viernes, 21 de marzo de 2014

Tercer domingo de Cuaresma

Éx 17, 3-7: ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?
Rom 5,1-2.5-8: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones.
Jn 4,5-42: Adorarán al Padre en espíritu y verdad.

Las tentaciones, innumerables en cantidad y en calidad, nos asaltan ininterrumpidamente durante el decurso de nuestra vida. Todos tenemos experiencia de esta aciaga y amarga realidad. Sin embargo, todas las tentaciones se reducen a tres: la tentación del materialismo, la tentación del cientifismo y la tentación del poder. Tres tentaciones que compendian en un solo trazo la hondura del mal que asalta constantemente al hombre; tres tentaciones que apuntan directamente a la soberbia de la vida: el <<querer ser dios>> del verdadero Dios. De ahí la certera y radical pregunta que pone al descubierto las verdaderas intenciones del alma humana: <<¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?>>.

Es la pregunta central que se hace el pueblo de Israel en su larga travesía por el desierto, y que a su vez constituye toda una pedagogía de la fe para los creyentes de hoy. En efecto, el pueblo de Israel nunca acabó de confiar –esto es la fe- en Dios. Una y otra vez le exigía pruebas de su poder como conditio sine que non para creer. Ante las dificultades materiales, como cruzar el mar Rojo, paliar el hambre y la sed en un contexto tan hostil e inhóspito como el desierto, el pueblo de Israel duda una y otra vez: <<¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?>>. Lo que Dios ha hecho por su pueblo en anteriores ocasiones de nada vale. ¿Por qué? Sencilla y lisamente porque su fe es una fe superficial, sin fondo teológico. La relación del pueblo de Israel con el Señor no partía de la confianza y del amor a Dios, sino del más mezquino interés: Dios nos interesa siempre y cuando nos ayude a salir de los apuros. Por eso, ante nuevas dificultares que se plantean surge de nuevo la inseguridad, la incertidumbre, el no saber a qué atenerse.

Es también la amarga realidad que nos asalta y azota a los creyentes de hoy. Ante un mundo que se presenta como todopoderoso, ¿para qué seguir creyendo en Dios?; ante el milagro de la ciencia y de la técnica, capaz de solventar todas nuestras dificultades y necesidades materiales, ¿para qué seguir creyendo en los milagros de Dios? Por eso la gran tentación de esta hora es prescindir de Dios por inútil e inservible. Dios no hace milagros –dice el hombre de la técnica- porque el hombre lo puede todo. Así, los creyentes nos vamos posicionando en las filas de quienes han convertido la técnica en dios, sucumbiendo a la tentación que nos habla de la <<muerte de Dios>>, en el decir de Nietzsche. Es entonces cuando surge la pregunta: <<¿está o no está Dios en medio de nosotros?>>; es decir, ¿para qué sirve creer? ¿Necesitamos realmente a Dios?.

Jesús en el Evangelio, como en tantas y tantas ocasiones, abre las puertas de nuestras inquietas y graves preguntas. El hombre ebrio de autosuficiencia acaba por secarse y morir. No es Dios quien muere, sino el hombre. El cristiano que, contagiado del más sórdido materialismo, ha dejado de confiar en Dios, de creer en Él, de amarlo con todo su ser, con toda su mente y con todo su corazón, es un cristiano que ha perdido la esencia de su vida y su señal de identidad. es como la sal que se ha vuelto sosa o la luz que ya no alumbra, por seguir el paralelismo evangélico.

Jesús nos invita, como invita a la samaritana, a la conversión, que tiene un único centro: el encuentro entre dios y el hombre. Dios se acerca al hombre, a nosotros; pero cada uno de nosotros tenemos que iniciar el camino de vuelta al Padre. Frente a las felicidades materialistas que nos proporcionan los falsos ídolos del dinero, del poder, del placer o del consumo, que no son dadoras de sentido y que no llenan nuestro corazón -<<el que bebe de esta agua vuelve otra vez a tener sed>>-, Dios nos da el agua viva de su gracia, de su amor, de su misericordia, que llena de sentido todo el horizonte de nuestra vida; por eso, <<ya nunca más volveremos a tener sed>>. Dios, y sólo Dios, es el único y verdadero Dios.

Pero, ante esta benevolencia divina, los cristianos tenemos que iniciar el camino de vuelta a Dios: <<Señor, dame esa agua>>, dame tu gracia. Aquí me tienes, perdona mis pecados. Confío en ti. Tú solo eres mi Dios. Es la fe que ha iniciado lo que Von Balthasar llama la <<reestructuración de la persona entera>>. Es la fe que ya no titubea, aún en medio de los avatares que son constitutivos y constituyentes de la vida.

Salir al encuentro de dios supone amar a  dios con todo nuestro ser y con todas nuestras fuerzas. un amor que, como tantas veces hemos repetido, es extensivo a los demás- Por eso, todo encuentro con Dios supone un salir de <<sí mismo>> para ir al encuentro de los demás, sobre todo de los más necesitados. Queridos hermanos, saquemos dos consecuencias para nuestra vida: primera, que sólo el amor de Dios llena en plenitud nuestro corazón frente a otros amores vacíos y sin fondo. Segunda, no hay más ni mejor proyecto de vida que amar a Dios, amando intensamente a nuestro prójimo.

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