viernes, 23 de octubre de 2015

Trigésimo domingo del tiempo ordinario

Jer 31,7-9: El Señor ha salvado a su pueblo.
Heb 5,1-6: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Mc 10,46-52: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le dijo: Maestro, que pueda ver.

La página del Evangelio de San Marcos que acabamos de proclamar es, posiblemente, una de las más bellas de los Evangelios. En el relato de la curación del ciego Bartimeo, San Marcos nos describe los trazos esenciales que configuran la vida cristiana, con sus luces y sus sombras. Una vida que tiene como trasfondo último la fe, en cuanto opción existencial por la causa de Jesucristo.
Bartimeo es el símbolo vivo de la confianza en el poder de Dios. <<Sabe>> que sólo Dios puede sanarlo, por eso grita, suplica, pide. Este convencimiento interior de Bartimeo en el poder de la gracia de Dios es la savia de toda la vida de fe, porque ¿cómo pedirle a dios la salvación, si no se cree que Dios puede concederla? Posiblemente esta seguridad en Dios es el condimento que con mayor frecuencia falta en la salsa de nuestra vida cristiana.
El hombre de la ciencia y de la técnica, en clara actitud prometeica, cree que lo puede todo, por eso prescinde de Dios por inservible. Lo malo es que los cristianos también nos hemos plegado a estas consignas, confiando más en los adelantos tecnológicos que en la misma gracia de Dios. <<Creemos>> ciegamente en el <<poder>> casi omnímodo de la tecnología. Ya, se dice en ambientes fuertemente secularizados, ha pasado el tiempo de los milagros. No hay más milagros que los que el hombre resuelve con su ciencia. Así, Dios queda silenciado, ocultado en el rincón de los cacharros olvidados por inútiles. ¿Para qué recurrir y seguir confiando en Dios?
Esta breve reflexión refleja ni más ni menos la situación que hoy viven muchos cristianos. Lo son más de nombre que de hecho. Por ello, hay que hablar más de un cristianismo sociológico, que de un cristianismo auténtico, serio y comprometido. De nada sirve que nuestras iglesias se llenen todos los domingos, si en el fondo Dios sigue siendo el gran ausente de la vida de muchos cristianos que viven en una permanente ceguera espiritual, confiando más en el poder de los hombres que en el poder de la Dios.
Por esta razón, no es extraño encontrarnos con tantos y tantos cristianos que permanecen anclados –como le sucede al principio a Bartimeo- en la cuneta de la vida. Viven en una permanente contradicción. Dicen creer y no creen; dicen amar y sólo se buscan a sí mismos. Dios está más lejos de ellos que lo que ellos mismos piensan.
De nuevo, como hemos visto en otras ocasiones, la estructura interna de la fe tiene dos polos bien definidos. Es un diálogo de amor, y por tanto de fidelidad y confianza, entre Dios y el hombre. Si uno de los dos falta, no hay fe; hay sucedáneos de la fe. Si falta Dios, objeto troncal de la fe, entonces aparecen los ídolos de la modernidad –dinero, poder, sexo, milagros de la técnica, eficacia-, que convierten la fe cristiana en fe pagana. Si el hombre no se da cuenta de su ceguera o no quiere salir de ella, ¿cómo puede invocar a Dios en el que, en el fondo, no cree?
Buen ejemplo podemos tomar hoy de Bartimeo. Se da cuenta de que está ciego, y este <<darse cuenta>> le descubre la oscuridad, es decir, el sin sentido y el absurdo de toda vida que se plantea al margen de Dios. Bartimeo reconoce que sólo Dios es la razón última de toda existencia. Por esta razón grita, suplica el milagro: <<Hijo de David, ten compasión de mí>>. Y lo más importante es que es un grito dado a contracorriente, lo cual demuestra la hondura del convencimiento íntimo de su confianza en Dios.
Es la nota que nos falta a muchos cristianos de hoy, que nos avergonzamos de confesar nuestra fe en público por temor al ridículo, a las críticas, al <<qué dirán>>. En un mundo mecanizado y computerizado, ¿cómo expresar públicamente nuestra seguridad en la gracia de Dios? Confesémoslo: nos hace falta una buena dosis de coraje, de valentía –la parresía que estremeció de pies a cabeza a los apóstoles, por la que se lanzaron a predicar a Jesucristo muerto y resucitado-, para enfrentarnos al coro de los que –como a Bartimeo- nos mandan callar en nombre de la falsa verdad última y absoluta de la ciencia.
Cuando el hombre pide a Dios un milagro, nunca queda defraudado. Dios no se hace el sordo, como han proclamado y proclaman todos los profetas de la desesperanza. Lo que sí hay que tener claro es qué clase de milagro se le pide a Dios. En este sentido, es muy instructiva la actuación de Bartimeo. Va a lo esencial: <<Señor, que vea>>. No se entretiene en pedir, como nos sucede la mayor parte de las veces, cosas superfluas, accidentales. <<Ver>> es darnos cuenta, percibir el valor, ir a lo esencial. Como decía el Principito, <<lo más importante no se ve con los ojos del cuerpo, sino que se percibe con el corazón>>.
<<Ver>> es saber que no hay, ni puede haber nada más grande que el amor de Dios. Por eso, una vez descubierto esto, la consecuencia lógica es venderlo todo –como le hombre de la parábola del tesoro y la perla fina- y de quedarse sólo con Dios. Un aldabonazo en nuestra conciencia de creyentes, servidora de tantos ídolos y esclava de tantos amos, que nos impiden ver la luz y captar el valor insondable de lo verdaderamente importante: que <<sólo Dios basta>>, como decía Santa Teresa de Jesús.
En esta opción del hombre por Dios, Dios también apuesta por el hombre, <<cree>> en el hombre. Éste es el milagro que no vemos, pero que se realiza día a día .Por eso, mis queridos hermanos, el mejor regalo que la Iglesia puede ofrecer al hombre de hoy es el de transmitirle fielmente el <<acto de fe>> que Dios hace en él. Será como colocare en la entraña misma de su alma una fuerza que le empuje a una vida diferente y más exaltante que la que le ofrecen los conformismos de moda. Descubriendo el propio valor, el hombre descubrirá también la propia responsabilidad y la necesaria solidaridad con todos aquellos que son objeto de la misma de fe Dios que él. Será como colocarle en la entraña misma de su alma una fuerza que le empuje a una vida diferente y más exaltante que la que ofrecen los conformismos de moda. Descubriendo el propio valor, el hombre descubrirá también la propia responsabilidad y la necesaria solidaridad con todos aquellos que son objeto de la misma fe de Dios que él. La profundidad, la extensión y la anchura de cada existencia individual se revelarán juntas y la visión del mundo que resultará será más objetiva y prometedora que la propuesta por convencionalismos y usos de origen incierto y doctrinas de gentes consideradas doctas que, en el fondo, creen menos en el hombre de cuanto a veces proclaman.

Presentación del libro de Gabriel Muñoz Cascos

Fundación Miguel Castillejo | Salón de actos
Martes 27 de octubre | 20 horas


El próximo martes día 27 de octubre tendrá lugar en el salón de actos de la Fundación Miguel Castillejo la presentación del libro de Gabriel Muñoz Cascos "Palabras, frases, siglas y nombres propios con antifaz". 

Presencia Cristiana premia la labor del centro «María Rivier»


El Centro de Promoción, Formación e Integración de la mujer inmigrante «María Rivier» ha sido este año el ganador del Premio «Luz de Córdoba» que otorga la Asociación Presencia Cristiana con el que se reconoce públicamente la trayectoria de aquellas personas u organizaciones que han destacado en la sociedad, en la cultura y en la política «confesando y proclamando, de manera continuada, los ideales y valores del humanismo cristiano», tal y como recogen las bases de este galardón. 

La entrega del premio, que se concedió por unanimidad del jurado, busca «poner a la luz la labor humilde, silenciosa y continuada en el ámbito social formativo del Centro María Rivier, labor que favorece la inserción de los inmigrantes en nuestra sociedad, en un momento en que la inmigración es un fenómeno que genera una problemática urgente de abordar en Europa», según detalla Presencia Cristiana. El centro funciona desde febrero de 2003, gracias a la colaboración de la fundación Miguel Castillejo, que financia no sólo el alquiler del local, sino también el mantenimiento del mismo y los gastos imprescindibles de los Cursos y Talleres que se realizan a lo largo del año. El Centro, con la ayuda de nuestra Fundación trabaja para el fomento de la formación, el empleo y la orientación y la igualdad en el trabajo de la mujer inmigrante en nuestra sociedad. 

El galardón fue entregado a los responsables del centro en una cena homenaje realizada ayer en el Real Círculo de la Amistad.

viernes, 16 de octubre de 2015

El centro María Rivier recibe el premio Luz de Córdoba

Hoy, a las 21:30 horas, en la sala Julio Romero de Torres del Círculo de la Amistad, se hará entrega del premio "Luz de Córdoba", concedido por Presencia Cristiana, al centro María Rivier, cuya actividad es patrocinada por la Fundación Miguel Castillejo.

Con dicho reconocimiento se pone de relieve la labor humilde, silenciosa y continuada en el ámbito social formativo del Centro de Formación e Integración de la Mujer Inmigrante "María Rivier", labor que favorece la inserción de los inmigrantes en la sociedad, en un momento en que la inmigración es un fenómeno que genera una problemática urgente de abordar en Europa.

Apertura de curso 2015-2016 en el centro María Rivier


Ya ha tenido lugar la apertura de curso en el Centro de Promoción, Formación e Integración de la mujer inmigrante - María Rivier.

El centro funciona desde febrero de 2003, gracias a la colaboración de don Miguel Castillejo, entonces presidente de Cajasur y en la actualidad presidente de la Fundación que lleva su nombre.
La fundación Miguel Castillejo financia no sólo el alquiler del local, a partir del 2009 hasta la actualidad, del Centro de Promoción, Formación e Integración de la Mujer Inmigrante María Rivier, sino también el mantenimiento del mismo y los gastos imprescindibles de los Cursos y Talleres que se realizan a lo largo del año.


El centro cuenta con una excelente ubicación, en Ciudad Jardín, zona donde viven gran parte de los inmigrantes de la ciudad. Y por la proximidad a la ONG Córdoba Acoge.


El proyecto de Promoción, Formación e Integración de la Mujer Inmigrante Maria Rivier es realizado por las hermanas de La Presentación de María a lo largo del año a través de informaciones, talleres, cursos, clases, conferencias, encuentros, reuniones, etc cumpliendo con su primer objetivo de Fomento del Empleo y la Formación, Orientación e Igualdad en el trabajo de la Mujer Inmigrante. Estando abiertas también a ayudar tanto al hombre inmigrante como a los españoles que lo necesiten.
Se estima que su actividad formativa y de apoyo humano tiene incidencia actual sobre más de 1.000 personas, tanto de forma directa como indirecta.


El Centro, con la ayuda de nuestra Fundación trabaja para el fomento de la formación, el empleo y la orientación y la igualdad en el trabajo de la mujer inmigrante en nuestra sociedad. Para ello dispone de un profesorado en torno a los 40 docentes entre los que se cuentan doctores en medicina, personal de asistencia técnica sanitaria, profesorado de escuelas infantiles y universitario, psicólogos, terapeutas ocupacionales y otros voluntarios de Córdoba capital y de Peñarroya-Pueblonuevo.
A lo largo de este curso se impartirán las siguientes especialidades: Auxiliar de Geriatría, Auxiliar de Educación Infantil; curso de Cocina Mediterránea, de Cultura General, de Español y de Francés; de los cuales ya han dado comienzo las clases de Auxiliar de Geriatría.

Vigésimo noveno domingo del tiempo ordinario

Is 53,10-11: Mi siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos.
Heb 4,14-16: Acerquémonos con seguridad al trono de la gracia.
Mc 10,35-45: El Hijo del hombre ha venido para servir y dar su vida en rescate por todos.

Los tiempos que corren no son precisamente muy dados a resaltar los valores del sacrificio, de la solidaridad, de la entrega a los demás. El hombre, enclaustrado en el mundo de sí mismo, va cerrando paulatinamente las puertas de su corazón al mundo del os otros. <<Que cada cual –se dice a sí mismo- arregle sus problemas; bastante tengo yo con ir solucionando día a día mi vida>>. Este hombre ha aprendido muy bien con la filosofía hedonista que proclama que preocuparse de los demás es perder el tiempo. No sirve para nada. Como mucho, sirve para proporcionar más <<mareos de cabeza>>, más problemas añadidos. Este hombre, imbuido hasta la médula de la mentalidad práctica, individualista y egoísta de todo materialismo, ha puesto su corazón en el tesoro del tener, del poseer, que alientan directamente la comodidad, el individualismo, el egoísmo, la insolidaridad. No es extraño que haya caído en desuso el dicho: <<Haz el bien y no mires a quién>>.
Este hombre <<unidimensional>>, según el filósofo Herbert Marcuse, es el que, en cierto modo, están reclamando para sí los doce apóstoles en el Evangelio de hoy. La petición que le hacen a Jesucristo los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan, no entiende de entregas, de amor, de dar la vida por los demás. Entiende, más bien, de poder, de fama, de tener. Le piden a Jesús, nada más y nada menos que <<sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda>>. Es decir, algo así como ser los primeros ministros en el Reino de Jesús. Es un deseo que también se oculta en lo más profundo del corazón de los restantes diez apóstoles. La indignación que les provoca tal petición no obedece a una desaprobación de tan infortunada demanda, sino a la rabia que les produce que Santiago y Juan se les hayan adelantado. Es una guerra por ver quién consigue primero los –digámoslo así- <<favores>> del Señor. La respuesta de Jesucristo es tajante y clara: <<No sabéis lo que pedís; ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?>>.
En otros términos, seguir a Jesús implica, cruz, entrega, renuncia, amor hasta el límite. Mal puede uno decir que es cristiano –esto es, seguidor de Jesucristo- y pasar de largo de las situaciones injustas que nuestro mundo genera; de los problemas que lo embargan: pobreza, paro, conflictos sociales, marginación, drogas. Como cristianos hemos de tener claro que los problemas de los demás son también los nuestros. Nuestra misión no es la de ausentarnos del mundo y mirar exclusivamente por nosotros mismos, sino la de redimir al mundo.
Cuando leo este Evangelio, siempre me viene a la memoria la vida de los santos –también cada uno de nosotros estamos llamados a la santidad-, porque todo santo es un grito de Dios en las entrañas de la humanidad, una llamada de atención a nuestra conciencia cristiana dormida, relajada, acrítica, sin sal. Uno de los santos que más me ha impresionado ha sido San Maximiliano Kolbe, aquel franciscano polaco, que en el campo de exterminio de los nazis alemanes, en Auschwitz, cuando iban a ejecutar una venganza entre los prisioneros por la fuga de uno de ellos, se ofreció a morir en lugar del reo, un padre de familia, a quien le había tocado <<en suerte>> tener que morir. Kolbe inmoló su vida por la vida de otro, cumpliendo así la máxima que Jesús nos pide hoy en el Evangelio a todos los que somos sus seguidores: dar la vida por los demás. Es la grandeza y gratuidad del amor sin límites, porque el amor –como bien dijo E. Fromm- <<sólo se tiene, cuando se da>>.
Pero la vida se puede dar de muchas maneras, y no sólo físicamente. Dar la vida fue lo que hizo, por ejemplo, la madre Teresa de Calcuta, para quien no había mayores riquezas que compartir su amor con los más pobres de entre los pobres de la tierra. Ella, como tantos misioneros y misioneras, desgastó su vida, la <<quemó>> entre sus hermanos marginados e ignorados. Dar la vida es lo que hacen tantos cristianos de hoy que consideran suyos los problemas de los demás. Me refiero, entre otros, a las hermanitas de los ancianos desamparados, que con tanto cariño y entrega derraman amor en un mundo de soledades y abandonos; a quienes convierten los tonos grises y oscuros del dolor de los hospitales en ratos llenos de consuelo y esperanza; a los que trabajan en Cáritas, en organizaciones parroquiales, en programas como el proyecto Hombre para reconducir el mundo de la drogadicción, en algún tipo de voluntariado misionero y pastoral en el sector de la educación, de la enseñanza cristiana, de la medicina…
Me refiero, también a todos los que le imprimen a su trabajo de cada día el dinamismo cristiano, intentando ser fermento en medio de la masa, es decir, dando testimonio de Jesucristo, asumiendo, viviendo y actuando desde los parámetros de los criterios y valores evangélicos, nunca desde las proclamas facilonas del materialismo y hedonismo.
Una Iglesia que no se preocupa de los problemas de los hombres; que no está al lado de los débiles, sino de los poderosos; que no profetiza contra los pecados que azotan, sobre todo, a las sociedades desarrolladas –afán de lucro desmedido, corrupción, abuso de poder, explotación, aborto, eutanasia-; que no es misionera, no es evidentemente, la Iglesia de Jesucristo. Igualmente, una Iglesia de los que no se aman tampoco es la Iglesia de Jesucristo. Una Iglesia –y un cristiano- sin amor sería simplemente la gran apostasía, la gran mentira, la gran farsa.
Ser testigos en la sociedad de hoy supone desde luego nadar contra corriente; afrontar los retos de una posmodernidad que vive al día y se ha encaramado en los valores de un materialismo devorador. Hoy, como en otras épocas, se nos pide el testimonio y la entrega de nuestra vida: saber vendar las heridas y acoger y alentar a tantas gentes que han olvidado conjugar el verbo amar.

Semana Cultural en honor a San Rafael

Semana del lunes 19 al jueves 23 de octubre de 2015

Durante la próxima semana tendrán lugar en la Fundación Miguel Castillejo, como viene siendo tradición, los actos en celebración de la Semana cultural en honor a San Rafael.



El programa semanal ofrece:


jueves, 15 de octubre de 2015

Jornada Académica San Rafael y el patronazgo de Santos Mártires en Andalucía: Historia, arte y espiritualidad

Sábado 17 de octubre de 2015 
Salón de actos de la Fundación


El próximo sábado 17 de octubre tendrá lugar en el salón de actos de la Fundación Miguel Castillejo la Jornada Académica "San Rafael y el patronazgo de Santos Mártires en Andalucía: Historia, Arte y Espiritualidad". En dicho acto, organizado por la Ilustre Hermandad del Arcángel San Rafael, Custodio de Córdoba, colaboran nuestra Fundación, la Ilustre Sociedad Andaluza de Estudios Histórico-Jurídicos y la Diputación de Córdoba.
Contará con el siguiente programa:


viernes, 9 de octubre de 2015

Vigésimo octavo domingo del tiempo ordinario

Sab 7,7-11: En comparación con la sabiduría, tuve en nada las riquezas.
Heb 4,12-13: La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo.
Mc 10,17-30: Vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres y sígueme.

Siempre me ha impresionado esta página del Evangelio de San Marcos, en la que Jesucristo, una vez más, nos urge a la radicalidad en el seguimiento; es decir nos apremia a ser cristianos coherentes y, en consecuencia, a vivir con dignidad y honradez nuestra fe, testimoniándola con nuestras buenas obras. Por tanto, no es una página que hable únicamente del seguimiento de Jesús en un sentido estricto, es decir, de la vocación sacerdotal o religiosa. El seguimiento que aquí se propone es general. Afecta a todos los cristianos, porque todos estamos llamados a la santidad, cada cual desempeñando la misión y el puesto que el Señor le haya designado.
Tradicionalmente se hacía una distinción casi abismal entre clérigos y laicos. Aquéllos tenían la obligación de ser santos; éstos no. Aquéllos tenían que llevar una vida exigente y dura, en sintonía con el Evangelio; los laicos, en cambio, podían compatibilizar sus exigencias cristianas con los deberes y los placeres seculares. En el fondo, esta mentalidad encerraba un arraigado clasismo eclesial, propiciado, en buena medida, por dos factores: un acentuado clericalismo, que libraba a los laicos de las responsabilidades eclesiales, incluidas las de testimoniar la fe, y una pasividad laical que no se interesaba por definir su identidad cristiana. Por eso, era frecuente oír de labios de laicos frases como ésta: <<Padre, rece por mí y por mi familia, porque usted está más cerca de Dios que yo>>. En síntesis, había cristianos de primera, de segunda y hasta de tercera clase.
El Concilio Vaticano II dio carpetazo a esta discriminación sin fundamentos. Como bien dice en su Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, todos los bautizados formamos un solo pueblo: el Pueblo de Dios. Todos tenemos nuestras responsabilidades, nuestros deberes y derechos, cada cual los suyos, pero nadie es más que nadie, ni se le exige más que a nadie.
El sacramento del bautismo nos consagra a todos como cristianos de pleno derecho y, por tanto, todos tenemos unas exigencias y unos compromisos comunes: ser testigos fieles de la muerte y resurrección de Jesucristo. Diferente es el modo, la forma de realizar dichas exigencias. En otras palabras, sólo existe una vocación: la de ser hijos de Dios, que se plasma en las <<vocaciones de vida>> cristiana: el sacerdocio, la vida religiosa, el laicado. Ni el sacerdote, por el hecho de ser sacerdote, tiene que dar más testimonio de vida que el laico, ni éste, por el hecho de desarrollar su vida en la secularidad del mundo, está exento de ser apóstol vivo de su fe. El sacerdote como sacerdote y el laico como laico han recibido el mandato de Jesucristo de ser sus testigos.
Pero en el Evangelio que hoy hemos proclamado hay también otro mensaje, que es una extensión del anterior. Un mensaje que tiene que ver mucho con nuestra vida cristiana. El joven rico se acerca a Jesús con una intención bien clara: autojustificarse y autojustificar su vida. La pregunta que realiza al Señor: <<¿Qué haré para heredar la vida eterna?>>, no es una pregunta abierta y sincera, que busca por todos los medios encontrar la verdad. El joven rico sabía ya de antemano lo que tenía que hacer. Todo buen judío tenía presente en su corazón y en su vida la ley mosaica: <<No matarás, no cometerás adultero, no robarás, no darás falso -testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre>> (Dt 5,17-21). La pregunta es capciosa: quiere que Jesús le confirme que es bueno por cumplir a rajatabla la ley y, por tanto, que tiene derecho a la vida eterna. Por eso, cuando Jesús le recuerda la ley, el joven rico responde: <<Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño>>.
Es el eterno pecado del fariseísmo de siempre, del que no somos ajenos los cristianos. También a nosotros nos asalta la tentación de la autojustificación de la vida. Nos creemos buenos cristianos y amados de Dios porque cumplimos con todos los mandamientos de la ley de Dios y de la Iglesia. Creemos que somos verdaderos cristianos por el sólo hecho de ir a misa todos los domingos. Pensamos que tenemos ganada la vida eterna por vivir un cristianismo cargado de buenas intenciones. Pero esto, como le sucede al joven rico del Evangelio de hoy, es radicalmente insuficiente. Es sólo el primer paso. La vida cristiana es un constante ir subiendo peldaños, cada vez más exigentes, con mayor renuncia y entrega. Jesucristo mira al joven rico y le dice: <<Una cosa te falta: vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres y luego sígueme>>. En otras palabras, mientras Dios no sea el absoluto de nuestra vida, nuestro corazón tendrá un ojo puesto en Dios y otro en los afanes, riquezas y honores de la vida.
La vida cristiana, que esencialmente es comprometerse con la causa de Jesús y el Evangelio, es un camino que implica una opción seria, decidida, permanente. Es una opción en la que tenemos que decidir si amamos a Dios o al dinero; si queremos vivir como cristianos comprometidos o cristianos sin color ni sabor. O ser o tener. No caben soluciones intermedias, a las que, por otra parte, estamos muy acostumbrados los humanos. Quizás la peor de todas las posturas es no darse por enterados: vivimos tranquilos con lo que somos y hacemos, sin cuestionarnos ni dejarnos interpelar por la Palabra de Dios. Por eso, no tenemos escrúpulo alguno en casar a Dios con nuestros dioses particulares: las cosas, el dinero, los cargos, el hedonismo, la insensibilidad ante los problemas sociales y mundiales que nos acucian, una vida cómoda, anclada en el más sórdido materialismo. Cuando, como al joven rico de hoy, la Palabra de Dios nos pone contra la espada y la pared, entonces quedan al descubierto nuestras verdaderas intenciones y no tenemos más remedio que decidirnos. <<Dios –como bien decía Hans Küng- no es ese vejete bondadoso de barbas blancas, que no compromete, ni exige nada>>.
Y una última lección: las cosas no salvan. El hombre no puede salvar al hombre. Sólo Dios puede salvarnos. Las cosas no llenan ni dan el sentido del a vida; sólo Dios es sentido último y respuesta. Quien, como el joven rico, cree que su <<dinero>> puede salvarlo se equivoca; <<le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios>>. El peligro de las riquezas es que atraen en demasía y nos esclavizan férreamente, hasta el punto de dar la vida por ellas, como si de un dios se tratase. El dinero, las cosas, los bienes materiales en general, son buenos como medios, nunca como fin en sí mismo. Medios para hacer el bien, para elevar la dignidad de las personas que viven en los umbrales últimos de la pobreza, en la más solemne miseria, que pasan hambre, que son explotados y humillados. Si nuestra vida no es una vida <<para>> los demás, entonces la hemos malogrado: <<El que quiera salvar su vida, la perderá; el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la encontrará>> (Lc 9,24).
Jesucristo nos invita a que lo sigamos. Nos pide que demos y que nos demos; que seamos desprendidos y generosos; que nos entreguemos a los demás, siempre y en todo momento, porque no hay vacaciones de ser cristiano. Ésta es una llamada que todos recibimos y, por tanto, que todos debemos secundar.

martes, 6 de octubre de 2015

Concierto Día de la Hispanidad 2015: Los Medicinantes

Fundación Miguel Castillejo | Jardín de la Fundación 
Viernes 9 de octubre | 20,30 horas


El próximo viernes 9 de octubre tendrá lugar en jardín de la Fundación Miguel Castillejo nuestro tradicional Concierto del Día de la Hispanidad, en el que ofreceremos música hispanoamericana de la mano del grupo melódico cordobés Los Medicinantes, con un variado programa de escogidos temas musicales.