miércoles, 30 de octubre de 2013

Trigésimo primer domingo del tiempo ordinario

Sab 11,23-12,2: Señor, a los que pecan les recuerdas su pecado, par que se conviertan.
2 Tes 1, 11-2,2: Rezamos por vosotros para que Dios os considere dignos de vuestra vocación.
Lc 19,1-10: El hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.

Hace ya bastantes años, cuando el ateísmo estaba en todo su apogeo, le preguntaron al cardenal J. Daniélou su opinión sobre esta filosofía de vida, señal de distinción de quienes se decían y declaraban progresistas. Con una respuesta clara y certera, manifestó que el ateísmo era tan viejo como la humanidad, porque en el fondo no es otra cosa que <<la lucha permanente del hombre por encontrar y encontrarse con Dios; de lo contrario –arguyó sagazmente-, ¿qué necesidad tendría alguien de negar a Dios si Dios no le importara realmente? El problema de Dios ha sido y es el gran problema del hombre, bien sea para afirmarlo, bien para negarlo>>.

La historia de Zaqueo es nuestra propia historia, la de cada hombre en particular y la de todos los hombres en general. Es la historia de un encuentro, de una convergencia y de una necesidad. El hombre es búsqueda, necesidad, encuentro y convergencia con dios, pero Dios también sale permanentemente al encuentro del hombre porque quiere su conversión y salvación. El misterio de la encarnación de Jesucristo es la expresión más genuina de este encuentro. Jesucristo es la síntesis perfecta, el perfecto diálogo entre lo humano y lo divino. Dios se hace hombre para que el hombre llegue a Dios.

La salvación de Zaqueo por Jesús comienza con la necesidad de aquél, casi infantil, de subirse a un árbol para ver al Salvador. Esta necesidad no es otra cosa que un hondo deseo, la vocación irresistible del hombre de <<ver>> a Dios, de encontrarse con Él, siendo así fiel a lo que define y estructura: que es imagen de Dios (cf. Gén 1,27). El hombre sólo se realiza en Dios; por eso cuando, como Zaqueo, pierde conciencia de esta realidad, vaga errante por los caminos de la insatisfacción personal que le aproximan a la infelicidad. Y por ello mismo, también como Zaqueo, cuando descubre que anda por caminos equivocados, da media vuelta y retoma el sendero de la salvación.

Pero Dios también tiene, digámoslo así, <<necesidad del hombre>> en el sentido de que se preocupa por el hombre y por todo lo que le acontece porque quiere su salvación, que viva. Esto es lo que se nos ha proclamado en la lectura del libro de la Sabiduría: <<Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida>>. Esta <<necesidad divina>> es la que manifiesta claramente Jesús en el Evangelio de hoy. Zaqueo se sube a un árbol para ver a Jesús y ahora resulta que es Jesús quien levanta los ojos para ver a Zaqueo. Éste tomó la iniciativa del camino de vuelta a Dios pero Dios ya lo estaba esperando con los brazos abiertos, deseando que tal conversión se hiciera realidad para ofrecerle de inmediato su amor, su misericordia y su perdón, en simetría perfecta con la actitud del padre de la parábola del hijo pródigo (cf. Lc 15,11-32).

Ya se ha producido el encuentro, producto de una necesidad y de un deseo. Ahora, el encuentro provocará la convergencia, la compenetración total entre la salvación que ofrece Dios y la buena disposición del hombre para recibirla. Dios se hospeda en el corazón del hombre; éste se convierte y desde este preciso momento se opera la salvación.

Una cosa está clara, la salvación que Dios ofrece al hombre no es una cuestión nada más y sólo de Dios. Dios inició el primer movimiento en el momento mismo en que nos creó, un movimiento que sigue eternamente presente porque Dios camina a nuestro lado durante todo el arco de nuestra vida. Pero Dios camina junto a cada uno de nosotros sin obligarnos a nada. Por ello, la salvación es también una <<cuestión>> humana, en el sentido de que hemos de tener un corazón bien dispuesto para recibirla de las manos de Dios. Es el movimiento del hombre hacia el centro de su vocación: Dios.

Como siempre, no podían faltar los <<parados>> de todos los tiempos, aquellos que han convertido su vocación en su situación; es decir, se encuentran tan bien en sus propias estructuras personales que nunca han hecho el más mínimo ademán de iniciar cualquier movimiento. Son los <<buenos>> de siempre, los que no necesitan de Dios porque se bastan a sí mismos. Son los que piensan que la realización humana, la felicidad y la salvación de Dios se deben al esfuerzo y coraje humanos. En realidad son personas <<paralizadas>>, anquilosadas y víctimas de su propia autosuficiencia. Nunca se han encontrado con Dios porque nunca se han encontrado con ellos mismos en el fondo de su alma. Por eso son tan vacíos como superficiales y lo malo es que quieren que los demás sean como ellos y por eso critican cualquier gesto de aproximación a la verdad de la vida, que es también la verdad de Dios.

Nunca han comprendido ni pueden comprender el amor de Dios porque nunca se han dejado amar por Dios. Esto es lo terrible: vivir en el infierno de sí mismos, es decir, en la absoluta ausencia del amor, de Dios.
Mis queridos amigos, no por el hecho de ser cristianos lo tenemos ya todo conseguido. En realidad ser cristiano es estar en continuo movimiento, siempre en camino hacia Dios. El camino requiere de la dinámica de la conversión diaria que nace del deseo de <<ver>> a Dios y de encontrarse con Dios. Ser cristiano es necesitar cada día de Dios y saber que sólo Dios y nada más que Dios salva. Ser cristiano significa también alegrarse por la conversión de los demás, por las cosas buenas que le suceden a los demás y no dejarse llevar por las etiquetas y prejuicios, porque las apariencias engañan. Ser cristiano es, en fin, dejarse amar profundamente por Dios, como Zaqueo, para con ese amor amar intensamente a los demás. Como dice Romano Guardini: <<Es hermoso sentirse unido con Dios en la solicitud de la persona amada y pensar que ésta queda envuelta y protegida en esta unidad>>.

Homilía para esta festividad de Mons. Miguel Castillejo, recogida en el libro Palabra de Dios para nuestro tiempo. Homilías desde la COPE. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 2004. 

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