martes, 31 de marzo de 2015

Recital poético "El toro en la poesía"

Fundación Miguel Castillejo | Salón de Actos 
Martes, 7 de abril | 20,30 horas


El próximo martes 7 de abril tendrá lugar en la Fundación Miguel Castillejo el recital poético titulado "El toro en la poesía", organizado conjuntamente con la Tertulia El Castoreño. El acto correrá a cargo de Esperanza Jiménez de la Cruz, y estará presentado por el poeta y académico Manuel Gahete Jurado. Contaremos además con la ilustración musical del conocido guitarrista Rafael Trenas.

viernes, 27 de marzo de 2015

"Córdoba y la Virgen de los Dolores"

Salón de actos | Fundación Miguel Castillejo 
Viernes 27 de marzo | 20,00 horas


El próximo viernes 27 de marzo tendrá lugar en la Fundación Miguel Castillejo la conferencia "Córdoba y la Virgen de los Dolores", organizada por el Círculo Cultural Averroes (Asociación Profesional de Visitadores Médicos de Córdoba) dentro de los actos en conmemoración del L Aniversario de la Coronación Canónica de Nuestra Señora de los Dolores
El acto estará a cargo de Juan José Jurado Jurado, ex Hermano Mayor de la Hermandad.

Domingo de Ramos

Is 50,4-7: No oculté el rostro a insultos y salivazos, y sé que no quedaré avergonzado.
Flp 2,6-11: Cristo, a pesar de su condición divina, tomó la condición de esclavo.
Mc 11,1-10: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!
Mc 14, 1-15,47: Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.

La Semana Santa se abre con el memorial de la Pasión del Señor, coronada con su Muerte y Resurrección. Así, los sagrados misterios que celebramos en esta magna y santa constituyen el eje central de nuestra fe y de todo el tiempo litúrgico. Toda la obra de la salvación, dilatada en la historia, gravita sobre un único dentro: Jesucristo toma en sus manos su vida, y, en un acto único y original, expresión sublime de su amor sin límites, la ofrece y la entrega sin reservas. Así, por Jesucristo el hombre ha sido reconciliado con Dios y consigo mismo. La salvación imposible y lejana se ha hecho posible y cercana. La Muerte y la Resurrección del Hijo de Dios la ha realizado.

El relato de la Pasión del evangelista San Marcos nos presenta varias claves y mensajes que nos meten de lleno en el sentido y en el corazón de esta sacra semana, síntesis de nuestra existencia cristiana.

Primero: la Pasión-Muerte-Resurrección expresan la consumación de la fidelidad y obediencia de Jesucristo a los designios del Padre. Traicionado por unos, negado por otros y abandonado casi por todos, Jesucristo confía plenamente en la voluntad de Dios: <<Abba [Padre]: Tú lo puedes todo, aparte de mí ese cáliz. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya>>. No se contagió del desánimo y del miedo de sus discípulos, aunque ello no lo libró de la angustia del dolor y de la muerte. Jesucristo tuvo clara su vocación y su destino: el Padre.

Frente a nuestros miedos y titubeos humanos; frente a nuestras desesperanzas; frente a ese amor a nosotros mismos; frente a nuestros deseos absolutos de autonomía, de <<querer ser como Dios>>, Jesucristo nos muestra el camino de la auténtica libertad: el camino del amor y de la entrega generosa a lo que Dios nos va pidiendo en cada instante de nuestra vida. Nuestra fortaleza es Dios. Somos fieles en la fidelidad y en la obediencia a Dios: <<No se haga nuestra voluntad, sino la tuya>>.
Segundo: Jesucristo es verdadero Hijo de Dios, el enviado del Padre que realiza y culmina la obra de la redención. De este modo, Jesucristo viene a decirnos con extrema claridad que el hombre por sí mismo es incapaz de salvación, y, por tanto, que sólo en Dios, y nada más que en Él, está la verdadera y auténtica salvación. El hombre, como Ícaro, a veces es todo confianza en sí mismo y se siente absolutamente autónomo. Sin embargo, también como Ícaro, está condenado a caer cuando cree que está en su apogeo, cerca ya del sol que pretende conquistar.
Jesucristo es el Hijo de Dios, pero, ¿está claro para nosotros, o, por el contrario, no acabamos de creérnoslo, como les sucedió al sumo sacerdote y a los miembros del Sanedrín que lo juzgaron? Porque si no creemos que Jesucristo es el Hijo de Dios, entonces tampoco creemos que nos haya salvado, y, en ese caso, nuestro cristianismo no pasa de ser, como mucho, un humanismo de <<tejas para abajo>>, secularizado e inmanente, cerrado a cal y canto a la trascendencia de Dios. Ser cristiano así es una de las peores mentiras.

El cristiano tiene que asumir la tarea mundana del hombre sin sucumbir a la tentación adámico-prometeica del <<y seréis como Dios>>; y, al mismo tiempo, tiene que colaborar en la obra de la salvación del mundo sabiendo que, dentro del mundo, esta tarea es inacabable.

Tercero: Dios nos habla desde el silencio de la cruz, signo distintivo e inequívoco de la autenticidad de la fe cristiana. Porque la fe sólo madura en el crisol de la vida vivida con gozo, sí, pero no exenta de dificultades. Desde su cruz, Jesucristo nos invita a ser sus discípulos tomando nuestra cruz de cada día.

La fe cristiana nos propone un Dios crucificado, que nos enseña a morir con amor a la vida y a vivir como seres mortales, por eso, precisamente, es por lo que Jesús nos restituye a la realidad: viviendo como Él nuestra existencia terrena hasta el final es como nos acercamos al misterio de Dios. Decía Bernanos que <<todos tenemos un lugar en la Pasión de Cristo>>. Busquemos, pues, ese lugar. Y desde él, intentemos encontrarnos con Jesús, Palabra viva de Dios.

viernes, 20 de marzo de 2015

Quinto domingo de Cuaresma

Jer 31,31-34: Meteré mi ley en su pecho. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.
Heb 5,7-9: Jesucristo, llevado a la consumación, se ha convertido en autor de salvación eterna.
Jn 12,20-33: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo.

Estamos ante el pórtico de la Semana Santa. Las lecturas de este quinto domingo de Cuaresma son una introducción y una preparación para captar con los ojos del corazón el mensaje central del misterio pascual: todos los hombres hemos sido salvados y redimidos por la Muerte y Resurrección de Jesucristo. La muerte es la prueba y la confirmación suprema de su amor y de su entrega sin límites a los hombres. Como bien dice el mismo Jesús en otro pasaje del Evangelio de San Juan, <<no hay amor más grande que dar la vida por los amigos>> (Jn 15,13). De ahí que si el grano de trigo no muere, no puede producir frutos, en clara alusión a que una vida que no se hace don, servicio y entrega, es una vida desperdiciada, vacía, sin sentido.

Nuestra sociedad actual es una sociedad medularmente consumista y hedonista. Lo importante es que cada uno consiga el mayor placer posible, que se lo pase bien. No importan los demás y sus problemas; no importan las graves situaciones sociales, familiares, o personales, no ya de otros países, sino ni tan siquiera de nuestro propio contexto. Así, es una sociedad, la nuestra, totalmente atomizada, despersonalizada, individualista. Es una sociedad en la que <<dar la vida>>, <<sacrificarse>>, <<amar>> son conceptos que no dicen absolutamente nada. Por eso, no puede extrañarnos la indiferencia y el secularismo de vida que conducen a un egoísmo recalcitrante. Si Dios, que es amor sin límites, es silenciado, ¿qué puede hacer el hombre? ¿Acaso puede amar sin el amor que procede de Dios? ¿Acaso puede dar su vida porque sí, por pura filantropía?

Está claro que el programa de Cristo choca frontalmente con los programas de la sociedad de nuestro tiempo. Nuestra civilización del consumo nos empuja a la satisfacción puntual e inmediata de cada deseo. Lo que signifique renuncia aparece como un absurdo inaceptable. Lo que no se rija por el placer, por el rendimiento, por la productividad, parece carecer de sentido en nuestro mundo.
Lo malo de todo esto es que este secularismo ramplón está calando finamente en el corazón de buena parte de los cristianos, hasta el punto de que éstos convierten la religión del amor a los demás en la religión del amor a sí mismos; el Dios misericordioso que muere por todos los hombres, en el Dios de su voluntad y caprichos.
Quienes así viven están dando a luz una nueva tipología de cristianos, que prefieren la Iglesia cuantitativa a la Iglesia cualitativa. Por eso, transigen y pactan: la oración breve e incisiva en lugar del diálogo reposado; la pobreza aparente por fuera y por dentro nimbada de comodidades; la humildad vista con sospecha como índice de falta de personalidad; la esperanza en lo tangible y concreto, relegando la esperanza escatológica a claroscuros imprecisos; la santidad, la contribución a la creación de un mundo mejor, cuya definición depende frecuentemente de esquemas ideológicos ajenos al cristianismo. Así, la religión del amor, de la entrega <<hasta dar la vida por los demás>>, se reduce a una religión de egoísmos entrecruzados.

En Jesucristo, la salvación acaece, no desde el distanciamiento, sino desde la aproximación singular de Dios al hombre. La persona y la vida de Jesús deberían ser paradigmáticas también para nosotros hoy. Él no asistió al nacimiento de un nuevo mundo. Proceso difícil que se realiza ya en la vida de Jesús: en la doble dimensión de Muerte-Resurrección, que no son dos momentos sucesivos en su existencia histórica, sino dos claves de su vida entera, como un <<dar su vida>> en amor y libertad, que se resume en una sola sentencia: entrega total de sí mismo por los otros.

Este programa de Jesucristo no nos invita al <<dolorismo>>, al <<dolor por el dolor>>, sino a aceptar la vida en toda su realidad: con sus gozos, sussufrimientos, sus exigencias, sus renuncias. El que sabe entregar su vida en la vocación y en la llamada recibida, en la plena dedicación y entrega a la familia, al trabajo, a los deberes sociales, al amor al prójimo, ése la encontrará.

El amor es la única contraseña de los servidores de Jesús: <<Si el grano de trigo no muere, no puede dar frito>>. De ahí que San Agustín afirme: <<Es el amor lo que distingue a los hijos de Dios de los hijos del diablo. Los que tienen el amor han nacido de Dios. Si te falta esto, todo el resto no te sirve para nada>>. Un cristiano sin amor es un usurpador.

No podemos olvidar, mis queridos hermanos, que la última palabra de nuestra fe no es la cruz, sino la resurrección. Siempre será verdad esta máxima fundamental de Cristo: <<El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna>>. El que se cierra y se encierra en sí mismo, el que sólo vive para sí, el que no aprende que es dando la vida como se recupera y como se gana, el que sólo piensa en su autorrealización, paradójicamente se está vaciando, se está negando a sí mismo.

martes, 17 de marzo de 2015

Exaltación de la Saeta

Lunes 23 de marzo, 20,30 h.


La edición de este año de la Exaltación de la Saeta estará a cargo del Excmo. Sr. General D. Ramón Serrano Rioja y contará con la intervención de los saeteros Inmaculada Camacho, Francisco Camacho y Manuel de José.

Entrada libre hasta completar aforo.

domingo, 15 de marzo de 2015

Presentación del libro Transoceánica, de Pérez Borbujo

Salón de Actos | Fundación Miguel Castillejo
Martes 17 de marzo | 20,00 horas


El próximo martes 17 de marzo tendrá lugar en la Fundación Miguel Castillejo la presentación del libro Transoceánica, del médico y escritor humanista Juan José Pérez Borbujo, en el acto conmemorativo por el primer anivesario de su muerte. 

La presentación de su libro póstumo correrá a cargo de Mariano Boloix Carlos-Roca, capitán de navío y amigo del homenajeado y de su hijo, Fernando Pérez Borbujo Álvarez.

jueves, 12 de marzo de 2015

Cuarto domingo de Cuaresma

2 Crón 36, 14-16.19-23: El Dios del cielo me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén.
Ef 2,4-10: Muertos por los pecados, estáis salvados por su gracia.
Jn 3,14-21: Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para salvar al mundo.

El mensaje espiritual que está en la base de nuestras reflexiones en este cuarto domingo de Cuaresma, lo centra de un modo admirable la lectura del apóstol San Pablo a los Efesios que acabamos de proclamar: Dios es amor. Su misericordia no tiene límites. Nosotros estábamos muertos por el pecado y hemos sido salvados por su bondad y magnanimidad. Todo, pues, es gracia. Sólo Dios salva, porque el hombre es radicalmente incapaz de salvación. Somos hijos de Dios y Dios nos ama con locura. Por eso, creo que de ningún modo lleva razón Albert Camus cuando afirma: <<El hombre es un extranjero sin pasaporte en un mundo glacial>>.

Las palabras de Juan son explícitas: Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna. Es decir, Dios es todo amor. Por pura gracia, mediante la mediación de su Hijo Jesucristo, nos salva. Por el pecado estábamos muertos a la vida y Él nos ha sanado. Así, Dios se muestra como un Dios cercano, amigo, íntimo, frente a ese Dios de la lejanía, al que uno tenía que acercarse con <<temor y temblor>>, en frase feliz de Sören Kierkegaard. Jesucristo, Dios hecho hombre, es tan cercano que muere en la cruz por nosotros.

La sociedad actual necesita misericordia entrañable. Dios nos envía al Hijo para que sea en medio de los hombres el rostro de la misericordia, el Dios del amor, de la paz, de la cercanía. El Dios que llama a los pecadores y come con ellos. Este Dios está con nosotros siempre y hasta el final del mundo.
El hecho de que la salvación sea por pura gracia de Dios no implica en ningún modo la pasividad del hombre. El hombre está convocado por Dios para operar la obra de la redención de acuerdo con sus capacidades y posibilidades. Dios quiere que, con los dones de su gracia, el hombre realice <<las obras de la fe>>.

Este planteamiento fue el núcleo de las contiendas irreconciliables entre Lutero y la Iglesia, el protestantismo y el catolicismo. Un enfrentamiento que llegó en toda su radicalidad hasta el mismo Vaticano II, que abogó por un diálogo y una reconciliación ecuménicos.

Lutero ponía el acento en la supremacía exclusiva de la gracia divina. Para él, todo era pura gracia, y el hombre, pura miseria, corrupción, porque la naturaleza humana está intrínseca y ontológicamente pervertida por el pecado original, sin posibilidad de enmienda o regeneración. Por tanto, el hombre no se salva por sus buenas obras, sino por la sola fe en Dios que lo puede todo. Por su parte, la Reforma católica de Trento, poniendo le énfasis en la Carta del apóstol Santiago (cf. 2,14-26), reconoce que sólo Dios salva, pero que el hombre ha de cooperar para que esa salvación se lleve a efecto.

Es cierto, sin embargo, que los católicos corremos el grave riesgo de desembocar en un puro activismo y moralismo: en las obras por las obras, olvidándonos de que lo único importante es que Dios nos ha dado a su hijo Jesucristo para que seamos salvos por Él. En Él todo es gracia y nuestras obras, que nos vienen por la fe, son la pura gracia divina, aunque nosotros tengamos que cooperar con nuestra santa libertad.

Dios nos ama y quiere que lo amemos. A Dios se le ama amando intensamente a los hombres. Así el amor es la concreción palmaria de las buenas obras, según reza un antiguo adagio: <<Obras son amores y no buenas razones>>. Tenemos que responder con el lenguaje testimonial de nuestras buenas acciones, de nuestro buen proceder, de nuestra entrega sin límites a los demás.

Para lanzarse a obrar, todo hombre necesita un respaldo de seguridad, la confianza de sentirse amado: <<Si no conocemos que recibimos –expresaba con hondura Santa Teresa-, no despertamos a amar>>. Este respaldo lo tenemos cuando nos dejamos decir por la fe que hemos sido amados, perdonados, salvados por Dios en Cristo. Necesitamos sentir esa salvación, como la sintieron los israelitas desterrados cuando Ciro les devolvió su tierra.

Mis queridos hermanos y amigos, en este cuarto domingo de Cuaresma, yo me quedaría con dos mensajes de la madre Teresa de Calcuta. El primero dice así: <<Para conquistar el mundo sólo hace falta amor y compasión>>. La vocación de la madre Teresa fue una auténtica vocación de amor: atender todas las carencias de los más necesitados, a los que se entregó sin alterar su fidelidad a la Iglesia. Ella siempre reconoció que la verdadera pobreza reside en el hambre de amor.

El segundo mensaje reza así: <<El mal más grande de nuestros días es la falta de amor y de caridad. Hemos sido creados para amar>>. Por eso, en expresión de Bernanos, <<los santos son para seguirlos, no para aplaudirlos. El cristiano es continuador de la presencia y de la obra de Cristo en el mundo>>. Se sabe salvado, y no deberá condenar este mundo, sino dedicar por entero sus fuerzas a salvarlo.

lunes, 9 de marzo de 2015

Concierto Pasión por el Cine

Viernes 13 de marzo, a las 21 horas.


El próximo viernes, 13 de marzo, tendrá lugar en el salón de actos de la Fundación Miguel Castillejo el concierto Pasión por el cine, con motivo del Día Mundial del Teatro, interpretado por un grupo musical dirigido por Alberto de Paz. El programa recordará bandas sonoras célebres estará ilustrado a la vez con la proyección de imágenes de las correspondientes películas. 

Entrada libre. No es necesario presentar invitación. 

viernes, 6 de marzo de 2015

Conferencia "Falta de valores en nuestra sociedad"

Viernes, 6 de marzo
20,00 horas


El próximo viernes, 6 de marzo, tendrá lugar en el salón de actos de la Fundación Miguel Castillejo la conferencia "Falta de valores en la sociedad actual", a cargo del Dr. en Filosofía e Historia D. Manuel Villegas Ruiz. La presentación correrá a cargo de D. Rafael Martínez Segura (Catedrático de Latín).

Entrada libre hasta completar aforo.

Tercer domingo de Cuaresma

Éx 20,1-17: Yo soy el Señor, tu Dios. No tendrás otros dioses frente a mí.
1 Cor 1, 22-25: Lo necio y lo débil de Dios es más sabio y más fuerte que los hombres.
Jn 2,13-25: No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.

Tanto San Juan, como los demás evangelistas nos presentan con precisión y detalle la escena de la reacción airada de Jesús contra los mercaderes del templo. Acostumbrados como estamos a una imagen bondadosa y misericordiosa de Cristo, nos sorprende semejante postura. Jesús, lleno de santa audacia, entra en el templo de Jerusalén, abarrotado de vendedores de animales para el sacrificio cultual, trenza un látigo y, en medio de un magno escándalo, expulsa a todos los mercaderes, invocando que el templo de Dios es casa de oración, y no una cueva de ladrones. Es necesario recordar que para los judíos el templo de Jerusalén no era un edificio más, sino el lugar mismo de la presencia de Dios. El Arca de la Alianza, presencia especialísima de Dios, se custodiaba en el Sancta Sanctorum, el lugar más sagrado del templo, al que sólo podía acceder el sumo sacerdote una vez al año durante las fiestas de Pascua.

Creo, mis queridos amigos, que en esta escena hay tres grandes enseñanzas de Jesucristo. En primer lugar, un deseo muy grande de purificación del a vida religiosa del templo como tal, asó como de los hechos religiosos. Para Jesús, el templo es el templo, es decir, casa y presencia de Dios, y, por lo tanto, lugar sagrado para la oración y el culto. Lo que de ningún modo es el templo es un mercado público, un lugar de negocios, en el que se mezcla lo sagrado con lo profano, e, incluso, se mercadea con el mismo Dios. Así, lo que en el fondo está condenando Jesús es la práctica mezquina e hipócrita de aprovecharse de aprovecharse del culto divino para librarse en beneficio propio. Al respecto, San Agustín decía que cuando nos aprovechamos de la Iglesia en lugar de servirnos de ella para acercarnos a Cristo, somos unos auténticos vendedores de palomas y de corderos.

Este mensaje purificador de Jesucristo también nos lo tenemos que aplicar los cristianos en la justa medida que nos corresponda, porque muchos que se llaman cristianos se aprovechan de la religión o de la Iglesia para fines económicos o políticos. Los cristianos estamos llamados a servir al templo y no a servirnos del templo; a servir a la Iglesia y no a servirnos de ella; a contemplar nuestros templos, no como majestuosos edificios de piedra o simples monumentos artísticos, sino como un lugar especial de encuentro con Dios, en el que Dios se hace presente para que lo adoremos <<en espíritu y en verdad>>.
En segundo lugar, cuando a Jesús le preguntan los judíos con qué poder hacía aquello, la respuesta no se hizo esperar: <<Destruid este templo, y en tres días lo levantaré>>. Jesús no estaba hablando del templo material, como mal interpretaron sus interlocutores, sino del templo de su propio cuerpo. Es decir, Jesús estaba hablando de su muerte y resurrección, centro y cenit de su misión redentora. Así, San Juan nos prepara para celebrar los grandes misterios de la Semana Santa.

En tercer y último lugar, la escena del templo tiene para nosotros un sentido profunda místico. No hay templo más grande que el propio Jesucristo, encuentro y diálogo permanente entre Dios y el hombre. Por eso, en respuesta a la mujer samaritana, Jesús postula que el verdadero culto es el culto del corazón, en donde se adora al Padre <<en espíritu y en verdad>> (cf. Jn 4,20-24).

El nuevo orden cultual que Cristo trae no se ciñe a un espacio físico construido con piedras. Nuestros templos e iglesias sólo son la expresión y la representación de otro templo incomparablemente más sublime: Jesucristo. Y a Jesucristo lo encontramos en nosotros y en nuestros hermanos los hombres, en nuestra comunidad eucarística. Cristo está allí donde dos o más se reúnen en su nombre, sea en una pomposa catedral, en una iglesia de barrio o en la choza de un misionero. Porque el templo que Dios quiere es la construcción y realización de nuestra vida cristiana desde la madurez de la fe, el optimismo de la esperanza y el compromiso del amor.

Mis queridos hermanos, pidámosle al Señor que huyamos de cualquier tentación de desfigurar su morada, que seamos templos vivos de Dios y morada, que seamos templos vivos de Dios y morada augusta del Espíritu Santo, que con el ejemplo y la entrega de nuestra vida adoremos a Dios <<en espíritu y en verdad>>, que respetemos nuestros lugares sagrados como lugares de oración y de culto, de silencio y de diálogo íntimo con Dios.