viernes, 25 de noviembre de 2016

Primer domingo de Adviento

Is 2,1-5: El Señor reúne a todos los pueblos en la paz eterna del Reino de Dios.
Rom 13,11-14: Nuestra salvación está cerca.
Mt 24,37-44: Estad preparados para la venida del Señor.

Comenzamos hoy el sagrado tiempo de Adviento, pórtico de entrada del año litúrgico y, a la vez, preparación para el nacimiento de nuestro divino redentor. Estos dos motivos nos dan las coordenadas que definen a las claras este tiempo de gracia y de misericordia: la esperanza, la oración y la penitencia; tres coordenadas que ponen de manifiesto la profunda inquietud que en forma de pregunta nos hacemos todos los seres humanos, creyentes o no: ¿cuál será nuestro futuro y destino último?
La respuesta a esta pregunta está en Cristo. Él es la clave del sentido de la vida. No podemos dejar escapar la oportunidad de recibirlo en nuestro corazón, es decir, de comprometernos con Él y con su causa. De ahí la necesidad de estar siempre preparados para acoger la salvación que Dios generosamente nos ofrece. Es el lema de las lecturas de este primer domingo de Adviento. Por ello, con la sabiduría que brota de la fe, el apóstol San Pablo insiste una y otra vez: <<Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de espabilarse, porque ahora nuestra salvación está más cerca>>. El propio Evangelio también nos señala esa actitud de espera con la que hemos de vivir la vida, apostando fuertemente por la coherencia y transparencia en nuestro ser y en nuestro quehacer.
Uno de los grandes pensadores de este siglo que ha tenido la Iglesia, el padre jesuita Teilhard de Chardin, se preguntaba y comentaba acerca del sentido de la espera y de la esperanza en la vida del cristiano: ¿Cómo esperamos al Señor los cristianos? ¿Cómo esperamos la venida de Dios? La respuesta a estas preguntas aglutina tres tipos de creyentes distintos: el de aquellos que esperan pacientemente, pero sólo pacientemente, que Cristo vuelva y venga. Son los cristianos pietistas, solipsistas e individualistas que se aíslan en el contexto social interior, creyendo ingenuamente que el reino de los cielos se gana con la sola relación personal con el Señor, sin tener en cuenta la relación con los hombres, sus hermanos. Miran tanto al cielo esperando que venga el Señor, que se olvidan de la tierra, donde Dios ya se ha encarnado y vive en el corazón de todos y cada uno de los hombres. Es, en suma, la tentación del angelismo.
Otra segunda tipología –nos comenta Teilhard- es la de aquellos cristianos que lo único que pretenden es <<construir esta tierra>>. Ciertamente, es éste un programa maravilloso, porque en la tierra tenemos que operar y hacer crecer el Reino de dios, pero desde la dimensión de la fe, es un insuficiente a todas luces porque no supera la inmanencia. Son los cristianos instalados en la paradoja de creer en Dios sin Dios. Miran tanto a la tierra que han perdido de vista la perspectiva del cielo. Por ello, sus programas de justicia social y de acciones directas a favor de los más necesitados como expresión del Evangelio, no llenan en su plenitud la espera y la esperanza que un cristiano ha de tener porque le falta el elemento trascendente de la vida de fe. Estos cristianos –nos dice el padre Teilhard- son, en el fondo, contestatarios de la Palabra de Dios, sobre todo cuando ésta se revela a través del magisterio del Papa o de los obispos.
La tercera y última tipología la componen todos aquellos cristianos que quieren apresurar la venida de Cristo realizando el bien aquí en la tierra. Esta postura es una síntesis bien armonizada de las dos anteriores, deja a un lado los excesos asumiendo lo positivo. Hay que esperar al Señor pero no pasivamente, no con inercia, no con los brazos cruzados, no sólo rezando o sólo de rodillas, sino también, y a la vez, proclamando el Evangelio con la palabra y con los hechos, de modo que seamos como la levadura, que, lenta pero eficazmente, hace crecer la masa, que es el mundo. Es la tarea de la evangelización, a la que por vocación estamos convocados en el nombre del Señor. Sólo así, y nada más que así, encontramos y alcanzamos el único camino de salvar al mundo, transformándolo –como bien decía Pío XII- de salvaje en humano, y de humano en divino; un camino que requiere de la constancia de cada día y en el que no caben hiatos y rupturas en nuestra vida espiritual, porque de lo contrario tendemos a los extremos: o el angelismo, o el materialismo.
Mis queridos amigos: os invito a que todo este tiempo de Adviento sea un aldabonazo en nuestra vida cristiana, en nuestra vida personal de relación con Dios y con el mundo, para que convirtamos la espera en esperanza gozosa y alegre, porque la salvación de Dios no defrauda, sino que llena de plenitud y de sentido la vida toda. Abramos las puertas de par en par a Cristo que viene y llama diariamente a nuestro corazón, como bien dijo el Papa Juan Pablo II: abrámosle la puerta y dejemos que su claridad inunde de su paz toda nuestra vida.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Presentación "Reflejos de mi niñez", de José Gil

Fundación Miguel Castillejo | Salón de actos
Viernes 25 de noviembre | 20,30 horas


El próximo viernes 25 de noviembre tendrá lugar en la Fundación Miguel Castillejo la presentación del libro "Reflejos de mi niñez" de José Gil Torres. La presentación correrá a cargo de Antonio López Cubero.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Sesión necrológica de la Real Academia de Córdoba en honor de Monseñor Miguel Castillejo

Real Academia de Córdoba | Salón de columnas del edificio "Pedro López de Alba"
Jueves 24 de noviembre | 20,00 horas


El próximo jueves 24 de noviembre tendrá lugar en la sede de la Real Academia de Córdoba una sesión necrológica en honor a Mons. D. Miguel Castillejo Gorraiz. En dicha sesión intervendrán los académicos numerarios Manuel Gahete Jurado, Joaquín Mellado Rodríguez, Ángel Aroca Lara y Joaquín Criado Costa. Tras las palabras de agradecimiento en nombre de la familia, cerrará el acto el director de la Real Academia, José Cosano Moyano.




El acto se celebra en el salón de columnas del edificio "Pedro López de Alba" c/Alfonso XIII, 13 (Antiguo Rectorado) en sesión pública, por lo que invitamos expresamente a asistir a cuantas personas lo deseen.

jueves, 17 de noviembre de 2016

Último domingo de tiempo ordinario

Texto evangélico:
2 Sam 5,1-3: Tú serás el pastor de mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel.
Col 1,12-20: Dios Padre nos ha trasladado al reino de su Hijo querido.
Lc 23,35-43: Éste es el rey de los judíos.

Hemos llegado al último domingo del año litúrgico de la Iglesia que siempre se adelanta unas semanas al final del año civil. Y lo hacemos celebrando la festividad de Jesucristo, Rey del universo. Conviene que precisemos y aclaremos bien el sentido de esta fiesta, comenzando por lo más evidente y superficial para adentrarnos en lo más sustancioso.
El Reino de Jesucristo no se refiere, evidentemente, a ningún tipo de reinado material, intramundano e intrahistórico. Por eso, cuando Pilato le pregunta a Jesús en términos políticos si es el rey de los judíos, la respuesta es clara: <<Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia personal habría luchado para impedir que me entregaran en manos de las autoridades judías>> (Jn 18,36). Esto no está significando que Jesucristo se desentienda de las realidades humanas. Todo lo contrario. Jesús permanece entre nosotros, en el corazón del mundo y de la historia, porque <<Él es el modelo y fin del universo>>, principio y fin, alfa y omega (cf. Col 1,13-20).
Pero tampoco está significando que el Reino de Jesucristo sea lisa y llanamente una oferta más de salvación política al estilo de las humanas. Ésta ha sido una de las grandes y graves equivocaciones de las teologías excesivamente encarnacionistas, tan atentas a los asuntos de la tierra que se olvidaron de los asuntos del cuelo, sin advertir que sólo Dios y nada más que Dios salva y que, en consecuencia, Dios no es equiparable al hombre, ni los asuntos de Dios son idénticos a los asuntos del hombre.
Estas teologías, imbuidas más de las ideologías y de los credos políticos de distintos signos que de la fe en Dios, convirtieron, tal vez sin advertirlo, la misma fe en Dios en una mera y escueta fe en el esfuerzo humano y, en consecuencia, la salvación de Dios en la salvación del hombre por el hombre. Al final el Reino de Dios, que es el de Jesucristo, queda reducido a mero reino del hombre. Por eso, estas teologías justifican el recurso de las armas como medio para implantar la justicia, aplicando así el principio maquiavélico de que <<el fin justifica los medios>>. Una opción diametralmente opuesta al modo de actuar de Jesús, quien desaprueba todo tipo de violencia, de extorsión, de opresión propias de las ambiciones políticas de este mundo, pero no de Dios (cf. Mc 10,42-45; Lc 9,511-56).
El Reino de Jesucristo es un Reino que, sin desentenderse de las realidades humanas, las trasciende y sobrepasa. Es la confirmación de a absoluta primacía de la verdad de Dios. Después de tantos miles de años de historia, los hombres aún seguimos anclados en la violencia como medio para resolver nuestros problemas. No hemos avanzado nada o casi nada. La propuesta del Reino de Dios es bien distinta: los caminos de la paz, la misericordia, la reconciliación, el perdón, el amor, como únicos caminos de salvación. Cristo nos invita a formar parte de su Reino de amor trabajando incansablemente, día a día, por implantar en el corazón del mundo el Reino de Dios y su justicia. El único medio para conseguirlo es vivir a fondo el espíritu de las bienaventuranzas, carta magna del Reino de Dios.
Las bienaventuranzas nos enseñan que el Reino de Dios es de los pobres, es decir, de los que ponen su corazón en Dios, el único absoluto, y no en las realidades humanas, todas ellas relativas. El pobre evangélico intenta transformar sus circunstancias <<desde dentro>>, pero con la luz que viene <<desde fuera>>. Es decir, con los medios humanos que tiene a su alcance, pero todo ello iluminado desde la perspectiva de la fe en Jesucristo, plenitud y sentido de todo cuanto existe. Las bienaventuranzas nos enseñan que el Reino de Dios es de los que optan por la mansedumbre y por la paz frente a los que se decantan por la tentación de la violencia como camino para solucionar los problemas. Posiblemente esta propuesta provoque cierta hilaridad en quienes piensan que esto no es más que una bella y hermosa utopía porque la realidad es bien distinta y distante: <<si quieres la paz, prepara la guerra>>. Pero los cristianos tenemos que ser fermento de un mundo nuevo y de una tierra nueva, y la única levadura que hace crecer la masa no es otra que la levadura de la paz y del amor.
La violencia engendra más violencia, más muerte, mayor destrucción. La violencia no construye, destruye. Sólo el amor es redentor y constructor. Más pudo Gandhi con su filosofía de la <<no-violencia>> que los ingleses con sus armas, Más pudo Jesús con su muerte en la cruz que los romanos con las <<cruces de la muerte>>. Más puede Dios con su sabiduría que el hombre con su fuerza.
Las bienaventuranzas nos enseñan, en fin, que el Reino de Dios es de quienes se mantienen fieles a dios y no sucumben a la fácil tentación de convertir lo divino en lo terreno, el Evangelio en un programa más de actuación política, el Reino de Dios en el reino del hombre. La fidelidad a Dios supone ser fieles a la verdad de Dios y no a la verdad del hombre y, por tanto, no venderse a nadie ni por un <<plato de lentejas>>, luchando siempre por la justicia y por la verdad.
La fiesta de Jesucristo Rey del universo es una celebración que se inscribe sólo en el ámbito de la fe y nada más que en él. Es nuestra fe la que nos lleva a afirmar que Cristo es Rey, es decir, que es el principio, el centro y el final de la historia humana, el alfa y la omega, la suprema revelación de Dios hacia el que caminan la historia de los hombres y el universo creado. Cristo, en cuanto Dios, recapitula toda la historia y el devenir del hombre y nos hace personas nuevas.
Mis queridos hermanos y amigos, ante nosotros se abre un camino de esplendor, el camino de la vida, de una existencia en la misericordia, de una realidad en la fraternidad, de una vivencia en la alegría. Éste es el camino capaz de engendrar esperanzas y de hacer posible que todas las cosas sean nuevas, hasta que todos cantemos: <<Grandes y admirables son tus obras, Señor Dios, soberano de todo; justo y verdadero tu proceder, rey de las naciones>> (Ap 15,3).

viernes, 11 de noviembre de 2016

Trigésimo tercer domingo del tiempo ordinario

Texto evangélico:
Mal 4,1-2: Os iluminará un sol de justicia.
2 Tes 3,7-12: El que no trabaja, que no coma.
Lc 21,5-19: Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

No es un secreto confesar que todos sentimos cierto respeto y temor ante el futuro y que por ello vivimos obsesionados por la seguridad del mañana. Gestionamos ahora todo tipo de seguridades –sobre todo la seguridad de la propia vida-, para tener cubiertas las espaldas ante cualquier evento. Con todo, el futuro nos asusta porque nadie es dueño ni de la historia, ni de los acontecimientos que la gestan y escriben. Este miedo al futuro puede llevarnos a vivir en una permanente desazón, a la desesperanza, a no esperar nada ni a creer en nadie. Es un miedo peligroso para la vida de la fe porque puede conducirnos a la desconfianza en la salvación de Dios.
 El Evangelio que hoy hemos proclamado es de una variada y profunda riqueza, que nos da, como se suele decir, <<una de cal y otra de arena>>: Jesús nos tranquiliza frente a los agoreros de siempre que anuncian cataclismos y desastres futuros porque Dios sabe bien lo que se hace; pero al mismo tiempo hemos de estar siempre preparados para sufrir todo tipo de persecuciones por defender la causa del Reino de Dios.
En los tiempos últimos que nos ha tocado en suerte vivir resurgen del nuevo los movimientos milenaristas de todo tipo, los aguafiestas que auguran un futuro negro, los impostores de la vida que siempre han visto en blanco y negro, nunca en color. Son mercachifles de baratijas que trafican con las dudas y los temores de las conciencias débiles. Unos anuncian el final del mundo, otras catástrofes y males sin cuento, otros nos ofrecen la salvación adecuada, especie de remedio milagroso para tales males. Las ofertas son en ocasiones sugestivas y sugerentes, sobre todo cuando juegan con psicologías débiles e inseguras. Los cristianos no estamos a salvo de tales envites. Por ello, Jesús, que conocía al milímetro el corazón y la mente humana, nos advierte de los falsos profetas de todos los tiempos: <<Cuidado con que nadie os engañe; no vayáis tras ellos>>. Hemos de tener los ojos bien abiertos para saber distinguir, juzgar y discriminar lo falso de lo auténtico, cosa nada fácil.
Uno de los profetismos más fascinantes –y al mismo tiempo más falaz- es el profetismo de la técnica, sobre todo porque ofrece al hombre de hoy la seguridad del mañana. Nuestra dependencia y confianza sin límites en la técnica es ciega pensando que no hay nada que no pueda solucionarnos. Pero claro está, la técnica no es dadora de sentido; la técnica, con mucho, nos salva materialmente pero no ontológica ni espiritualmente. Y si el hombre vive al margen de la dimensión del espíritu, ¿en qué se ha convertido? Esto es lo que hemos de tener claro para no dejarnos deslumbrar por los éxitos aparentes y ficticios que nos proporciona la tecnología más sofisticada. Bien lo expresó el Concilio Vaticano II: <<El progreso humano, que es un gran bien del hombre, lleva consigo una grave tentación, pues, una vez turbada la jerarquía de valores y mezclado el bien con el mal, los individuos y las colectividades consideran sólo sus propios intereses y no los ajenos. Con esto, el mundo deja de ser el espacio de una auténtica fraternidad, mientras el creciente poder del hombre amenaza, por otro lado, con destruir al mismo género humano. Toda la actividad del hombre, que por la soberbia y el desordenado amor propio se ve cada día en peligro, debe purificarse y encaminarse a la perfección por la cruz y la resurrección de Cristo>> (Gaudium et spes, 37).
En medio de tantas ofertas humanas los cristianos tenemos que distinguir siempre cuál es la oferta de Dios, que en realidad es la única que nos salva. Pero implica una total confianza en su voluntad, en sus designios. Con Dios no tenemos la seguridad humana que pueda dar la técnica, pero sí tenemos la seguridad de la fe, que llena de sentido toda nuestra existencia, que nos lanza a vivir en el riesgo y en las incertidumbres humanas, pero en la confianza y en la certeza de Dios: <<Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá>>. Por esta razón, el cristiano que <<vive de la fe>> (cf. Rom 3,21-30) vive y enfoca los acontecimientos de la vida con paz y serenidad de espíritu, seguro de Dios, y evita el <<pánico>> y el nerviosismo producto de las dudas, fracasos y desesperanzas humanas.
No sabemos ni el día ni la hora. No sabemos cómo se nos manifestará el Resucitado. No sabemos cómo llegaremos al Reino de Dios. No sabemos ni el cómo ni el cuándo de la horade Dios, pero sí sabemos que el futuro de Dios, que es el de todos los que creen y se fían de Él, es la salvación plena y total. Ante tal evento los cristianos tenemos una tera que cumplir, una misión que realizar en u mundo lleno de dificultades y habitado por <<mesías redentores>> por todo tipo: ser sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-149.
Es decir, nuestra misión como cristianos es llenar el mundo de Dios, contagiar a los hombres de nuestro tiempo con el sentido de la esperanza, de la serenidad y de la confianza en la salvación de Dios. Pero eso sí, en medio de persecuciones, asumiendo la cruz de cada día, carta de autenticidad de nuestro vivir y de nuestro obrar cristianos.
Jesús viene a los hombres y nos anuncia que el fin debe ser construido aquí y ahora, no de manera improvisada, porque el Reino de Dios comienza en el presente y está dentro de nosotros. <<Ya>> se ha producido la salvación de dios a los hombres y al mundo, pero <<aún no>> ha llegado a su plenitud. Nos compete como cristianos dinamizar el proceso de salvación y su liberación (cf. Tom 8,22-24). Lo que no podemos hacer es cruzarnos de brazos, fomentar la falsa actitud del pasivismo pensando que Dios nos resolverá todos los problemas. Ésta fue una de las tentaciones de las primeras comunidades cristianas. Por eso, como hoy hemos leído, San Pablo nos advierte: <<el que no trabaja, que no coma>>, porque muchos cristianos de su época se echaron en brazos de una total inactividad pensando que el <<día del Señor>> era inminente y, en consecuencia, ya no merecía la pena esforzarse por nada. Es la falsa seguridad de <<dejar todo en manos de Dios>>, tan corriente antes como ahora. Es la expresión más patente de un cristianismo desencarnado que mira tanto al cielo que se olvida de la tierra. El cristiano no puede renunciar a su condición humana is realmente quiere colaborar con Dios en la redención del mundo. Dicho en un refrán muy de nuestra cultura: el cristiano ha de estar <<a Dios rogando y con el mazo dando>>, ha de tener en una mano en Evangelio y en la otra el periódico, iluminar y colaborar en la salvación de los acontecimientos de cada día desde el amor, la fe y la esperanza en el Todopoderoso. <<Los cristianos, lejos de pensar que las conquistas logradas por el hombre se oponen al poder de Dios […] Están por el contrario, persuadidos de que las victorias del hombre son signos de la grandeza de Dios […].. El mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo ni los lleva a despreocuparse del bien ajeno, sino que, al contrario, les impone como deber el hacerlo>> (Gaudium et spes, 349).

viernes, 4 de noviembre de 2016

Trigésimo segundo domingo del tiempo ordinario

2 Mac 7,1-2.9-14: El rey del universo nos resucitará para una vida eterna.
2 Tes 2,15-3, 5: Que el Señor dirija vuestro corazón para que améis a Dios.
Lc 20,27-38: Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos.

Hacia el siglo V a.C., se escribió el Libro de Job, quien no fue tanto un personaje histórico cuanto una tipificación e idealización de la problemática que surge entre la fe y la razón cuando se quiere vivir la vida con coherencia de sentido.
El caso de Job es de todos bien conocido: un hombre muy rico que todo lo pierde en un abrir y cerrar de ojos. Pero como las calamidades nunca vienen solas, a la pérdida de los bienes materiales hay que añadirle el dolor y el daño físico y moral. Esta situación de oprobio y de <<problema total>> hace posible que se plantee y le plantee a Dios el sentido de la vida y de la muerte, hasta el punto de <<exigirle>> a Dios razones que expliquen el porqué y el para qué de la vida misma y de la muerte misma, es decir, razones que expliquen el sentido de todo. Así, Job es el símbolo de esa lucha interior que el hombre de todos los tiempos mantiene con Dios y consigo mismo. Sin embargo, a la envergadura del planteamiento, Job unía la solidez de su confianza en Dios, en quien siempre creyó y esperó.
Job no se conforma con el planteamiento tradicional de su época: que Dios premia a los buenos en esta vida y también castiga a los malos en esta vida. Esa ley no se ha cumplido en él, sino todo lo contrario. ¿Cómo explicar lo inexplicable? ¿Cómo puede ser que Dios castigue, aparentemente, a los buenos y premie, también aparentemente, a los malos? con Job, el hombre inicia la andadura del problema de la trascendencia que alcanza su explicitación en el libro de la Sabiduría y en el libro de los Macabeos. Precisamente, en éste último se nos narra hoy la escena de los siete hermanos Macabeos que mueren por defender su fe a manos del rey Antíoco IV Epifanes. El planteamiento de los siete hermanos es unánime: mueren a esta vida pero resucitan a la vida eterna. Saben que recibieron la vida de Dios y a Él se la van a entregar en la esperanza de la resurrección.
La tónica no es ya el dicho conformista de Job, <<El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor>> (1,21), sino el aserto gozoso: <<De Dios las recibí [las manos] y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios>>. Así, se consolida poco a poco la creencia que dos siglos antes de Jesucristo ya estaba extendida en el pueblo judío: que los muertos resucitan.
Éste es el telón de fondo que sirve de contexto a la escena del Evangelio de hoy. No obstante, no todos los judíos creían en la resurrección de los muertos. Entre ellos se encontraba el grupo de los saduceos, gente muy rica, muy selecta y muy adicta a la ocupación romana. Con ellos mantiene Jesús una fuerte diatriba. Los saduceos, desde su incredulidad en la resurrección de los muertos, intentan <<cazar>> a Jesús mediante una estratagema. En efecto, en le ljudaísmo existía la llamada ley del levirato, según la cual si un hombre se casaba con una mujer y el hombre moría sin dejar descendencia, el hermano siguiente mayor de edad y soltero tenía que casarse con la viuda para procurar tener descendencia con ella y así perpetuar la memoria de su hermano fallecido. Acogiéndose a esta ley, los saduceos le plantean a Jesús una situación pintoresca: una mujer que se casa siete veces, porque otras tantas han ido muriendo los respectivos maridos y hermanos sin dejarle descendencia. Y aquí viene la pregunta capciosa de los saduceos a Jesús, si es que realmente existe la resurrección de los muertos como el mismo Jesús afirma: <<Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella>>. Jesús, con gran aplomo y personalidad y con una sabiduría infinitamente superior a la de sus enemigos dialécticos, les responde con contundencia que en el cielo nadie se casará. Todos los que hayan sido juzgados <<dignos de la vida futura>> serán como ángeles. Es decir, es una torpeza trasladar a la otra vida los esquemas mentales y las realidades terrenas. San Pablo es muy explícito al respecto: <<Se siembra lo corruptible, resucita lo incorruptible; se siembra lo miserable, resucita lo glorioso; se siembra lo débil, resucita lo fuerte; se siembra un cuerpo animal, resucita el cuerpo espiritual […] Esta carne y esta sangre no pueden heredar el Reino de dios, ni lo ya corrompido heredar la incorrupción>> (1 Cor 15,42-44.50). Pero la revelación principal que Jesucristo les hace a los saduceos es la de evidenciarles que Dios es un Dios de vivos y no de muertos pues de lo contrario Moisés, cuando el episodio de la zarza ardiendo, no habría llamado al Señor: <<Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob>>. Para Dios, dichos personajes están vivos y reinan con Él para siempre. Así, los deja en ridículo.
Mis queridos hermanos y amigos, la conclusión que se saca del Evangelio de hoy es que, después de la muerte, todos nosotros resucitaremos. Nuestro destino será el de Cristo, que murió y resucitó por nosotros, porque, como veíamos el domingo pasado, el Señor es <<amigo de la vida>> (cf. Sab 11,26). Si con Él morimos, viviremos con Él; si con Él sufrimos, reinaremos con Él.
En este mes de noviembre, mes de ánimas, conviene que reflexionemos más seriamente de lo que lo hacemos en el sentido de nuestra vida, porque en ella encontraremos también el sentido de nuestra muerte. Hemos de vivir con gozo y alegría, con entusiasmo y entrega, con plenitud de sentido, sabiendo por la fe que no todo acaba en la muerte, sino que la muerte es conditio sine qua non para que <<lo corruptible se revista de incorruptibilidad>> y <<lo moral se vista de inmortalidad>.
Pidamos también por todos nuestros hermanos difuntos que se pasaron de esta vida a la casa del Padre para que, en Dios, hayan encontrado el consuelo definitivo, la dicha de la suprema y total felicidad.

lunes, 31 de octubre de 2016

Jornadas sobre música popular

Fundación Miguel Castillejo | Salón de actos
Días 2, 3 y 4 de noviembre 

La primera semana de noviembre tendrán lugar en la Fundación Miguel Castillejo las Jornadas sobre Música Popular organizadas por el Real Centro Filarmónico de Córdoba "Eduardo Lucena" en colaboración con la Fundación, con la siguiente programación: 

Miércoles, día 2 de noviembre: 
20'30 horas. Inauguración.

20'45 horas. Conferencia ilustrada "Ramón Medina, el cantor de Córdoba".
Ponente: Joaquín de Haro Morales. Ilustración musical: Amigos de Ramón Medina (Peña "El Limón")


Jueves, día 3 de noviembre:

19 horas. Conferencia "La impronta de Martínez Rücker". Ponente: Juan Miguel Moreno Calderón.

20 horas. Conferencia "Los colegas de Eduardo Lucena. El caso de Juan Antonio Gómez Navarro. Apuntes biográficos". Ponente: José Galisteo.

21 horas. Concierto a cargo del "Grupo Reencuentro".


Viernes, día 4 de noviembre:

19 horas. Conferencia: "La refundación del Real Centro Filarmónico de Córdoba Eduardo Lucena (1961)". Ponente: Luis Palacios Bañuelos.

20 horas. Conferencia "Eduardo Lucena y el primitivo Centro" a cargo de Rafael Asencio.

21 horas. Concierto a cargo del Real Centro Filarmónico "Eduardo Lucena". Director: Carlos Hacar.


Entrada libre hasta completar aforo.

Exposición Los Santos de la Iglesia "La nueva iconografía religiosa"

Fundación Miguel Castillejo | Salón de actos 
Miércoles 2 de noviembre | 19 horas


El próximo miércoles 2 de noviembre, a las 19 horas, tendrá lugar en la Fundación Miguel la inauguración de la exposición de terracotas policromadas del cotizado artista José Antonio Rivas, titulada Los Santos de la Iglesia "La nueva iconografía religiosa". El acto estará presentado por la Asociación Cultural Wadi Al-Kabir "Anduxar".

El horario de visitas de la exposición será el siguiente:

De lunes a viernes: de 09:00 am. a 14:30 pm.

Cerrado los días 16 y 17 de noviembre.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Trigésimo primer domingo del tiempo ordinario

Sab 11,23-12,2: Señor, a los que pecan les recuerdas su pecado, par que se conviertan.
2 Tes 1, 11-2,2: Rezamos por vosotros para que Dios os considere dignos de vuestra vocación.
Lc 19,1-10: El hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.
Hace ya bastantes años, cuando el ateísmo estaba en todo su apogeo, le preguntaron al cardenal J. Daniélou su opinión sobre esta filosofía de vida, señal de distinción de quienes se decían y declaraban progresistas. Con una respuesta clara y certera, manifestó que el ateísmo era tan viejo como la humanidad, porque en el fondo no es otra cosa que <<la lucha permanente del hombre por encontrar y encontrarse con Dios; de lo contrario –arguyó sagazmente-, ¿qué necesidad tendría alguien de negar a Dios si Dios no le importara realmente? El problema de Dios ha sido y es el gran problema del hombre, bien sea para afirmarlo, bien para negarlo>>.
La historia de Zaqueo es nuestra propia historia, la de cada hombre en particular y la de todos los hombres en general. Es la historia de un encuentro, de una convergencia y de una necesidad. El hombre es búsqueda, necesidad, encuentro y convergencia con dios, pero Dios también sale permanentemente al encuentro del hombre porque quiere su conversión y salvación. El misterio de la encarnación de Jesucristo es la expresión más genuina de este encuentro. Jesucristo es la síntesis perfecta, el perfecto diálogo entre lo humano y lo divino. Dios se hace hombre para que el hombre llegue a Dios.
La salvación de Zaqueo por Jesús comienza con la necesidad de aquél, casi infantil, de subirse a un árbol para ver al Salvador. Esta necesidad no es otra cosa que un hondo deseo, la vocación irresistible del hombre de <<ver>> a Dios, de encontrarse con Él, siendo así fiel a lo que define y estructura: que es imagen de Dios (cf. Gén 1,27). El hombre sólo se realiza en Dios; por eso cuando, como Zaqueo, pierde conciencia de esta realidad, vaga errante por los caminos de la insatisfacción personal que le aproximan a la infelicidad. Y por ello mismo, también como Zaqueo, cuando descubre que anda por caminos equivocados, da media vuelta y retoma el sendero de la salvación.
Pero Dios también tiene, digámoslo así, <<necesidad del hombre>> en el sentido de que se preocupa por el hombre y por todo lo que le acontece porque quiere su salvación, que viva. Esto es lo que se nos ha proclamado en la lectura del libro de la Sabiduría: <<Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida>>. Esta <<necesidad divina>> es la que manifiesta claramente Jesús en el Evangelio de hoy. Zaqueo se sube a un árbol para ver a Jesús y ahora resulta que es Jesús quien levanta los ojos para ver a Zaqueo. Éste tomó la iniciativa del camino de vuelta a Dios pero Dios ya lo estaba esperando con los brazos abiertos, deseando que tal conversión se hiciera realidad para ofrecerle de inmediato su amor, su misericordia y su perdón, en simetría perfecta con la actitud del padre de la parábola del hijo pródigo (cf. Lc 15,11-32).
Ya se ha producido el encuentro, producto de una necesidad y de un deseo. Ahora, el encuentro provocará la convergencia, la compenetración total entre la salvación que ofrece Dios y la buena disposición del hombre para recibirla. Dios se hospeda en el corazón del hombre; éste se convierte y desde este preciso momento se opera la salvación.
Una cosa está clara, la salvación que Dios ofrece al hombre no es una cuestión nada más y sólo de Dios. Dios inició el primer movimiento en el momento mismo en que nos creó, un movimiento que sigue eternamente presente porque Dios camina a nuestro lado durante todo el arco de nuestra vida. Pero Dios camina junto a cada uno de nosotros sin obligarnos a nada. Por ello, la salvación es también una <<cuestión>> humana, en el sentido de que hemos de tener un corazón bien dispuesto para recibirla de las manos de Dios. Es el movimiento del hombre hacia el centro de su vocación: Dios.
Como siempre, no podían faltar los <<parados>> de todos los tiempos, aquellos que han convertido su vocación en su situación; es decir, se encuentran tan bien en sus propias estructuras personales que nunca han hecho el más mínimo ademán de iniciar cualquier movimiento. Son los <<buenos>> de siempre, los que no necesitan de Dios porque se bastan a sí mismos. Son los que piensan que la realización humana, la felicidad y la salvación de Dios se deben al esfuerzo y coraje humanos. En realidad son personas <<paralizadas>>, anquilosadas y víctimas de su propia autosuficiencia. Nunca se han encontrado con Dios porque nunca se han encontrado con ellos mismos en el fondo de su alma. Por eso son tan vacíos como superficiales y lo malo es que quieren que los demás sean como ellos y por eso critican cualquier gesto de aproximación a la verdad de la vida, que es también la verdad de Dios.
Nunca han comprendido ni pueden comprender el amor de Dios porque nunca se han dejado amar por Dios. Esto es lo terrible: vivir en el infierno de sí mismos, es decir, en la absoluta ausencia del amor, de Dios.
Mis queridos amigos, no por el hecho de ser cristianos lo tenemos ya todo conseguido. En realidad ser cristiano es estar en continuo movimiento, siempre en camino hacia Dios. El camino requiere de la dinámica de la conversión diaria que nace del deseo de <<ver>> a Dios y de encontrarse con Dios. Ser cristiano es necesitar cada día de Dios y saber que sólo Dios y nada más que Dios salva. Ser cristiano significa también alegrarse por la conversión de los demás, por las cosas buenas que le suceden a los demás y no dejarse llevar por las etiquetas y prejuicios, porque las apariencias engañan. Ser cristiano es, en fin, dejarse amar profundamente por Dios, como Zaqueo, para con ese amor amar intensamente a los demás. Como dice Romano Guardini: <<Es hermoso sentirse unido con Dios en la solicitud de la persona amada y pensar que ésta queda envuelta y protegida en esta unidad>>.

martes, 27 de septiembre de 2016

Vigésimo sexto domingo de tiempo ordinario

Am 6, 1.4-7: Se acabó la orgía de los disolutos.
1 Tim 6, 11-16: Combate el buen combate de la fe.
 Lc 16, 19-31: Tú recibiste bienes y Lázaro males. Ahora él encuentra consuelo, y tú padeces.

Las reflexiones espirituales de este vigésimo quinto domingo del tiempo ordinario están centradas en un tema de candente y rabiosa actualidad como es la distribución justa y el recto uso de los bienes de la tierra. Parece como si los textos que hemos proclamado estuvieran hechos para nosotros, aquí y ahora. Las reflexiones espirituales a que nos invita el domingo de hoy están centradas en la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro. Siempre que he leído esta parábola me viene a la memoria una escena de Los miserables, la obra de Víctor Hugo de gran belleza literaria. La escena en cuestión tiene como protagonista al principal de los miserables, mendigo entre mendigos, quien, perseguido a su vez por un grupo de mendigos, se refugia en casa de un obispo. El obispo, siendo fiel a la ley del Evangelio, lo acoge, le da de comer y le aloja en uno de los aposentos de su mansión. Al día siguiente el mendigo había desaparecido llevándose consigo todas las copas de plata que tenía el obispo en su residencia. Pero el ladrón es atrapado y conducido a casa del obispo para ser sometido a juicio. El propio obispo les dice que lo dejen en libertad porque esas copas se las ha regalado él, incluso que se había dejado olvidados dos candelabros de plata que también había regalado. Pues bien, este amor excesivo, comprensivo y misericordioso a un pobre de solemnidad es el tema del Evangelio de hoy. El pobre Lázaro y el rico Epulón son los dos personajes que recrean una profunda y dura parábola, arraigada en la tradición rabínica y reproducida por Jesucristo. Algunos interpretan esta parábola únicamente desde la vertiente social desde la que se condena taxativamente a los ricos por las situaciones de injusticias que generan. El cambio que se produce en la <> - Lázaro lo pasa bien; mientras el rico sufre – hay que reivindicarlo y propiciarlo en ésta. Por tanto, la parábola sería una llamada clara y taxativa a la lucha de clases de corte marxista. Sin embargo, pienso que tal interpretación es muy unidimensional y parcial, pues la moraleja que en ella se concluye apunta en otra dirección. Creo que el sentido verdadero de la parábola es una prolongación del significado de la parábola del administrador infiel que meditamos el domingo pasado. Por tanto, de lo que se trata es del buen uso o del mal uso que hacemos del dinero aquí en la historia y no tanto del dinero en sí. El tema de fondo es el tema de la justicia social y personal que a todos debe preocuparnos. No se trata de quitarles el dinero a unos para dárselo a otros porque lo único que haríamos sería cambiar las posiciones, pero no solucionar el problema. De lo que se trata es de tener siempre claro que el dinero no es ningún fin en sí, sino sólo y únicamente un medio. El dinero en sí no es malo, lo es la ambición que nace en el fondo de nuestro corazón y que nos lanza a una dura y frenética carrera por tener más y más. Es la llamada <> que nos conduce a centrarnos únicamente en los objetos, en las cosas y a olvidarnos irremediablemente de los sujetos, de las personas. Posiblemente el rico Epulón era un buen judío cumplidor de los ritos y de las leyes, pero la fiebre del tener se adueñó de su corazón y embotó su mente de tal manera que vivía abstraído de la realidad, ciego humana y espiritualmente para percatarse de los problemas que había a su alrededor. Aquí radica el pecado, en vivir de espaldas a las personas, con sus problemas y sus necesidades. En pensar que <> o bien en creer ingenua o maliciosamente, según se mire, que <>. Por tanto, lo que recrimina Jesús es la insensibilidad social, filantrópica, altruista y caritativa de aquellos que se dejan arrastrar y esclavizar por el dinero, único fundamento y motor de sus vidas. Esta última lección es la que a todos se nos debe quedar, tanto a los que son más ricos como al os más pobres, porque todos somos propensos a dejarnos atrapar por el delirio del dinero, por la fiebre de tener, de poseer, de presumir y de lucir. Ésta ha sido una tentación de todos los tiempos, pero especialmente del nuestro en que el hombre es designado como homo eoconomicus y la sociedad como societas rerum o sociedad de las cosas. Es también una lección que hemos de aplicarnos hoy en España por su candente actualidad: la crisis económica que nos envuelve, las tremendas distancias sociales que aún persisten, los graves y escandalosos problemas ultrajantes del paro son realidades que no podemos pasar por alto porque es nuestra realidad, la de todos. En cierto sentido, todos somos Lázaros en estas circunstancias, agravadas aún más con otros nuevos Lázaros, pobres entre los pobres. Me refiero a los inmigrantes ilegales, que huyendo de un infierno de pobreza, tienen que soportar un infierno de discriminaciones e injusticias lacerantes. Ellos, los pobres, buscan las migajas en la mesa de los países ricos. Si esto no nos importa, si <>, como se suele decir, ¿qué clase de fe es la nuestra? ¿Cuál nuestro compromiso cristiano? Es una fuerte y tremenda llamada a la dimensión humana y cristiana de nuestras conciencias –una vez más el dicho <>-. En el testimonio de vida, y sólo en el testimonio, que en este caso pasa por el compromiso con la justicia, con la caridad y con el amor, se encuentra la talla de nuestra estatura humana y cristiana. Quien es inhumano para con los demás no puede ser en absoluto cristiano por mucho que vaya a misa, comulgue o rece. Por ello, muy acertadamente manifestó San Agustín aquella famosa frase que ha quedado grabada en el frontispicio de nuestra alma: <>. Mis queridos hermanos, amigos y radioyentes: os invito a que todos hagamos un buen uso del dinero, dando vida, generando más riqueza, más porvenir y más futuro a nuestro alrededor, con los medios que cada cual tenga; a que redimamos a las familias más necesitadas y nos preocupemos por todas las situaciones de injusticia que se producen en el horizonte de nuestra vida; a que no volvamos la espalda o la mirada a los problemas ajenos: también son los míos. Y a que, por encima de todo, nuestro único mandamiento sea amar a Dios con todas nuestras fuerzas, con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

martes, 20 de septiembre de 2016

Otras colaboraciones

La Fundación Miguel Castillejo, además del su programa de actividades culturales, también colabora con otros eventos que se realizan en Córdoba, como el proyecto "Córdoba Nuestra - Viernes culturales", que tendrá lugar en el Teatro Cómico Principal el próximo viernes 23 de septiembre a partir de las 19 de la tarde.


Además, el sábado 24 de septiembre, día de la Festividad de Nuestra Señora de la Merced, tendrá lugar en la Iglesia de La Merced una misa solemne conla intervención de la Coral Miguel Castillejo a las 20 horas. Organiza la Asociación de Vecinos Torre de la Malmuerta y colabora, junto con esta Fundación, la Pro Hermandad de la Quinta Angustia.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Gala Lírica: Selección de Zarzuelas II

Fundación Miguel Castillejo | Jardín de la Fundación 
Jueves 22 de septiembre | 20,30 horas



Comenzamos las actividades del curso escolar 2016 / 2017 con la presentación de la Gala Lírica: Selección de Zarzuelas II a cargo de la Agrupación Lírica Cordobesa. La del Manojo de Rosas y Doña Francisquita
Director: Fernando Carmona
Elenco: Carmen Buendía, Cristina Avilés e Isabel López (Sopranos), Francisco Ariza y Mario Mauriño (Tenores), Domingo Ramos (Barítono), Silvia Navarro, Rafael Blanes, Antonio Rojas, Rafael de Gabriel y F. Carmona (Actores).
Pianista: Tatiana Karzhina.

jueves, 23 de junio de 2016

Concierto de Fin de Curso 2016

Fundación Miguel Castillejo
Viernes, 26 de junio | 20,15 horas.

El próximo viernes tendrá lugar en la Fundación Miguel Castillejo el Concierto de Fin de Curso a cargo de la Coral Miguel Castillejo, con un interesante programa de música lírica.

Viernes 26 de junio
20.15 horas.

martes, 21 de junio de 2016

Concierto benéfico Manos Unidas

Fundación Miguel Castillejo | Jardín 
Jueves 23 de junio | 21 horas


El próximo 23 de junio jueves tendrá lugar en el jardín de la Fundación Miguel Castillejo el concierto benéfico de Manos Unidas a cargo del Orfeón Cajasur "Ciudad de Córdoba" y Octeto de trompas de Córdoba. El programa será el siguiente:


Participando con un donativo individual de cinco euros pondremos nuestro granito de arena en la ayuda para la construcción de un comedor escolar en Bouake (Costa de Marfil), además de entrar en el sorteo de un cuadro del famoso pintor y sacerdote Bartolomé Menor. Por otra parte, se podrá colaborar con la adquisición de merchandising de Manos Unidas además del libro Historias de la Vida, de Cristina López Schilichting, cuyos derechos han sido cedidos para ayudar a sufragar los gastos de construcción y equipamiento de un laboratorio en Uganda.


Jardín de la Fundación Miguel Castillejo
Jueves 23 de junio a las 21 horas

miércoles, 15 de junio de 2016

Duodécimo domingo del tiempo ordinario

Texto evangélico:
Zac 12, 10-11: Mirarán al que traspasaron.
Gál 3, 26-29: Todos sois uno en Cristo Jesús.
Lc 9, 18-24: Tú eres el Mesías de Dios.

La pregunta de Jesús a sus discípulos, <<¿Quién decís que soy yo?>>, es una pregunta que no pasa de moda, que está dirigida también a nosotros. ¿Por qué hemos de volver una y otra vez sobre la misma cuestión? Posiblemente porque la rutina es una de las constantes de nuestra vida. A fuerza de repetir mucho las cosas, llega un momento en el que perdemos de vista cualquier atisbo de originalidad, aflorando entonces el automatismo que se resuelve en la pura inercia del <<dejarse llevar>>, del <<ir tirando>>. Pero la rutina no sólo afecta, por desgracia, al orden de los hechos; es también coextensiva al orden del ser, de tal modo que nuestro espíritu y nuestra mente también entran en la dinámica de la repetición de lo mismo, signo de lcansancio existencial en que podemos encontrarnos. Y es precisamente en el orden ontológico, el más importante de todos, en el que está arraigada nuestra fe, quedando afectada por este mal de la sociedad posindustrial mediante el cual la fe pasa a ser una cuestión tangencial, del centro a la periferia.
En efecto, pronto nos acostumbramos a llamarnos y ser cristianos. Vamos todos los domingos a misa, repetimos de memoria una y otra vez el Padrenuestro, los Diez mandamientos, el Credo, y un sinfín de oraciones más. Y así, a base de repetirlas no pensamos en lo que decimos, vaciando de significado el contenido de lo que expresamos. Creemos saberlo todo, o casi todo, sobre la figura de Jesús, pero en realidad no sabemos nada. A lo sumo sabemos cuatro o cinco fórmulas estereotipadas. De esta suerte, vamos perdiendo la capacidad para la novedad. Así, nos anclamos en una especie de <<eterno retorno>> de lo idéntico.
La identidad de Jesús es, sin embargo, una de esas cuestiones a las que nunca se llega del todo. No en vano ha sido uno de los grandes rompederos de cabeza de casi todos los eximios personajes que la historia ha dado. Las miradas han sido y son múltiples, como infinitas son las perspectivas, sin llegar ninguna a determinar quién es realmente Jesús.
Al hombre de hoy le suelen suceder lo que a las gentes del lugar del tiempo de Jesús, que no tenían claro quién era semejante personaje. Había tantas opiniones como cabezas. Pero esta dispersión de pensamientos y de sentimientos también nos afecta a nosotros los cristianos. Aunque pensemos que lo sabemos todo, o casi todo, sobre quién es Jesús, en realidad sabemos menos. Aquí ya de lo que se trata no es tanto de saber –que también-, sino sobre todo de sentir. No es cuestión de conocimientos sino de vivencias. Y puede darse la paradoja de que sepamos mucho sobre la historia de Jesús y no vivamos nada de lo que sabemos.
Jesucristo no es un personaje más de la historia. Su doctrina no es tanto para ser estudiada cuanto para ser vivida. Por ello, como cristianos hemos de replantearnos y preguntarnos sucesivamente por el <<quién>>, no como un interrogante a terceros que, al fin y al cabo, no deja de ser un puro y frío impersonalismo. La pregunta ha de ser directa y personal: ¿Quién es Jesús para mí? De la respuesta que demos, que dé cada uno, se deduce el grado de autenticidad y compromiso de la propia vida de fe.
Hemos de procurar constantemente no caer en la rutina de las respuestas fáciles, estándar, impersonales, anónimas, porque son respuestas que no nos dicen nada ni nos interpelan nada. La autenticidad de vida que conlleva ser cristiano nos impele a no conformarnos con lo que siempre se ha dicho y sabemos sobre Jesús. Aquí de lo que se trata es de medir la intensidad, profundidad e identidad de mi vida de fe y de mi compromiso real con la fe. Por eso, el <<quién>> de la pregunta remite a un <<cómo>>: ¿Cómo hago yo efectiva mi identificación con Jesús? Jesús mismo nos da la respuesta: <<El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz de cada día y se venga conmigo>> (Lc9, 23-24). Ser cristiano significa asumir e identificarse con el <<quién>> y con el <<cómo>>, es decir, con Jesucristo y su misión de salvación. Por eso la identidad se define y se concreta en la misión.
Los cristianos debemos esforzarnos por mantener la fidelidad en el camino emprendido por Cristo, porque sabemos por experiencia que en este camino de negación y de cruz el peligro constante de los desánimos, de la falta de empuje y coraje para confesar la fe en Jesús de Nazaret como Hijo del Hombre (cf. Lc 9, 26). Es decir, por propia inclinación de la naturaleza humana tendemos a suavizar la dimensión de cruz del seguimiento y a resaltar la dimensión de gloria. Queremos llegar a la meta sin hacer el camino, sabiendo que una de las grandes verdades incontestables del ser cristiano es que no hay gloria sin cruz.
Ser cristiano significa identificarse con Jesús en su misión, recorrer el largo camino existencial de la fe con sus luces y sus sombras. Este camino es el único medio que nos enseña a conocer con detenimiento y en intensidad a Jesucristo, nuestro único modelo. De este modo –por el <<cómo>>, esto es, por la misión-, llegamos al <<quién>>, a Jesucristo. Profundizar y ahondar en los compromisos evangélicos es, al mismo tiempo, bucear en la intimidad del mismo Jesucristo. Aquí se cumple una vez más el dicho de Jesús: <<Por sus frutos los conoceréis>>.
Por tanto, la pregunta <<¿quién decís que soy yo?>> es intercambiable con esta otra: <<¿Hasta qué grado os importo?>>; y el grado de importancia se mide por el grado de compromiso en la vida de fe, manifestado en el grado de identificación con la misión de la evangelización.
Queridos hermanos, revisemos en qué situación se encuentra nuestra vida de fe. Pensemos hasta dónde llega nuestro compromiso de vida con Jesucristo. Veamos si estamos anclados en la llamada de <<fe teórica>> o en la de los puros conocimientos sin ningún tipo de compromiso o si, por el contrario, hemos pasado de los conocimientos a la vida. En todo casi sería bueno que tuviésemos como lema la misma invitación que Jesús hizo a sus discípulos y que en este momento de la historia nos hace a cada uno de nosotros: <<El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará>> (Lc 9, 24).

lunes, 13 de junio de 2016

Recital poético artístico

Fundación Miguel Castillejo | Salón de actos 
Miércoles, 15 de junio de 2016 | 21 horas


El próximo miércoles 15 de junio celebramos un Recital Poético Artístico organizado por la Unión Nacional de Escritores Españoles y la Asociación Literaria Nueva Poesía de Córdoba, que contará con la colaboración de Gloria Godoy, artista de danza fusión. 

El 15 de junio a las 21 horas. Entrada libre hasta completar aforo.

miércoles, 8 de junio de 2016

Il Trovatore, de Verdi


Este próximo jueves día 9 de junio, a las  20’30 cerramos nuestro ciclo OPERA ABIERTA del curso 2014/15, en colaboración con la Asociación Amigos de la Ópera de Córdoba, presentando la ópera
Il Trovatore, con una visualización seleccionada de la Producción del Metropolitan House
y la presentación y comentarios del presidente de dicha asociación, d. Manuel Muñoz Moya.

Entrada libre hasta completar aforo.

viernes, 3 de junio de 2016

Décimo domingo del tiempo ordinario

1 Re 17, 17-24: La palabra del Señor en tu boca es verdad.
Gál 1,11-19: El evangelio anunciado es por revelación de Jesucristo.
Lc 7,11-17: Dios ha visitado a su pueblo.

Son más los motivos de muerte con que nos desayunamos a diario que los motivos de vida. Sólo basta abrir el periódico al levantarnos cada mañana y toparnos en primera plana con noticias de guerras, de terrorismo, de atentados contra la dignidad de los derechos humanos, de explotación infantil, de millones y millones de personas que perecen a causa del hambre… Y así podíamos seguir haciendo un elenco interminable de los pecados sociales que todos los hombres generamos y en los que, parece ser, nos hemos instalado como falsa condición ontológica y como falso camino de realización. Pero estos <<pecados de muerte>> llevan la semilla de la destrucción y por ello, no sólo no afirman al hombre, sino que lo destruyen sin remedio. Los odios, las divisiones, los rencores, las venganzas son algunos de sus frutos más nefastos. Como bien indica Jesús, la violencia sólo puede engendrar más violencia, <<quien a hierro mata a hierro muere>> (Mt 26,51-53). Así, el hombre está en abierta posición con su vocación y su destino, con lo que lo secuencia, el hombre no se convierte en pastor de la vida porque es servidor y esclavo de la muerte.
Por el contrario, Dios es el viviente y no quiere la muerte del hombre sino que se convierta y viva. Dios es la vida y, por esta razón, ha convocado y ha llamado al hombre para la vida, no para la muerte. Dios ha llamado al hombre a la existencia par que se realice y realice el don maravillosos de la vida viviendo conforme a su condición de hijo de Dios. En otras palabras, la vocación del hombre es la vida, no la muerte; es la salvación, no la perdición; es la gracia, no el pecado. Las hermosas lecturas de hoy insisten desde diferentes ángulos en Dios como Señor de la vida, que quiere y desea la salvación del hombre.
Los profetas siempre son anunciadores de la vida de Dios, porque Dios era para ellos la fuente y la meta inagotable de la vida de donde brotaba toda forma de existencia y hacia donde se encaminaba en plenitud como sentido último y pleno. Los profetas anunciaban la vida como le gesto más bello de Dios. Ellos guardaban la suerte de los más desfavorecidos y se empeñaban en su causa. Nunca se cansaban de hacer el bien, de paliar sus desgracias, de satisfacer sus ruegos, de mitigar su dolor.
El Evangelio de hoy es de una gran belleza y ternura. San Lucas nos describe con gran maestría la escena del entierro del hijo de la viuda de Naím, escena que tiene como protagonista indiscutible a Dios, Padre y Señor de la vida y de la misericordia.
Dos procesiones y dos sentidos: a la procesión de muerte que acompaña al joven difunto de Naím se enfrenta la procesión de vida de Jesús y sus discípulos. La vida sale al encuentro del hombre porque Dios, que es la vida, camina pacientemente y sin interrupción a su lado, iluminando de sentido y de alegría todo el horizonte del humano existir. La vida es un don de Dios, por eso no podemos vivir instalados en la cultura de la muerte, negación del mismo hombre en su raíz. La vida es un don y, en consecuencia, hemos de vivir luchando y apostando fuertemente por ella. Jesús es el profeta de la vida, con poder para restituirla como ejercicio salvador lleno de misericordia. Por esta razón el mandato de Jesús es una orden para la vida: <<Levántate>>. De este modo, deja clara la bondad y la misericordia divinas. Dio no es un Dios de muertos sino de vivos (cf. Mt 22,23).
Como cristianos tenemos que vivir con esperanza y preñar de sentido toda la realidad que nos embarga. Frente a la cultura de la muerte, que es la negación manifiesta de Dios, y por tanto la negación palmaria del hombre, los cristianos tenemos que construir la cultura de la vida, afirmación y encarnación visible de Dios en el mundo y, en consecuencia, afirmación del hombre. ¿Cómo se construye la cultura de la vida) Dos son los modos: afirmando y defendiendo la vida misma, y negando y condenando todo tipo de muerte.
Los cristianos tenemos que denunciar, rechazar y condenar sin reservas ni distinciones sutiles el aborto –mal endémico y signo de contradicción interna de las sociedades desarrolladas-, porque cuanto más investigan para aumentar la calidad de vida, más inciden en consolidar la muerte mediante, por ejemplo, las leyes que despenalizan el aborto y la eutanasia. Tenemos que rechazar, igualmente, todo tipo de violencia, como el terrorismo, que tan de cerca lo estamos viviendo y sufriendo. Hemos de decir no a las guerras que actualmente existen en diversos países del planeta, no a la pena de muerte, no, en suma, a la negación del hombre, que es también negación de Dios.
Los cristianos tenemos que apostar fuertemente por el don de la vida, regalo de Dios, afirmarla siempre, nunca negarla. Buen ejemplo de ello están dando nuestros hermanos y hermanas misioneros, vanguardia del amor de Dios a los hombres. Ellos y ellas apuestan fuertemente por la vida en países donde la realidad de la muerte es más palpable, más cruel, más directa. Hablamos de la muerte del hambre, de la muerte de las epidemias, de la muerte de la esclavitud, de la muerte del analfabetismo, de la soledad, orfandad… Ellos anuncian al Dios vivo viviendo con sencillez el Evangelio, teorizando poco y actuando más, quizá porque tienen muy en cuenta el dicho popular: <<Obras son amores y no buenas razones>>, expresión del compromiso de la fe verdadera en Dios; como bien comenta el apóstol Santiago: <<¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe si no tiene obras? […] La fe si no tiene obras, ella sola es un cadáver>> (2,14-17).

lunes, 30 de mayo de 2016

Presentación del libro "El silencio de los árboles" de Concha Alcalde

Fundación Miguel Castillejo 
 Jueves 2 de junio | 21 horas


El próximo jueves 2 de junio tendrá lugar la presentación del poemario de Concha Alcalde "El silencio de los árboles, poemario de sueños". El prólogo y la presentación corren a cargo de Manuel Gahete, y la ilustración musical del Grupo Musical SERENATA.

miércoles, 25 de mayo de 2016

Conferencia La Inquisición en la cristiandad: orígenes y desarrollo

El próximo miércoles 1 de junio tendrá lugar en el salón de actos de la Fundación Miguel Castillejo la conferencia "La Inquisición en la cristiandad: orígenes y desarrollo", a cargo del Dr. D. Manuel Villegas Ruiz. El acto, organizado en colaboración con la Asociación "San Pelagio", estará presentado por D. Antonio Moya Somolinos.

Muestra de Canto Polifónico Georgiano

Salón de actos | Fundación Miguel Castillejo 
Martes 31 de mayo | 20,30 horas

El próximo martes 31 de mayo tendrá lugar en el salón de actos de la Fundación Miguel Castillejo la Muestra de Canto Polifónico Georgiano, declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, a cargo de la Asociación Diáspora Georgiana "Satvistomo", cuyo director es David Okudjava.

miércoles, 18 de mayo de 2016

Fiesta de la Santísima Trinidad

Prov 8,22-31: El Señor me estableció al principio de sus tareas.
Rom 5,1-5: El amor de Dios inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha dado.
Jn 16,12-15: El Espíritu de la verdad os irá guiando en la verdad toda.

Nos reunimos para celebrar una de las fiestas más grandes de los dogmas más sublimes del misterio de Dios: el misterio de la Santísima Trinidad. Al final del siglo XIII, el gran teólogo dominico, el maestro Eckart, al referirse al misterio de la Trinidad, comentaba: «Cuando el Padre mira al Hijo, el Padre le sonríe al Hijo, y el Hijo le sonríe al Padre; de esta sonrisa brota el placer, y de este placer brota el amor, y de este amor brota la fecundidad que da origen a las tres divinas personas, entre ellas el Espíritu Santo». Es un modo hermoso y distinto de hablar de la Trinidad que nada tiene que ver con ese otro a que nos acostumbraron de pequeño, el que se intentaba explicar el misterio trinitario de Dios recurriendo a la figura geométrica del triángulo, o a aquellos principios filosóficos de una sola esencia y de tres personas distintas.
Cuando hemos hablado de Dios y de la Santísima Trinidad, hemos corrido el peligro de considerar este dogma únicamente como un dogma que sólo afecta a Dios y nada más que a Dios. Esto es verdad, la Trinidad nos remite al «en sí» de Dios, como diría el ftlósofo Zubiri, pero es una verdad que no se queda encerrada en sí misma sino que está abierta al horizonte humano. Dios se ha revelado en Jesucristo, y, por tanto, es Dios con nosotros, y no un Dios para que lo veamos lejano en los astros o allá en las nubes, sino para que lo veamos en el corazón de cada hombre, en mi propio corazón, como diría San Agustín.

Las lecturas que la Iglesia nos presenta en esta fiesta nos invitan a acercarnos más al corazón de los demás y al corazón del mundo y de la naturaleza, desde el corazón de Dios, centro de todo el universo y de todo lo creado.
El primer texto del libro de los Proverbios nos presenta a la Sabiduría divina jugando y admirando la bola del mundo y mimando el universo. En el salmo responsorial hemos leído: «Señor, qué admirable es tu nombre en toda la tierra. Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?». Es, en resumidas cuentas, una invitación a descubrir a Dios en la creación, templo de Dios, como dijo el gran pensador Teilhard de Chardin.
Hoy, desde ambientes y posturas anticristianas se nos acusa a los creyentes de haber liquidado la hermosura de la naturaleza, rompiendo el equilibrio de los ecosistemas y la armonía que existía entre el hombre y su medio ambiente. Esta tesis acusatoria la apoyan en el mandato que Dios hace al hombre al principio de la creación: «Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla» (Gén 1,28). En realidad, esta exégesis no deja de ser una caricatura interpretativa. ¿A qué nos invita realmente Dios cuando nos manda que sometamos la tierra? No a abusar de la madre naturaleza, como pretenden hacernos creer los mercachifles de la hermenéutica, sino a colaborar con Dios en la obra de la creación, a «cocrear» con Dios, como dice muy finamente Zubiri. Una de las dimensiones y extensiones del pecado original es el pecado contra la naturaleza, que nada tiene que ver con lo que Dios quiere, y sí con lo malamente el hombre quiere y realiza.
Quienes critican el mandato de Dios tendrían que caer en la cuenta de que precisamente el abuso contra la naturaleza inicia su camino de destrucción en el momento mismo en que el hombre se olvida de Dios y destierra a Dios de su mundo y de su historia. Este movimiento de «acoso y derribo» de Dios se inició con el Renacimiento, conocido también como la etapa del inicio de la «mayoría de edad antropológica» y de la «disolución teológica». El antropocentrismo sustituye al teocentrismo de épocas anteriores. Dios es dejado en sus «alturas», y la tierra es sólo y nada más que asunto del hombre. No hay más Dios que el hombre. Así se consuma la tentación prometeica. El hombre, dueño y señor de todo, juez y parte de sus asuntos, empapado de la inmanencia hasta la médula, va convirtiendo paulatinamente el paraíso que es la tierra en un infierno. Ensoberbecido con su ciencia, con la autonomía de su saber, con la seguridad de sus inventos, no tiene otro lema que el progreso, a costa de lo que sea. Los efectos de la aplicación de tal filosofía ya los estamos padeciendo: contaminación medio ambiental, polución urbana, descenso alarmante de la calidad de vida, etc. Este mundo nuestro está más estropeado que nunca, como escribía el gran filósofo Gabriel Marcel.
Como cristianos no podemos permanecer impasibles. De la consideración de las lecturas de la fiesta de hoy podemos y debemos sacar, al menos, dos conclusiones: la primera, que el mundo sólo tiene sentido con Dios, no al margen de Él. Pero el Dios en quien creemos es un Dios que es amor, vida, creación, y no destrucción y muerte. Amor, placer, sonrisa, fecundidad son dones de Dios que nos ayudan a comunicarnos a los unos con los otros, a ser generosos, altruistas, servidores de los demás y servidores de la creación, obra de Dios. Dios ama el mundo, porque es obra de sus manos y, por ello, en su raíz es bueno: «y vio Dios que era bueno» (Gén 1,31).
La segunda conclusión no se hace esperar para nosotros los cristianos: tenemos que amar, defender, mimar, cuidar a la madre naturaleza entendida íntegramente, como nos exhorta el papa Juan Pablo II. Es decir, amar, defender, mimar y cuidar no sólo los montes, los valles, la capa de ozono, la atmósfera o los ecosistemas, sino también la vida humana, porque el hombre es la cima de la creación (cf. Gén 1,26-30) y, por esta razón, Dios le ha dado el mando sobre las obras de sus manos (cf. Sal 8). Esto implica un no rotundo a todo lo que conlleva la muerte de las personas; un no rotundo a las guerras, a la violencia, al hambre de miles de personas, al aborto, a la eutanasia. No es
posible entender cómo se puede defender al mismo tiempo la vida de los animales y el aborto humano. Es una gran incongruencia. Hay que defender tanto la vida de la
naturaleza como la vida humana. Así lo entendieron los santos, entre ellos San Francisco de Asís y San Juan de la Cruz, quien en su Cántico espiritual nos da toda una lección de ecologismo y de amor a la vida, creación maravillosa de Dios:
«Vosotros los que fuerdes
allá por las majadas al otero,
si por ventura vierdes
a aquél que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero.
Mil gracias derramando pasó
por estos sotos con presura,
y yéndolos mirando
con sólo su figura,
vestidos los dejó
de su hermosura».
¿Acaso se puede decir algo más bello de la naturaleza, de los bosques, de los montes, de los mares, del medio ambiente, donde Dios nos ha puesto como jardineros al frente de su creación? Día de la Trinidad, una fiesta y un mensaje: nuestro amor a Dios sólo es verdadero si amamos de corazón a nuestros prójimos y si amamos y recreamos el mundo.

lunes, 16 de mayo de 2016

Presentación de la Coronación Canónica de Nuestra Señora de la Soledad

Fundación Miguel Castillejo | Salón de actos
Martes 17 de mayo | 20,30 horas

El pasado viernes 15 de abril estaba prevista la presentación de Córdoba de los actos de la coronación Canónica de Nuestra Señora de la Soledad, imagen titular de la Pontificia y Real Congregación del Santísimo Cristo de la Buena Muerte (Congregación Mena) de Málaga (Los Legionarios). Sin embargo, el evento fue suspendido con motivo del inesperado fallecimiento del presidente de nuestra Fundación. Con la reanudación de las actividades culturales, se reprograma dicha presentación para el próximo martes día 17 de mayo, a la misma hora.

viernes, 13 de mayo de 2016

Domingo de Pentecostés

Hch 2,1-11: Se llenaron todos del Espíritu Santo.
1 Cor 12, 3-7. 12-13: Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu.
Jn 20, 19-23: Recibid el Espíritu Santo.

Celebramos la fiesta de Pentecostés, fiesta del Espíritu Santo. Pentecostés es la luz irradiante del Espíritu que nos explica todas aquellas realidades que nos dejó el Resucitado: “Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad os irá guiando en la verdad toda” (Jn 16, 13). La luz del Espíritu nos ayuda a discernir los signos de los tiempos y a interpretarlos en clave divina; a ver la historia, no como una historia humana a secas, sino como la historia de la salvación de Dios a los hombres. El Espíritu nos hace ver cómo opera Dios “desde dentro”, en el corazón mismo de la historia y en el corazón mismo del hombre, sembrando en ambos la semilla de la salvación eterna.
Pero la acción del Espíritu es también fuerza, energía que nos sostiene y nos anima; nos alienta y robustece en el testimonio cristiano, como robusteció a los profetas (cf. Jer 1, 4-10) y a los apóstoles (cf. Hch 4, 31-33) en su tarea evangelizadora. Por eso, la señal de que nuestro testimonio de vida y nuestro apostolado son auténticos no es otra que la presencia en ellos de Espíritu. Y el Espíritu se detecta cuando vivimos la vocación de ser cristiano con mucha alegría y con más entusiasmo; cuando estamos verdaderamente ilusionados y enamorados de nuestra condición de cristianos. ¿Cómo puede entenderse que el Espíritu habite en un corazón muerto que no vibra ante nada ni por nada?
Como se nos comenta en el Evangelio de San Juan, los discípulos pasaron de una actitud de fracaso y de miedo a otra de victoria y de valentía (parresía). El Espíritu operó en ellos el cambio, la conversión radical que les hizo primero “ver”, y, más tarde, “actuar”. Si el Espíritu no los hubiese asistido con sus dones, con su fuerza y con su luz en aquellas horas inciertas, llenas de dudas y de sombras, ¿de dónde habrían sacado tanto vigor y tanta valentía para abrir las puertas de sus noches a la claridad del día? Ésta es una de las grandes señales que ponen de manifiesto que Jesucristo resucitó y envió a su Espíritu a sus apóstoles para que acometiesen con autoridad la evangelización de los pueblos.
En otras ocasiones hemos hablado de la ausencia o de la “muerte de Dios” en nuestro mundo. Hoy también hemos de hablar de “ausencia” y “muerte” del Espíritu en el mundo, y hasta casi en el corazón de los creyentes.
En efecto, inmersos en la autosuficiencia de la técnica que nos seduce y atrapa hasta esclavizarnos, extrapolamos, tal vez sin advertirlo, lo humano a lo divino, confiando al poder de nuestras tácticas humanas la tarea de la evangelización, obra de Dios. Tácticas muy de moda en nuestros actuales apostolados como, por ejemplo, nuevas metodologías, publicidad, congresos, sonidos e imagen, etc. Todo esto está bien, porque tenemos que ser hombres de nuestro tiempo, y el Evangelio hay que predicarlo oportuna e importunamente, sirviéndonos de todos los medios posibles a nuestro alcance, pero sin caer en la tentación de convertir los medios en fines. Quiero decir, sin apoyar la evangelización en el poder de la técnica, porque en tal caso, Dios, objeto de la evangelización, sería un puro pretexto; no predicaríamos a Dios, sino que nos predicaríamos a nosotros mismos.
Cuando la evangelización no es obra de Dios, sino obra nuestra, cuando el Espíritu no es el motor de nuestro apostolado, sino que lo es nuestro afán de conquista y de éxito humano, entonces, la tarea misionera acaba en el más estrepitoso de los fracasos porque nuestras palabras y nuestros hechos no dicen nada, ni obran nada, están huecos, cumpliéndose así las palabras proféticas de Gamaliel: “Si su plan o su actividad es cosa de hombres, fracasarán” (Hch 5, 38).
Solamente Dios, mediante la acción transformadora de su Espíritu, es garante de la salvación que anunciamos. Sólo el Espíritu, el santificador, es el verdadero impulsor y motor que nos lanza la tarea de anunciar el Evangelio por todo el mundo. Es en este caso, y sólo en él, cuando se cumple la segunda parte de la sentencia de Gamaliel: “Pero si es cosa de Dios, no lograréis suprimirlos” (Hch 5, 39).
Hemos sido convocados por el don del Espíritu para formar un solo cuerpo, una sola Iglesia. Aunque los dones son muchos, el Espíritu es uno. El testimonio cristiano más urgente al que estamos convocados es el testimonio de la unidad de todos los creyentes en Jesucristo, para que el mundo crea que es Dios quien nos ha enviado y, así, demos testimonio del a verdad.
En esta fiesta de Pentecostés, tan hermosa y radiante, invoquemos al Espíritu Santo, Padre amoroso del pobre, luz que penetra las almas y fuente del mayor consuelo, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Invoquemos sus siete dones, pero especialmente el don de la sabiduría, para saber acertar en nuestras decisiones de vida y obrar en el testimonio cristiano.
Sería bueno que en más de una ocasión invoquemos la siguiente secuencia del Espíritu, para que en todo momento y circunstancias inunde con su luz nuestro corazón y destierra de él las sombras y las vanidades de la vida que con frecuencia nos acechan y asaltan, y para que, al mismo tiempo, nos impulse con fuerza y constancia a la tarea de la evangelización, obra de Dios:


Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
Don, en tus dones espléndido;
luz que penetras las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped de alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón del enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones
Según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.

viernes, 6 de mayo de 2016

Séptimo domingo de Pascua. Fiesta de la Ascensión

Hch 1,1-11: Lo vieron subir hasta que una nube lo ocultó a sus ojos.
Heb 9,24-28; 10,19-23: El Mesías entró en el mismo cielo.
Lc 24,46-53: Mientras los bendecía, se lo llevaron al cielo.

Celebramos hoy la fiesta de la Ascensión del Señor. Una gran fiesta que desde el siglo IV la Iglesia viene celebrando litúrgicamente.
La Ascensión del Señor es la fiesta de la esperanza, de la culminación de nuestros deseos de plenitud y de eternidad. Con la fiesta de la Ascensión proclamamos que Jesús es el Señor absoluto de la historia, y, en cuanto tal, está sentado a la derecha de Dios Padre. Pero del mismo modo que el Resucitado vive en la gloria del Padre y goza de la eternidad y de la soberanía propia de quien es Dios, así nosotros, que fuimos salvados por su Muerte y Resurrección, seremos incorporados por Él a su gloria. Sin embargo, conviene acotar bien los términos y la realidad en la que nos movemos.
En primer lugar, Dios, en quien creemos, vivimos y existimos, no es una bella ensoñación; su paraíso no es un hermoso paisaje o un lugar idílico, propio de los cuentos de hadas. Pensar así es pensar en un cielo inexistente producto de la imaginación del hombre. El cielo, por tanto, no está aquí o allí; ni es así o de la otra manera. Todo lo que pensemos acerca de esta realidad es un puro pensar. El cielo, la gloria de Dios está aquí y allí; en el <<más allá>> y en el <<más acá>>. Quiero decir que el cielo es una realidad, no un sitio material. Una realidad que viene a expresarnos que Dios no es el <<eternamente ausente>>. Dios no nos ha abandonado. Jesucristo no ha <<ascendido>> al cielo y se ha olvidado de la tierra. Jesucristo ha <<ascendido>> al corazón de Dios, y desde él llena de vida e ilumina con su luz el mismo corazón de la historia humana: <<Mirad que yo estoy con vosotros cada día, hasta el fin del mundo>> (Mt 28,20). En consecuencia, el corazón de Dios sigue operando en la historia y la sigue salvando desde dentro, imprimiéndole la fuerza y el dinamismo que la hace caminar hacia su propia meta: Cristo Jesús, el Señor.
En segundo lugar, la esperanza cristiana de nuestra total y definitiva consumación no es una espera ilusoria, pasiva, consoladora, al modo de <<opio del pueblo>< marxista. Tampoco es una bella utopía alienante y alienadora. Es, más bien, una realidad notoria, clara, patente. Del mismo modo que Jesucristo resucitado y glorificado permanece entre nosotros, así también nosotros debemos permanecer atentos y vigilantes a nuestras propias responsabilidades.
La fiesta de la Ascensión del Señor no nos está invitando en modo alguno a <<mirar>> solamente al cielo, olvidándonos de la tierra; es decir, no es la fiesta del <<escapismo>>, de soñar despiertos en un <<más allá>> y no echar cuenta del <<más acá>>. No es la fiesta, en consecuencia, que nos invita a quedarnos con la verticalidad de la cruz, que es absolutamente gratificante, y a olvidarnos de la horizontalidad, que es lacerante y mortificante. Es una fiesta que nos invita a <<mirar>> al cielo, sí, pero con los pies bien asentados en la tierra: <<Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?>> (Hch 1,11). Es decir, es una invitación constante y permanente a salvar la historia humana desde dentro, teniendo como objetivo último la gloria de Dios, su plenitud y perfección total. La fe en Dios y la confianza absoluta de encontrarnos con Él en el cielo no nos eximen en modo alguno de nuestros compromisos y responsabilidades cristianas de cada día. No debemos caer en la trampa de vivir un cristianismo desencarnado, porque entonces le daríamos la razón a Marx; tampoco, la postura opuesta; es decir, mirar tanto a la tierra que nos olvidemos del cielo, porque en este caso convertiríamos el cristianismo en un humanismo más sin trascendencia. El cristianismo auténtico es ambas cosas: verticalidad y horizontalidad, cielo y tierra, lo divino y lo humano, Dios y el hombre. Es la síntesis que se compendia en el gran mandamiento: amor a Dios y amor al prójimo.
En consecuencia, la fiesta de la Ascensión del Señor es una invitación a recordar nuestra identidad y nuestros compromisos cristianos; a caminar con los pies firmes en la tierra, pero sin perder de vista el cielo, es decir, nuestro objetivo último: Dios. De lo contrario, corremos el riesgo de la total inmanencia, de salvarnos sin Dios. Y si alienante es la postura de <<mirar a lo alto>> olvidándonos de la tierra, también lo es la de quedarnos <<aquí abajo>>, pensando que lo humano es lo definitivo. Dos actitudes de vida opuestas que hemos de evitar: un angelismo y un espiritualismo desencarnado, por una parte, y un apostolado sin alma, por otra. Hemos de tener un gran sentido de la realidad, pero sin renunciar a la esperanza cristiana, auténtico motor que nos impulsa e invita permanentemente al compromiso de cada día.
Asumir los peligros que nos amenazan, pero sin ceder a la tentación de refugiarnos en cómodos <<cielos>>, que no son otra cosa que una vulgar caricatura del Cielo. La fiesta de la Ascensión es una invitación a toda la Iglesia en general y a cada cristiano en particular a caminar por los senderos de la historia anunciando la Buena Nueva de la salvación en cumplimiento del mandato de Jesús: <<Id por todo el mundo anunciando el Evangelio>> (Mc 16,15). Igualmente, es una invitación a realizar nuestra propia y peculiar ascensión. Por ello, ¿ascendemos o descendemos en el termómetro de nuestra vida y compromisos cristianos? ¿Ascendemos o descendemos cuando le tomamos el pulso diario al estado de nuestra fe?
Queridos amigos, la fiesta de la Ascensión del Señor es un camino de esperanza que tiene que ser recorrido por todos nosotros, seguidores de Cristo. Él, nuestro jefe y guía, camina delante para, así, conducirnos a la plenitud de la vida y a la intimidad del corazón de Dios.

VII Semana Poética de Primavera


Durante toda la semana, a partir de las 20’30 (según la programación adjunta), irán realizando lecturas poéticas las distintas asociaciones literarias cordobesas, y de otras localidades, que se alternarán con intervenciones musicales de lo más variado. Se completará la semana con la lectura del poemario “Tras la Ventana”, de R. Jaén, que fue presentado recientemente. Esta edición será presentada por el escritor y poeta Manuel Gahete, y dedicada a la Obra Poética de d. Miguel Castillejo, como homenaje tras su reciente fallecimiento. Como cierre de la Semana Poética, y como viene siendo tradicional, el viernes día 13 se ofrecerá un concierto en el patio, que constará de dos partes: la primera a cargo del Real Centro Filarmónico Eduardo Lucena de Córdoba y la segunda a cargo del Cor d’Esporles de Mallorca.



miércoles, 4 de mayo de 2016

Ciclo didáctico musical: Instrumentos de cuerda pulsada en el Renacimiento y Barroco

El próximo jueves, 5 de mayo, tendrá lugar en la Fundación Miguel Castillejo una nueva jornada del Ciclo Didáctico Musical de audiciones comentadas, en colaboración con el Conservatorio Profesional de Música de Córdoba "Músico Ziryab", bajo la dirección de D. Manuel Pérez Rodríguez. La jornada estará dedicada a los instrumentos de cuerda pulsada en el Renacimiento y Barroco y estará a cargo del profesor Juan Antonio Martínez Guillén, quien presentará distintos instrumentos de época (laúdes, guitarras barrocas, tiorbas...).



Jueves 5 de mayo,  a las 20,30 horas
Entrada libre

jueves, 28 de abril de 2016

Concierto popular de Primavera: In memoriam


El próximo viernes 29 de abril tendrá lugar en la sede de la Fundación Miguel Castillejo el Concierto Popular de Primavera, dedicado este año a la memoria de D. Miguel Castillejo Gorraiz. Colabora la Agrupación Musical Noches de mi Ribera, y el programa es el siguiente:


Viernes 29 de abril a las 20,30 horas.
Entrada libre hasta completar aforo.

martes, 26 de abril de 2016

Ciclo Ópera Abierta: L'elisir d'amore


El próximo jueves 28 de abril se reanudan las actividades culturales de la Fundación Miguel Castillejo con otra sesión del Ciclo Ópera Abierta, organizada en colaboración con la Asociación Amigos de la Ópera de Córdoba. En esta ocasión ofreceremos la visualización comentada de la ópera en dos actos L'elisir d'amore, de Gaetano Donizetti (1797-1848). La presentación y los comentarios correrán a cargo del Dr. D. Juan Francisco de Dios Vega.


Acto de entrada libre hasta completar aforo limitado.

lunes, 25 de abril de 2016

Misa funeral por el eterno descanso de D. Miguel Castillejo

La misa funeral por el eterno descanso de D. Miguel Castillejo Gorraiz, presidente de la Fundación que lleva su nombre, tendrá lugar el próximo miércoles en la Iglesia de la Merced, a las 20 horas.
Oficiará la santa misa el Cardenal D. Carlos Amigo Vallejo e intervendrán numerosas corales de la ciudad que han querido sumarse a la Eucaristía en su memoria: Coral Miguel Castillejo, Real Centro Filarmónico Eduardo Lucena, Coral de la Cátedra Ramón Medina y del Círculo, Orfeón Cajasur, Coro de Ópera Cajasur, Nova Schola Gregoriana de Córdoba y Contrapunto Ensemble. 

jueves, 21 de abril de 2016

Quinto domingo de Pascua

Hch 14,21-26: Les contaron a la comunidad lo que Dios había hecho por medio de ellos.
Ap 21,1-5: Vi un cielo nuevo y una tierra nueva.
Jn 13,31-35: Que os améis unos a otros como yo os he amado.

Ya es un tópico afirmar que nuestro mundo es un mundo dividido, donde las guerras, los odios, los enfrentamientos, las discriminaciones y las esclavitudes campean a sus anchas. Nuestro mundo, por tanto, no es «el mejor de los mundos posibles», como afirmó el filósofo alemán Leibniz. Pero tampoco es ese «malévolo infIerno» sartriano. Nuestro mundo es como es, siempre susceptible de ser mejorado y renovado desde sus cimientos mismos. De ahí que, como bien expresa la Encíclica Rerum novarum, «lo mejor que puede hacerse es ver las cosas humanas como son y buscar al mismo tiempo por otros medios [ ... ] el oportuno alivio de los males» (n.13). Por eso, no es un mundo ya creado, sino que lo estamos creando; no es un mundo ya acabado, sino en proceso constante de transformación.
Cuando Dios creó el mundo, invitó al hombre a co-crear con Él; es decir, Dios puso el mundo en las manos del hombre y le encargó que lo modelara y lo perfeccionara con su propio trabajo (cf. Gén 1,28). Este contexto de mandamiento divino nos lleva a plantearnos la siguiente pregunta, ¿cómo está cumpliendo el hombre el encargo que Dios le hizo? Es una pregunta que cada uno en particular tiene que responder porque todos somos responsables de la «marcha» del mundo, cada uno según su medida, pero responsables al fin y al cabo.
Si en estos momentos de la historia que nos ha tocado vivir percibimos un fuerte deterioro de nuestro mundo, tendremos que preguntarnos qué le pasa al hombre; qué nos pasa a cada uno de nosotros. Porque lo que está claro es que la ruptura externa que apreciamos en nuestro entorno es fiel reflejo de la ruptura interna que el hombre padece en su corazón. Las divisiones, las guerras, los odios, y tantos otros males se gestan y desarrollan en el interior del hombre, repercutiendo directamente en sus circunstancias sociales: «De dentro del corazón hombre, salen las malas ideas: inmoralidades, robos, adulterios, codicias, perversidades... » (Mc 7,22-23).
Con todo, algo bueno ha de tener el hombre cuando Dios le encarga la misión de transformar el mundo. Es más, el hombre que ha salido directamente de las manos del Creador, que lo modeló «a su imagen y semejanza» (cf. Gén 1,26-27), tiene que ser bueno por naturaleza, porque no sería compatible la bondad y perfección divina con la maldad humana. Por eso, Dios que es amor (cf. 1 Jn 4,8) nos creó y nos hizo un llamamiento para el amor, única realidad que nos madura y que nos hace crecer como personas, tanto hacia dentro como hacia fuera. El amor es el que hace que seamos imagen y semejanza de Dios; el que nos convierte en hijos de Dios.
El amor es el signo más palpable de la Pascua por la que Cristo, su Resurrección, ha renovado todas las cosas. Por eso nos propone un mandamiento nuevo, como eje central de los nuevos tiempos que Él ha inaugurado y que tienen su cuImen en la Pascua. Atrás quedó la dinámica del «círculo vicioso» de la ley del talión, que cuanto más se aplicaba, más endurecía y más enquistaba el corazón del hombre. El mandamiento nuevo que Jesús nos propone rompe con esa dinámica de pecado, para instalarnos en la dinámica de Dios; es decir, en la dinámica de la gracia, de la generosidad y de la misericordia. Este mandamiento no implica otra cosa que ser fiel a la vocación para la que Dios nos ha creado: al amor.
El amor es, en consecuencia, la herramienta de trabajo con la que tenemos que transformarnos y recrearnos personalmente, para después transformar y recrear nuestro mundo. La ley del amor es la única que es capaz de hacer realidad que nuestro mundo sea «el mejor los mundos posibles». No hay más alternativas. Porque esa fue también la única alternativa por la que Jesús se decidió en su vida, siendo fiel a ella hasta sus últimas consecuencias. Y lo suyo no fue una utopía, un sueño que pasó, como pensaron irónicamente el grupo de quienes nunca lo creyeron. Lo suyo fue tan real que todo lo que hizo, lo hizo bien; por eso, la mejor síntesis que se ha hecho de Jesús, tanto en sus dichos como en sus hechos, es la que hicieron los apóstoles cuando se lanzaron a predicar por todo el mundo el hecho gozoso de la Pascua. Para los apóstoles, Jesús fue un hombre que pasó haciendo el bien.
No hay otro amor como el de Jesús, donde los hombres encuentran su sentido de plenitud. Jesús optó por la utopía de la misericordia para al hombre a Dios y al mismo hombre; para desarrollar el sentimiento de hermandad y fraternidad entre todos los pueblos de la tierra. Por ello, no hay mejor programa para realizar el mandamiento de Jesús que las bienaventuranzas (cf. Mt 5,1-12), expresión sublime y concreta del amor.
Ante el desafío del nuevo siglo y milenio que se nos avecina, no podemos seguir siendo meros espectadores, cuando no colaboradores, de un mundo que se desangra por los cuatro costados. Como cristianos, hemos de inyectar buenas dosis de esperanza, de paz, de unión, de amor, en una palabra. Pero, para que eso sea posible, es necesario que seamos unos auténticos y fieles cristianos que vivimos «a pies juntillas» la única ley que nos hace libres, la ley del amor.
Mis queridos amigos, rompamos con los egoísmos que nos atenazan y esclavizan, impidiéndonos llevar a efecto la vocación para la que hemos sido creados, el amor. Abramos de par en par las puertas de nuestro corazón al amor que nos hace libres y que libera todo lo que toca. Sólo el amor, y nada más que el amor es capaz de truncar la espiral y el círculo vicioso de la violencia, de las divisiones, de las guerras. Cambiemos para siempre el dicho «si quieres la paz, prepara la guerra», por el dicho «si quieres la paz, ama».

viernes, 15 de abril de 2016


Quedan suspendidos los actos previstos para esta semana por motivo del fallecimiento de nuestro Presidente y Fundador, Don Miguel Castillejo Gorraiz.

Gracias.