jueves, 19 de diciembre de 2013

Cuarto domingo de Adviento

Is 7,10-14: La Virgen está encinta y da a luz un hijo y le pone por nombre Emmanuel.
Rom 1,1-7: Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre.
Mt 1,18-24: Jesús nacerá de María, desposada con José, hijo de Daniel.

El Evangelio de este cuarto domingo de Adviento tiene como personaje central al glorioso San José, padre legal de nuestro Señor Jesucristo. En dicho Evangelio se nos describen las dudas de San José. Las dudas las podemos entender en un doble sentido: bien como dudas objetivas, bien como dudas subjetivas. Las primeras, las objetivas, harían referencia a las dudas que San José tenía sobre la honestidad de María; las segundas, a las dudas que tenía San José sobre su propia dignidad: se pregunta si puede estar tan cerca del misterio de Dios que se ha introducido en su vida. Así, se cruzan y se encuentran las dimensiones moral y teológica, los planteamientos humanos con los divinos, el pudor, la dignidad y la fidelidad de San José con la voluntad de Dios.

Comentaba Eugenio D’Ors que las <<dudas>> de San José son tremendamente aleccionadoras para nosotros, al mismo tiempo que tienen mucho mérito, porque simbolizan al hombre que cree en las cosas a pesar de los temores y de las adversidades. Es el hombre de la fe en Dios y en su palabra, y, en cuanto tal, se fía plenamente de las <<decisiones>> divinas. Es el hombre que se sabe anclado en Dios, y esta certeza moral y existencial le da las fuerzas necesarias para afrontar con entereza los envites de la vida, sabiendo que está cumpliendo en todo momento la voluntad de Dios.

Todos los hombres somos vocación de Dios, encuentro con Dios, y, por tanto, todos somos  <<proyectos de Dios>>. Nosotros, como José, entramos de lleno en los planes de Dios. Desde que nos creó, Dios cuenta con nosotros. Por eso, es necesario que nos preguntemos: ¿contamos nosotros con Dios? ¿somos fieles intérpretes y servidores de su voluntad? Para responder a estos cortos pero profundos interrogantes no hay más luz que el claroscuro de la fe.

Dios nos manifiesta diariamente sus planes sobre cada uno de nosotros, pero hay que descubrirlos. La revelación <<en sueños>> que tiene José no significa ni mucho menos que José tiene <<allanado>> el camino de la fe, porque la fe es existencial, sometida a los vaivenes del tiempo y de la historia. Lo único que José descubre en sus <<sueños>> es la voluntad de Dios pero no el Misterio mismo de Dios, ni el por qué de la actuación de Dios, aparentemente, en contra de toda lógica humana. Al hombre sólo le cabe obedecer, no inquirir a Dios.

Cuando San José va notando progresivamente los signos de la maternidad de la Virgen María, recuerda las palabras de ángel: <<no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo>. De este modo, San José sobrepone las condiciones de Dios a los principios de la cultura, la dignidad de Dios a la dignidad humana. Poco a poco va sintiendo cómo el horizonte de Dios llena su vida, a la vez que experimenta el vértigo de lo divino; por ello tuvo la misma sensación de indignidad que traspasó el alma de Moisés en la zarza ardiendo ante el Misterio de Dios.

Pero en José la fe va estrechamente unida a la justicia. El Evangelio nos dice lacónicamente que <<José era un hombre justo>>. ¿De qué justicia se trata? Evidentemente, mis queridos amigos, no se nos habla solamente de la justicia como bondad, equiparando así <<ser justo>> con <<ser bueno>>. Aunque este sentido está presente en el Evangelio y por ello José <<no quiso denunciar a María>> y <<decidió repudiarla en secreto>>, sin embargo, existe una comprensión más profunda del término. La justicia de José hace referencia a que era un hombre cumplidor de la ley, profundamente religioso, fuel y honesto. <<Justo>> es, en suma, el que adopta en cada situación la actitud adecuada, el que sabe ser y estar. Por ello fue justo José, tanto al preguntarse sobre su dignidad ante la cercanía del misterio de Dios en su vida como cuando se llevó a María a su casa.
Mis queridos amigos, la tremenda lección que San José nos da en este último domingo de Adviento es que tanto en lo próspero como en lo adverso, en las circunstancias fáciles y en las difíciles, en las situaciones de oscuridad de la fe así como en las de claridad, siempre sigamos los designios del Señor.
Que por encima de nuestro honor, nuestro orgullo y nuestra propia vanidad, pongamos la gracia de Dios y la voluntad de Dios, que sabe lo que mejor nos conviene. Dejemos entrar en nuestro corazón la luz de la fe que ilumina lo más recóndito, lo más íntimo, lo más interior del hombre: su divinización.

Por eso San Agustín, a propósito de la capacidad que el hombre tiene de ser hijo de Dios, comentaba que verdaderamente lo somos, puesto que Dios es más interior a nosotros que nosotros mismos. Dios es más interior a mí que la intimidad que yo lleve en el hondón de mi alma y de mi corazón.

La figura de San José es hoy nuestro modelo. Si de verdad somos justos, buenos y comprometidos cristianos, sentiremos, como José, el peso de nuestras debilidades y miserias humanas frente a la grandeza de Dios. Y sin embargo, nada debemos temer. Dios se ha hecho Emmanuel: se acerca a nosotros, se hace uno de nosotros, comparte nuestra vida, para así, elevar lo humano a lo divino.

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