miércoles, 17 de abril de 2013

Cuarto domingo de Pascua


Domingo 21 de abril


Hch 13,14.43-52: Yo te haré luz de los gentiles. 
Ap 7,9.14-17: El cordero será su pastor. 
Jn 10,27-30: Yo doy la vida eterna a mis ovejas. 


Si en anteriores domingos los protagonistas de las lecturas sagradas fueron María Magdalena, Tomás el apóstol o Pedro, el personaje central de este domingo es Jesucristo, el Buen Pastor que da la vida eterna a sus ovejas. 
Alguien ha dicho que Dios ha pasado de ser objeto constante de reflexión y estudio en casi toda la literatura de todos los tiempos a ser postergado en todos los campos de nuestra cultura. Por eso, podemos concluir que nuestros tiempos son tiempos de silencios y de ausencias. Dios es el gran silente y el gran ausente. Vivimos en la llamada «cultura de la muerte de Dios», en la que Dios no interesa ni mucho, ni poco. 
El papa Juan Pablo II, en su última visita a España, hacía la siguiente reflexión dirigida especialmente a los universitarios y científicos de la Complutense de Madrid: «Toda fe que un creyente dice que la tiene, si no se traduce en una cultura no es una fe verdadera.». Y es que la cultura es un modo de vivir, de pensar, de ser; en ella está la clave para responder a este vacío que el hombre de la posmodernidad quiere hacer de Dios. 
Una de las notas distintivas de nuestra cultura es su falta de confianza en la razón, sobre todo en la razón ilustrada. Por ello, el problema de Dios no puede ser abordado prioritariamente desde las razones del pensamiento, aunque también, sino que hay que abordarlo desde la razón del corazón, haciendo realidad la sentencia de las Meditaciones de Pascal: <<El corazón tiene sus razones que la razón no entiende». Más que hacer hincapié en el Dios de la razón, es necesario insistir en el Dios revelado por Jesucristo; en el Dios de la vida; en el Dios que se siente, pero no se explica; se entiende, pero no se comprende. Como bien decía Unamuno, la fe del creyente ha de centrarse en Dios, Padre y Pastor de nuestras almas. 
A esta cultura que tiene auténtica alergia a Dios, conviene presentar un Dios dialogante, atractivo, que responda a las inquietudes del hombre de hoy. Yo señalaría los siguientes tres aspectos de Dios, que, entre otros, conviene dar a conocer. 
Primero: Dios es el Buen Pastor que conoce a la perfección a sus ovejas, y por eso las llama por su nombre, y las acompaña y precede en el sacrificio. Esto significa que quien sigue a Jesucristo, tiene que seguirlo en el difícil camino de la cruz, porque ha asumido el mismo nivel de pobreza, de postración, de sufrimiento y de cruz que su Maestro, el Buen Pastor.
Segundo: Dios es el Buen Pastor que se preocupa fundamentalmente por las ovejas descarriadas. También a ellas las llama, porque son suyas y no quiere que se pierda ninguna. Éstas oirán su voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor. 
Es un claro mensaje para nosotros, los cristianos del ya entrante siglo XXI. Nuestra misión, hoy más que nunca, ha de centrarse en mostrar a los hombres el verdadero rostro de Dios. Este mostrar pasa, no tanto por nuestros discursos, que a fuerza de tanta repetición se han convertido en discursos puramente retóricos, sin contenidos, vacíos, cuanto por nuestro testimonio de vida. Aquí se cumple una vez más uno de los dichos que definen a nuestra cultura: «Hay que predicar con el ejemplo». Hoy, más que palabras, queremos hechos; más que bellas y hermosas teorías de Dios, queremos las concreciones prácticas a que conduce creer en Dios. En otros términos, hay que ser buenos pastores, a ejemplo del Buen Pastor. Es el único medio de impregnar la cultura con la fe religiosa. No de cualquier tipo de fe, sino de la fe que brota y se enraíza en Dios y se expresa en medio de los hombres, de todos los hombres, porque la evangelización afecta más directamente a todos aquellos que «guardan silencio sobre Dios»: «Tengo otras ovejas que no son de este redil; también a ésas tengo que conducirlas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor» (Jn 10,16). 
Tercero: Jesús es el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas para que éstas posean la vida eterna. El mal pastor, en cambio, abandona el rebaño a su suerte, sobre todo, con su mal ejemplo de vida, con su falta de testimonio transparente, con sus incoherencias entre su decir y su obrar. Jesús, Buen Pastor, nos exige sinceridad y coherencia de vida, los dos avales de todo testimonio cristiano. 
Se comenta que un renombrado escritor, que hacía ya bastante tiempo que andaba a vueltas con el problema de Dios, le preguntó un día a un canónigo de la catedral de Nôtre Dame: «¿De verdad existe Dios?». El canónigo le respondió lanzándole otra pregunta: «¿Cambiaría tu vida si descubrieras con toda certeza que Dios existe?». La moraleja no es otra que ésta: no tenemos que tener la absoluta certeza de la existencia de Dios para cambiar de vida.
Mis queridos amigos, el gran mensaje de este cuarto domingo de resurrección del tiempo pascual es que Cristo resucitado es el Buen Pastor de nuestras almas que nos ha salvado; que ha dado su vida por nosotros y la sigue dando día a día para que nosotros a cambio poseamos la vida eterna, y la poseemos en abundancia, de modo que ya nunca más tengamos ni hambre ni sed (cf. Jn 6,35-36).

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