viernes, 27 de diciembre de 2013

Quinto domingo de Adviento

Eclo 3,3-7.14-17: El que teme al Señor, honra a sus padres.
Col 3,12-21: Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón.
Mt 2,13-15.19-23: José coge al niño y a su madre y huye a Egipto.

En este domingo que media entre Navidad y el día de la circuncisión del Señor, celebra la Iglesia la fiesta de la Sagrada Familia como incitación a vivir constantemente la unidad, la comprensión y el amor en el seno de todos los hogares y de todas las familias del mundo. Muchos son los aspectos y dimensiones de la familia que invitan a una permanente reflexión y a un profundo diálogo. Ello nos llevaría un tiempo del que no disponemos. Por eso, voy a centrarme en sólo un punto.

Este verano me llamó sobremanera la atención un chiste de Mingote que produce una sonrisa triste. En un banco de un jardín cualquiera estaba sentado un anciano y a su lado se encontraba un perro. El anciano le comentaba al perro: <<¡Qué lástima! Ni tú ni yo sabemos dónde se han ido a veranear nuestras respectivas familias. De todos modos, les podíamos escribir una carta diciéndoles que no se preocupen por nosotros, porque tú y yo nos hemos hecho íntimos amigos y nos damos grata compañía>>. Con el gracejo y la ironía que le caracterizan, Antonio Mingote ha dado en la diana de uno de los mayores problemas que existen en las familias actuales: la progresiva desintegración del núcleo familiar, adobada con una buena dosis de desinterés y falta de cariño entre sus miembros. La familia de este fin de siglo y de milenio camina en dirección opuesta a las recomendaciones del libro del Eclesiástico: <<El que respeta a su madre acumula tesoros […]; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos […] Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras viva>> (Eclo 3,3.5.12). ¿Qué está pasando en la sociedad actual, mis queridos amigos?

Es verdad que la sociedad actual en poco se parece a la de antaño. Los hijos de ahora no cuidan a sus padres con la misma intensidad que lo hacían los hijos de entonces. Por una parte, el ritmo de vida acelerado que a todos nos imponen las sociedades postmodernas nos conduce irremediablemente a priorizar las obligaciones laborales antes que las familiares. Por otra, en las sociedades desarrolladas el número de jubilados es cada vez mayor al aumentar espectacularmente la edad media de vida y al descender alarmantemente el número de nacimientos. Esto provoca que los jóvenes, que son los menos, queden desbordados por el número de ancianos que tienen que atender, que son los más. A eso hay que sumarle otros dos hechos: la incorporación de la mujer al mundo laboral, que incide directamente en una falta de atención más pormenorizada a los padres de lo que en otros tiempos era usual, y la falta de espacio en las viviendas para acoger a los propios padres en ellas.

Aunque todo lo anterior es atenuante de la falta de atención a los padres, con todo, el problema de fondo es la transmutación de los valores. El amor, el cariño, la generosidad o el cuidado de nuestros padres han perdido toda su fuerza y significado. Sencillamente no interesan. Hoy priman la eficacia, la producción masiva, la utilidad, el consumo, el confort, la comodidad. El tener se ha impuesto al ser. Vivimos en las postrimerías de la muerte del hombre, expresión feliz del francés Michel Foucault, que conlleva la desintegración de todas las dimensiones de la vida humana, incluida la familia.

Los cristianos tenemos que replantearnos muy seriamente cuáles son los parámetros de referencia en nuestra vida. Es una gran contradicción ontológica ser cristianos y vivir como paganos. Los valores de los cristianos ni deben ni pueden amoldarse a los supuestos valores del mundo. El mensaje de las bienaventuranzas (cf. Mt 5,1-2) es claro al respecto: vivir y encarnar la paz, el amor, la alegría, la misericordia, la generosidad sin límites; valores que hemos de encarnar en el cuidado, atención y cariño a nuestros padres mayores, porque así respetamos y amamos a Dios; si no los honramos a ellos también nos deshonramos a nosotros mismos. Así es como creamos la familia y crecemos en familia –Iglesia doméstica, como la calificó el Vaticano II-, en cuyo seno nacen, crecen y se desarrollan los grandes valores de la humanidad: el valor del amor, el valor de la vida, el valor de los hijos, el valor de la educación, el valor de la convivencia.

Como cristianos tenemos que aprender a descubrir el secreto de la generosidad, centro en el que se asienta la familia. La generosidad fecundiza, renueva, hace crecer, anima; el egoísmo reseca, desune, mata. <<Lo que no das, lo pierdes>> eran las palabras finales de la película La ciudad de la alegría. Por ello, <<sólo poseemos de verdad aquello que regalamos a los demás>>.

Quisiera concluir esta reflexión con una oración del anciano que ya manifesté en otra ocasión. Es la siguiente:

<<Felices los que son comprensivos con mis piernas vacilantes y mis manos torpes.
Felices los que comprenden que mis oídos tienen que esforzarse por entender todo lo que se me dice. 
Felices los que se dan cuenta de que mis ojos son miopes y mis pensamientos, lentos. 
Felices los que me miran con una sonrisa amiga y charlan un poquito conmigo. 
Felices los que nunca dicen: “esta historia ya las has contado hoy dos veces”. 
Felices los que me hacen experimentar que se me ama, que se me respeta y que no se me deja solo. 
Felices aquellos que con bondad me alivian los días que aún me quedan en mi camino hacia el hogar eterno>>.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Clausura del curso de cocina en el Centro María Rivier

Ya ha tenido lugar la clausura del curso de cocina organizado en el Centro María Rivier, cuya actividad patrocina la Fundación Miguel Castillejo.

Aquí os dejamos algunas de las fotos que ilustran la entrega de diplomas.


jueves, 19 de diciembre de 2013

Cuarto domingo de Adviento

Is 7,10-14: La Virgen está encinta y da a luz un hijo y le pone por nombre Emmanuel.
Rom 1,1-7: Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre.
Mt 1,18-24: Jesús nacerá de María, desposada con José, hijo de Daniel.

El Evangelio de este cuarto domingo de Adviento tiene como personaje central al glorioso San José, padre legal de nuestro Señor Jesucristo. En dicho Evangelio se nos describen las dudas de San José. Las dudas las podemos entender en un doble sentido: bien como dudas objetivas, bien como dudas subjetivas. Las primeras, las objetivas, harían referencia a las dudas que San José tenía sobre la honestidad de María; las segundas, a las dudas que tenía San José sobre su propia dignidad: se pregunta si puede estar tan cerca del misterio de Dios que se ha introducido en su vida. Así, se cruzan y se encuentran las dimensiones moral y teológica, los planteamientos humanos con los divinos, el pudor, la dignidad y la fidelidad de San José con la voluntad de Dios.

Comentaba Eugenio D’Ors que las <<dudas>> de San José son tremendamente aleccionadoras para nosotros, al mismo tiempo que tienen mucho mérito, porque simbolizan al hombre que cree en las cosas a pesar de los temores y de las adversidades. Es el hombre de la fe en Dios y en su palabra, y, en cuanto tal, se fía plenamente de las <<decisiones>> divinas. Es el hombre que se sabe anclado en Dios, y esta certeza moral y existencial le da las fuerzas necesarias para afrontar con entereza los envites de la vida, sabiendo que está cumpliendo en todo momento la voluntad de Dios.

Todos los hombres somos vocación de Dios, encuentro con Dios, y, por tanto, todos somos  <<proyectos de Dios>>. Nosotros, como José, entramos de lleno en los planes de Dios. Desde que nos creó, Dios cuenta con nosotros. Por eso, es necesario que nos preguntemos: ¿contamos nosotros con Dios? ¿somos fieles intérpretes y servidores de su voluntad? Para responder a estos cortos pero profundos interrogantes no hay más luz que el claroscuro de la fe.

Dios nos manifiesta diariamente sus planes sobre cada uno de nosotros, pero hay que descubrirlos. La revelación <<en sueños>> que tiene José no significa ni mucho menos que José tiene <<allanado>> el camino de la fe, porque la fe es existencial, sometida a los vaivenes del tiempo y de la historia. Lo único que José descubre en sus <<sueños>> es la voluntad de Dios pero no el Misterio mismo de Dios, ni el por qué de la actuación de Dios, aparentemente, en contra de toda lógica humana. Al hombre sólo le cabe obedecer, no inquirir a Dios.

Cuando San José va notando progresivamente los signos de la maternidad de la Virgen María, recuerda las palabras de ángel: <<no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo>. De este modo, San José sobrepone las condiciones de Dios a los principios de la cultura, la dignidad de Dios a la dignidad humana. Poco a poco va sintiendo cómo el horizonte de Dios llena su vida, a la vez que experimenta el vértigo de lo divino; por ello tuvo la misma sensación de indignidad que traspasó el alma de Moisés en la zarza ardiendo ante el Misterio de Dios.

Pero en José la fe va estrechamente unida a la justicia. El Evangelio nos dice lacónicamente que <<José era un hombre justo>>. ¿De qué justicia se trata? Evidentemente, mis queridos amigos, no se nos habla solamente de la justicia como bondad, equiparando así <<ser justo>> con <<ser bueno>>. Aunque este sentido está presente en el Evangelio y por ello José <<no quiso denunciar a María>> y <<decidió repudiarla en secreto>>, sin embargo, existe una comprensión más profunda del término. La justicia de José hace referencia a que era un hombre cumplidor de la ley, profundamente religioso, fuel y honesto. <<Justo>> es, en suma, el que adopta en cada situación la actitud adecuada, el que sabe ser y estar. Por ello fue justo José, tanto al preguntarse sobre su dignidad ante la cercanía del misterio de Dios en su vida como cuando se llevó a María a su casa.
Mis queridos amigos, la tremenda lección que San José nos da en este último domingo de Adviento es que tanto en lo próspero como en lo adverso, en las circunstancias fáciles y en las difíciles, en las situaciones de oscuridad de la fe así como en las de claridad, siempre sigamos los designios del Señor.
Que por encima de nuestro honor, nuestro orgullo y nuestra propia vanidad, pongamos la gracia de Dios y la voluntad de Dios, que sabe lo que mejor nos conviene. Dejemos entrar en nuestro corazón la luz de la fe que ilumina lo más recóndito, lo más íntimo, lo más interior del hombre: su divinización.

Por eso San Agustín, a propósito de la capacidad que el hombre tiene de ser hijo de Dios, comentaba que verdaderamente lo somos, puesto que Dios es más interior a nosotros que nosotros mismos. Dios es más interior a mí que la intimidad que yo lleve en el hondón de mi alma y de mi corazón.

La figura de San José es hoy nuestro modelo. Si de verdad somos justos, buenos y comprometidos cristianos, sentiremos, como José, el peso de nuestras debilidades y miserias humanas frente a la grandeza de Dios. Y sin embargo, nada debemos temer. Dios se ha hecho Emmanuel: se acerca a nosotros, se hace uno de nosotros, comparte nuestra vida, para así, elevar lo humano a lo divino.

martes, 17 de diciembre de 2013

Concierto de Navidad

Domingo, 22 de diciembre | 12,30 horas 
Salón de actos | Fundación Miguel Castillejo

El próximo domingo 22 de diciembre, a las 12,30 horas, tendrá lugar en nuestra sede el tradicional Concierto de Navidad ofrecido por nuestra coral titular Coral Miguel Castillejo, con el siguiente programa:

- Ave María (coro). F. Biebl.
- Abendlied (coro). J. Rheinberger.
- Tollite Hostias (coro). C. Saint-Säens.
- Misa Pastorella (soprano, tenor y coro). I. B. Sagastizábal.
- Gloria (coro). Popular francés.
- Adeste fideles (coro). J. Reading.
- La nana y el niño (solistas y coro). J. Villafuerte.
- El noi de la mare (coro). E. Cervera.
- Noche de Paz (coro). F. Gruber.
- Campanas de la Catedral (coro). R. Medina.
- El Ruiseñor (soprano, barítono y coro). F. Gruber.


Sopranos: Conchi Martos, Silvia Naranjo, Verónica Rivera.
Tenor: Leocadio Moya.
Barítonos: Ángel Jiménez, Domingo Ramos.
Piano: Silvia Mkrtchyan. 
Director: Ángel Jiménez. 
 
¡Feliz Navidad a todos! Os esperamos.

Entrada libre hasta completar aforo.


El vino llora a Fernando


La edición online del Diario Córdoba de hoy se hace eco del acto en memoria de Fernando Pérez Camacho que tuvo lugar ayer tarde en nuestra sede. Si quieres leer la noticia completa en el periódico, sólo tienes que hacer clic aquí

jueves, 12 de diciembre de 2013

"In memoriam" de Fernando Pérez Camacho

Lunes, 16 de diciembre | 20,00 horas 
Salón de actos | Fundación Miguel Castillejo

El próximo día 16 tendrá lugar el homenaje "In memoriam" de Fernando Pérez Camacho organizado por el Aula del Vino y que contará con las siguientes intervenciones:

Manuel Mª. López Alejandre, presidente del Aula del Vino y presentador-moderador de este encuentro.
Marisol Salcedo Morilla, secretaria del Aula del Vino.
Jaime Loring Miró.
Felipe Toledo Ortiz.
Luis Rallo Romero.

Entrada libre hasta completar aforo.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Tercer Domingo de Adviento

Is 35,1-6.10: Dios vendrá y nos salvará.
Sant 5,7-10: Manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca.
Mt 11,2-11: Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti.

Este tercer domingo de Adviento nos habla de una esperanza cierta, dichosa, dadora de sentido porque el Señor está muy cerca. Su presencia ilumina, sana, alegra el corazón del hombre, triste, a veces, de tanta nostalgia del cielo.

La obra de Samuel Beckett, Esperando a Godot, en muchas ocasiones suele tomar como argumento ejemplificador durante el tiempo de Adviento. El núcleo de la obra es el siguiente: dos mendigos dialogan entre sí sobre sus miserias personales. Concluyen que sus males no tienen remedio. Por eso están esperando a Godot, un salvador mesiánico que no sólo les va a librar de sus miserias personales, sino que también les va a proporcionar un mayor estado de bienestar. Y llega Godot. Y Godot es un señor mudo con el que ni siquiera pueden hablar, y, menos aún, hallar en él salvación alguna. Así, en Godot, el autor está explicitando a Dios, y en los mendigos, a los hombres, que esperamos de Dios la salvación y el remedio para nuestros males. Pero Dios, como Godot, es un Dios mudo, que no salva y, por tanto, no puede dar esperanzas. De ahí la conclusión final de Beckett: En esta vida, todos caminamos a tientas; nos movemos por el puro azar. No tenemos misión que cumplir. La misión es un absurdo. No somos enviados a nada.

Sin embargo, desde el Evangelio y las lecturas de hoy, la Iglesia postula la esperanza y la confianza cierta en la salvación que nos viene de parte de Dios. La primera lectura del profeta Isaías incide en la salvación de Dios como buena y alegre noticia para todos los hombres, cautivos de sus miserias: <<me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados>>. Por eso, el apóstol San Pablo no invita reiteradamente al gozo de la salvación: <<Estad siempre alegres>>. Y Juan Bautista a la conversión: <<Preparad el camino del Señor>>.

Mis queridos hermanos y amigos, los fariseos y saduceos le preguntaron a Juan Bautista quién era y qué decía de sí mismo. Como verdaderos creyentes, tenemos que trasladar a nuestra vida esas mismas preguntas. Y la respuesta ha de incidir en tres notas-ejes que definen nuestra identidad.

Primera, nosotros somos personas que luchamos y trabajamos por el mundo, siendo totalmente indubitable de que en medio de nosotros está Dios; de que Dios no es solamente el totalmente otro, sino que, sin dejar de ser trascendente, es inmanente. Dios está en el mundo y da sentido a nuestra existencia. Así, los cristianos sí sabemos –a diferencia de los mendigos de Godot- el para qué de nuestra misión. Sabemos que en cualquier esquina, en cualquier acontecimiento, en cualquier asunto, en cualquier amistad, en cualquier obra de misericordia, en cualquier buena acción o en las pruebas, Dios está, me topo de bruces con Él.

Segunda, si Dios está con nosotros, entonces el cristiano es un hombre que vive de la esperanza y para la esperanza, y que tiene que dar cumplida fe y cumplida cuenta de su esperanza en el entorno en que vive. K. Rahner, uno de los más eximios teólogos del siglo XX, ha afirmado que nuestra espiritualidad occidental es pobre. Es decir, hemos estereotipado la imagen del creyente, y por eso decimos que un buen católico es el que cumple un cierto programa; el que acepta como totalmetne ciertos todos y cada uno de los dogmas de creencias; el que practica objetivamente lo que manda la Iglesia. Y, sin embargo, no nos planteamos –comenta Rahner- la necesidad de profundizar en las verdaderas y auténticas raíces de nuestra vida interior; de ahondar en el sentido de la oración y perseverar en ella; de estar atentos a nuestra unión con Dios y en ella descubrir el sentido genuino de nuestra existencia; de ser testimonio de vida para los demás.

Dice un pensador indio que la <<tragedia de nosotros, los cristianos, es que hemos identificado a Dios con Cristo, pero no hemos identificado al hombre con Cristo>>. Es decir, sabemos que el hombre está en Cristo, pero nos olvidamos de ese saber. Sabemos que el hombre es miembro del Cuerpo Místico de Cristo, y, en consecuencia, el hombre más misérrimo es la viva imagen de Jesucristo, pero esta verdad nos resbala. Así nuestro cristianismo deja mucho que desear; no pasa de ser un cristianismo ramplón. De ahí el apremio a vivir con ilusión y gozo. Hemos de ser personas abiertas a la esperanza; personas que aman sin esperar a ser correspondidas.

Tercera, los cristianos tenemos que seguir preparando el camino al Señor con nuestros dichos y con nuestros hechos. ES decir, anunciando la Buena Noticia a los que sufren, vendando los corazones desgarrados, dando de comer a los hambrientos, atendiendo a los cautivos, practicando las obras de misericordia. Así, con este modo de entrega total a los demás, es como podemos decir también con Isaías que desbordamos de gozo y nos alegramos en el Señor, porque en la vida hemos encontrado una razón para vivir y por la que luchar.

Mis queridos amigos, tengamos presente las tres notas que definen nuestra identidad y misión: 1) ir por la vida sabedores de que ya estamos en Dios, 2) ir por la vida como hombres que tienen que dar razón de su esperanza y que viven con una misión que los llena de gozo y felicidad, 3) ir por la vida haciendo el bien; encontrando a Cristo en todos los hombres para ayudarlos, redimirlos, liberarlos de sus sufrimientos.

Como bien sentencia K. Rahner, al que ya he hecho alusión, sólo el hombre que tiene una motivación y una razón para la esperanza es capaz de dar una explicación total y exhaustiva del sentido del mundo y del sentido de la existencia humana.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Concierto de villancicos populares

Domingo, 15 de diciembre | 12,30 horas 
Salón de actos | Fundación Miguel Castillejo

El próximo domingo 15 de diciembre a las 12,30 horas tendrá lugar en la sede de la Fundación Miguel Castillejo el concierto navideño, en el que podrán escucharse villancicos populares interpretados por el Coro y Rondalla Azahara de Córdoba. El programa, detallado a continuación, incluye prácticamente la totalidad de los villancicos de Ramón Medina, así como otros del repertorio popular.

Programa:

- La perla mejor. Ramón Medina.
- Nació en nuestra ciudad. Pepe Castilla.
- La cuesta del reventón. Ramón Medina.
- Ni ventana ni balcón. Ramón Medina.
- Alacena de las monjas. Carlos Cano. Solista: Manuel Álvarez.
- Echa vino manijero. Ramón Medina.
- Campanas de la Mezquita. Ramón Medina.
- El pequeño tamborilero. Popular.
- Lunita clara de los plateros. Ramón Medina. Solista: Luisa Sánchez.
- Nochebuena cordobesa. Ramón Medina.
- Abre ventero la puerta. Ramón Medina.
- Noche de paz. Mohr / Gruber. 

Adaptación y arreglos: Pedro Peralbo
Bandurria concertino: Rafael Bello
Director: Pedro Peralbo.

Entrada libre hasta completar aforo.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Segundo Domingo de Adviento

Is 11,1-10: Brotará un renuevo del tronco de Jesé. Sobre él se posará el espíritu del Señor.
Rom 15,4-9: Cristo os escogió para gloria de Dios.
Mt 3,1-12: El que viene detrás de mí os bautizará con Espíritu Santo y fuego.

Celebramos hoy la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, dogma de fe que reconoce que la Virgen, desde ese primer instante de su concepción, fue adornada con la plenitud de la gracia divina, y, en consecuencia, estuvo libre de todo pecado.

la doctrina de la Inmaculada Concepción fue formulada en pleno siglo IX por Pascasio Radberto, monje de la abadía de Corbie. Adoptada en 1140 por los canónigos de Lyon, luego por Duns Escoto y por los franciscanos; proclamada explícitamente por el Concilio de Basilea (1430-1443), se difundió por todas partes. En 1708 Clemente XI extendió a toda la Iglesia la fiesta de la Inmaculada. El 2 de febrero de 1849, en la fiesta mariana de la Purificación, Pío IX dirigió a todos los obispos del mundo la encíclica Ubi primun, en la que les pedía que diesen su parecer y reuniesen las tradiciones y los votos concernientes a la creencia en la Inmaculada Concepción de María. Habiendo recibido casi todas las respuestas afirmativas, el Santo Padre resolvió no diferir por más tiempo la definición. El 8 de diciembre de 1854 Pío IX, mediante la bula Ineffabilis, pronunció, <<para honra de la Santísima Trinidad, ornato y gloria de la Santísima Virgen, Madre de Dios, exaltación de la fe católica y dilatación de la fe cristiana>>, la definición solemne de la Inmaculada Concepción: <<La bienaventurada Virgen María fue preservada de toda mancha de pecado original desde el primer instante de su concepción>>.

La historia de los hombres, nuestra historia, está trenzada por las desilusiones y los fracasos, junto con las esperanzas que brotan de la confianza en la fidelidad de Dios a su promesa de salvación. La salvación de Dios, y no el pecado, está en la raíz misma de nuestra existencia. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Éste es el mensaje del relato del Génesis que acabamos de proclamar. Y en este plan de salvación, la Virgen María tiene un papel fundamental: ser la Madre del Redentor y Salvador, Jesucristo, nuestro Señor.

Será el linaje de la mujer, es decir, el Hijo de María, quien aplaste la cabeza de la serpiente, venciendo así definitivamente tanto al pecado como a la muerte. De este modo, por obra y gracia de Dios, María es corredentora, cooperadora de la salvación que realiza el Hijo.

Esta síntesis que hemos esbozado no puede llevarnos a la conclusión de que a María todo le vino dado. Es verdad que la gracia es un don gratuito que Dios nos concede, pero no es menos verdad que esta oferta divina requiere una pronta respuesta humana. Es lo que nos describe maravillosamente el pasaje de la anunciación que contiene en una apretada sinopsis el núcleo central de la historia de la salvación: la Encarnación redentora y la invitación por parte de Dios a María y a cooperar en esa obra.

Las primeras palabras que Dios dirige a María son una invitación al gozo y a la alegría, porque Dios va a actuar definitivamente a favor de su pueblo: <<Alégrate, llena de gracia>>. Un gozo y una alegría que tienen en Dios su principio y su fin. De este modo se confirma que toda vocación es una llamada a la alegría del Reino.

Lo que cuenta en el relato de la Anunciación es ante todo la acción real de Dios que se dirige a la libertad de la persona invitándola a servir a la Redención. Lo que Dios pide a María es un paso a lo impenetrable, al misterio mismo de Dios; de ahí que la invitación de Dios suponga para la Virgen un paso de pura fe, traducida en un convencimiento personal-existencial de que Dios actúa aquí y ahora, a la vez que en una total disponibilidad para colaborar en el plan de la salvación que desde siempre Dios proyecta en la historia. La Virgen María pronuncia su Fiat, desde la dimensión de la fe asumida y vivida con libertad. Es, en consecuencia, una respuesta madura que nace de una fe madura.

El encuentro entre Dios y el hombre presuponen tanto la libertad divina como la humana. Es un encuentro donde la gracia no anula la libertad de la persona, porque en tal caso estaría anulando la capacidad de la respuesta. La gracia divina invita, susurra, sugiere, penetra en el corazón del hombre, pero respetando totalmente su libertad. Por ello, la respuesta a esa invitación sólo puede ser un acto de entera libertad que brota de un acto de pura fe, hecha sentido y vocación de vida. La vocación exige un compromiso y una actuación inmediata. La llamada de Dios es incondicional e irrevocable. Nada ni nadie debe interponerse entre Dios y el llamado. María demuestra la inmediatez y la presteza de su respuesta. No busca seguridades humanas, porque se fía enteramente de Dios, cuya fidelidad dura por siempre.

La Virgen María con su aceptación y respuesta, su ser amada y su obediencia trasparente, se convierte en Madre de Dios entre los hombres. Ella es el lugar de la plenitud del Espíritu Santo. Dios hace germinar la vida en ella. Por eso con el nacimiento del <<Santo>> se ilumina todo el relato del anuncio a María. La santidad se establece en Dios, y la filiación divina de Jesús es en todo y por todo obra de Dios. El que va a nacer será totalmente santo.

Mis queridos hermanos y amigos, la fiesta de la Inmaculada nos sitúa a todos los creyentes en la estética de Dios. María ocupa un lugar central en la historia de la salvación. Es la mujer del Espíritu, la llena de gracia, regazo de amor que Dios se prepara para engendrar, alumbrar e irradiar su amor a todos los hombres.

En consecuencia, más que desde la óptica del pecado –concebida sin mancha-, que es siempre una visión negativa, el dogma de la Inmaculada hay que enfocarlo desde la perspectiva de la gracia, de la misericordia y del amor de Dios. Allí donde todo lo llena, lo penetra y o invade la gracia divina no hay lugar para el pecado.

Mis queridos amigos, a ejemplo de vuestra Madre, vivamos con plenitud y entrega nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor. Que sepamos ser receptivos a la gracia y al poder de Dios para luchar y así contra el mal que atenaza y ahoga nuestro corazón. Pongamos nuestras vidas en el corazón de nuestra Madre, para que ella, maestra de la entrega y del seguimiento de Cristo, nos enseñe a decir <<sí>> a Dios, y <<sí>> a los hombres, nuestros hermanos.