jueves, 11 de diciembre de 2014

Tercer domingo de Adviento

Is 61,1-2.10-11: El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha enviado para dar la buena noticia.
1 Tes 5,16-24: Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Tened la acción de gracias.
Jn 1,6-8.19-28: En medio de vosotros hay uno que no conocéis.

Este tercer domingo de Adviento nos habla de una esperanza cierta, dichosa, dadora de sentido porque el Señor está muy cerca. Su presencia ilumina, sana, alegra el corazón del hombre, triste, a veces, de tanta nostalgia del cielo.

La obra de Samuel Beckett, Esperado a Godot, en muchas ocasiones se suele tomar como argumento ejemplificador durante el tiempo de Adviento. El núcleo de la obra es el siguiente: dos mendigos dialogan entre sí sobre sus miserias personales. Concluyen que sus males no tienen remedio. Por eso están esperando a Godot, un salvador mesiánico que no sólo les va a librar de sus miserias personales, sino que también les va a proporcionar un mayor estado de bienestar. Y llega Godot. Y Godot es un señor mudo con el que ni siquiera pueden hablar, y menos aún, hallar en él salvación alguna. Así, en Godot, el autor está explicitando a Dios, y en los mendigos, a los hombres, que esperamos de Dios la salvación y el remedio para nuestros males. Pero Dios, como Godot, es un Dios mudo, que no salva y, por tanto, no puede dar esperanzas. De Ahí la conclusión final de Beckett: En esta vida, todos caminamos a tientas; nos movemos por el puro azar. No tenemos misión que cumplir. La misión es un absurdo. No somos enviados a nada.

Sin embargo, desde el Evangelio y las lecturas de hoy, la Iglesia postula la esperanza y la confianza cierta en la salvación que nos viene de parte de Dios. La primera lectura del profeta Isaías incide en la salvación de Dios como buena y alegre noticia para todos los hombres, cautivos de sus miserias: <>Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados>>. Por eso, el apóstol San Pablo nos invita reiteradamente al gozo de la salvación: <<Estad siempre alegres>>. Y Juan Bautista a la conversión: <<Preparad el camino del Señor>>.
Mis queridos hermanos y amigos, los fariseos y saduceos le preguntaron a Juan Bautista quién era y qué decía de sí mismo. Como verdaderos creyentes, tenemos que trasladar a nuestra vida esas mismas preguntas. Y la respuesta ha de incidir en tres notas-ejes que definen nuestra identidad.

Primera, nosotros somos personas que luchamos y trabajamos por el mundo, siendo totalmente indubitable de que en medio de nosotros está Dios; de que Dios no es solamente el totalmente otro, sino que, sin dejar de ser trascendente, es inmanente. Dios está en el mundo y da sentido a nuestra existencia. Así, los cristianos sí sabemos –a diferencia de los mendigos de Godot- el para qué de nuestra misión. Sabemos que en cualquier esquina, en cualquier acontecimiento, en cualquier asunto, en cualquier amistad, en cualquier obra de misericordia, en cualquier buena acción o en las pruebas, Dios está, me topo de bruces con Él.

Segunda, si Dios está con nosotros, entonces el cristiano es un hombre que vive de la esperanza y para la esperanza, y que tiene que dar cumplida fe y cumplida cuenta de su esperanza en el entorno en que vive. K. Rahner, uno de los más eximios teólogos del siglo XX, ha afirmado que nuestra espiritualidad occidental es pobre. Es decir, hemos estereotipado la imagen del creyente, y por eso decimos que un buen católico es el que cumple un cierto programa; el que acepta como totalmente ciertos todos y cada uno de los dogmas y de creencias; el que practica objetivamente lo que manda la Iglesia. Y, sin embargo, no nos planteamos –comenta Rahner- la necesidad de profundizar en las verdaderas y auténticas raíces de nuestra vida interior; de ahondar en el sentido de la oración y perseverar en ella; de estar atentos a nuestra unión con Dios y en ella descubrir el sentido genuino de nuestra existencia; de ser testimonio de vida para los demás.

Dice un pensador indio que <<la tragedia de nosotros, los cristianos, es que hemos identificado a Dios con Cristo, pero no hemos identificado al hombre con Cristo>>. Es decir, sabemos que el hombre está en Cristo, pero nos olvidamos de ese saber. Sabemos que el hombre es miembro del Cuerpo Místico de Cristo, y, en consecuencia, el hombre más pobre, el más misérrimo es la vida imagen de Jesucristo, pero esta verdad nos resbala. Así nuestro cristianismo deja mucho que desear; no pasa de ser un cristianismo ramplón. De ahí el apremio a vivir con ilusión y gozo. Hemos de ser personas abiertas a la esperanza; personas que aman sin esperar a ser correspondidas.

Tercera, los cristianos tenemos que seguir preparando el camino al Señor con nuestros dichos y con nuestros hechos. Es decir, anunciando la Buena Noticia a los que sufren, vendando los corazones desgarrados, dando de comer a los hambrientos, atendiendo a los cautivos, practicando las obras de misericordia. Así, con este modo de entrega total a los demás, es como podemos decir también con Isaías que desbordamos de gozo y nos alegramos en el Señor, porque en la vida hemos encontrado una razón para vivir y por la que luchar.

Mis queridos amigos, tengamos presente las tres notas que definen nuestra identidad y misión: 1) Ir por la vida sabedores de que ya estamos en Dios. 2) Ir por la vida como hombres que tienen que dar razón de su esperanza y que viven con una misión que los llena de gozo y felicidad. 3) Ir por la vida haciendo el bien; encontrando a Cristo en todos los hombres para ayudarlos, redimirlos, liberarlos de sus sufrimientos.

Como bien sentencia K. Rahner, al que ya he hecho alusión, sólo el hombre que tiene una motivación y una razón para la esperanza es capaz de dar una explicación total y exhaustiva del sentido del mundo y del sentido de la existencia humana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario