jueves, 10 de octubre de 2013

Vigésimo octavo domingo del tiempo ordinario

Texto evangélico
2 Re 5,14-17: No hay Dios en toda la tierra más que el de Israel.
2 Tim 2,8-13: Si perseveramos, reinaremos con Cristo.
Lc 17,11-19: Levántate, vete; tu fe te ha salvado.

El Evangelio que en este domingo proclama la Iglesia tiene una cierta conexión con la fiesta de la Virgen del Pilar –también llamada la fiesta de la Hispanidad-, que acabamos de celebrar también esta semana.

Muchas cosas se están diciendo sobre el descubrimiento de América, sobre todo por algunos pseudointelectuales españoles. Unos lo califican de gesta, otros de cruzada, otros de genocidio de unos pueblos y sus respectivas culturas. El gran historiador Sánchez Albornoz hizo un diagnóstico certero sobre la esencia del pueblo español: <<Nos cuesta mucho digerir nuestra propia historia; es nuestro pecado nacional>>. Una actitud que difiere y dista mucho de la del pueblo alemán. Su canciller Helmut Kohl ha hecho el siguiente comentario, a propósito de la reciente y rtiste historia de la Alemaniza nazi: <<Alemania asume su historia tal y como es, con sus páginas brillantes y con sus páginas negras>>.

En el Evangelio que hoy trae la Iglesia a colación sobre la curación de los diez leprosos nos encontramos con algo parecido a lo que acabamos de comentar. El Evangelio nos presenta un grupo de leprosos, diez para ser exactos, de los cuales nueve eran judíos y uno samaritano. Los judíos eran los buenos o, al menos, los que se creían buenos, porque cumplían la ley <<a rajatabla>>; el samaritano era en teoría malo, un heterodoxo del cumplimiento de la ley. Todos le piden al Señor que los cure. Jesucristo accede a tu petición. De ellos sólo el samaritano, el considerado del grupo de los pecadores y de los malos, se vuelve para darle las gracias porque reconoce que todo es don de Dios y, en consecuencia, sabe que la salvación de Dios no se puede comprar, en contra del criterio de quienes se creían buenos. Es una escena que tiene una gran similitud con la parábola del fariseo y el publicano (cf. Lc 18,9-14): aquél, lleno de soberbia y orgullo se cree justo; éste, en cambio, desde el desamparo y la pobreza de su vida, se reconoce pecador y suplica el perdón de dios. También se asemeja a la escena de la mujer pecadora que limpia los pies a Jesús (cf. Lc 7,36-40), en la que Jesús da una gran lencción al fariseo sobre la misericordia de Dios, o a la parábola del buen samaritano (cf. Lc 10,25-37).

El mensaje no es otro que éste: en muchas ocasiones los alejados de la Iglesia, los ateos, los no creyentes, los que en el fondo se encuentran distanciados y retirados de Dios, cuando se encuentran lisa y llanamente con Dios, bien sea por medio de una experiencia inesperada y sorprendente, bien sea por el testimonio coherente de ortos creyentes, vibran con Él y lo sienten. A partir de ese momento, se convierten y constatan que todo lo que les ha sucedido ha sido un regalo, un don y una gracia de Dios. Por ello, les faltan palabras para alabar a Dios, postura diametralmente opuesta a la de quienes estamos siempre en los aledaños del Señor. Aquellos que por nuestra infancia, por nuestra educación, por nuestra cultura, nos encontramos muy poseídos de una fe que es también un regalo y un don de Dios, sin embargo nos falta el talante agradecido, el talante par saber ponernos, como el leproso samaritano, a los pies de Jesucristo, dándole las gracias porque nos ha curado. En una frase con mucha enjundia y filosofía, manifestaba Chesterton lo siguiente: <<El día seis de enero les damos las gracias a los Reyes Magos porque nos han llenado los zapatos de regalos, pero ningún día nos acordamos de darle las gracias a Dios por los dos pies que nos ha dado para poder llenar los zapatos>>.

Todos los días tenemos un cúmulo de cosas por las que dar las gracias a Dios y por tanto, hemos de asumir lo bueno y lo malo de nuestra historia personal y social. Dios nos trata y nos mima con la mano derecha, pero a veces también lo hace con la izquierda. ¿Cómo podríamos criticar indiscriminadamente toda la gran gesta de España en América, si allí se sembró también la fe que hoy es testimoniada por millones y millones de personas? En nuestra pequeña y particular historia, la de cada uno, tenemos que mirar todo el bien que nos hace Dios, con las cosas que nos agradan y con las que nos desagradan, y no quedarnos dándole vuelta a lo malo que somos. Por eso, alguien comentó con sorna que a muchos cristianos se nos podía representar perfectamente como a El caballero de la mano en el pecho de El Greco, siempre entristecidos y viendo en nuestro interior solamente la dimensión de sombra, lo negativo.

La llamada del Evangelio de hoy es una llamada a la luz, a ver lo positivo que hay en cada uno de nosotros como regalo de Dios. Nada de lo que tenemos es nuestro. Todo se lo debemos a Dios, principalmente el don de la vida. Nada nos pertenece porque todo le pertenece. Él nos da la gracia y la libertad para que nosotros le podamos corresponder agradecidos, como el leproso samaritano o, por el contrario, no queramos saber nada de Él, como fue el caso de los nueve judíos ortodoxos. A pesar de todo, Dios sigue amándonos y derramando su gracia sobre cada uno de nosotros.

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