miércoles, 7 de agosto de 2013

Décimonoveno domingo de tiempo ordinario

Sab 18, 6-9: Dichoso el pueblo a quien Dios escogió.
Heb 11, 1-2.8-9: La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve.
Lc 12, 32-48: Estad preparados.

Homilía para esta festividad de Mons. Miguel Castillejo, recogida en el libro Palabra de Dios para nuestro tiempo. Homilías desde la COPE. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 2004.

El domingo pasado hicimos especial hincapié en la llamada para reorientar nuestra vida hacia las fuentes del ser, camino de liberación y plenitud, frente al imperio del tener, sendero de perdición. El Evangelio de hoy es la rotunda confirmación de la necesidad que tenemos de este -digámoslo así- <<giro antropológico>>, precursor del <<giro de la fe>>.

Jesucristo nos invita a la vigilancia, a <<estar preparado>>, porque Dios es sorprendente y sorpresivo. Sus caminos y su tiempo no son los nuestros. Su modo de actuar es el modo de actuar divino, no el modo de actuar humano. Esto no significa ni mucho menos que Dios intente <<cazar>> al hombre como <<a traición>>. Significa, más bien, que somos nosotros los que intentamos <<medir>> y <<calcular>> a Dios. En los asuntos humanos -que son los nuestros-, estamos acostumbrados a tener todo asegurado, <<atado y bien atado>>, a estudiar hasta los últimos imprevistos logrando un índice de riesgo cero. La perversión se produce en el preciso momento en que el hombre traslada sus esquemas humanos al horizonte de lo sobrenatural -que es el horizonte de Dios-, pretendiendo reproducir en él sus claves de comprensión y de organización del humano vivir. En esto consistió el pecado adámico, en pretender ser igual a Dios o, lo que es lo mismo, en pretender comprender la mente de Dios para dominarla. Fue también el pecado de los fariseos creerse dueños de Dios y, en consecuencia, poseedores de la vida eterna (cf. Lc 18, 9-14).

Sin embargo, Dios sigue sorprendiendo al hombre porque Dios es misterio que escapa a todas las previsiones racionalistas y cientificistas del humano conocer. Por ello, la <<seguridad>> de Dios rompe nuestras <<seguridades>> humanas. Cuanto más seguros queremos estar de Dios, mayor es nuestra incertidumbre. La fe no entiende de proyectos y cálculos humanos, sólo sabe y entiende -y a veces ni esto-, de Dios, como de quien constantemente nos seduce con la magia de su originalidad y con la radicalidad de su novedad. Dios quiebra toda lógica del humano pensar y actuar. De ahí la insistencia evangélica a estar expectantes como centinelas en sus atalayas, prestos y preparados para la sorpresa de Dios.

La gran pregunta que cada uno tiene que  formularse, y sobre todo responderse, es ésta: ¡Cómo he de prepararme yo? El Evangelio nos brinda el modo de plasmar en la realidad de la vida diaria, y no sólo en la teoría, esta <<urgencia de vida cristiana>>. Tres son los retos que el Evangelio nos lanza como cristianos.

Primero, el reto de la fidelidad a Dios desde la fidelidad al proyecto de ser uno mismo. Esto significa fidelidad al proyecto de vida que Dios tiene sobre cada uno de nosotros o, si queréis, realizar la vocación para la que Dios nos ha convocado a la existencia. Os aseguro que esta doble dimensión de la fidelidad a Dios y a uno mismo no es fácil llevarla a cabo, máxime cuando la sociedad de la eficacia y de los resultados precisos nos lanza a calcular si es productivo o no el desarrollo de un determinado proyecto de vida, esto es, de una determinada vocación. No se valora  la vocación en sí como don de Dios porque no importa la fidelidad al proyecto de Dios en mí; lo único que importa es la rentabilidad de los resultados, estén o no en consonancia con la fidelidad a mi propio proyecto de vida. Así frustramos la voluntad de Dios y nos frustramos personalmente a nosotros mismos. No es de extrañar que haya tantas personas insatisfechas e infelices, producto de una <<traición reiterada>>, como acertadamente expresó Vallejo Nájera.

Segundo, el reto de la constancia en la vida de fe y en sus exigencias. Tampoco es fácil afrontar con valentía este segundo reto por dos razones: una, porque la propia vida de fe es una vida dura y exigente. Es el camino de cruz al que Jesucristo nos invita reiteradamente (cf. Lc 9, 23-24). Dos, porque con la constancia en la vida de fe supone la fidelidad a Dios y a su proyecto de salvación en cada uno de nosotros. ¿Cómo ser, pues, constantes en la fe en medio de una mentalidad hedonista? La constancia requiere temple a la vez que exige una confianza absoluta en la voluntad y en el poder de Dios. Es la fidelidad a Dios la que nos empuja a ser fieles a nosotros mismos por encima de ambientes, tendencias, formas de pensar y de vivir que nada tienen que ver con la vida de la fe, con el Evangelio y con Dios.

Tercero, el reto de la responsabilidad antes Dios que ha puesto en cada uno de nosotros unos dones,es decir, unos talentos, no para guardarlos, sino para ponerlos en circulación y multiplicarlos. Tenemos la enorme responsabilidad de optar, bien por la fidelidad al proyecto de ser uno mismo como proyecto de Dios en mí, bien por el olvido de tal proyecto haciendo de nuestra propia vida una caricatura de la misma. O con Dios al margen de Dios. Tampoco es fácil ser responsable en los tiempos de autosuficiencia antropológica que vivimos. La responsabilidad es un vocablo anticuado porque no existe una opción radical de vida. Existen opciones momentáneas, tan insulsas como fugaces, que no comprometen a nada. Por ello, el hombre del siglo XXI sólo es -y a veces ni esto- un haz abierto de posibilidades que nunca llegan a realizarse. Es en el hombre en quien es difícil la conjunción entre el poder ser y el ser. De esta suerte, desaparece la vocación como proyecto de vida y, en consecuencia, desaparece la fidelidad porque ha desaparecido su objeto; sin embargo no desaparece la responsabilidad porque, lo queramos o no, somos responsables de nuestras propias determinaciones, tanto si nos realiza como si nos des-realiza.

Mis queridos hermanos y amigos, en estos tiempos de <<olvido de Dios>> y de <<olvido del hombre>>, acrecentemos en nosotros el don de la fidelidad, de la constancia y de la responsabilidad ante la tarea de realizar la vocación de Dios en nuestra vida. Seamos asiduos lectores de la Palabra de Dios para, desde ella, iluminar nuestras opciones ay determinaciones. Que en todo momento busquemos la voluntad de Dios como camino de realización personal.

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