vestido pueda refugiarme y habitar para siempre. Como aquel que en su miedo encontró la fuerza y la curación, cúrame de mis huidas por miedo; que en ti encuentre la fuerza>>.