jueves, 17 de octubre de 2013

Vigésimo noveno domingo del tiempo ordinario

Éx 17,8-13: El auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra.
2 Tim 3, 14-4,2: Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo.
Lc 18, 1-8: Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará la fe en la tierra?

En este vigésimo noveno domingo del tiempo ordinario celebra la Iglesia en Domund, es decir, el domingo mundial de las misiones de la Iglesia católica.

El mismo Sánchez Dragó afirma: <<Quiero romper una lanza a favor de las misiones y disipar calumnias en lo tocante a estas instituciones, en las que los misioneros se limitan a ayudar al prójimo, en zonas de dolor, de miseria, de enfermedades, de analfabetismo, de tiranía y de hambre. Los misioneros no venden, ofrecen; no predican, explican; no juegan, se la juegan; no explotan, siembran; no cobran, pagan; no asustan, consuelan>>. Es una hermosa reflexión que sintetiza la esencia y el alma de las misiones, a la vez que debería mover los corazones de todos los hombres, creyentes o no, para que incrementen su ayuda a estas instituciones.

En la segunda lectura que hemos proclamado San Pablo le recomienda a Timoteo, obispo que él había consagrado, que proclame la Palabra, que insista <<oportuna e inoportunamente>>, que reprenda, reproche y exhorte con toda comprensión y pedagogía. Para San Pablo, la misión de la evangelización es la única misión del cristiano, según el mandato de Jesucristo: <<Id y haced discípulos de todas las naciones […] y enseñadles a guardar todo lo que os he mandado>> (Mt 28, 19-20). Todos, por tanto, tenemos que ser misioneros, cada cual en su puesto y desde su puesto. Éste es el profundo mensaje del Domund y no aquella aldea infantil que tanto se cultivó en nuestra niñez que se ceñía a echar unas cuantas monedas en unas huchas con cabezas de negritos o de indios o chinos. Es decir, la idea sobre las misiones que subyacía antes del concilio Vaticano II era inexacta: los países a evangelizar eran únicamente los no católicos, los católicos se suponían ya maduros y cualificados en el compromiso cristiano. Tremendo error éste.

todos los países, sean o no católicos, están necesitados de una profunda y serie evangelización: los no católicos porque aún no conocen la verdad de Jesucristo; los católicos porque han viciado el Evangelio en muchos planteamientos y compromisos de vida, sintiéndose cómodos en la falta de creencia. Por ello, el papa Juan Pablo II, en sus múltiples discursos y en todos sus viajes a los países considerados <<católicos>>, habló una y otra vez de <<recristianizar>> y <<reevangelizar>> Europa que, a su vez, es <<evangelizada>> por los países que antes eran evangelizados por ella con la presencia de los misioneros y misioneras que desde esos países vienen a trabajar en Europa para hacer más auténtica la fe de todos nosotros.

¿Cuál es el sentido profundo de la misión? Pablo VI, en la encíclica Populorum progressio, lo definió claramento: <<Fiel a las enseñanzas y al ejemplo de su divino Fundador, que dio como señal de su misión el anuncio de la Buena Nueva a los pobres, la Iglesia nunca ha dejado de promover la elevación humana de los pueblos, a los cuales lleva la fe en Jesucristo>> (n.12). Es decir, el sentido de la misión no es otro que la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos. Ésta es la principal tarea de los misioneros y misioneras en los llamados <<países del tercer mundo>>, en donde no sólo explican la fe sino que la viven y dan testimonio de ella haciendo visible y palpable el amor de Dios a los hombres mediante la construcción de hospitales, guarderías, escuelas, proyectos de agricultura, etc.

Tengo un íntimo amigo, misionero espiritano, quien, junto con otros dos misioneros, desarrolla su labor en Tanzania, en una zona paupérrima, con un perímetro de unos tres mil kilómetros cuadrados. Sus padres están en Córdoba y siempre que viene a visitarlos procura verme para cambiar impresiones sobre el desarrollo de la misión. En una de sus últimas visitas me comentaba que la misión y sus necesidades eran muy grandes y pocos los misioneros, como recordando aquella sentencia del Evangelio: <<La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies, que envíe obreros a su mies>>. (Lc 10,2-3). Yo no lo podía dar misioneros pero sí una buena ayuda económica para paliar en lo posible las dificultades materiales, de modo que la evangelización fuese más efectiva. Esta ayuda se tradujo en la compra de un todo-terreno para cubrir las enormes distancias, en la construcción de una pequeña casa-vivienda de los misioneros y en avituallamientos sanitario.

Hoy, día de las misiones, se nos pide muy poca cosa: una ayuda material y otra espiritual. La ayuda material es un pequeño donativo cuya suma solemos gastar a menudo en cuestiones baladíes, para remediar en lo posible tantas y tantas carencias básicas y elementales, propias de los países pobres en donde nuestros misioneros y misioneras entregan a diario su vida. La ayuda espiritual es tan importante o más que la material. Es la oración por las misiones, por los misioneros y misioneras, para que el Señor les aumente cada día la fe, la esperanza y el amor. ¿Cómo, pues, podrían soportar las duras condiciones económicas, sociales, políticas, si no fuera por su fe en Dios, que los mantiene y los sostiene? ¿Cómo entender la entrega a los demás, incluso hasta dar la vida, sin el amor de Dios? De ningún modo se entendería ni sería posible sin una motivación sobrenatural: su fe, su esperanza y su amor a Dios, traducidos en la entrega y en la generosidad sin límites a favor de los desheredados y marginados de la tierra.

Mis queridos amigos, qué grande es la Iglesia; qué grandes sus misiones; qué grandes sus misioneros y misioneras. Divulguemos la fe en nuestros ambientes, en los que muchos se apartan de ella por cualquier reflexión ligera, fácil de resolver cuando se acude ante el sagrario y en franco diálogo con el Señor se analizan los motivos de las divergencias surgidas. Pidamos al Señor por las misiones. Ayudemos a los misioneros y, aunque sea por un día, seamos todos misioneros.

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